The Theosophical Society,
Escrituras de Annie Besant
(1847 -1933)
El
pensamiento recto es condición necesaria de la vida recta. La rectitud de juicio es indispensable para
la rectitud de conducta. Ya se nos
presente con el nombre sánscrito, Brahma-Vidya, o con el de Teosofía, derivado
del griego, la Sabiduría Divina viene en nuestro auxilio para realizar ese
doble objeto presentándose a la vez como filosofía racional entre todas y como
religión y ética universales. Hablando
de las Santas Escrituras, un cristiano devotísimo decía una vez que había en
ellas fondos que podrían pasar a nado un
niño y abismos donde se hundiría un gigante.
Podemos decir otro tanto de la Teosofía, pues entre sus enseñanzas, las
hay tan sencillas y prácticas, que una inteligencia vulgar puede comprenderlas
y aplicarlas, mientras otras son tan profundas que la más vigorosa inteligencia
desmaya en el esfuerzo de conocer todo su alcance.
El
presente volumen está destinado a ofrecer al lector una exposición sencilla y
clara de la doctrina teosófica, a mostrar que sus principios generales y sus enseñanzas
forman una concepción coherente del universo, y a suministrar los pormenores
necesarios para poner de manifiesto el encadenamiento recíproco de esos
principios y de esas enseñanzas. Una
obra clásica elemental no puede tener la pretensión de exponer toda la ciencia
acopiada en obras de más abstrusa didáctica; pero debe presentar claramente y
de una ojeada los datos fundamentales del asunto, de modo que si bien haya
mucho que añadir, haya poco que quitar.
En el cuadro que forma un libro semejante, el estudiante podrá colocar
los detalles que le sugieran sus estudios ulteriores.
Echando
una ojeada sobre las grandes religiones de la humanidad, se ve cuánto tienen de
común en ideas dogmáticas, morales y filosóficas. El hecho está universalmente reconocido; pero
su explicación se discute de modo muy diverso.
Pretenden unos que las religiones han germinado en el campo de la
ignorancia humana, donde la imaginación las cultivó, elaborándolas gradualmente
desde las formas más groseras como el animismo y el fetichismo. Sus analogías se deben así a los fenómenos
universales de la naturaleza, imperfectamente observados y explicados a
capricho. Semejante escuela da como
clave universal el culto del sol y de los astros. Para otra escuela, la clave no menos universal
está en el culto fálico. El miedo, el
deseo, la ignorancia y la admiración llevaron al salvaje a personificar los
poderes de la naturaleza, y luego los sacerdotes se aprovecharon de esos
terrores y esperanzas, transformando los mitos en Biblias y los símbolos en
hechos, mediante sus imaginaciones melancólicas y sus inquietantes contiendas;
como la base era en ambas la misma, la semejanza en los resultados era
inevitable. Así hablan los doctores de
la Mitología comparada, y bajo el peso de tal cúmulo de pruebas, las gentes
sencillas callan, aunque no queden convencidas por completo. No pueden, en efecto, negar las analogías;
pero se preguntan con vaga inquietud: Las concepciones más sublimes de los
hombres, sus más halagüeñas esperanzas, ¿sólo son el resultado de los sueños
del salvaje o de las adivinaciones de los ignorantes? Los grandes héroes y mártires de la
humanidad, todos los que han vivido, trabajado y sufrido, ¿murieron en la ilusión forjada por los
hechos astronómicos o por las disimuladas obscenidades de los bárbaros?
La
segunda explicación de la base común a las varias religiones humanas, postula
la doctrina de una enseñanza original, que indica una fraternidad de grandes
instructores espirituales. Semejantes
maestros, fruto de los ciclos pasados de la evolución, tuvieron por misión
instruir y guiar a la humanidad nacida sobre nuestro planeta. Ellos transmitieron a las razas y a las
naciones, a su vez, las verdades fundamentales de la religión bajo la forma más
adecuada a las necesidades especiales de aquellos que debían recibirlas. Según este sistema, los fundadores de las
grandes religiones son miembros de la fraternidad única, y fueron ayudados en
su misión por una pleyade de individuos un poco menos elevados que ellos,
iniciados y discípulos de grados diversos, eminentes por su intuición
espiritual, por su saber filosófico o por la pureza de su moral. Tales hombres son los que han dirigido a los
pueblos nacientes, los que los civilizaron y dieron leyes (Como monarcas los
gobernaron; como filósofos los instruyeron; y como sacerdotes los guiaron). Así
es que todos los pueblos de la antigüedad se arrogan hombres eminentes,
semidioses y héroes de los que se descubren vestigios en las respectivas
literaturas, códigos y monumentos.
Muy difícil parece negar la existencia de
semejantes hombres, en presencia de la tradición universal de los documentos
escritos aun subsistentes, y de las ruinas prehistóricas, para no citar otros
testimonios que recusaría el ignorante.
Los libros sagrados de Oriente son los más fidedignos testimonios de la
grandeza de quienes los escribieron.
¿Qué puede compararse con la sublimidad espiritual de su pensamiento
religioso, con el esplendor intelectual de su filosofía, con la amplitud y
pureza de su moral? Ahora bien; cuando
hallamos que cuanto esos libros contienen sobre Dios, sobre el hombre y el
universo, son enseñanzas substancialmente idénticas, bajo múltiple variedad
aparente, no será temerario referirlas a un cuerpo céntrico y original de
doctrina. A este cuerpo doctrinal le
damos el nombre de Sabiduría Divina, que es lo que significa la palabra griega
Teosofía.
Como
origen y base de todas las religiones, a la Teosofía no se le puede oponer
ninguna otra. La Teosofía purifica y
revela el alto significado interno de tanta doctrina adulterada por el error en
su exposición exotérica y pervertida por la ignorancia y la superstición. En cada una de esas formas se reconoce y
defiende la Teosofía, tratando también de mostrar la sabiduría que oculta.
Para
ser teósofo no hay necesidad de dejar de ser cristiano, budista o indo. Basta con que el hombre sondee profundamente
en el corazón de su propia fe, que abrace las verdades espirituales con gran
firmeza, y que comprenda sus enseñanzas sagradas con más amplio espíritu. Después de haber dado origen a las
religiones, la Teosofía las justifica y defiende; pues roca y cantera es de
donde se sacaron y extrajeron. Ante el
tribunal de la crítica intelectual viene a justificar la Teosofía las más
profundas aspiraciones y los más nobles sentimientos del corazón humano. Comprueba las esperanzas que nos forjamos
sobre el hombre y ennoblece más nuestra fe en Dios.
La
verdad de esta aserción se evidencia más cuanto más estudiamos las diversas
Escrituras santas del mundo. Algunas
selecciones operadas en el conjunto de materiales disponibles bastarán para
establecer el hecho y guiar al investigador en la búsqueda de nuevas pruebas.
Las verdades fundamentales de la religión pueden resumirse
así:
1º- La Existencia real, única, eterna, infinita e
Incognoscible.
2º-
De ella procede el Dios manifestado que desenvuelve su unidad en dualidad, y
ésta en trinidad.
3º-
De la Trinidad manifestada proceden las innumerables inteligencias
Espirituales, guías de la actividad cósmica.
4º-
El hombre, reflejo de Dios manifestado, es, por lo tanto, fundamentalmente
trino; y su “Yo” interno y real es eterno y uno con el “Yo” universal.
5º-
Evoluciona por encarnaciones repetidas, a las cuales le impele e deseo y de las
que se liberta por el conocimiento y el sacrificio, llegando a ser divino en
acto como lo ha sido siempre en potencia.
La
China, cuya civilización está reducida a estado fósil, fue poblada en otros
tiempos por los Turanios, cuarta subdivisión de la cuarta Raza Raíz que habitó
el continente de la desaparecida Atlántida y que cubrió con sus ramificaciones
la superficie del globo. Los Mongoles,
séptima y última subdivisión de la misma raza, reforzaron más tarde la población
de esa comarca, de suerte que en China encontramos tradiciones de la mayor
antigüedad, anteriores a establecimiento en la India, de la quinta raza, la
raza Aria. En el Ching Chang Ching o
Clásico de la Pureza, encontramos un fragmento de Escritura antigua de singular
belleza, donde se percibe ese espíritu de calma característico de la “enseñanza
original”. En el prólogo de su
traducción Mr. Legge dice de este tratado:
Este
libro se atribuye a Ko Yuan (o Hsuan), un Taoísta de la dinastía de Wu (222 – 227 J.C.). Se cuenta que este sabio alcanzó la condición
de inmortal y se la da generalmente este título. Se le representa realizando milagros,
entregado a la templanza y muy excéntrico en sus procedimientos.
Al
naufragar cierta vez, surgió de las aguas con los vestidos enjutos y anduvo
tranquilamente sobre las olas. Ascendió
a los cielos en pleno día. Estos relatos
pueden quizás atribuirse a invenciones de época muy posterior.
Hechos
semejantes se atribuyen con frecuencia a los iniciados de diferentes grados y
no son necesariamente puras fantasías.
Lo que Ko Yuan dice a este propósito en su libro nos interesará sin duda
mucho más:
“Cuando
alcancé el verdadero Tao, había recitado ya este Ching (libro) diez mil
veces. Es lo que practican los espíritus
celestes, y jamás fue comunicado a los sabios de este mundo inferior. Se me dio por el Jefe Divino del Hwa Oriental
quien lo había recibido del Jefe Divino de la Puerta de Oro y éste de la Madre
Real de Occidente.”
Ahora
bien; el título de Jefe Divino de la Puerta de Oro era el de un iniciado que
gobierna el imperio tolteca en la Atlántida, y su empleo parece indicar que el
Clásico de la Pureza fue llevado de la Atlántida a China cuando los turanios se
separaron de los toltecas. Esta idea la
corrobora el contenido de este tratadito que tiene por asunto el Tao,
literalmente “la Vía”, nombre que designa la Realidad una en la antigua
religión turania y mongola. Así leemos:
“El
Gran Tao no tiene forma corporal, pues El es quien ha engendrado y nutrido el
cielo y la tierra. El Gran Tao no tiene
pasiones, pero El es la causa de las revoluciones del Sol y de la Luna. El Gran Tao no tiene nombre, pero es el que
asegura el crecimiento y conservación de todas las cosas.”
Tal es el Dios manifestado como unidad; pero la dualidad
aparece enseguida:
“El
Tao (aparece bajo dos formas: el Puro y el Confuso) posee (las dos condiciones
de) movimiento y reposo. El cielo es
puro y la tierra es confusa; el cielo se mueve y la tierra está quieta. Lo masculino es puro y lo femenino es
confuso; lo masculino se mueve y lo femenino está quieto. Lo radical (Pureza) desciende, y el producto
(Confuso) se extiende en todo sentido, y así fueron engendradas todas las
cosas.”
Este
pasaje es interesantísimo, porque evidencia los dos aspectos activo y receptivo
de la naturaleza, estableciendo la diferencia entre el Espíritu generador y la
Materia criadora; distinción familiarizada posteriormente.
En
el Tao Teh Ching, la doctrina tradicional sobre lo Inmanifestado y lo
manifiesto se expresa claramente:
“El
Tao que puede suceder no es el Tao eterno e inmutable. El nombre que puede ser nombrado no es el
nombre eterno e inmutable. El que no
tiene nombre es El que ha engendrado el cielo y la tierra; el que no posee
nombre es la Madre de todas las cosas...
Bajo estos dos aspectos es idéntico en realidad; pero a medida que el
desarrollo se produce, recibe diferentes nombres. Al conjunto lo llamamos Misterio.”
Los
que estudian la Cábala recordarán uno de los Nombres Divinos: “El Misterio
oculto”. Más adelante leemos:
“Hubo
algo indefinido y completo que vino a la existencia antes que el cielo y la
tierra. Como Eso era tranquilo y sin
forma, aislado y sin cambio, se extendió por todos sitios sin peligro (de ser
agotado). Eso puede considerarse como la
Madre de todas las cosas. Eso cuyo
nombre ignoro, lo llamo el Tao. Haciendo
un esfuerzo para darle un nombre, lo llamo el Grande. Eso Grande pasa (en un oleaje continuo). Pasando, Eso se aleja. Alejado, Eso vuelve.”
Es
interesante encontrar aquí esta noción de fusión y reabsorción de la Vida-Una,
noción tan familiar en la literatura inda.
El versículo siguiente nos parece, por lo tanto, muy familiar:
“Todas
las cosas bajo el cielo han salido de Eso considerado como existente
(innominado). Esa existencia, ella mima
ha salido de Eso considerado como no existente (e innominado).”
A
fin de que el Universo pueda llegar a ser, lo Inmanifestado debe engendrar lo
Único, de donde proceden la Dualidad y la Trinidad:
“El
Tao produjo el Uno; el Uno produjo el Dos; el Dos produjo el tres; los Tres
produjeron todas las cosas. Todas las
cosas dejan tras sí la obscuridad (de donde han salido) y avanzan para abrazar
la luz (de la que emergen) en tanto que se armonizan por el soplo de vida.”
El
“Soplo del Espacio” estaría mejor traducido.
Habiendo salido Todo de Eso, Eso existe en Todo:
“El
Gran Tao penetra todas las cosas. Se le
encuentra a la derecha y a la izquierda...
envuelve todas las cosas como en un traje y no tiene la pretensión de
dominarlas. Puede nombrarse en las cosas
más pequeñas. Todas las cosas retornan
(a su raíz y desaparecen) sin saber que es El quien preside su vuelta. Puede nombrarse en las cosas más grandes.”
Chwang-ze
(400 a J.C.) en su exposición de enseñanzas antiguas, alude a las inteligencias
espirituales procedentes del Tao:
“Tiene
en sí mismo su raíz y razón de ser.
Antes que hubiera cielo y tierra, en los más remotos tiempos, existía
con toda seguridad. De El proviene la
misteriosa existencia de los espíritus y la misteriosa existencia de Dios.”
Sigue
una lista de los nombres de esas inteligencias.
Como el papel preponderante que desempeñan tales seres en la religión
china es muy conocido, creo inútil multiplicar las citas sobre el particular.
El
hombre es considerado como una trinidad, y el Taoísmo, según Mr. Legge,
reconoce en él, espíritu, inteligencia y cuerpo; división que aparece clara en
el Clásico de la Pureza, cuando se dice que el hombre debe libertarse del deseo
para unirse con el Único:
“El
Espíritu del hombre ama la pureza, pero su pensamiento le trastorna. El pensamiento del hombre ama la
tranquilidad, pero sus deseos le arrastran.
Si pudiera deshacerse constantemente de sus deseos, su pensamiento se
tranquilizaría. Si su pensamiento queda
limpio, su espíritu se purifica........ La razón por la cual los hombres son
incapaces de llegar a ese estado, estriba en que no limpian su pensamiento ni
abandonan sus deseos. Si el hombre llega
a eximirse de sus deseos, cuando mira interiormente su pensamiento no es él; cuando
exteriormente su cuerpo no es él; y cuando dirige sus ojos más lejos, hacia las
cosas de fuera, nada hay de común entre ellas y él.”
Tras
la enumeración de las etapas que conducen al estado de tranquilidad perfecta se
pregunta:
“En
ese estado de reposo independiente del lugar ocupado, ¿cómo puede surgir el
deseo? Y cuando ningún deseo surge,
entones nace la calma real y el verdadero reposo. Esta, calma real llega a ser una cualidad
constante y responde (sin error) a las cosas exteriores. Ciertamente esa cualidad real y constante
tiene en su posesión la naturaleza. En
este reposo y tranquilidad constantes se encuentra la pureza y el reposo
verdaderos. Quienquiera que posea esa
absoluta pureza entra gradualmente en el (la inspiración del) verdadero Tao.”
Las
palabras inspiración del, añadidas
por el traductor, velan más bien que esclarecen el sentido; porque entrar en el
Tao está conforme con la idea expresada
y con lo que se dice en otras escrituras sagradas.
El
Taoísmo insiste mucho en la abdicación del deseo. Un comentador del Clásico de la Pureza
observa que la comprensión del Tao depende de la absoluta pureza, y que “la
adquisición de esa pureza absoluta depende enteramente de la abdicación del
Deseo; urgente lección práctica que surge de este tratado.”
El
Tao Teh Ching dice: “Siempre sin deseos hemos de hallarnos si queremos
profundizar todo el misterio, pues poseídos por el deseo, sólo podremos conocer
lo externo.”
No
parece que la reencarnación se enseñara de modo que pudiera comprenderse,
aunque se encuentran pasajes que implican una admisión tácita de la idea
fundamental, considerando al ser a través de sucesivos nacimientos, así
animales como humanos. Chwang-ze nos
refiere la historia original e instructiva de un moribundo al que su amigo
dice:
“El
Creador es grande en verdad” ¿Qué hará de ti ahora? ¿Dónde te llevará? ¿Hará de
ti el hígado de un ratón o la pata de un insecto? Szelai respondió: Dondequiera que un Padre
diga a su hijo que vaya, al este, al oeste, al sur o al norte, el hijo
obedece... He aquí un gran fundidor ocupado en fundir el metal. Si el metal se endereza de pronto (en el
crisol) y dice “yo quiero ser un (espada
parecida al) Moijsh”, el gran fundidor encontraría la cosa seguramente extraña. Pues del mismo modo, si una forma en camino
de amoldarse gritara: “Yo quiero ser un hombre, quiero ser un hombre”, el
Creador encontraría la cosa con toda seguridad sorprendente. Una vez comprendido que el cielo y la tierra
no son sino un vasto crisol y el Creador un gran fundidor, ¿a qué parte podrá
obligarnos ir que no nos convenga?
Nacemos como de un sueño tranquilo y morimos en calmoso despertar.”
Si
pasamos a la quinta raza, la raza Aria, encontraremos las mismas enseñanzas
incorporadas a las más antigua y grande de las religiones arias: la religión
Brahmánica. La Eterna Existencia se
proclama en el Chhâdogyopanishad como “exclusivamente una y sin par”. Dice:
“Quiero eso: multiplicar para el bien del Universo.”
El
supremo Logos, Brahman, es triple: ser, consciencia y bondad; y de él se dice:
“De
Este procede la vida, la inteligencia y todos los sentidos; el éter, el aire,
el fuego, la tierra que lo soporta todo.”
En
ninguna arte se pueden encontrar descripciones más grandiosas del Ser Divino que
en las escrituras indas. Son tan
familiares que bastarán para el caso breves indicaciones. He aquí algunas muestras de esas joyas
preciosas que se encuentran con profusión:
“Manifestado,
próximo, moviéndose en lo secreto, permanece grave donde reposa todo lo que se
mueve, todo lo que respira y cierra los ojos.
Entiende que hay que adorar.
Esto, a la vez ser y no ser, lo mejor, más allá del conocimiento de
todas las criaturas. Luminoso, más sutil
que lo sutil; de El han salido los mundos con sus habitantes. Esto es el imperecedero Brahman; Esto es
también Vida, Voz y Pensamiento... En la
diadema de oro más elevado, está el inmaculado, el invisible Brahman; es la
pura luz de las Luces, conocida por los que conocen el yo... el imperecedero Brahman esta delante, detrás,
a la derecha, a la izquierda, arriba y
abajo, penetrando todas las cosas.
Brahman es en verdad Todo y lo mejor”.
“Más
allá del Universo, Brahman, el Supremo, el Grande, está oculto en todos los
seres según sus cuerpos respectivos, soplo único de todo el Universo, el Señor;
conociéndole (los hombres) se hacen inmortales.
Conozco ese Espíritu poderoso, Sol que brilla más allá de las
tinieblas... yo le conozco indestructible, antiguo, el alma de todos los seres,
omnipresente por naturaleza, el que es llamado Sin Nacimiento por los que
conocen a Brahman, a quien llaman el Eterno.”
“Cuando
no hay tinieblas ni día ni noche ni ser ni no ser, Shiva únicamente (subsiste)
todavía. Es indestructible. Debe ser adorado por Savitri; de El ha salido
la Sabiduría antigua. Ni en el principio
ni en el fin, ni en su medio puede comprenderse. No hay nada comparable a El, cuyo nombre es
gloria infinita. La mirada no puede
determinar su forma, pues no pueden contemplarla los ojos. Los que le conocen por el corazón y por la
inteligencia, moran en su corazón y se inmortalizan.”
La
idea de que el hombre en su yo interior es idéntico al yo del universo (“Yo soy
Aquél”), esa idea, impregna tan profundamente todo el pensamiento indo, que
comúnmente se designa al hombre como: “la ciudad divina de Brahma”, “la ciudad
de las nueve puertas”, y se dice “que Dios reside dentro de su corazón”.
“No
hay más que una manera de ver el Ser indemostrable, eterno, inmaculado, más
elevado que el éter, sin nacimiento, la gran Alma eterna... Esa gran Alma, sin
nacimiento, es la misma que reside como alma inteligente en todas las criaturas
vivas, la misma que mora como el éter en el corazón. ¡En él duerme! A ella están sometidas todas las cosas; es el
Soberano Señor de todas ellas. No puede acrecentarse por las buenas obras ni
disminuirse por las malas. Quien todo lo
gobierna es el Soberano Señor de todos los seres, el conservador de todos, el
puente y el soporte de los mundos que les impide caer y destruirse”
(Brihadaranyakopanishad, IV). iv. 20-22 Trad. Del Dr. E. Roer).
Cuando
se considera a Dios como Aquel que desarrolla el universo, aparece con toda
claridad su triple carácter, en Shiva, Vishnu y Brahma, o también en Vishnu
durmiendo sobre las aguas. El Loto nace
de su seno y en el Loto Brahma. El
hombre es igualmente triple según el Mundakopanishad, el yo está condicionado
por el cuerpo físico, el cuerpo sutil y el cuerpo mental, elevándose luego,
fuera de todos esos medios, en el único sin dual. De la Trimurti (Trinidad) proceden los
numerosos dioses encargados de dirigir el universo, y de ella se dicen en él:
“Adorad,
¡OH dioses!, a Aquel que, imagen del año, cumple el ciclo de sus días. Adorad esa Luz de las luces, como la eterna
vida.” (VI –iv – 16.).
Es
superfluo decir que el brahmanismo enseña la doctrina de la reencarnación, pues toda su filosofía de la existencia
descansa sobre la peregrinación del alma a través de sucesivas muertes y
nacimientos. No hay un solo libro que no
reconozca esta verdad. El hombre está
unido por sus deseos a esa rueda de cambio, y en consecuencia debe librarse de
ella por el conocimiento, la devoción y la extinción de los deseos. Cuando el alma conoce a Dios se liberta. La inteligencia purificada por el
conocimiento le contempla. El
conocimiento unido a la devoción halla la morada de Brahma. Quien conoce a Brahma, se convierte en
Brahman. Al cesar los deseos, el mortal
se hace inmortal, y alcanza a Brahma.
El
budismo, en su modalidad septentrional, está completamente de acuerdo con las
religiones más antiguas, pero en su modalidad meridional parece haber
abandonado la idea de la Trinidad Lógica, como la Existencia Una de donde esa
Trinidad procede. El Logos en su triple
manifestación se designa como sigue: Amitabha, el primer Logos, la Luz sin
límites; Avalokitershvara o Padmapani (Chenresi), el segundo; Mandjusri, el
tercero, representa la Sabiduría creadora y corresponde a Brahma. El budismo chino parece que no contiene la
idea de una existencia primera, más allá del Logos; pero el budismo de Nepal
postula a Adi-Buddha de quien Amitabha procede.
Eittel considera a Padmapani como representación de la Providencia
compasiva, y como correspondiente en parte a Shiva, pero como el aspecto de la Trinidad
budista que produce las encarnaciones.
Parece más bien representar la misma idea de Vishnu, al que está
estrechamente unido por el Loto que tiene en la mano (fuego y agua o Espíritu y
Materia como elementos primordiales del universo).
En
cuanto a la reencarnación y al Karma, son en el budismo doctrinas tan
fundamentales, que no es preciso insistir en ello sino para señalar la vía de
la liberación, y para observar que como el Señor Buddha fue un indo que
predicaba a los indos, considera en todo momento en sus enseñanzas que sus
oyentes conocen y profesan las doctrinas brahmánicas. Fue purificador y reformador, pero no
iconoclasta; atacó los errores introducidos por la ignorancia, más no las
verdades fundamentales de la Sabiduría Antigua.
“Los
seres que siguen el sendero de la Ley, que ha sido bien enseñada, alcanzan la
otra orilla del gran mar de los nacimientos y de los muertos, tan difícil de
franquear.” (Udanavarga. XXIX-37)
El deseo es lo que ata al hombre, y debe desembarazarse de
él:
“Para
el preso en las cadenas del deseo es durísimo libertarse, dice el
Bienaventurado. Los hombres constantes
que no se preocupan de la dicha conseguida por los deseos, rechazan sus lazos y
se alejan enseguida (hacia el Nirvana)...
La humanidad no tiene deseos duraderos: los deseos son transitorios en
quienes los experimentan. Libertaos de
lo perecedero y no os detengáis en el lugar de la muerte.” (Ibíd. II-6-8.)
“El
que ha extinguido el deseo de los bienes terrenos, el estado de pecado, los
lazos de la vista y de la carne, que ha descuajado el deseo, ése, digo que es
un Brahman.” (Ibíd. XXXIII-68)
Y
el Brahman es el hombre “que está en su último cuerpo”. Y se dice que está en él, quien “conoce sus
moradas (existencias) anteriores; que ve el cielo y el infierno; el Muni que ha
encontrado el medio de poner fin al nacimiento.” (Ibíd. XXXIII-55.)
En
los exotéricos libros santos hebreos, la idea de la Trinidad no surge
claramente, aunque la dualidad sea evidente, y el Dios de que se habla en ellos
sea sin duda alguna el Logos y no el único Inmanifestado:
“Yo
Soy el Señor y no hay otro; Yo he formado la luz y he creado la obscuridad; he
hecho la paz y he creado el mal; Yo soy el Señor que ha hecho todas esas
cosas.” (Is. XLVII-7.)
Filón,
sin embargo, expone claramente la doctrina del Logos; y se la encuentra también
en el cuarto Evangelio:
“En
el principio era el Verbo (Logos), y el Verbo era con Dios, y el Verbo era
Dios... Todas las cosas fueron hechas
por él; y nada de lo que fue hecho, se hizo sin él.” (
En
la Cábala está claramente enseñada la doctrina del Uno, de los Tres, de los
Siete y de los múltiples:
“El
Anciano de los ancianos, el Desconocido de los desconocidos, tiene forma y al
mismo tiempo no la tiene. Tiene una
forma sobre la que sostiene el mundo. Al
mismo tiempo, no tiene forma, puesto que no puede comprenderse. Cuando revistió en el principio esta forma
(Kether, la Corona, el Primer Logos), dejó proceder de sí nueve luces
brillantes (La Sabiduría y la Voz, que con Kether formaron la Tríada; luego los
siete Sephiroh inferiores...). Es el
Anciano de los ancianos, el Misterio de los misterios, el Desconocido de los
desconocidos. Tiene una forma que le
pertenece, puesto que se manifiesta a nosotros (a través de ella) como el
Hombre Anciano sobre todos, como el Anciano de los ancianos, y como el Supremo
Desconocido entre todos los desconocidos.
Pero bajo esa forma en la que se da a conocer sigue aún desconocido.”
(Zohar— La Cábala, por Isaac Myer, Págs.
274-275.)
Myer
indica que la “forma” no es el Anciano de todos los ancianos, que es el Ain
Soph.
Más adelante dice:
“Hay
en el Santo de Arriba tres luces que se unen en una, y son la base de la Torah,
y ésta abre la puerta a todos... ¡Venid y ved el misterio de la palabra! Aquí hay tres grados y cada uno existe por sí
mismo, y, sin embargo, todos son Uno y están unidos en Uno y no están separados entre sí... Los Tres
proceden de Uno, Uno existe en tres, es la fuerza entre Dos, Dos alimentan Uno,
Uno nutre múltiples lados, y así Todo es Uno.”
(Ibíd. 373-375-376.)
Es
evidente que los hebreos enseñaron la doctrina de la pluralidad de dioses.
“¿Quién es parecido a ti, ¡OH Señor!, entre los dioses?” (Éxodo. XV-II.). Consideraban también multitud de seres
servidores y subordinados: los “hijos de Dios”, los “Ángeles del Señor”, las
“diez cohortes angélicas”.
Sobre el comienzo del universo el Zohar enseña:
“En
el comienzo era la Voluntad del Rey anterior a toda existencia manifestada por
emanación fuera de esta Voluntad. Ella
dibujó y grabó en la luz suprema y resplandeciente del Cuadrante (Tétrada
sagrada), las formas todas de las cosas que, ocultas, debían aparecer manifestarse.” (Myer.__ La Cábala, Págs.
194-195.)
Nada
puede existir en donde la Divinidad no está inmanente. En lo que respecta a la reencarnación, se
enseña que el alma esta presente en la mente divina antes de venir a la
tierra. Si el alma permaneciese pura
durante su prueba, escaparía el renacimiento; pero esto parece que sólo fue una
posibilidad teórica, porque se dice:
“Todas
las almas están sujetas a la revolución (metempsicosis); pero los hombres no
conocen los caminos del Señor, ¡bendito sea!
Ignoran la manera cómo fueron juzgados en todo tiempo: antes de haber
venido a este mundo y después de dejarlo.”
(Ibíd., página 198).
En
las Escrituras exotéricas, así hebraicas como cristianas, se encuentran rastros
de esta doctrina, como, por ejemplo, en la creencia de la vuelta de Elías, y
más tarde en su reaparición en la persona de Juan Bautista.
Si
miramos a Egipto, encontraremos allí desde la antigüedad más remota, la
Trinidad conocidísima de Ra (el Padre); Osiris-Isis, como dualidad o Segundo
Logos; y Horus. Recuérdese el grandioso
himno a Amón-Ra:
“Los
Dioses se inclinan ante Tu majestad exaltando las almas del que las ha
engendrado... y te dicen: Paz a todas las emanaciones del Padre inconsciente de
los padres conscientes de los dioses... ¡OH Tú, productor de los seres!,
adoramos las almas que emanan de Ti. Tú
nos engendras, ¡OH Desconocido!, y te saludamos adorándote en cada alma dios
que desciende de Ti y vive en nosotros.” (Citado en La Doctrina Secreta, Vol.
III, Pág. 486, Edic. Inglesa.)
Los
“Padres conscientes de los dioses” son los Tres Logos; el “Padre inconsciente”
es la Existencia Una, llamada inconsciente porque es infinitamente más y no
menos que la limitación a la que atribuimos el nombre de conciencia.
En
los fragmentos del Libro de los muertos, podemos estudiar las concepciones de
la reencarnación del alma humana, de su peregrinación hacia el Logos y de su
unión fidelísima con El. El famoso
papiro del “escriba Ani triunfante en la paz” está lleno de rasgos que
recuerdan al lector las Escrituras de otras creencias. Tales son su viaje a través del mundo
inferior, la esperanza de restituirse a su cuerpo (forma que toma la
reencarnación en los egipcios), y en fin su identificación con el Logos:
“Osiris
Ani dice: Yo soy el Gran Uno, hijo del Gran Uno. Yo soy el fuego, hijo del fuego... He unido
mis propios huesos y me he hecho entero, sano y joven una vez más. Yo soy Osiris, el Señor de la
eternidad.” (XLIII, i, 4.)
En
el examen crítico del libro de los muertos por Pierret encontramos este
sorprendente pasaje:
“Yo
soy el Ser de los nombres misteriosos, que se prepara a sí mismo las moradas
para millones de años” (Pág. 22).
“Corazón, que me viene de mi madre, mi corazón es necesario a mi
existencia sobre la tierra... Corazón,
que me viene de mi madre, corazón que me es necesario para mi transformación” (Págs. 113-114).
En
la religión de Zoroastro encontramos la concepción de la Existencia Una,
figurada por el espacio ilimitado de donde surge el Logos, Ahura-Mazda el
creador:
“Supremo
en omnisciencia y en bondad, sin rival en esplendor, la región de la luz es la
residencia de Ahura-Mazda.” (The Bundahis. __Sacred Books of the. East V.3-4__V.2)
A
él se rinde homenaje en primer lugar en el Yasna, la principal obra litúrgica
de los zoroastrinos:
“Yo
proclamo y cumpliré mi Yasna (culto) hacia Ahura-Mazda, el Creador, el
radiante, el más grande y el mejor, el más hermoso (?) (Para nuestra
concepción), el más firme, el más sabio y aquel entre todos los seres cuyo
cuerpo es el más perfecto, el que cumple sus fines mas infaliblemente por el
orden equitativo que ha establecido; hacia el que pone nuestras almas en la vía
recta, el que irradia a lo lejos su gracia creadora de alegría, que nos ha
hecho y formado, alimentado y protegido, el Espíritu bienhechor entre todos...”
(S.
B. of the E. XXXI, Págs. 195-196.)
El
adorador rinde luego homenaje a los Ahmeshaspends y a otros dioses; pero el
Dios supremo manifestado, el Logos, no se representa aquel como
Tri-Unidad. Como entre los hebreos, hubo
en el culto exotérico la tendencia a perder de vista esta verdad fundamental. Felizmente podemos encontrar la huella de su
enseñanza originaria, aunque
desapareciera de las creencias populares.
El Dr. Haug, en su Ensayo sobre los Parsis (Vol. V de Trübner´s Oriental
series), dice que Ahura-Mazda (Aubarmazd u Hormazd) es el Ser Supremo y que de
él fueron engendradas “dos causas primordiales, que, aunque diferentes, estaban
unidas y produjeron el mundo de las cosas materiales, así como el mundo del
espíritu” (página 303).
Esos
dos principios fueron llamados gemelos y están presentes en todas las cosas,
así en Ahura-Mazda como en el hombre. El
uno engendra lo real, el otro lo no real, y estos dos aspectos se convirtieron
posteriormente en los genios antagonistas del Bien y del Mal; pero en la
enseñanza primitiva formaban evidentemente el Segundo Logos, cuyo signo
característico es la dualidad.
Lo
bueno y lo Malo son sencillamente la Luz y las Tinieblas, el Espíritu y la
Materia, los gemelos esencialmente de universo, los Dos procedentes del Uno.
Criticando
la idea posterior de los dos genios, dice el Dr. Haug: “Tal es la noción
zoroastriana original de los Espíritus creadores, que forman sencillamente dos
partes del Ser Divino. Pero
ulteriormente, a consecuencia de errores y falsas interpretaciones, esta
doctrina del gran fundador fue adulterada y llegó a corromperse. Spentomainyush (El Espíritu Bueno) fue
considerado como uno de los nombres del mismo Ahura-Mazda, y como razón
Angromainyush (El Espíritu Malo) estaba separado por completo de Ahura-Mazda,
se consideró como su perpetuo enemigo.
Así nació el dualismo de Dios y del Diablo” (Pág. 205).
La
opinión de Dr. Haug parece corroborada por el Gatha Ahunavaiti dado a Zoroastro
o Zaratushtra por los arcángeles el mismo tiempo que otros Gathas.
“En el principio había una
pareja gemela, dos Espíritus, cada uno de actividad particular, a saber: el bien
y el mal... Y esos dos espíritus unidos crearon la primera cosa (las cosas
materiales): uno la realidad, otro la no-realidad... Y para socorrer esta vida
(para acrecentarla) Armaiti acudió con sus riquezas, la inteligencia buena y
verdadera. Ella, la eterna, creó el
mundo material...
Todas
las cosas perfectas, reconocidas como los seres mejores, se recogen en la
morada magnífica de la Buena inteligencia, la Sabia y la Justa.” (Yasna, Págs.
149-151.)
Aquí
encontramos los tres Logos. Ahura-Mazda,
el primero (el principio), la Vida Suprema; en El y por El los dos gemelos, el
Segundo Logos; luego Armaiti, la inteligencia, Creador del Universo, el Tercer
Logos. Mas tarde aparece Mithra y viene
a obscurecer hasta cierto punto, en la religión exotérica la verdad
primitiva. De ella se ha dicho: “Ahura
Mazda la estableció para conservar y velar todo este universo. Nunca dormida, siempre en vela, guarda la
creación de Mazda.” (Mihir. Yast. XXVII. 103.__S.b. of the East, XVIII.)
Mithra
era un dios subordinado, la Luz del Cielo, como Varuna era el cielo mismo, una
de las grandes inteligencias directoras.
Las más elevadas de esas inteligencias fueron los seis Ahmeshaspends,
presididos por Vohuman, el Buen Pensamiento de Ahura-Mazda. Ellos son los “que administran toda la
creación material”. (S. B. of the East, V. Pág. 10, nota.)
La
reencarnación no se consigna en las obras que se han traducido hasta el
presente, y tal creencia no se encuentra tampoco en los países modernos. Pero encontramos en ellos la idea de que el
Espíritu, en el hombre, es una chispa cuyo fin es ser un día llama y reunirse
con el Fuego Supremo; lo cual implica un desarrollo para el cual es
indispensable el renacimiento. El
Zoroastrismo quedará incomprendido mientras no se hallen los Oráculos Caldeos y
los escritos que a ellos se refieren, porque realmente de ahí procede su
origen.
Yendo
hacia Occidente, hacia Grecia,
encontramos el sistema Órfico, del que Mr. G. R. S. Mead nos habla en su obra
titulada Orpheus. La inefable
obscuridad, Tres veces desconocida, tal era el nombre dado a la Existencia Una.
“Según
la teología de Orfeo, todas las cosas proceden de un principio inmenso, al que
la pobre y débil concepción humana nos obliga a designar con un nombre, aunque
sea completamente inefable. Ese
principio es, según el lenguaje referente de los egipcios, una obscuridad tres
veces desconocida, en cuya contemplación toda ciencia se convierte en
ignorancia.” (Thomas Taylor, citado en Orpheus, Pág. 94.)
De
ahí procede la Trinidad Primordial: el Bien universal el Alma universal y la
Mente universal. He aquí, pues,
nuevamente la Trinidad Lógica, Mr. Mead se expresa en los siguientes términos:
“La
primera tríada que se puede manifestar al intelecto no es sino una reflexión o
representación de lo que no puede manifestarse.
Sus hipóstasis son: a) el Bien que es supra-esencial; b) el Alma (el
alma del mundo), esencia auto-determinante; c) El Intelecto (o la
Inteligencia), que es una esencia indivisible e inmutable.” (Ibíd., Pág. 94.)
Luego
viene una serie de Triadas siempre descendentes, que con decreciente esplendor
reproducen las características de la primera hasta llegar al hombre, que
“contiene en sí mismo potencialmente la suma y la substancia del universo... la
raza de los hombres y de los dioses es una”. (Pindar, que era uno de los
pitagóricos, citado por San Clemente, Strom, v, 709.) “Por eso se ha llamado al
hombre microcosmos o mundo pequeño, para distinguirle del macrocosmos, universo
o mundo grande”. (Ibíd., Pág. 271.)
El
hombre posee el vodg (Nous) o
inteligencia real, el soloy (Logos) o
parte racional y el akoyoc (alogos) o
parte irracional; las dos primeras forman cada una Triada nueva, y presentan
así la división septenaria más elaborada.
El hombre era considerado también como poseedor de tres vehículos: el
cuerpo físico, el cuerpo sutil y el cuerpo cruciforme o auyoelong (Augoeides), que
“es el cuerpo causal o vestido Kármico del alma, donde se acumula su destino, o
mas bien todos los gérmenes de la causalidad pasada. Esta es aquí el “alma hilo”, como se le
llama a veces, el cuerpo que pasa de encarnación en encarnación”. (Ibíd., Pág.
284.)
En
cuanto a la reencarnación: “de acuerdo con todos los adeptos a los misterios en
todos los países, los órficos creían en ella”.
(Ibíd., Pág. 292.)
Mr.
Mead cita en apoyo de su aserto numerosos testimonios y demuestra que Platón,
Empédocles, Pitágoras y otros enseñaron tal doctrina. Únicamente por la virtud podían los hombres
ligarse de la “Rueda de las vidas”.
Taylor,
en las notas a sus “Obras Selectas de Plotino”, cita un pasaje de Damascio a
propósito de las enseñanzas de Platón
sobre lo que hay más allá del Uno, la Existencia In-manifestada:
“Parece,
en verdad, que Platón nos lleva inefablemente a través del Uno como
intermediario hasta lo Inefable más allá del Uno, que es actual objeto de
nuestra discusión. Llega por una
ablación del Uno, como llega al Uno por una ablación de las demás cosas... Lo
que está más allá del Uno debe honrarse con perfectísimo silencio... El Uno, en
verdad, quiere existir por sí mismo sin ningún otro. Pero lo Desconocido más allá del Uno es
absolutamente inefable, y confesamos que no podemos conocerle ni ignorarle,
aunque está recubierto por nosotros de un velo de súper ignorancia. Por consecuencia, estando próximo de Eso, el
Uno está por sí obscurecido: pues estando próximo del principio inmenso, si se
me permite decirlo así, está en cierto modo en el santuario de ese silencio
verdaderamente místico... El principio está por encima del Uno y de todas las
cosas, porque es más sencillo que cada uno de ellos” (páginas 341 – 343).
Las
escuelas pitagóricas, platónica y neoplatónica tienen tantos puntos de contacto
con el pensamiento indo y budista que es evidente su derivación de una fuente
única. R. Garbe, en su obra Die Samkhya Philosophie (III. Págs. 85-105) señala esos puntos, y su opinión puede
resumirse así:
Lo
más sorprendente es la semejanza __o mejor dicho, la identidad— de la doctrina
del Uno o del Único en los Upanishads y en la escuela de Elea. La doctrina de Xenófanes sobre la unidad de
Dios y del Cosmos y sobre la inmutabilidad del Único, y más aún la de
Parménides, que consideraba la realidad como atributo exclusivo del Único
increado, indestructible y omnipotente, mientras que todo lo que es múltiple y
está sujeto a cambio sólo es apariencia, y enseña además que ser y pensar no
son sino una misma cosa; semejantes doctrinas son completamente idénticas a la
enseñanza esencial de los Upanishads y a la filosofía Vedanta de donde se
derivan. En época más remota todavía, la
opinión de Tales, de que todo lo existente ha salido del agua, se parece
sorprendentemente a la doctrina védica, según la cual el universo salió del
seno de las aguas. Más tarde Anaximandro
adoptó como origen de todas las cosas una Substancia eterna, infinita e
indefinida de donde proceden todas las
substancias definidas y a la que vuelven; hipótesis idéntica a la que se
encuentra en el fondo de la filosofía Sankhya,
a saber, la Prakriti, fuera de la cual se desarrolla todo el aspecto material
del Universo. Y la frase célebre expresa
la opinión característica de la doctrina Sankhya de que todas las cosas se
modifican continuamente, sin cesar, bajo la actividad incesante de las tres gunas.
Empédocles, a su vez, enseño un sistema de trasmigración y evolución
idéntico en suma al Sankhya, y así su teoría de que nada puede venir a la
existencia si de antemano no existe, presenta una identidad aun más estrecha
con una de las doctrinas características de la citada filosofía.
Las
doctrinas de Anaxágoras y de Demócrito están en muchísimos puntos en íntima
conformidad con las doctrinas indas, especialmente las ideas del segundo sobre
la naturaleza y el papel de los dioses.
Lo mismo puede decirse de Epicuro, sobre todo respecto de algunos detalles. Pero sobre todo en las doctrinas de Pitágoras
encontramos más íntima y frecuente identidad en la enseñanza y en la
argumentación, y la tradición explica esas analogías diciendo que el mismo
Pitágoras visitó la India y aprendió en ella su filosofía.
En
tiempos más recientes vemos que algunas ideas notoriamente sankhyas y budistas
juegan un papel preponderante en el pensamiento gnóstico. El extracto siguiente de Lausen, citado por
Garbe (Pág. 97), nos ofrece un ejemplo:
“El
budismo, en general, establece una distinción clarísima entre el Espíritu y la
Luz, no considerando a esta última como inmaterial. Sin embargo, se encuentra también en esta religión una enseñanza que se aproxima
mucho a la doctrina gnóstica. Según esa
enseñanza, la Luz es la manifestación del Espíritu en la materia, en la que la
Luz puede aminorarse y totalmente obscurecerse.
En este último caso la Inteligencia acaba por caer en completa
inconsciencia. De la Suprema
Inteligencia se dice que no es Luz ni No-luz, ni Obscuridad ni No-obscuridad,
puesto que todas esas expresiones indican relaciones entre la Inteligencia y la
Luz, relaciones que no existen desde el origen; y únicamente cuando más tarde
la Luz envuelve a la Inteligencia, le sirve de intermediaria en sus relaciones
con la Materia. Síguese de ahí que la
Teoría budista atribuye a la Suprema Inteligencia el poder de engendrar la Luz
fuera de sí, y en esto están también de acuerdo el budismo y el gnosticismo.”
Garbe
observa aquí, que la concordancia entre los puntos examinados del gnosticismo
con los de la filosofía Sankhya, es más completa todavía que con el
budismo. Así, mientras esa manera de ver
las relaciones entre la Luz y el Espíritu pertenece a una fase muy reciente del
budismo, y no forma el carácter esencial del mismo, la filosofía Sankhya, por
el contrario, enseña con precisión y claridad que el Espíritu es Luz. Más recientemente aún, la influencia del
pensamiento Sankhya se encuentra claramente notada en los neoplatónicos, hasta
el punto de que la doctrina del Logos o del Verbo, aunque no de origen Sankhya,
revela en sus detalles que fue tomada de la India, donde tan preponderante
papel en el sistema brahmánico desempeña la concepción de Vach, el Verbo
divino.
Pasando
a la religión cristiana, contemporánea de los sistemas gnóstico y neoplatónico,
encontraremos sin esfuerzo la mayoría de las básicas enseñanzas que nos son familiares.
El
triple Logos aparece en la Trinidad. El
primer Logos, fuente de toda vida, es el Padre; el segundo, dualístico, es el
Hijo, el Dios-hombre; y el tercero, la Inteligencia creadora, él es Espíritu
Santo, que al moverse en las aguas del caos da existencia a los mundos. Luego vienen los “siete espíritus de Dios” y
las cohortes de ángeles y arcángeles.
Es
indiscutible la Existencia Una de donde todo procede y a donde todo vuelve,
cuya naturaleza nadie puede descubrir.
Pero los grandes doctores de la iglesia católica postulan siempre la
insondable Divinidad incomprensible, infinita, y, por lo tanto, necesariamente
Una e indivisible. El hombre está hecho
a “imagen de Dios”. Es, pues, triple en
su naturaleza: espíritu, alma y cuerpo.
Es la morada de Dios, el templo de Dios, el templo del Espíritu Santo;
frases que son eco fiel de la enseñanza inda.
En el Nuevo Testamento la doctrina de la reencarnación está más
fácilmente admitida que claramente enseñada.
Así, Jesús, al hablar de San Juan Bautista, declara que es Elías “que
debe venir”, haciendo alusión a las palabras de Malaquias: “Yo os enviaré a
Elías el profeta”. Y más adelante, en otro
lugar, a una pregunta acerca de que la venida de Elías había de preceder a la
del Mesías, contesta: “Elías ha venido ya y ellos no le han conocido”. Vemos a los discípulos sobrentender una vez
más la reencarnación cuando preguntan si un hombre nace ciego en castigo de sus
pecados, Jesús, en su respuesta, no rechaza la posibilidad del pecado prenatal;
se contenta con no considerarlo como causa de la ceguera en aquel caso. La frase tan notable del Apocalipsis (III.
12): “A quien venciere, le haré columna en el Templo de mi Dios, y no saldrá
jamás fuera”, se ha considerado como significativa de la liberación de la
reencarnación. Los escritos de algunos
Padres de la Iglesia abogan con mucha claridad a favor de una corriente
creencia en la reencarnación. Algunos
pretenden que enseñan únicamente la preexistencia del alma; pero semejante
opinión no me parece corroborada por los textos.
La
unidad de enseñanza moral no es menos sorprendente que la identidad de las
concepciones del universo y los testimonios de todos los que, fuera de su
prisión de carne, llegan a la libertad de las esperas superiores. Es claro que ese cuerpo de enseñanza
primordial fue confiado a guardas inteligentes que lo enseñaron en las escuelas
y formaron los discípulos. La identidad
de esas escuelas y su disciplina se evidencia al estudiar su enseñanza moral,
las condiciones impuestas a los discípulos y los estados mentales y morales a
que llegaban.
En
el Tao Teh Ching encontramos una distinción mordaz entre las diversas
categorías de estudiantes:
“Los
estudiantes de la clase más elevada, cuando oyen hablar del Tao, lo practican
sinceramente. Los de la clase media,
tanto parecen seguirle como abandonarle; y los estudiantes de la clase
inferior, cuando oyen hablar de él, se ríen grandemente.” (S. B. of East,
XXXIX. Op. cit. XLI-i).
En el mismo leemos:
El
sabio pone su propia persona la última, hallándola, sin embargo, la primera. La
trata como extraña, y sin embargo la preserva.
¿No es por carencia de fin personal y privado por lo que tales fines se
realizan? (VIII. 2.). Está desprovisto de vanidad y por eso brilla;
no tiene presunción y por eso se le distingue; no se vanagloria y se le
reconoce mérito; no se muestra suficiente y por eso adquiere superioridad; y
porque está libre de toda lucha, nadie puede luchar contra él. (XXII.2.) No hay crimen mayor que alimentar la
ambición; ni calamidad más grande que estar descontento de la propia suerte; ni
falta más gravísima que el deseo de obtener. (XLVI.2.) Para los que son buenos (conmigo), soy bueno,
y también para los que no lo son; así (todos), por ser sinceros. (XLIX.I.) El que posee abundantemente todos los
atributos (del Tao) aseméjase a un niño.
Los insectos venenosos no le morderán, las fieras no le acometerán y las
aves de rapiña no le tocarán. (LV.I.).
Tengo tres cosas preciosas que estimo y guardo con el mayor
cuidado. La primera es la dulzura; la
segunda, la economía; y la tercera, no codiciar lo de otro... La dulzura está segura de vencer aún en el
combate, manteniéndose con firmeza. El
cielo salvará al que la posee, pues (precisamente) su dulzura le protegerá
(LXVII.2-4.)
En
los indos había discípulos escogidos, considerados como dignos de instrucción
especial, a quienes el “Gurú” transmitía la enseñanza secreta, mientras que las
reglas generales de la vida moral pueden recopilarse en las Leyes de Manu. Los
Upanishads, el Mahabharata y muchos otros tratados:
“Que
se diga lo que es verdad y lo que agrada; que no se profiera ni verdad desagradable
ni falsedad agradable: tal es la ley eterna.
(Manu, IV. i38.) No haciendo mal a ningún ser
se acumulan poco a poco méritos espirituales (IV.238.) Para ese hombre dos veces nacido que no
ocasiona el menor daño a los demás seres creados, no habrá daño alguno (de
ninguna parte) el día en que se liberte de su cuerpo. (VI.40.) Aquel que sufre con paciencia las injurias,
no insulta a nadie ni se hace a consecuencia de su cuerpo (perecedero) enemigo
de ninguno. El que no responde con
cólera a la cólera, con su pensamiento fijo en el Yo buscando en el Yo su
refugio, purificados por el fuego de la sabiduría, muchos entran en mi
Ser. (Bhagavad Gita, IV. io) El supremo gozo para el yogui, cuyo manas (la
inteligencia) está en calma, cuya naturaleza pasional está apaciguada, es estar
sin pecado y ser como un Brahman. (VI.27.).
El hombre que no tiene resentimientos con ningún ser, el hombre amigo y
compasivo, sin apegos, sin egoísmos, equilibrado en el placer y en el dolor,
amante de perdón, que siempre está atento, es armonioso, y dueño de sí. Y el que ha consagrado su pensamiento (manas)
y su corazón (buddhi), ese amigo mío, me es querido en verdad.” (XII. 13-14.)
Pasemos
a Buda. Le encontramos rodeado de arhats
a quienes transmite enseñanzas secretas.
Su doctrina pública nos enseña que:
El
sabio, por la sinceridad, la virtud y la pureza, se transforma en una isla que
marea alguna puede sepultar. (Udanavarga, IV. 5) El sabio en este mundo conserva
preciosamente la fe y la sabiduría, que son sus grandes tesoros, y rechaza toda
otra riqueza. (X.9.) Quien alimente
rencor contra los que le quieren mal, jamás podrá ser puro; y en cambio, quien
no lo alimenta, pacifica a los que le odian.
Como el odio es fuente de miseria para la humanidad, el sabio no conoce
el odio. (XIII.12.). Triunfad de la ira
no encolerizándonos, triunfad del mal por el bien, triunfad de la mentira por
la verdad (XX.18.)
El Zoroastrismo enseña a loar a Ahura-Mazda. Dice:
“¿Lo
hermosísimo, lo puro, lo inmortal, lo brillante, todo esto es bueno. Honremos al espíritu bueno, al reino bueno,
la ley buena, y la buena sabiduría. (Yasna, XXXVII.) Que el contento, la bendición, la inocencia
y la sabiduría de los puros descienda a este lugar. (Ibíd., LIX.) La pureza es el mejor bien. Los dichosos son los más puros en pureza
(Ashem vohu.) Todos los buenos
pensamientos, las buenas palabras, las buenas acciones se realizan con
conocimiento. Todos los malos pensamientos,
las malas palabras, y las malas acciones se realizan sin conocimiento. (Mispa Kumata.)” (Extractos del Avesta en
Ancient Iranian and Azoroastrian Morals, por Dhunjibhoy Jamsetji Medhora.)
Los
hebreos tuvieron sus “escuelas de profetas” y en su Cábala y obras exotéricas
encontramos las enseñanzas morales aceptadas:
“¿Quién
subirá la cuesta del Señor y se mantendrá en su santo lugar? El que tenga limpios el corazón y las manos,
el que no esté henchido de vanidad ni jure en falso (PS. XXIV.3, 4.) ¿Qué exige de ti el Señor, sino obrar
justamente, ser misericordioso e ir humildemente con tu Dios? (Mich VI.8.) Los
labios de la verdad se afirmarán para siempre, pero una lengua embustera sólo
durará un instante. (Prov. XII. 19.) ¿Por ventura no es ésta la abstinencia que
escogí? : rompe las ataduras de impiedad, desata los pesados haces, despacha
libres a aquellos que están quebrantados y quebranta todo yugo. Parte con el hambriento tu pan y a los pobres
y peregrinos mételos en tu casa; cuando vieres al desnudo cúbrelo y no
desperdicies su carne (Is. LVIII. 6,7.)”
También
el maestro cristiano tenía enseñanzas secretas para los discípulos y les hacia
esta recomendación: “No arrojéis a los perros lo que es sagrado, ni echéis
margaritas a los puercos.” (Mat.VII.6.)
Para la enseñanza pública podemos tomar las bienaventuranzas del Sermón
de la Montaña así como los siguientes preceptos:
“Más
yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen, y
rogad por los que os persiguen y calumnian...
Sed, pues, perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto.
(Mat.V. 44, 48.) El que halle su alma
la perderá, y el que perdiere su alma por mí la hallará. (X.39.). Cualquiera, pues, que se humillare como este
niño éste es el mayor en el reino de los cielos. (XVIII.4.) Mas el fruto del espíritu es: caridad, gozo,
paz, paciencia benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia,
continencia, castidad. Contra esas cosas
no hay ley. (Galátas. V.22, 23.) Amaos
los unos a los otros, porque el amor viene de Dios y quien ama nace de Dios y
le conoce. (Juan, IV.7.)
La
escuela de Pitágoras y la de los neoplatónicos perpetuaron la tradición en
Grecia. Sabemos que Pitágoras adquirió
parte de su saber en la India, así como Platón estudió y fue iniciado en las
escuelas de Egipto. De las escuelas
griegas tenemos informaciones muy precisas, más que de otra alguna de la
antigüedad. La de Pitágoras tenía
discípulos juramentados de una parte, y de otra una disciplina externa. El círculo interior pasaba por tres grados en
cinco años de prueba. (Para más detalles, véase Orpheus, de G. R S. Mead, Págs.
263 y siguientes) La disciplina externa
se describe así:
“Es menester ante todo entregarnos a Dios por completo. Cuando un hombre reza, no debe pedir ningún
beneficio particular, plenamente convencido de que recibirá lo que es justo y
conveniente, según la sabiduría divina y no según el interés egoísta de sus
deseos. (Diod. Sic. IX.4i.) Únicamente por su virtud llega el hombre a la
bienaventuranza, y esto es privilegio exclusivo
El matrimonio no era unión animal, sino lazos espirituales. Por eso, a su vez, la mujer debía amar al
esposo más que a sí misma y obedecerle en todo.
Es interesante hacer notar que los mejores caracteres de mujer que nos
presenta la Grecia antigua, fueron formados en la escuela de Pitágoras, los
mismos que los
Todo
pitagórico estaba ligado por su palabra, debiendo, en fin, vivir el hombre de
tal modo que estuviese dispuesto a morir en cualquier instante (Hipólito.
Filos, VI. — Ibid. P. 263-267.)
Interesante
es la manera cómo se consideran las virtudes en las escuelas
neoplatónicas. Se establece en ellas
clara distinción entre la simple moralidad y el desarrollo espiritual. En otros términos, como dice Plotino, “el fin
no está en ser inmaculado, sino en llegar a Dios”. El primer grado consistía en hallarse sin
pecado al adquirir las “virtudes cívicas”, que hacen al hombre perfecto en su
conducta (las virtudes físicas y éticas formaban los grados inferiores); la
razón dirigía y embellecí entonces a la naturaleza irracional. Luego venían las “virtudes catárticas”
propias de la razón pura, libertadoras de los lazos de la generación; después
las “virtudes teóricas”, que elevaban el alma al contacto de las naturalezas
superiores a la suya; y finalmente las
“virtudes paradigmáticas”, que le dan a conocer el verdadero ser.
“Síguese
de ahí que el que obra según las virtudes cívicas es un hombre justo, pero el
que obra por las virtudes catárticas únicamente es un hombre demoníaco, o mejor
un buen demonio. El que obra por las
virtudes teóricas, ése es un Dios; y el que lo hace según las virtudes
paradigmáticas, ése es el Padre de los dioses”.
(Nota en La Prudencia intelectual, p.325-332.)
Gracias
a diversas prácticas, los discípulos aprendían a abandonar su cuerpo para
elevarse a regiones superiores. Como una
hierba se saca de su vaina, el hombre interior debía deslizarse de su cubierta
exterior o corporal. El “cuerpo
luminoso” o “cuerpo radiante” de los indos es el “cuerpo fusiforme” de los
neoplatónicos, el en que el hombre se eleva para encontrar el yo, “que no puede
percibirse ni por el ojo ni por la palabra ni por los demás sentidos
(literalmente, Dioses), ni por la autoridad ni por los ritos religiosos. Sólo por la sabiduría serena, por la pura
ciencia, se puede ver, en la meditación, al Único Indivisible. Ese yo sutil lo conocerá la inteligencia en
que la quíntuple vía (los sentidos) esté dormida. La inteligencia de toda criatura está invadida
por esas vías, pero en cuanto se purifica, se manifiesta el Yo en ella”. (Mundakopanishad, III. II, 8, 9.)
Sólo
entonces puede entrar el hombre en la región donde la separación no existe,
donde las “esferas han cesado”. G. R. S. Mead, en su introducción a Plotino de
Taylor, cita un pasaje de Plotino en que
describe una región que es evidentemente el Turîya de los indos.
“Ven
igualmente todas las cosas, no las sometidas a la generación, sino aquellas en
que reside la esencia. Se ven a sí
mismos en las demás. Todo es diáfano en
ese lugar, nada obscuro ni resistente, y todo se ve por cada uno interiormente
y de parte a parte. Como la luz
encuentra en todas partes la luz, pues cada cosa contiene en sí todas las
cosas, ve igualmente todo en cada una.
De suerte que todas las cosas están en todas pares y que todo es
todo. Del mismo modo cada una es
todas. El esplendor en ese lugar es
infinito. Porque todo allí es grande,
incluso lo pequeño. El sol en ese sitio
es al mismo tiempo todas las estrellas y cada una es a su vez el sol y todas
las demás. En cada una, sin embargo,
predomina una cualidad diferente, pues al mismo tiempo todas las cosas son
visibles en cada una. Igualmente, en ese
lugar, el movimiento es puro, porque el movimiento no esta trastornado por un
motor que difiera de él mismo” (p. LXXIII).
Descripción
totalmente insuficiente, porque ésa es una región que ningún idioma humano
puede describir. Únicamente quien tuvo
los ojos abiertos, pudo trazar esas líneas.
Las
concordancias que existen entre las religiones del mundo llenarían seguramente
un gran volumen; pero el imperfecto esbozo que precede debe bastar como
prefacio al estudio de la Teosofía, y como introducción a esta nueva y completa
exposición de las verdades antiguas que alimentaron al mundo. Todas esas semejanzas revelan una fuente
única, y esa fuente es la Hermandad de la Logia Blanca, la Jerarquía de los
Adeptos que velan por la humanidad y la guían en su evolución. Ellas han conservado constantemente intactas
esas verdades, y de cuando en cuando, según las necesidades de las épocas, las
revelaron a los hombres. Frutos de
mundos más elevados, de humanidades anteriores, productos de una evolución
análoga a la nuestra __evolución que nos parecerá más inteligible a completar
nuestro estudio— han venido en auxilio de nuestro globo, y desde los primeros
tiempos hasta el presente, asistidos por la flor de nuestra humanidad, le han
prodigado sus cuidados. Hoy también
instruyen a discípulos ardorosos y los guían por el estrecho sendero. Hoy también puede hallarlos quien los busque,
llevando en la mano, como ofrenda inicial, la caridad, la devoción, el deseo
desinteresado de saber a fin de servir.
Hoy también ordenan la antigua disciplina y descubren los antiguos
misterios. Las dos columnas de la Logia
Blanca son el Amor y la Sabiduría, y a través de su angosta puerta pueden pasar
únicamente los que han desembarazado sus espaldas del fardo del deseo y del
egoísmo.
Larga
tarea nos aguarda. Comenzando por el
plano físico, subiremos lentamente la escala del mundo; pero antes de entrar en
este pormenorizado estudio, nos podrá ser útil echar una ojeada a vista de
pájaro sobre la evolución y su objeto.
Antes
que comenzara a existir nuestro sistema, un Logos lo concibió todo en su
inteligencia. Todas las fuerzas, todas
las formas, todas las cosas que, cada cual a su hora, surgirán a la vida
objetiva, todo está primeramente como idea en el pensamiento divino.
El
Logos trazó entonces la esfera de manifestación en cuyo interior quería
desplegar su energía; y se limitó a sí mismo para ser la vida de su Universo.
A
medida que observamos, vemos dibujarse gradualmente siete zonas sucesivas de
diferente densidad. Siete grandes regiones aparentes, en cada una
de las cuales nacen centros de energía, torbellinos de substancia cósmica que
se separan entre sí. En fin, la separación
y a condensación se efectúan, al menos en lo que respecta a nuestro sistema
actual, y vemos ante los ojos un sol central, símbolo físico del Logos, y siete
grandes cadenas planetarias, compuestas cada una de siete globos. Si limitamos ahora el campo de observación a
la cadena de que forma parte nuestro mundo, la veremos recorrer oleadas
sucesivas de vida, formando los reinos de la naturaleza: primero los tres
reinos elementales; luego los reinos mineral, vegetal, animal y humano. Limitando nuestra mirada al globo terrestre y
a las regiones que le rodean, observaremos la evolución humana, y veremos al
hombre desenvolver su sí mismo su propia conciencia por medio de larga serie de
ciclos vitales.
Concentrando,
en fin, nuestra mirada en un solo individuo, podemos seguir su
crecimiento. Veremos que cada ciclo de
vida contiene una triple división, y que está unido a todos los ciclos pasados
cuyos resultados cosecha, y a todos los ciclos futuros, cuyos gérmenes siembra,
por ley ineludible. De suerte que el hombre
puede subir la pendiente en cada ciclo vital contribuyendo a elevarse en
mayor grado de pureza, de devoción, de
inteligencia y de utilidad, hasta llegar donde están los que llamamos Maestro,
prontos a satisfacer a sus hermanos menores la deuda contraída con los
Mayores.
Acabamos
de ver que la fuente de que todo universo procede es un Ser Divino manifestado,
al que la Sabiduría Antigua, bajo su forma moderna, da el nombre de Logos o
Verbo. Este nombre está tomado de la filosofía griega; pero expresa
perfectamente la idea antigua:
La
palabra salida del Silencio,
La Voz, el Sonido por
el que los mundos surgen a la existencia...
Echemos
desde luego una ojeada sobre la evolución del “espíritu—materia”, a fin de comprender
mejor la naturaleza de los materiales que nos ofrece el plano del mundo físico.
La posibilidad misma de la evolución yace en las potencialidades sumergidas y
ocultas en el espíritu—materia de ese mundo físico. Todo el proceso de la
evolución es un desarrollo gradual, espontáneamente impelido desde el interior
y solicitado exteriormente por seres inteligentes que pueden retardar o
acelerar la evolución, sin sobrepujar nunca la norma de las capacites
inherentes a los materiales. Es, pues,
necesario que nos formemos idea de esas etapas primordiales de llegar a
Ser universal; pero como la tentativa de una dilucidación detallada nos
llevaría más allá de los límites que nos impone este tratado elemental, debemos
contentarnos con una breve exposición.
Saliendo
de las profundidades de la Existencia Una, del inconcebible e inefable Uno, un
Logos se impone a sí mismo un límite, circunscribiendo voluntariamente la
extensión de su propio ser, para determinarse en el Dios Manifestado. Al
trazarse el límite de su esfera de actividad, delimita también el área de su
universo; y en esta esfera nace, evoluciona y muere este universo que en el
Logos vive, se mueve y encuentra su ser. La materia del universo es la
emanación del Logos, y las fuerzas y las energías del universo son las
corrientes de su vida. Es inmanente y penetrante en cada átomo, y sostén donde
se desarrollan todas las cosas. Es el principio y el fin, la causa y el objeto,
el centro y la circunferencia. Es el fundamento inquebrantable sobre lo que todo
respira. Esta en todas las cosas y todas están en él. Él. He aquí lo que los guardianes de la Sabiduría
Antigua nos han enseñado sobre el origen de los mundos manifestados.
Por
la misma fuente sabemos que el Logos se desarrolla en sí mismo, de sí mismo, en
una triple forma.
El
primer Logos, fuente del ser.
De
el procede el segundo Logos, manifestando un doble aspecto, vida y forma,
principio de dualidad; los dos polos de la naturaleza ante la cual se tejerá la
trama del universo:
VIDA- FORMA,
ESPIRITU- MATERIA, POSITIVO-NEGATIVO, ACTIVO RECEPTIVO, PADRE-MADRE DE LOS
MUNDOS
En
fin, el tercer Logos, inteligencia universal, en la que existe el arquetipo de
toda cosa y es fuente de los seres, manantial de las energías formadoras y
tesoro donde están almacenadas todas las formas ideales que se han manifestado
y elaborado en la materia en los planos inferiores durante la evolución del
universo.
Estos
arquetipos son fruto de los universos pasados, transmitidos para servir de
germen al universo presente.
La
manifestación fenoménica de un universo cualquiera, en espíritu y materia, es
finita como extensión y transitoria como duración. Pero las raíces del espíritu
y la materia son eternas.
Un
profundo escritor ha dicho que el Logos percibe la raíz de la materia
(MULAPRAKRITI) como velo que cubre la Existencia Una, el Supremo Brahman
(Parabrahman) según la denominación antigua.
El
Logos se reviste de ese velo para producir la manifestación.
Se
sirve del como de limite voluntariamente impuesto únicamente para hacer posible
su actividad y del toma la materia para elaborar esos universos, siendo la vida
animación que guía y rige toda forma.
(Por esto ciertos libros sagrados de Oriente le llaman El Señor de Maya,
porque Maya o ilusión es el principio de la Forma. La forma se considera como
ilusión a consecuencia de su naturaleza transitoria y de sus perpetuas
transformaciones. La vida expresada bajo el velo de la forma es, al contrario,
la realidad.)
De
lo que pasa en los planos más elevados del universo, el séptimo y el sexto, no
podemos tener sino muy vaga idea. La energía del Logos, al moverse en un
torbellino de inconcebible rapidez, “abre agujeros en el espacio”, en la raíz
de la materia; y ese remolino de vida limitado por una envoltura perteneciente
a Mulaprakriti, forma el átomo primordial. Los átomos primordiales y sus
agrupaciones diversas, diseminados en todo el universo, forman todas las
subdivisiones del espíritu—materia del sétimo plano, una parte de esos
innumerables átomos primordiales determinan torbellinos en el seno de agregados
más densos de su propio plano. El átomo primordial, revestido así de una
cubierta de espirales constituidas por combinaciones más densas del séptimo
plano, viene a ser el último elemento de espíritu—materia, es decir, el átomo
del sexto plano. Los átomos del sexto plano, con la infinita variedad d
combinaciones que forman entre sí, constituyen las diversas subdivisiones del
espíritu—materia del sexto plano cósmico. Y el átomo del sexto plano, a su vez,
determina un torbellino en el seno de los agregados más densos de su propio
plano, y con esos agregados más densos como envoltura, viene a ser lo más sutil
de espíritu—materia, es decir, el átomo del quinto plano. El mismo proceso se
repite luego para formar sucesivamente el espíritu—materia de los planos
cuarto, tercero, segundo y primero. Tales son las siete grandes regiones del
universo, al menos en lo que concierne a su constitución material. Por
analogía, podremos formarnos una idea más clara de ello, cuando comprendamos
perfectamente las modificaciones del espíritu—materia de nuestro propio mundo
físico. (El estudiante encontrará esta concepción más clara si considera los
átomos del quinto plano como Atma, los del cuarto como Atma envuelta en la
substancia de Buddhi, los del tercero como Atma envuelto en la substancia de
Buddhi Manas y Kama; y los del segundo plano como Atma envuelta en la
substancia de Buddhi Manas Kama y Sthula. Sólo la cubierta externa es activa en
cada plano; pero los principios internos, aunque latentes, no dejan de estar
presentes y prontos a despertar a la vida activa en el arco ascendente del
ciclo de la evolución)
Él
término espíritu- materia se emplea con objeto de significar que no hay materia
muerta.
Toda
materia es viva y las partículas más pequeñas tienen vida.
La
ciencia afirma con verdad al decir “no hay fuerza sin materia ni materia sin
fuerza”
La
fuerza y la materia están unidas por indisoluble lazo a través de todas las edades de la vida del universo y
nada puede separarlas.
La
materia es la forma y no hay forma que no exprese vida; el espíritu es vida, y
no hay vida que no este limitada por una forma.
TAMBIEN
EL LOGOS,
EL
SEÑOR SUPREMO, TIENE EL UNIVERSO POR FORMA,
MIENTRAS DURA LA MANIFESTACION.
La
involución de la vida del Logos como fuerza animadora de cada partícula y su
envolvimiento sucesivo en el espíritu- materia de los diferentes planos, de
suerte que los materiales de cada uno, además de las energías que le son
propias, contienen en estado latente u oculto todas las posibilidades de forma
y de fuerza pertenecientes a los planos superiores, esos dos hechos evidencian
la evolución cierta y dan a la mas ínfima partícula las potencias que,
gradualmente transformadas en poderes activos la capacitan para entrar en las
formas de seres mas elevados. La evolución puede resumirse así en una sola
frase, diciendo que”:
Es
el tránsito de las potencias latentes al estado de poderes activos”.
La
segunda gran oleada de evolución, la evolución de la forma del yo—conciencia,
se examinarán más adelante.
Estas
tres corrientes de evolución que pueden observarse en la tierra con relación a
la humanidad; fabricación de materiales, construcción de la casa y desarrollo
del ser que vive en ella, o mejor, según los términos antes empleados,
evolución del espíritu –materia, evolución de la forma y evolución del yo –
conciencia.
Si el lector puede fijarse puede en esta idea,
se obtendrá una indicación precisa y útil para guiarse a través del laberinto
de los hechos.
Podemos
pasar ahora al examen detallado del plano físico, en el que nuestro mundo
existe y al que pertenece nuestro cuerpo carnal.
Lo
que ante todo nos llama más la atención cuando examinamos los materiales de
este plano, es su inmensa diversidad.
Los
objetos que nos rodean son de variedad infinita, minerales, vegetales,
animales, todos difieren en su constitución.
Además
la materia dura o blanda, transparente u opaca, tenaz o maleable, dulce o
amarga, agradable o nauseabunda, coloreada o incolora. De esa conjunción
surgen, como clasificación fundamental los tres grandes estados generales de la
materia: sólido, líquido y gaseoso.
Un
examen más atento nos muestra que los sólidos, líquidos y gases están
constituidos por combinaciones de cuerpos simplicísimos, llamados por los
químicos elementos, que también pueden existir en estado sólido, líquido y
gaseoso sin intercambiar de naturaleza.
Así
el elemento químico oxigeno entra en la composición de la madera formando con
algunos otros elementos las fibras leñosas sólidas; existe igualmente en la
savia, formando con otros elementos una combinación líquida, el agua; y
finalmente subsiste por sí mismo como gas.
Bajo
estas tres condiciones es siempre oxigeno, y puede además reducirse de estado
gaseoso a liquido y de este al sólido sin dejar de ser oxigeno puro; y lo mismo
ocurre con los demás elementos.
Obtenemos
así tres subdivisiones o estados de la
materia en explano físico: los sólidos, los líquidos y los gases. Obtenemos así
tres subdivisiones o estados de la materia en el plano físico: los sólidos, los
líquidos y los gases. Prosiguiendo nuestra indagación encontramos un curto
estado, el éter; e investigaciones todavía más minuciosas nos enseñan que el
éter existe bajo cuatro estados tan claramente definidos como los estados
sólido, líquido y gaseoso. Tomemos el oxígeno como ejemplo. Así como puede
reducirse del estado gaseoso al líquido, y de esta al sólido, también puede
elevarse a partir del estado gaseoso, a través de los cuatro estados etéreos,
de los que el último está constituido por el último átomo físico. Cuando este
átomo físico se descompone, la materia abandona por completo el plano físico y
pasa al plano superior inmediato. La lámina adjunta presenta tres cuerpos en el
estado gaseoso y en los cuatro estados etéreos. Se observará que la estructura
del último átomo físico es la misma para todos, y que la diversidad de los
elementos químicos se debe a la diversidad de combinaciones que forman entre sí
esos últimos átomos físicos. La séptima subdivisión del espíritu—materia física
está formada, pues, por átomos homogéneos. La sexta, por combinaciones
heterogéneas muy sencillísimas de esos átomos, cada una de los cuales se
conduce como unidad nueva. La quinta y la cuarta lo están por combinaciones de
creciente complejidad, condiciéndose cada una también como unidad. La tercera,
en fin, se compone de organizaciones todavía más complicadas, consideradas por
los químicos como los átomos gaseosos de los elementos. En esta subdivisión,
gran número de las combinaciones consideradas ha tomado nombres especiales:
oxígeno, nitrógeno, cloro, etc., y cada combinación nuevamente descubierta otro
nombre a su vez. La segunda subdivisión se compone de combinaciones en estado
líquido; unas consideradas como elementos, como el bromo; otras como
compuestos, como el agua. En fin, la primera subdivisión contiene los sólidos
que se consideran como elementos: yodo, oro, plomo etc; o como compuestos:
madera, piedra, creta, etc.
El
plano físico puede servir de modelo al estudiante, según ese tipo general,
podrá por analogía formarse idea de las subdivisiones del espíritu—materia de
los demás planos. Cuando el teósofo habla de un plano, entiende una región
completamente compuesta del espíritu—materia en todas las combinaciones que se
derivan de un tipo especial de átomo. Tales átomos fundamentales son a su vez
unidades complejas organizadas de materia análoga. Su vida es la vida del
Logos, velada bajo mayor o menor número de envolturas, según el plano
considerado. Su forma se compone de la materia más grosera o materia sólida del
plano inmediato superior. Un plano no es, pues, sólo una idea metafísica, sino
una subdivisión de la naturaleza.
Hasta
ahora hemos estudiado los resultados de la evolución del espíritu—materia en
nuestro mundo físico, subdivisión la más inferior del sistema a que
pertenecemos. Durante edades sin cuento la corriente de evolución del
espíritu—materia formó la substancia cósmica, y en los materiales de nuestro
globo vemos el resultado de ese trabajo de elaboración.
Pero
cuando estudiamos los seres que habitan este mundo físico, tenemos que
considerar la evolución de las formas constituyentes de los organismos aparte
de los materiales.
Cuando
la evolución de los materiales alcanzó un grado suficiente, la segunda gran
oleada de vida procedente del Logos dio el impulso a la evolución de la forma y
fue la fuerza organizadora (En tanto que Atma-buddhi es indivisible en acción,
y por esto denominada la Mónada, todas las formas tienen Atma-Buddhi como vida
reguladora.) de su universo, ayudado en la construcción de formas por medio de
combinaciones de espíritu—materia, por innumerables cohortes de seres llamados
constructores ( Algunos de estos Constructores son inteligencias espirituales
de orden elevadísimo; pero el nombre se aplica también a los elementos o
espíritus de la naturaleza. —V. más adelante el capítulo XII.)
La
vida del Logos que reside en el corazón de cada forma es la energía central
directora y regente.
Es
imposible estudiar aquí al pormenor esa construcción de las formas sobre los
planos superiores. Baste decir que todas las formas existen como idea en la
inteligencia del Logos, y que por esa segunda oleada de vida se manifiesten
para servir de modelos a los constructores. En el tercero y el segundo plano, las
primeras combinaciones de espíritu—materia están organizadas de manera que
pueden fácilmente agruparse en formas para desempeñar momentáneamente el papel
de unidades independientes y encargarse de dar poco hábito de estabilidad al
espíritu—materia cuando se encuentra bajo forma de organismo. Este proceso
determina en el tercero y segundo plano la existencia de tres reinos llamados
elementales, y las de substancia que se
forma en ellos llevan generalmente el nombre de esencia elemental. Esta
esencia se moldea, por agregaciones, en
formas que subsisten cierto tiempo para dispersarse en seguida. La vida
expansiva del Logos, o Mónada, evoluciona descendiendo a través de esos tres
reinos, y alcanza fácilmente el plano físico, donde comienza a agrupar en torno
de ella las partículas de éter que mantiene en formas diáfanas atravesadas por
corrientes vitales. En esas formas se congregan los materiales más densos,
constituyendo los primeros minerales. Estos evidencian admirablemente, como
puede comprobarse viendo cualquier obra de cristalografía, los datos numéricos
y geométricos que sirven para la construcción de las formas. Igualmente nos
aseguramos por muchísimos testimonios, de que la vida obra en todos los cuerpos
minerales, aunque se encuentre en ellos verdaderamente aprisionada, limitada y
reducida en sumo grado. El fenómeno de la “fatiga de los metales” muestra que
son también cosas vivas. Pero baste decir aquí que la doctrina oculta los
considera como tales, puesto que sabe, según acabamos de ver, como la vida se
encuentra involucionada en ellos.
Habiendo
adquirido una gran estabilidad de forma en muchos de los minerales, La Mónada
evolutiva elabora una plasticidad más grande en el reino vegetal, continuando
esa plasticidad con estabilidad provista de organización. Estos caracteres de
estabilidad y plasticidad combinados, adquieren todavía expresión más
equilibrada en el reino animal y alcanzan finalmente el sumo equilibrio en el
hombre, cuyo cuerpo físico está constituido por compuestos más instables, que permiten
una gran adaptación, pero que se unen por una fuerza central de combinación que
resiste a la disgregación general hasta en las condiciones más diversas.
El
cuerpo físico del hombre contiene dos divisiones esenciales; el cuerpo denso,
cuyos elementos están formados de las tres subdivisiones del plano físico,
sólido, liquido y gaseoso; y del doble etéreo, de un gris violeta o azulado
compenetrado con el cuerpo material compuesto de materiales tomados de las
cuatro subdivisiones superiores del mismo plano.
La
función general del cuerpo físico consiste en recibir los contactos del mundo
exterior y transmitirles al interior como efectos materiales para trabajar sobre ellos, a fin de allegar
conocimiento al ser consciente que reside en el cuerpo.
El
doble etéreo llena, además del papel especial de intermediario, el de agente
transformador, gracias al cual la energía vital irradiada por el sol pueda
adaptarse al uso de las partículas más densas.
El
sol separa nuestro sistema el gran observatorio
de fuerzas eléctricas, magnéticas y vitales, que derrama con abundancia.
Estas
corrientes vivificadoras se asimilan por el doble etéreo de los minerales, los
vegetales y los hombres y se transforman en las diversas energías vitales
necesarias para cada ser. (La vida solar
así apropiada recibe el nombre de PRANA y viene a ser el soplo de vida de cada
criatura. PRANA es el nombre que sirve para designar la vida
universal asimilada por una entidad de la que esta separada)
El
doble etéreo las absorbe, las especializa y las distribuye por el cuerpo
material. Se ha observado que, en estado de buena salud, el doble etéreo
transmite también una cantidad de energía vital mucho mayor que la exigida por
el cuerpo físico para su mantenimiento.
El
excedente irradia en todos sentidos y puede utilizarse por los organismos más
débiles.
Se
da el nombre de aura de salud a la porción de doble etéreo que se desborda del
cuerpo físico y que lo rodea algunos centímetros en todos los sentidos.
Se
le puede observa sobre toda la superficie del cuerpo en líneas que irradian
como los radios de una esfera.
Estas
líneas se inclinan hacia el suelo cuando hay poca vitalidad y la salud esta
debilitada; pero cuando las fuerzas reviven, irradian de nuevo
perpendicularmente a la superficie del cuerpo.
Esta
es la energía vital, especializada por el doble etéreo, que el magnetizador
gesta para restaurar las fuerzas o curar la enfermedad, y a la que se mezclan
comúnmente otras corrientes más sutiles.
Tal
es la causa de la depresión de la energía vital que atestigua el agotamiento
del magnetizador cuando prolonga el exceso de trabajo.
El
cuerpo humano es sutil o denso en su contextura, según los materiales tomados
del plano físico para su composición.
Cada
subdivisión de la materia suministra substancias más sutiles o más densas.
Compárese,
por ejemplo, el cuerpo de un carnicero con el delicado sabio. Ambos contienen sólidos; pero cuanto
difiere su cualidad.
Sabemos
también que se puede refinar un cuerpo grosero y hacerse más basto uno delicado.
El cuerpo cambia sin
cesar.
Cada partícula es una
vida y las vidas van y vienen.
Un
cuerpo vibrante las atrae al mismo diapasón que ellas y la rechaza un cuerpo de
naturaleza opuesta.
Todas
las cosas viven en vibraciones rítmicas, se atraen por la armonía y se separan
por la disonancia.
Un
cuerpo puro rechaza las partículas impuras porque tienen una vibración
incompatible con la suya; y al contrario, un cuerpo grosero las atrae por el
acuerdo de esas vibraciones.
De
lo que se infiere que si el cuerpo cambia su ritmo de vibración arroja
gradualmente de su seno los elementos constituyentes que no pueden vibrar al
unísono, reemplazándolos con otros tomados de la naturaleza externa mas en
armonía con él.
La
naturaleza suministra los materiales vibrando según todos los modos posibles y
cada cuerpo ejerce su selección mas adecuada.
En
la construcción primitiva de los cuerpos humanos, la selección debiese a la
Monada de la Forma; pero ahora el hombre es un ser consciente y preside, por lo
tanto, su propia construcción.
Por
su pensamiento hace resonar la tónica de su armonía individual y determina los
ritmos que son los factores más poderosos en las modificaciones continuas de su
cuerpo físico y sus demás cuerpos.
A
medida que aumenta su conocimiento, aprende a edificar su cuerpo físico con
ayuda de una nutrición pura, facilitando él ponerle a diapasón. Aprende así a
vivir según el axioma de la pureza: “Alimento puro, pensamiento puro y un
continuo recuerdo de Dios”.
La
criatura más elevada, si vive sobre el plano físico, es sobre este plano el
virrey del Logos, responsable según la extensión de sus poderes, del orden,
paz, y buena armonía que debe reinar en dicho plano.
Y
ese deber no pude cumplirse sin la triple condición que acabamos de enunciar.
El cuerpo físico, al tomar sus
elementos de todas las subdivisiones del plano físico, es apto para recibir
impresiones de toda clase y responder a ellas.
Los primeros contactos serán las
más sencillas y groseras clases, y como la vibración emitida por la vida interior en respuesta a la
excitación externa suscita entre las moléculas del cuerpo movimientos
correspondientes, poco a poco el sentido del tacto se desarrolla sobre la superficie del organismo permitiendo
reconocer la presencia de objetos.
A medida que se forman los
órganos especiales, para recibir las vibraciones de determinados géneros, el
valor del cuerpo aumenta y se prepara para ser un dic en explano físico el
vehículo de una entidad propiamente consciente.
Cuantas mas impresiones diversas
puede recibir, mayor Será su utilidad, porque solo las impresiones a que pueda
responder llegaran a la conciencia de ser encarnado.
Aun
ahora, a nuestro alrededor, en la naturaleza física, hay una infinidad de
vibraciones que se nos escapan por completo, porque nuestro cuerpo físico es
incapaz de recibirlas, es decir, de vibrar al unísono.
Bellezas
inimaginables, sonidos armoniosos y sutilidades delicadas chocan contra los
muros de nuestra prisión y pasan inadvertidas.
Aun
no se ha desarrollado el cuerpo perfecto que vibrara respondiendo a todos los
estremecimientos de la naturaleza como arpa cólica al soplo del céfiro.
Cuando
el cuerpo puede recibir las vibraciones las trasmite a los centros físicos de
su sistema nervioso sumamente complejo. Igualmente las vibraciones etéreas que
acompañan a todas las vibraciones de los materiales más densos, se reciben por
el doble etéreo y se transmiten a los centros correspondientes.
La
mayoría de las vibraciones de la materia densa se transforman en energía
química, en calor o en otras formas de energía física.
Las
vibraciones etéreas ocasionan acciones magnéticas y eléctricas y se transmiten
al cuerpo astral, donde alcanzan la inteligencia.
Así
es como las informaciones del mundo exterior llegan al ser consciente que
habita en él cuerpo o al “Señor del cuerpo” como se le llama a veces.
A
medida que las vías de información se perfeccionan por el ejercicio del ser
consciente se desarrolla gracias a los materiales que suministran a su
pensamiento.
Ahora
bien:
El
bien: hombre de nuestros días ha evolucionado todavía poco y su doble etéreo no
es suficientemente armónico para transmitirle regularmente las impresiones
recibidas independientemente del cuerpo material, así como tampoco, para
fijarlas en el cerebro.
A
veces sin embargo, la transmisión se efectúa y tenemos entonces la
clarividencia en su forma más inferior, visión por el doble etéreo de los objetos
cuya envoltura más material es un cuerpo etéreo.
Como
veremos hombre anima una serie de vehículos: físico, astral y mental, y es
importante saber y recordar que, en nuestra evolución ascendente, el vehículo
inferior, el cuerpo físico denso, es el primero que rige y racionaliza la
conciencia.
El
cerebro físico es el instrumento de la conciencia en estado de vigilia sobre el
plano físico, y en el hombre puro evolucionado la conciencia funciona aquí de un
modo más efectivo que en cualquier otro vehículo. Sus potencias son inferiores
a las de los vehículos más sutiles, pero sus realizaciones son más grandes, y
el hombre se conoce como “yo” en el cuerpo físico antes de descubrirse en los
demás.
Pero
si esta mas evolucionado que el promedio de su raza, no se revelara aquí abajo
sino en los limites permitidos por su organismo físico, porque de conciencia
únicamente puede manifestar sobre el plano físico lo que el vehículo físico es
capaz de recibir.
En
general el cuerpo denso y el cuerpo etéreo no se separan jamás en la vida
terrestre.
Funcionan
juntamente, en el estado normal, como las cuerdas altas y bajas de un mismo
instrumento cuando se efectúa un acorde; pero ejercen además funciones
distintas, aunque coordinadas. En condiciones de poca salud o de
sobreexcitación nerviosa el doble etéreo puede proyectarse anormalmente en gran
parte fuera del cuerpo denso.
Este
ultimo tiene entonces una conciencia muy vaga o se haya en estado de trance
según sea la mayor o menor proporción de substancia etérea exteriorizada. Los
anestésicos del cuerpo la mayor parte
del doble etéreo, de suerte que la conciencia no puede afectar su vehículo
material ni ser afectada por él, rompiéndose el lazo de comunicación.
En
las personas de organización ahora llamadas MEDIUMS, la separación del cuerpo
etéreo y del cuerpo denso se efectúa fácilmente, y el doble etéreo
exteriorizado suministra en gran medida la base física necesaria a las
“materializaciones”.
Al
dormir, cuando la conciencia deja el vehículo físico que utiliza en estado de
vigilia, el cuerpo denso y el cuerpo etéreo descansan conjuntamente.
Pero
en la vida del sueño físico funciona
independientemente uno del otro hasta cierto punto.
Las
impresiones recibidas en la vigilia se producen automáticamente en el cuerpo, y
el cerebro material y el cerebro etéreo se llenan ambos de imágenes
fragmentarias e incoherentes, donde las vibraciones se atropellan, por decirlo
así, entre ellas mismas, produciendo las combinaciones más grotescas.
Las
vibraciones externas vienen igualmente a afectar esos dos vehículos, y las
combinaciones (asociaciones) frecuentemente repetidas en estado de vigilia son
traídas nuevamente a la actividad por corrientes astrales de la naturaleza
análoga.
Las
imágenes producidas en nuestro sueño engendradas espontáneamente o suscitadas por una fuerza externa, se hallan
determinadas en gran parte por la pureza o impureza de nuestros pensamientos en
estado de vigilia.
Al acaecer el fenómeno que se
llama muerte, la conciencia se evade y despoja al cuerpo etéreo de la envoltura
densa.
Rompe así el lazo magnético que
unía esas dos partes del cuerpo físico en la vida terrestre, y el ser
consciente permanece envuelto por algunas horas, en su vestido etéreo.
A veces se manifiesta en tal estado a las personas que están cerca del. Bajo una forma nebulosa, vagamente
consciente y muda; el fantasma.
El doble puede igualmente verse
después que el ser consciente se ha
evadido del, flotando sobre la tumba donde el cadáver material yace, y se
disgrega lentamente con el tiempo.
Cuando llega el momento de
renacer, el cuerpo denso, en su desarrollo prenatal, sigue paso a paso al doble
etéreo que esta constituido gradualmente con anticipación. Puede decirse que esos dos cuerpos determinan los límites en que el ser consciente ha de vivir y trabajar durante su vida
terrestre. Este asunto se esclarecerá más completamente en el capítulo IX, que
tiene por objeto el Karma.
El plano astral es la región
del universo vecina, si podemos emplear esta palabra, del plano físico.
En
el plano astral la vida es más activa y la forma más plástica que en él físico.
El
espíritu –materia se encuentra allí, por lo tanto, más altamente vitalizado y
más sutil que en todos los grados del mundo físico.
En
efecto: según hemos visto ya, el último átomo físico que constituye el éter más
sutil, tiene como envoltura innumerables agregados de la materia astral más
grosera.
Se
dice la palabra vecino la cual es muy impropia, porque sugiere la idea de que
los planos del universo están dispuestos en zonas concéntricas de modo que al
término de uno señale el principio del otro; cuando más bien son esferas
concéntricas penetradas mutuamente y separadas entre sí, no por oposición, sino
por diferencia de constitución; lo mismo que el aire y el agua y el éter en el
sólido más denso, la materia astral penetra en toda la sustancia física.
El
mundo astral está sobre nosotros, bajo nosotros, alrededor de nosotros y
también nos atraviesa.
Vivimos
y nos movemos en él, pero es intangible, invisible, silencioso e imperceptible,
porque estamos separados de él por la presión del cuerpo físico, y las
partículas físicas son demasiado densas para vibrar bajo la acción de la
materia astral.
En
este capítulo vamos a estudiar el aspecto general del plano astral, dejando a
un lado, para considerarlas separadamente, las condiciones especiales que
presenta la vida de ese plano con relación a los seres humanos que lo
atraviesan llenándolo de la tierra al cielo.
El
espíritu—materia del plano astral tiene subdivisiones análogas a las del plano
físico que acabamos de describir en el capítulo dedicado a dicho plano.
Encontraremos
aquí, como en el plano físico, innumerables combinaciones que forman los
sólidos, los líquidos, los gases y los éteres astrales.
Pero
en este plano la mayoría de las formas materiales tienen, cuando se las compara
con las formas del plano físico, un brillo y una traslucidez que les ha valido
el epíteto impropio, pero que aceptado por el uso no hemos de cambiarlo.
Como
no hay nombres especiales para las subdivisiones del espíritu—materia astral,
podemos emplear las designaciones terrestres.
La
idea esencial que hemos de fijar, es lo que los objetos astrales son combinaciones
de materia física, y que la disposición del mundo astral se asemeja muchísimo a
la de la tierra, estando constituida en gran cantidad por los dobles astrales
de los objetos físicos.
Una
particularidad, sin embargo, detiene y desconcierta al observador poco
acostumbrado, en parte, a causa de la traslucidez de los objetos astrales, y en
parte también a consecuencia de la naturaleza misma de la visión astral (la
conciencia está menos sujeta en la materia astral sutil que en su prisión
terrestre); toda cosa es transparente: en anverso y el reverso, lo interior y
lo exterior, son visibles al mismo tiempo.
Hace
falta mucha experiencia para ver correctamente los objetos, y aquel que ha
desarrollado la visión astral sin estar todavía al corriente de su empleo, se
expone a ver todas las cosas trastocadas y a cometer los más disparatados
yerros.
Otra
característica sorprendente, que desconcierta a veces al principiante, es la
rapidez con que cambian de contornos las formas astrales, sobre todo las que no
se relacionan con ninguna matriz terrestre.
Una
entidad astral puede modificar su aspecto por completo con pasmosa rapidez,
porque la materia astral toma forma bajo cada impulso del pensamiento, y la
vida retoca constantemente esa forma para darse nueva expresión.
Cuando
la gran oleada de vida de la evolución de la forma atraviesa de alto a bajo el plano astral, constituyendo
sobre este plano el tercer reino elemental, la Mónada atrae a su alrededor
combinaciones de materia astral, y da esas combinaciones, conocidas con el
nombre de esencia elemental, una vitalidad particular y la propiedad
característica de tomar forma instantáneamente bajo el impulso de las
vibraciones mentales.
Esa
esencia elemental forma muchísimas variedades en cada subdivisión del plano
astral.
Podemos
formarnos una idea de ello suponiendo el aire visible; fenómeno producido por
un gran calor que hiciese la atmósfera perceptible bajo la forma de ondas
vibrantes, y que nos pareciera animado de un movimiento ondulatorio continuo
iluminando de cambiantes colores como los del nácar.
Esa
misma atmósfera elemental responde sin cesar a las vibraciones del pensamiento,
del sentimiento y del deseo.
Las
formas surgen en ella bajo el impulso de esas fuerzas como las burbujas en el
agua hirviente.
La
duración de la forma así engendrada depende de la fuerza de impulsión que la
origina; la nitidez de sus contornos, de la precisión del pensamiento; y su
coloración, de la cualidad del mismo. (Intelectual, religioso, pasional, etc.)
Los
pensamientos vagos e inconsistentes que engendran con frecuencia las
inteligencias poco desarrolladas, reúnen en torno de ellos, cuando llegan al
mundo astral, nubes difusas de esencia elemental que van de aquí para allá
atraídas por otras nubes de análoga naturaleza, se detienen en el cuerpo astral
de las personas cuyo magnetismo bueno o malo los atrae y se disuelven al fin
después de cierto tiempo para reintegrarse en la atmósfera general de esencia
elemental.
Mientras
conservan su existencia separada, son entidades vivas que tienen por cuerpo la
esencia elemental y por vida animadora un pensamiento.
Se
les da entonces el nombre de elementales artificiales o pensamientos—formas.
Los
pensamientos claros y precisos tienen forma definida, un contorno firme y
limpio y su aspecto varía al infinito.
Están
modeladas por la vibraciones del pensamiento de un modo análogo al de las
figuras que encontramos en el plano físico determinadas por las vibraciones del
sonido.
Las
figuras vocales y las figuras mentales ofrecen gran analogía entre sí, porque
la naturaleza, a pesar de su infinita variedad, es en cuanto a sus principios
muy económica y reproduce los mismos procedimientos operatorios en todos los
planos sucesivos a su imperio.
Esos
elementales artificiales, claramente delimitados, tienen una vida más larga y
más activa que sus hermanos nebulares, y ejercen una acción muchísimo más
poderosa sobre el cuerpo astral, y a través de él sobre el mental, de aquellos
de donde han salido.
Originan
por su contacto vibraciones análogas a ellos y los pensamientos se extienden
así de inteligencia a inteligencia sin necesidad de expresión física.
Además
pueden dirigirse por el pensador hacia la persona que desea alcanzar, y su
potencia depende de la fuerza de su voluntad y de la intensidad de su potencia
mental.
En
los hombres de cultura media, los elementales artificiales creados por el
sentimiento o el deseo son más vigorosos y precisos que los creados por el
pensamiento.
Así,
una explosión de ira dará una potente fulguración roja, claramente dibujada, y
una cólera sostenida engendrará un peligroso elemental de color rojo,
puntiagudo, dentellado, pero bien organizado para dañar.
El
amor, según su cualidad, determinará formas más o menos admirables de color y
de dibujo, que podrá ofrecer todos los tonos desde el carmín hasta los matices
más exquisitos y delicados del rosa, semejantes a los pálidos reflejos de la
aurora o del crepúsculo, en nubes difusas o en formas protectoras de vigorosa
ternura.
Comúnmente
las amantes oraciones de una madre afectan formas angélicas cerca del hijo, que
apartan de él las influencias perniciosas que sus propios pensamientos pudieran
atraer.
Un
rasgo característico de esos elementales, es que dirigidos por la voluntad
hacia determinada persona, están animados de la tendencia a cumplir la voluntad
del ser que los crea.
Un
elemental protector se colocará cerca de su objeto, buscando todas las
oportunidades de alejar el mal, de atraer el bien, no conscientemente, sino por
espontáneo impulso que lleva por la línea de menor resistencia.
Del
mismo modo, un elemental animado por un pensamiento malo, gravitará alrededor
de su víctima espiando la ocasión para dañarle.
Pero
ni uno ni otro pueden producir impresión, a menos que haya en el cuerpo astral
de la persona a quien se dirigen algún elemento susceptible de vibrar acorde
con ellos facilitando su fijación.
Si
no encuentra en esa persona materia análoga para ello, entonces, por una ley de
su misma naturaleza, vuelven a lo largo de la trayectoria que han recorrido,
siguiendo la estela magnética que han dejado tras si y caen sobre su propio
creador con una fuerza proporcional a la de su proyección.
Conocidos
son los casos en que un pensamiento de odio mortal, impotente para alcanzar a quien
iba dirigido, a causado la muerte de su proyector.
En
cambio los pensamientos saludables, dirigidos a una persona indigna, recaen
como bendiciones sobre aquel que los engendra.
La
comprensión, siquiera rudimentaria, del mundo astral, obrará como poderoso
estímulo del buen pensamiento.
Hará
nacer en nosotros la noción de una gran responsabilidad respecto a los
pensamientos, las emociones y los deseos que hemos desencadenado en esa región.
Hay
muchas fieras, que desgarran y devoran, entre los pensamientos de que el hombre
puebla el plano astral.
Pero
por ignorancia y no sabe lo que hace.
Uno
de los fines que se propone la enseñanza teosófica levantando parcialmente el
velo del mundo desconocido, es dar a los hombres una base más firme de
conducta, una apreciación más racional de las causas sólo visibles por sus
efectos en el mundo terrestre.
Pocas
doctrinas hay más importantes por su alcance moral que esta doctrina de la
creación y dirección de los pensamientos—formas, o elementales artificiales.
Por
ella aprende el hombre que el pensamiento no le afecta exclusivamente, que sus
pensamientos no le afectan a él solo, sino que en cada instante de su vida pone
en libertad, en el ambiente, ángeles y demonios de cuya creación es responsable
y de cuya influencia se le pedirá cuenta.
Al
conocer la ley regularán los hombres su pensamiento en concordancia de la
misma.
Si
en vez de considerar los elementales artificiales separadamente, los tomamos en
conjunto, comprenderemos sin dificultad la importante acción que ejercen en la
producción de los sentimientos nacionales y de la raza, y por lo tanto en la
formación de los prejuicios.
Todos
crecemos en una atmósfera en que pululan elementales acopiadores de ciertas
ideas.
Los
prejuicios nacionales, la manera nacional de considerar las cosas, los tipos
nacionales de sentimiento y de pensamiento, todo eso obra sobre nosotros desde
que nacemos y aun antes de nacer.
Todo
lo vemos a través de esa atmósfera que refracta más o menos los pensamientos y
en la que vibra nuestro propio cuerpo astral acordonándose con ella.
De
ahí que la misma idea sea apreciada diferentemente por un indo, un inglés, un
español o un ruso.
Las
concepciones fáciles para uno son casi inabordables para otro.
Estamos
todos dominados por nuestra atmósfera nacional, es decir, por esa porción del
mundo astral que más inmediatamente nos rodea.
Los
pensamientos de los demás, vaciados así en el mismo molde, obran sobre nosotros
y provocan vibraciones sincrónicas, refuerzan los puntos de concordancia que
nos rodean y afinan y suavizan las divergencias.
Esa
influencia continua, sufrida por medio de nuestro cuerpo astral, nos imprime el
sello nacional y traza en nuestras energías mentales los canales por donde se
deslizarán más fácilmente.
Día
y noche esas corrientes influyen sobre nosotros y la misma inconsciencia en que
nos hallamos sobre su acción nos la hace más afectiva.
Como
la mayoría de las gentes tiene más receptividad que iniciativa, reproduce así
automáticamente los pensamientos que hasta ellos llegan.
Y
de esa manera se alimenta y refuerza la atmósfera nacional.
Cuando
el hombre comienza a ser sensible a las influencias astrales ocurre, a veces
que se abate de pronto, o se siente por lo menos exaltado por un terror
completamente inexplicable y casi irracional, que arroja sobre él una fuerza
capaz de paralizarle.
Toda
resistencia es inútil contra ello y no puede por lo menos de indignarse quien
la sufre.
La
mayoría de los hombres han debido experimentar más o menos, en tal caso, ese
temor indefinible, ese dolor, al aproximarse un invisible no sé qué, el
sentimiento de una presencia misteriosa, de no estar solo.
Este
sentimiento procede, en parte, de una hostilidad que anima al mundo elemental
natural contra la raza humana, hostilidad debida a la reacción sobre el astral
de las fuerzas destructoras puestas en juego por la humanidad en el plano
físico.
Pero
es también atribuible a la presencia de elementales artificiales de naturaleza
hostil, engendrados por el pensamiento del hombre.
Los
pensamientos de odio, envidia, venganza, rencor, mala intención y descontento
se producen por millones, de suerte que el plano astral esta lleno de
elementales artificiales cuya vida consiste en tales sentimientos.
¡Qué
oleadas de desconfianza y de suspicacia nos encontramos también, como veneno
arrojado por el ignorante contra todos los que por su maneras o su aspecto
tienen para él algo raro y poco común!
La
ciega desconfianza respecto de todo forastero, el desdeñoso menosprecio hacia naturales
de otras comarcas, contribuyen también a las malas influencias del mundo
astral.
Tales
pensamientos crean día y noche en el plano astral legiones ciegamente hostiles,
y el choque sobre nuestro propio cuerpo astral engendra ese sentimiento de
terror vago, resultante de las vibraciones antagónicas que se sienten sin poder
comprenderlas.
Además
de los elementales artificiales, el mundo astral contiene una población densa,
en la que se omiten, como lo hacemos aquí, los seres humanos desembarazados de
su cuerpo físico por la muerte.
Encontramos
aquí innumerables legiones de elementales naturales o espíritus de la
naturaleza, divididos en cinco clases: del éter, del fuego, del aire, del
agua y de la tierra.
Los
cuatro últimos fueron llamados por los ocultistas de la Edad Media:
salamandras, silfos, ondinas y gnomos.
Es
inútil decir que otras dos clases complementan el septenario; pero no nos
interesan por ahora, puesto que aun no se manifiestan.
Estos
son los verdaderos elementales o criaturas de los elementos tierra, agua, aire,
fuego y éter.
Estos
seres tienen por misión realizar las actividades que se refieren a sus
elementos respectivos.
Constituyen
los canales a través de los que las energías divinas operan en medios diversos;
y son en cada elemento la expresión viva de la ley.
A
la cabeza de cada una de esas divisiones se encuentra un Ser superior (I)
(llamados deva o dios por los indos. —El estudiante querrá conocer, sin duda,
los nombres sánscritos de los cinco dioses de los elementos manifestados. Helos
aquí: Indra, señor del Akasha o éter del espacio. Agni, señor del fuego.
Pavana, señor del aire. Varuna, señor del agua. Kshiti, señor de la tierra),
jefe de un ejército poderoso, inteligencia suprema y directora de la
demarcación de la naturaleza que los elementales de la clase considerada
administran y en donde realizan sus energías.
Agni,
el dios del fuego, es, por lo tanto, una entidad espiritual superior que
preside las manifestaciones del fuego en todos los planos del universo y ejerce
su administración por medio de las legiones de elementales del fuego.
Una
vez conocida la naturaleza de esos seres y los métodos que permiten dirigirles,
se hacen posibles y comprensibles los llamados milagros u obras mágicas, que
atraen de cuando en cuando la atención de la prensa.
El
procedimiento es el mismo, ya se admita francamente como resultado de las artes
mágicas, ya se atribuya a los espíritus.
Existen
personas que pueden tomar en sus manos una braza de carbón encendido sin
experimentar daño alguno.
El
fenómeno de la levitación (suspensión de un cuerpo grave en el aire sin sostén
visible) y el que consiste en andar sobre el agua, pueden efectuarse con el
auxilio de los elementales del aire y del agua respectivamente, aunque se
emplee con frecuencia otro método.
Como
los elementos entran en la constitución del cuerpo humano y uno de ellos
predomina en él según la naturaleza de la persona, todo ser está relación con
los elementales, y aquellos que particularmente le son favorables predominan en
el mismo.
Las,
consecuencias de este hecho, frecuentemente observable, se atribuyen por el
vulgo a la “suerte”.
Se
dice que una persona “tiene buena mano” para los cuidados de las plantas, para
encender el fuego o para encontrar manantiales, etc.
La
naturaleza, con sus fuerzas ocultas, nos advierten a cada paso; pero somos muy
tardos en recibir sus indicaciones.
La
tradición oculta muchas veces una verdad en un proverbio o en una fábula; pero
nosotros hemos pasado ya, según parece, la edad de todas esas “supersticiones”.
Encontramos
igualmente en el plano astral espíritus de la naturaleza—este nombre les cuadra
mejor que el de elementales—que se ocupan de la construcción de formas en los
reinos mineral, vegetal, animal y humano.
Hay
espíritus de la naturaleza que dirigen las energías vitales en las plantas, que
construyen los cuerpos, molécula por molécula, en el reino animal, y que
presiden la construcción del cuerpo astral de los minerales, las plantas y los
animales, así como de la construcción del cuerpo físico humano.
Tales
son la hadas y los silfos de las
leyendas, “los seres pequeños” que juegan tan gran papel en la demótica o
folklore en cada nación, los niños encantadores e irresponsables de la
naturaleza, fríamente relegados por la ciencia en manos de las nodrizas.
Día
vendrá en que los sabios más esclarecidos de futuras épocas los restituyan al
lugar que les corresponde en el orden natural; pero entre tanto el poeta y el
ocultista creen en su existencia, uno por la intuición de su genio y otro por
la visión de sus sentidos internos ampliamente desarrollada.
La
multitud se burla de ambos, del segundo sobre todo; pero no importa: la
sabiduría se rehabilitará un día por sus hijos.
La
circulación activa de las corrientes de vida en el doble etéreo de las formas
minerales, vegetales y animales, despierta poco a poco de su estado latente la
materia astral implicada en su constitución atómica y molecular.
Semejante
materia empieza a vibrar muy débilmente primero en los minerales.
La
Mónada de la Forma ejerce su poder organizador y atrae sobre sí algunos
materiales con cuya ayuda los espíritus de la naturaleza construyen el cuerpo
astral mineral, masa difusa sin organización precisa.
En
el reino vegetal, el cuerpo astral se encuentra más organizado y comienza a
manifestarse su característica especial: la sensación; así pueden observarse en
la mayoría de las plantas, sensaciones sordas y difusas de bienestar o de
enfermedad, que son el resultado de la actividad creciente del cuerpo astral.
Las
plantas gozan vagamente del aire, del sol y de la lluvia, que buscan como a
tientas, mientras se alejan cuando esas condiciones son nocivas.
Unas
buscan la luz, otras la oscuridad, responden a las excitaciones y se adaptan a
las condiciones externas; en fin, en algunos tipos más elevados, aparece
definido el sentido del tacto.
En
el reino animal, el cuerpo astral está más desarrollado, y en los individuos
superiores alcanza una organización bastante clara para mantener su conexión
durante cierto tiempo después de la muerte del cuerpo físico, y para tener
existencia independiente en el plano astral.
Los
espíritus de la naturaleza que presiden la construcción del cuerpo astral
animal y humano han recibido el nombre especial de elementales del deseo (I)
(Se les llama kamadevas, dioses del deseo) Porque están poderosamente animados
por deseos de toda clase que introducen continuamente en la constitución de los
cuerpos astrales del hombre y de los animales, las variedades de esencia
elemental análogas a las de que su propia forma está compuesta, de suerte que
esos cuerpos adquieren, como parte integrante de su estructura, los centros
sensoriales y las diversas actividades pasionales.
Esos
centros se excitan a la actividad por los impulsos que reciben de los órganos
físicos densos y se trasmiten a través de los órganos físicos etéreos hasta el
cuerpo astral, y mientras los centros astrales no son atacados, el animal no
experimenta ni placer ni dolor.
Herid
una piedra y no expresará dolor; contiene moléculas físicas densas y etéreas,
pero no tiene cuerpo astral organizado.
El
animal, en cambio, siente dolor inmediatamente al choque, porque posee centros
astrales de sensación, que los elementales del deseo han tejido con su propia
naturaleza.
Como
en la obra de esos elementales sobre el cuerpo astral interviene una nueva
consideración, terminaremos desde luego la revista de habitantes del plano
astral, antes de pasar al examen de la forma astral humana más compleja.
Según
acabamos de decir, el cuerpo del deseo (I) (Kamarupa
es el nombre teosófico del cuerpo astral, de Kama, deseo, y rupa, forma.), O
cuerpo astral de los animales lleva en el plano astral existencia
independiente, aunque efímera, así que la muerte destruye su envoltura física.
En
los países “civilizados” esos cuerpos astrales animales contribuyen muchísimo
al sentimiento general de hostilidad de que se ha hablado más arriba.
La
matanza organizada en los mataderos y la afición al deporte de la caza, lanzan
todos los años al mundo astral millones de seres llenos de horror, de temor y
de aversión hacia el hombre.
El
número comparativamente mínimo de los seres a quienes se deja morir en paz, se
pierde entre las innumeras legiones de los asesinados; y las corrientes que
engendran, arrojan del mundo astral sobre las razas humanas y animales
influencias que tienden a acrecentar su división porque de un lado suscitan el
temor y la desconfianza “instintivas” y de otro la propensión a la crueldad.
Semejantes
sentimientos se han excitado sobremanera hace algunos años por los métodos
fríamente meditados de tortura científica, conocidos con el nombre de
vivisección; métodos cuyas crueldades sin cuento han introducido nuevos
horrores en el mundo astral por su reacción sobre los culpables, agregando al
mismo tiempo el abismo que separa al hombre de sus “pobres parientes”.
Independientemente
de lo que podemos llamar la población normal del mundo astral, encuéntrense en
él transeúntes llevados por su trabajo y que no podemos por menos de mencionar.
Algunos
de ellos vienen de nuestro propio mundo terrestre, mientras otros vienen de
regiones elevadas.
Entre
los primeros, muchos son Iniciados de diversos grados, algunos de ellos
miembros de la Gran Logia Blanca, la Hermandad del Thibet o del Himalaya, como
se la llama frecuentemente (I) (Algunos miembros de esta Logia han dado
origen a la Sociedad Teosófica), mientras que otros pertenecen a diferentes
logias ocultas extendidas por el mundo, cuyo color característico varía desde
el blanco hasta el negro pasando por todos los matices del gris (II) (Los ocultistas desinteresados,
consagrados por completo al cumplimiento de la voluntad divina, o que trabajan
por adquirir esas virtudes, se llaman blancos. Los egoístas que trabajan contra
el fin divino se llaman negros.
La
abnegación que irradian el amor y la devoción caracterizan a los primeros; y el
egoísmo, el odio y la arrogancia son los signos de los segundos.
Entre
ambos hay clases cuyo motivo es mixto, que no han comprendido claramente la
necesidad de evolucionar hacia el Ser Único o hacia el Yo separado. A estos les
llamamos grises, y se dirigen a uno u otro de ambos grupos indicados.)
Todos
son hombres que viven en un cuerpo físico y que han aprendido a despojarse a
voluntad de su envoltura corpórea para obrar, en plena conciencia, en su
astral.
Los
hay de todos los grados de saber y virtud; benéficos y malhechores, fuertes y
débiles, pacíficos y terribles.
Encontramos
aquí además muchos aspirantes jóvenes, no iniciados todavía, que aprenden a
servirse de su vehículo astral y que se ocupan en obras de beneficencia o de
maleficio, según el sendero que se disponen seguir.
Se
encuentran igualmente en este plano simples psíquicos y otros soñolientos,
errando a la ventura mientras sus cuerpos físicos duermen o se hallan en trance.
Viene, en fin, la multitud de hombres ordinarios.
Millones
de cuerpos astrales flotan así inconscientes del mundo que los envuelve, a una
distancia mayor o menor de los cuerpos físicos profundamente dormidos.
En
cada una de esas formas astrales, la conciencia humana se repliega sobre sí
misma absorta en sus pensamientos, retirada, por decirlo así. En lo íntimo de
su seno astral.
Como
veremos muy pronto, el ser consciente de su vehículo astral, se escapa cuando
el cuerpo duerme, y pasa al cuerpo astral; pero permanece inconsciente de lo
que le rodea hasta que el cuerpo astral está bastante desarrollado para
funcionar independientemente del cuerpo físico.
Alguna
vez se puede ver en este plano a un discípulo (Chela) que ha franqueado el
umbral de la muerte, y se prepara a una reencarnación inmediata bajo la
dirección de su Maestro.
Goza
evidentemente de plena conciencia, y trabaja como los demás discípulos que tan
sólo se separan de su cuerpo físico dormido.
Veremos
que en cierto grado le esta permitido al discípulo reencarnar inmediatamente
después de la muerte.
Debe
entonces esperar en el mundo astral una ocasión favorable para renacer.
Los
seres humanos ordinarios, en vías de reencarnación, pasan igualmente a través del
plano astral como se indicará luego.
No
tiene ninguna relación consciente con la vida general del plano; pero las
actividades pasionales y sensorias de su pasado determinaron una afinidad entre
ellos y algunos elementales del deseo, y estos últimos se agrupan a su
alrededor favoreciendo la construcción del nuevo cuerpo astral para la
existencia terrestre que se prepara.
Pasemos
al examen del cuerpo astral humano durante el período de existencia física.
Estudiaremos
su naturaleza y su constitución al mismo tiempo que sus relaciones con el mundo
astral; y para ello consideraremos sucesivamente: A) el cuerpo astral de un
hombre poco evolucionado; B) el de un hombre medianamente evolucionado; y C) el
de un hombre espiritualmente desarrollado.
A)
—El cuerpo astral de un hombre poco
evolucionado forma una masa nebulosa mal organizada e imprecisa.
Contiene
materiales (materia astral y esencia elemental) tomados de todas las
subdivisiones del plano astral, pero con predominio de los elementos
procedentes del astral inferior; de suerte que es denso y de textura gruesa, a
propósito para responder a todas las excitaciones relativas a las pasiones y a
los apetitos.
Los
colores engendrados por los ritmos vibratorios de esos materiales son
compactos, cenagosos y sombríos.
Los
matices dominantes son: rojo oscuro y verde sucio.
Ningún
cambiante, ni chispazo alguno hay en esos cuerpos astrales.
Las
diversas pasiones se manifiestan en forma de vagas oleadas pesadísimas, o muy
violentas, como relámpagos.
Así
la pasión sexual producirá una oleada de carmín sucio, y la ira un relámpago
rojo siniestro.
El
cuerpo astral es mayor que el físico, y se extiende 25 a 30 centímetros
alrededor de aquél, en el caso que consideramos.
Los
centros de los órganos sensorios claramente señalados, actúan cuando les afecta
desde fuera; pero en reposo, las corrientes vitales son apáticas, y el cuerpo
astral permanece inerte e indiferente porque no recibe excitación de los mundos
físico ni del mundo mental (I) (El
estudiante reconocerá aquí el predominio de la guna Tâmasica, la cualidad de
tinieblas o inercia de la naturaleza)
Característica
constante del estado primitivo es que la actividad se determina más bien por
excitación externa que por iniciativa interna del ser consciente.
Para
que una piedra se mueva es preciso empujarla; una planta crece bajo la acción
de la luz y de la humedad; y un animal se hace más activo cuando le aguijonea
el hambre.
El
hombre poco desarrollado necesita excitarse de una manera análoga.
Es
menester que la inteligencia haya evolucionado parcialmente para que empiece a
tomar la iniciativa de la acción.
Los
centros de las facultades superiores (I) (Las
siete ruedas. Estos centros se llaman así por el aspecto giratorio que
presentan, parecido a las ruedas de fuegos artificiales cuando se ponen en
movimiento); emparentados con el funcionamiento independiente de los sentidos
astrales, apenas son visibles.
En
este grado, el hombre necesita toda suerte de sensaciones violentas para su
evolución, a fin de sacudir su naturaleza y ejercitarse en la actividad.
Los
choques violentos, tanto de placer como de dolor, procedentes del mundo
externo, son necesarios para despertar y aguijonear la acción que tanto más se
acrecienta y favorece, cuanto más numerosas y violentas sean las sensaciones.
En
este estado primitivo, la calidad importa poco: la cantidad y el vigor son
condiciones esenciales.
La moralidad del hombre dimanará de sus pasiones.
Un
leve movimiento de abnegación en sus relaciones con la esposa, con el hijo o el
amigo, constituirá el primer paso en el camino ascendente.
Este
movimiento provocará vibraciones en la materia más sutil del cuerpo astral, y
atraerá hacia él mayor proporción de esencia elemental de la misma naturaleza.
El
cuerpo astral renueva constantemente sus materiales por influencia de las
pasiones. Apetitos, deseos y emociones.
Todo
buen impulso fortifica las partes más sutiles de ese cuerpo, expulsa algunos
elementos groseros y permite la recepción de materiales más delicados,
atrayendo sobre sí elementales de naturaleza benéfica, que ayudan a favorecer
el proceso de renovación.
Todo
mal impulso produce en cambio efectos contrarios; tiende a fortificar los
elementos groseros, a expulsar los elementos sutiles, hace entrar en el cuerpo
astral materiales impuros y atrae elementales que favorecen el proceso de
deterioro.
En
el caso que consideramos, las potencias morales e intelectuales del hombre son
de tal modo embrionarias, que podemos decir que la construcción de su cuerpo
astral y su modificación se cumple más bien en él que por él.
Esas
operaciones dependen antes de circunstancias externas que de su propia
voluntad; pues como acaba de decir, el carácter distintivo de su ínfimo grado
de evolución estriba en que el hombre está moviendo desde el exterior por medio
de su cuerpo, y no desde el interior mediante su inteligencia,
Así
denota considerable progreso el que el hombre pueda moverse por su voluntad,
por su propia energía, por su iniciativa, en vez de moverse por el deseo, es
decir, por la respuesta a una atracción o a una repulsión externa.
Durante
el sueño, el cuerpo astral, que sirve de envoltura al ser consciente, se
desliza fuera del organismo físico, dejando juntamente dormidos el cuerpo denso
y al etéreo.
Pero
en este grado, la conciencia del hombre no está despierta todavía en su cuerpo
astral, porque no puede encontrar nada
parecido a los contactos violentos que le estimulan cuando está en forma
física.
Sólo
los elementales de naturaleza densa pueden afectarle, provocando en su
envoltura astral vibraciones difusas que se reflejan en el cerebro etéreo y
denso, donde determinan los sueños de sexualidad bestial.
En
el cuerpo astral flota inmediato al cuerpo físico, retenido por su poderosa
atracción, y no puede alejarse de él.
B)
— En el hombre medianamente desarrollado desde el punto de vista moral e
intelectual, el cuerpo astral manifiesta inmenso progreso respecto del tipo
anterior. Sus dimensiones son más considerables, sus materiales de naturaleza
diversa mejor escogida, y las esencias, más sutiles, dan al conjunto cierta
potencia luminosa; mientras que la expresión de las emociones superiores
determina en él admirables corrientes de color.
La
forma del cuerpo es menos vaga y ondulante que en el caso anterior; es clara,
precisa, y reproduce la imagen de su poseedor.
Este
cuerpo astral está evidentemente en camino de ser un vehículo práctico para uso
del hombre interior, vehículo límpido y establemente organizado, apto al mismo
tiempo para funcionar, prestar servicio y mantenerse independientemente del cuerpo
físico.
No
obstante su gran plasticidad, tiene forma determinada, a la que vuelve
invariablemente así cesa el esfuerzo que ha modificado su aspecto. Su actividad
es constante y está en vibración perpetua, revistiendo tonos cambiantes que
varían al infinito.
Las
“ruedas” son más claramente visibles, aunque no funcionen todavía (I) (Notarán
aquí la preponderancia de la guna rajásica o cualidad—pasional de la
naturaleza.)
La
memoria y la imaginación estimulan, pues, el cuerpo astral, y éste, a su vez,
pone el cuerpo físico en actividad en vez de estar movido exclusivamente por él
como en el caso anterior.
La
purificación sigue siempre la misma marcha: expulsión de elementos inferiores
por la producción de vibraciones contrarias, y asimilación de materiales más
sutiles en reemplazo de los eliminados.
Pero
en el caso presente, el desarrollo moral e intelectual del hombre coloca esta
construcción casi enteramente en sus propias manos, puesto que las excitaciones
de la naturaleza exterior no le balancean de un lado para otro, sino que
razona, juzga y resiste o cede según lo que estima bueno.
Por
el ejercicio de su pensamiento conscientemente dirigido puede afectar
profundamente a su cuerpo astral, cuyo perfeccionamiento prosigue desde
entonces con rapidez creciente.
Y
para llegar a ese resultado no es necesario que el hombre comprenda con
exactitud el modus operandi, como para ver tampoco necesita comprender las
leyes de la luz.
Durante
el sueño, ese cuerpo astral bien desarrollado, se desliza, como ordinariamente,
de su vestidura física, pues no está tan retenido cerca de él como en el caso
precedente.
Va
a lo lejos en el mundo astral, arrastrado por las corrientes astrales, en tanto
que el ser consciente, en el interior del cuerpo, incapaz de dirigir todavía
sus movimientos, aunque despierto, se ocupa en gozar sus propias imágenes y
actividades mentales.
Puede
igualmente recibir a través de su envoltura astral impresiones que transforma
enseguida en imágenes mentales.
De
esta manera el hombre adquiere conocimientos fuera del cuerpo físico y puede
trasmitirlos al cerebro bajo la forma de sueño o de visión.
Y
aun cuando los lazos de la memoria cerebral faltaren, los conocimientos
adquiridos podrán infiltrarse insensiblemente hasta la conciencia en estado de
vigilia.
C)
—El cuerpo astral de un hombre espiritualmente desarrollado está compuesto de
las partículas más sutiles de cada sub división de materia astral, con
preponderancia de las calidades más elevadas.
Ese
cuerpo forma, pues, un objeto admirable de luz y de color.
Tonos
desconocidos en la tierra nacen en él bajo los impulsos que preceden de la
inteligencia purificad.
Las
“ruedas de fuego” justifican ahora el nombre que se les da, y su movimiento
rotatorio denota la actividad de los sentidos superiores.
Un
cuerpo semejante es un vehículo de conciencia en la más amplia acepción de la
palabra.
En
el curso de la evolución fue vivificado en cada uno de los órganos y dirigido
bajo el poder absoluto de su poseedor.
Cuando
en esa envoltura, el hombre deja su cuerpo físico, no experimenta la menor solución
de continuidad en su estado consciente.
Deja
sencillamente su vestido más grueso y se liberta de un gran peso.
Se
puede mover en todos los sentidos en los límites de la esfera astral con
rapidez increíble, no hallándose por las condicionantes de la vida terrestre.
Su
cuerpo responde a su voluntad, refleja su pensamiento y le obedece; sus medios
de servicio se centuplican y sus poderes están totalmente guiados por su
virtud.
Las
ausencias de partículas densas en su cuerpo astral le eximen además de responder
a las seducciones de objetos inferiores del deseo.
Semejantes
tentaciones no pueden alcanzarle y se separan de él.
Todo
el cuerpo vibra solamente para responder a las más elevadas emociones; el amor
se derrama en abnegación y la energía se yugula por la paciencia.
Dulce,
tranquilo, sereno, lleno de fuerza, pero sin agitación alguna, tal es el hombre
a quién “todos los siddhis están prontos a servir” (I) (Aquí predomina la guna sáttvica, la cualidad de armonía, felicidad
y pureza. Los siddhis son los poderes hiperfísicos.)
El
cuerpo astral es un puente tendido sobre el abismo que separa la conciencia
humana del cerebro físico.
Los
impulsos recibidos por los órganos sensoriales y trasmitidos, como se ha visto,
a los centros densos y etéreos, pasan enseguida a los centros astrales
correspondientes.
Una
vez allí, los elabora la esencia elemental y los transforma en sensaciones,
para presentarle finalmente al hombre interior, como objetos de su conciencia,
las vibraciones correspondientes suscitadas por las vibraciones astrales en la
materia del cuerpo mental.
Por
medio de estas sucesivas gradaciones del espíritu—materia, de sutilidad
creciente, pueden transmitirse al ser consciente los groseros contactos de los
objetos terrestres.
Del
mismo modo, las vibraciones determinadas por su pensamiento pueden pasar por el
mismo puente hasta el cerebro físico para suscitar en él vibraciones físicas
correspondientes a las vibraciones mentales.
Tal
es la normal y regular manera cómo la conciencia recibe las impresiones del
exterior y las devuelve a su vez al exterior.
En
esa transmisión y paso de vibraciones en uno y otro sentido consiste
principalmente la evolución del cuerpo astral.
Esa
doble corriente obra sobre él a un tiempo en lo interior y exterior, determina
su organización y auxilia su general crecimiento.
A
medida que el cuerpo astral se desarrolla, se afina su contextura, su forma
exterior gana nitidez y se completa su organización interna.
Impelido
a responder a la conciencia con perfección creciente, gradualmente se hace apto
para servirle de vehículo separado y trasmitirle con precisión las vibraciones
recibidas directamente del mundo astral.
La
mayoría de los lectores tendrán, sin duda, alguna experiencia de esas
impresiones que proceden de fuente externa sin que puedan atribuirse a contacto
físico, y que no tardan en confirmarse por algún hecho material.
Así
el cuerpo astral siente a menudo las impresiones directamente y las trasmite a
la conciencia, mostrándose muchas veces bajo forma de previsiones comprobadas a
no tardar.
Cuando
el hombre está avanzado el grado varía según los individuos por una serie de
consideraciones que no son de este lugar) se establecen comunicaciones entre el
cuerpo físico y el astral, y entre éste y el mental.
La
conciencia pasa entonces sin interrupción de un estado a otro, y el recuerdo no
presenta esas lagunas que, en el hombre ordinario, interponen una fase de
inconsciencia al paso de un plano a otro.
El
hombre puede además ejercer libremente sus sentidos astrales mientras su
conciencia funciona en el cuerpo físico.
Las
más amplias vías de información, abiertas por los sentidos hiperfísicos, vienen
a ser peculio de su conciencia en estado vigilia.
Los
objetos que fueron antes para él materia de fe, se convierten en materia de conocimiento,
y puede comprobar personalmente la exactitud de gran parte de las enseñanzas
teosóficas respecto de las regiones inferiores del mundo invisible.
.................................................
Cuando
se divide el hombre en “principios”, es decir, en maneras de manifestarse la
vida, los cuatro inferiores, designados con el nombre de “cuaternario
inferior”, se consideran funcionantes en los planos astral y físico.
El
cuarto principio es entonces Kama, el deseo, es decir, la vida en función en el
cuerpo astral y condicionada por él.
Semejante
principio está caracterizado por el atributo de la sensibilidad, que se
manifiesta bajo la forma rudimentaria de sensación, o bajo la más compleja de
la emoción o cualquiera otra manera mediadora.
Todo
esto se resume en la palabra “deseo”; es decir, lo atraído o rechazado por los
objetos según proporcionen gusto o disgusto al “yo” personal.
El
tercer principio es Prana, la vida especializada para el mantenimiento del organismo
físico.
El
segundo principio es el doble etéreo, y el primero el cuerpo denso.
Estos
tres principios actúan en el plano físico.
En
clasificaciones ulteriores H. P. Blavatsky descarto de la lista de los
principios prana y el cuerpo físico denso: prana, por ser la vida universal, y
el cuerpo físico denso por no ser sino el complemento del cuerpo etéreo,
formado de materiales siempre cambiantes insertos en la matriz etérica.
Adoptando
esta manera de ser, llegamos a la grandiosa concepción filosófica de la Vida
Una, del Yo Único, manifestado como Hombre, con aspectos diversos y
transitorios según las condiciones que le imponen las formas vivificadas.
La
vida misma permanece idéntica en el centro, pero se muestra bajo apariencias
diferentes, cuando se la mira desde fuera, según el género de materia que
contiene uno u otro cuerpo.
En
el cuerpo físico, es Prana, que vitaliza, rige y coordina; y en el astral es
Kama, que siente, goza y sufre.
La
encontraremos todavía bajo otros aspectos al pasar a los planos más elevados;
pero la idea fundamental es siempre la misma, y también una de las ideas raíces
de la Teosofía, una de esas ideas que, claramente fijadas, sirven de hilo
conductor a través del intrincado laberinto de nuestro mundo.
EL
KAMALOKA
Este término significa literalmente: lugar o
sitio del deseo, y sirve, como ya se ha dicho, para designar una parte del
plano astral, una región separada del resto de ese plano, no como lugar
distinto, sino como el estado consciente especial en que se encuentran los
seres que hay en él (I) (Los
indos llaman a este estado Pretaloka, el lugar de los Pretas. Un preta es el
ser humano que ha perdido su cuerpo físico, pero que no se ha despojado del
vestido de la naturaleza animal. No puede ir muy lejos con ese vestido, y queda
preso en él hasta que sobreviene la disgregación.)
Contiene los seres humanos
privados del cuerpo físico por el golpe de la muerte, destinados a sufrir
ciertas transformaciones purificatorias antes de entrar en la vida pacífica y
feliz propia del hombre verdaderamente dicho, del alma humana. (I) (El alma es el intelecto humano, el lazo
entre el Espíritu Divino en el hombre, y su personalidad inferior. Es el Ego el
individuo, el Yo que se desarrolla por la evolución. En el lenguaje teosófico es
Manas, el Pensador. La inteligencia, tal como se concibe de ordinario, es la
energía del Manas que obra a través de las limitaciones del cerebro físico.)
Esta
región representa y engloba las condiciones atribuidas a los diferentes estados
intermedios, infiernos o purgatorios, que todas las grandes religiones
consideran como residencia temporal del hombre tras el abandono de su cuerpo
físico y antes de su entrada en el cielo.
No
contiene lugar alguno de tortura externa, porque el infierno eterno, en el que
creen algunos sectarios de espíritu estrecho, no es sino una pesadilla de la
ignorancia, del odio y del miedo.
Comprende
sin embargo, a decir verdad, condiciones de sufrimiento, temporales y
purificadoras, efectos de causa que ha realizado el hombre durante su vida
terrestre.
Son
así tan naturales y tan inevitables como las consecuencias de nuestras derrotas
en el mundo, porque vivimos en un universo regido por leyes, según las cuales,
todo germen debe fructificar según su especie.
La
muerte en nada cambia la naturaleza mental y moral del hombre, y el cambio de
estado al pasar de un mundo a otro destruye su cuerpo físico pero deja al
hombre tal cual era.
El
estado Kamaloka se encuentra en cada una de las subdivisiones del plano astral,
de suerte que podemos considerar el Kamaloka como comprendido de siete regiones
que se designarán a continuación: primera, segunda, y tercera región, y así
hasta la séptima contando de abajo hacia arriba. (I) (Estas regiones se numeran frecuentemente de arriba abajo. Esto
importa poco, y aquí se numeran de abajo hacia arriba según el método adoptado
en esta obra.)
Se
ha visto ya que entran en la composición del cuerpo astral materiales tomados
de todas las subdivisiones del plano; pero la recombinación especial de estos
materiales es lo que separa a los hombres de una región de los de otra, aunque
los de una misma región pueden comunicarse entre sí.
Las
siete regiones de las subdivisiones correspondientes al plano astral, difieren
en densidad, y la densidad de la forma exterior de la entidad purgatorial
determina la región se encuentra limitada.
Estas
diferencias en el estado de la materia impiden el paso de una región a otra.
Las
gentes de una región no pueden comunicarse con las de otra, como el pez no
puede comunicarse con el águila.
El
medio necesario para la vida de uno sería fatal para la vida del otro.
Al
morir el cuerpo físico, el doble etéreo, con Prana y los demás principios, todo
el hombre por consiguiente, menos el cuerpo denso, se retira del tabernáculo de
carne (término que designa perfectamente la envoltura exterior del ser.)
Todas
las energías vitales que irradian al exterior vuelven al interior reunidas con
Prana; su retirada se manifiesta por el sopor que invade a los órganos físicos
de los sentidos.
Los
órganos están prestos a servir como siempre; pero el ser interior que gobierna,
el que ve por ellos, él oye, toca, siente y gusta, se va; sin él, solo son los
sentidos simples agregados de materia, viva, es verdad, pero sin poder alguno
de percepción.
Lentamente
el sueño del cuerpo se retira, envuelto en el doble etéreo y absorto en la
contemplación del panorama de su vida pasada, que se desarrolla ante él, a la
hora de la muerte, hasta en sus menores detalles.
En
ese cuadro están todos los sucesos de su vida, grande y pequeños.
Ve
sus ambiciones realizadas o fallidas, sus esfuerzos, triunfos, derrotas, amores
y odios.
La
tendencia predominante del conjunto surge claramente; el pensamiento director
de la vida se afirma y se imprime profundamente en el alma, señalando la región
en donde pasará la mayor parte de su existencia póstuma.
Solemne
es el instante en que el hombre, frente a frente de su vida, oye salir de
labios de su pasado el augurio de su porvenir.
En
breve espacio de tiempo se ve como es, reconoce el fin de su vida y sabe que la
ley es poderosa, justa y buena.
Luego
de roto el lazo magnético entre el cuerpo denso y el etéreo, estos asociados de
toda una vida se separan, y salvo en casos excepcionales, el hombre cae en
apacible inconsciencia.
La
calma y el respeto deben presidir la conducta de quienes rodean el lecho del
moribundo, a fin de que un silencio solemne facilite el examen de su pasado al
alma que se va.
Los
gritos y lamentos ruidosos producen sobre ella penosa impresión y pueden perturbar
el mantenimiento de su impresión.
Es
desde luego a la vez impertinente y egoísta interrumpir por el disgusto de una
pérdida personal, la calma que le debe ayudar y apaciguar.
La
religión ha prescripto sabiamente oraciones para los agonizantes, porque
mantienen la calma y provocan aspiraciones desinteresadas que ayudan al
moribundo.
Como
todo pensamiento amante, contribuyen a defender y proteger.
Algunas
horas después de la muerte, unas treinta y seis por regla general, el hombre se
retira del cuerpo etéreo.
Este
último, abandonado a su vez como cadáver inerte, queda cerca del cadáver denso
y comparte con él su suerte.
Si
el cuerpo denso se entierra, el doble etéreo flota sobre la tumba,
disgregándose lentamente; y la penosa impresión que muchas personas
experimentan al visitar los cementerios, se debe en gran parte a la presencia
de los cadáveres etéreos en descomposición.
Por
el contrario, cuando se quema el cuerpo, el doble etéreo se dispersa
rápidamente, porque pierde su punto de apoyo y su centro de atracción física.
Esta
es una de las razones, entre otras muchas, para preferir la cremación a la
inhumación, como medio de disponer de los cadáveres.
La
retirada del hombre de su doble etéreo va acompañada de la retirada de Prana,
que vuelve desde entonces al gran depósito de la vida universal; mientras que
el ser humano, presto a pasar a Kamaloka, sufre una recomposición de su cuerpo
astral, por lo que éste podrá someterse a las transformaciones purificadoras
que necesita la liberación del hombre mismo. (I) (Esta recomposición determina lo que los indos llaman Yätanä o
cuerpo de sufrimiento; o bien en caso de hombres perversos, que tengan en su
cuerpo astral preponderancia de elementos densísimos, el Dhruvam, o cuerpo
fuerte.)
Durante
la vida terrestre, los diversos estados de la materia astral se mezclan con la
formación del cuerpo astral, como hacen los sólidos, los líquidos y los gases
en el interior del cuerpo físico.
La
recomposición del cuerpo astral después de la muerte, apareja la separación de esos
materiales por orden de densidad, en una serie de envolturas o capas
concéntricas, la más sutil dentro y la más densa fuera, estando cada capa
formada por la materia de una sola subdivisión del plano astral.
El
cuerpo astral viene a ser, pues, un conjunto de siete capas superpuestas, un
séptuple estuche de sustancia astral, donde puede decirse muy bien que el
hombre está preso, pues solo la ruptura de esas capas le ha de libertar.
Se
comprenderá ahora la importancia capital de la purificación del cuerpo astral
durante la vida terrestre.
El
hombre queda detenido en cada una de esas subdivisiones del Kamaloka hasta que
la envoltura de materia de esa subdivisión esté suficientemente disgregada para
permitirle pasar a las subdivisiones siguientes.
Además,
según la actividad conscientemente desplegada por el ser durante su vida en tal
o cual estado de la materia astral, se encontrará despierto y consciente en la
región que le corresponda después de su muerte; o bien no hará sino pasar,
inconscientemente, absorto por sueños agradables y quedar retenido durante el
tiempo que en aquel estado exija la disgregación mecánica de su envoltura.
El
hombre espiritualmente desarrollado, que ha purificado su cuerpo astral hasta
el punto de que los elementos estén tomados tan sólo de la materia más sutil de
cada subdivisión del plano, no hará sino atravesar el Kamaloka sin detenerse en
él.
Su
cuerpo astral se disgregará con rapidez extrema y quedará sin disgusto en el
lugar que su destino le asigne, según el grado de evolución que haya alcanzado.
Un
hombre menos evolucionado, pero cuya vida haya sido pura y sobria, que no haya
estado apegado a las cosas de la tierra, atravesará el Kamaloka con vuelo menos
rápido; soñará pacíficamente, inconsciente de lo que lo rodee, mientras su
cuerpo mental vaya desechando sucesivamente las diversas capas astrales, y
despertará por fin al alcanzar las moradas celestes.
Otros,
menos desarrollados todavía, despertarán después de haber atravesado las
regiones inferiores del plano astral, readquiriendo conciencia en la división
que corresponda a su actividad consciente durante la vida terrestre, pues el
ser se despierta al contacto de las impresiones familiares, aunque las reciba
entonces directamente por el cuerpo astral sin auxilio del cuerpo físico.
Los
que hayan vivido en el seno de las pasiones animales despertarán en la región
que corresponda a esas pasiones, pues cada hombre se coloca exactamente en el
sitio que él mismo se asigna.
El
caso de supresión brusca de la vida física por accidente, suicidio, asesinato o
muerte repentina bajo cualquier forma que sea, merece atención especial, porque
difiere de la muerte ordinaria que sigue al agotamiento de las energías vitales
por vejez o enfermedad.
Si
la víctima es pura y de tendencias espirituales, será objeto de protección
especial y dormirá tranquilamente hasta el término de su existencia física
normal.
Pero
si es de otro modo, quedará consciente, aunque incapaz de darse cuenta de que
ha perdido su cuerpo físico, y obsesionada a veces durante algún tiempo por la
escena fatal de horrores a que no puede sustraerse.
En
todo ese tiempo quedará en la región del plano astral con la que esté en
relación por la zona más externa de su cuerpo astral.
Para
un alma semejante, la vida regular del Kamaloka comienza cuando ha agotado la
trama de su existencia terrestre normal; y tiene conciencia muy viva de los
objetos físicos astrales que la rodean.
Un
asesino ejecutado por su crimen, continúa (según el testimonio de uno de los
Maestros que instruyeron a H. P. Blavatsky) viviendo y reviviendo en Kamaloka la escena del crimen
y los sucesos siguientes, repitiendo sin cesar su acto diabólico, volviendo a
pasar por todos los terrores de la prisión y del suplicio.
Del
mismo modo, un suicida repetirá automáticamente los sentimientos de
desesperación y temor que precedieron a su crimen, y renovará casi
indefinidamente con lúgubre persistencia el acto fatal y la lucha de la agonía.
Una
mujer muerta el llamas, presa de terror loco después de esfuerzos desesperados
para escaparse, creó tal tempestad de emociones tumultuosas, que cinco días
después luchaba todavía desesperadamente viéndose rodeada de llamas y
rechazando violentamente todos los esfuerzos que se hacían para tranquilizarla.
Otra
mujer, en cambio, ahogada en una tempestad, murió con el corazón tranquilo y
lleno de amor, teniendo a su niño en brazos, más allá de la muerte pudo ser
observada, durmiendo sosegadamente y soñando con su marido y sus hijos que se
le aparecían en dichosas visiones tan límpidas como la realidad.
En
los casos más comunes, la muerte por accidente es un desventaja real, resultado
de alguna falta grave (1) (No es
necesario por una falta cometida en la vida presente. La ley de casualidad se
estudiará con detenimiento en el capítulo IX); pues el hecho de tener plena
conciencia en las regiones inferiores del Kamaloka, estrechamente unidas a la
tierra, entraña inconvenientes y hasta peligros.
El
hombre está absorto por proyectos e intereses que han ocupado su vida y tiene
conciencia de la presencia de las gentes y de las cosas que a ello se refieren.
Se
siente casi irresistiblemente lanzado a efectuar todos sus esfuerzos para
influir en negocios a que sus pasiones y sentimientos le atan todavía.
Se
encuentra, pues, ligado por sus deseos al mundo físico, aunque ha perdido ya
todos los órganos habituales de actividad.
El
único medio para llegar a la paz en apartar resueltamente su pensamiento de la
tierra y fijarlo en cosas más altas; pero el número de los que tienen valor
para tal esfuerzo es comparativamente muy reducido, a pesar de los auxilios que
siempre ofrecen los trabajadores del plano astral, cuya tarea consiste en
ayudar y guiar a los que han dejado este mundo (I) (Estos trabajadores son discípulos de algunos de los Grandes
Maestros que guían y ayudan a la humanidad y que tienen el deber especial de
socorrer a las almas necesitadas de asistencia.)
Con
frecuencia esas almas sufrientes, incapaces de soportar su inacción forzada,
buscan la ayuda de un sensitivo con el que puedan relacionarse para ocuparse
una vez más en los negocios terrestres.
A
veces también, obsesionando a algún médium disponible, se esfuerzan en emplear
su cuerpo para sus propios fines.
Contraen
así grandes responsabilidades para lo por venir.
No
sin razón oculta la Iglesia nos enseña esta oración: “De guerra, de asesinato y
muerte repentina, líbranos Señor:”
Podemos
ahora considerar una a una las subdivisiones del Kamaloka para formarnos idea
de las condiciones que el hombre separa, en este estado intermedio, por los
deseos que nutre durante su vida física.
Porque
es preciso recordar que la suma de vitalidad en cualquiera de las capas, y por
consiguiente el período de la detención correspondiente, dependen de la suma de
energía comunicada durante la vida terrestre al género de materia astral de la
que esa capa se compone.
Si
las pasiones más bajas han sido activas, la materia astral más densa,
fuertemente vitalizada predominará en cantidad.
Este
principio tiene aplicación a través de todas las regiones del Kamaloka, de
suerte que el hombre, durante su misma vida, puede darse cuenta exactísima del
porvenir inmediato que se prepara cada día siguiente a la muerte.
La
primera división, la más inferior, contiene las condiciones que responden a los
diferentes géneros de “infiernos” descritos por los libros santos indos y
buddhistas.
Es
preciso comprender que el hombre, al pasar de uno a otro de esos estados
purgativos, no se desembaraza realmente de las pasiones y de los viles deseos
que le han llevado allí.
Semejantes
elementos persisten, porque son parte integrante de su carácter y quedan
latentes, como en germen, en la mente, para estallar y formar su naturaleza
pasional cuando esté pronto a renacer en el mundo físico.
Su
estancia en la más baja región del Kamaloka se debe exclusivamente a la
presencia, en su cuerpo Kámico, de gran proporción de materia perteneciente a
esta región; y queda prisionero en ella hasta que la capa de que se compone
está suficientemente disgregada para permitir al hombre ponerse en contacto con
la región inmediata superior.
La
atmósfera de ese lugar es sombría, pesada, triste, deprimente en grado
inconcebible; parece impregnada de todas las influencias más opuestas al bien.
Tal
es su carácter esencial, engendrado por los mismos cuyas malas pasiones le han
llevado a ella.
Todo
deseo y sentimiento hórrido encuentra allí los materiales más adecuados para su
expresión.
No
falta nada de lo que puede haber en un lugar más infecto, sin contar con que
todos los horrores que se ocultan a la vida física se manifiestan allí en toda
su espantosa desnudez.
El
carácter repugnante de esta región acrecentase por el hecho de que, en el mundo
astral, la forma de adapta al carácter.
El
hombre presa de pasiones malsanas tiene, pues, todo el aspecto de lo que es.
Los
apetitos bestiales dan al cuerpo astral aspecto bestial, y las terribles
formas, semi—humanas, semi—animales, son la vestidura más adecuada a las almas
parecidas a las bestias.
En
el mundo astral nadie puede ser hipócrita ni disimular sus malos pensamientos
bajo el velo de apariencia virtuosas.
Todo
lo que es un hombre, se ofrece en su forma y en su aspecto exterior, irradiando
belleza cuando su pensamiento es noble, y infundiendo fealdad cuando es vil.
Se
comprenderá, pues fácilmente, cómo los Maestros, tales como Buddha, con la
visión infalible de aquellos a quienes todos los mundos están abiertos,
pudieron describir lo que veían en esos infiernos con un lenguaje de terrible
realismo, que parece increíble a los lectores de hoy, porque olvidan que las
almas, una vez libertadas de la materia grosera y poco plática del mundo
físico, se aparecen bajo la forma que les corresponde, teniendo exactamente el
aspecto de lo que son en verdad.
En
este mismo mundo de aquí abajo, un facineroso envilecido tiene por lo general
aspecto repugnante.
¿Qué
habrá de esperar, pues, de la materia astral plástica, que se adapta al menor
impulso de los deseos criminales?
Es
completamente natural, pues, que un hombre tal revista forma horrible y que se
manifieste con verdadero lujo de odiosas transformaciones. Conviene recordar
que la población de ese abismo del Kamaloka se compone de la escoria de la
humanidad; asesinos, bandidos, criminales de todo género, borrachos,
libertinos; en una palabra, de todo lo más vil del género humano.
Nadie
se encuentra allí, con la conciencia despierta a lo que le rodea a no ser un
culpable de un crimen brutal, de una crueldad obstinada y persistente, o
víctima de algún vicio abyecto.
Las
únicas personas de carácter más elevado que sin embargo se encuentran retenidas
allí por algún tiempo, son los suicidas que poniendo fin a sus días intentaron
sustraerse a los castigos terrestres.
No
hacen sino agravar su situación.
No
se encuentran allí, naturalmente, todos los suicidas, porque el suicidio puede
haberse efectuado por motivos muy diversos; se encuentran los que cobardemente
quisieron evitar las consecuencias de sus propias acciones.
Aparte
de la lobreguez del lugar y de las compañías abyectas que encuentra, el hombre
mismo es allí el creador inmediato de su propia miseria.
Como
no experimenta otro cambio que la pérdida de su velo corporal, manifiesta sus
pasiones con toda su fealdad original y su brutal desnudez.
Llenos
de apetitos feroces e insaciables, inflamados de venganza, odio y
concupiscencias que no pueden satisfacer, por falta de órganos, las almas vagan
furiosas y ávidas a través de aquél lúgubre ambiente.
Se
congregan en los peores lugares de la tierra, cerca de las casas de lujuria, de
los sitios de embriaguez, excitando los concurrentes asiduos a esos lugares a
la deshonestidad y a la violencia, buscando el momento de obsesionarlos y
llevarlos a los mayores excesos.
La
sofocante atmósfera que se observa en esos sitios se debe en gran parte a la
presencia de esas entidades ligadas a la tierra, poseídas de pasiones abyectas
y de infames deseos.
Los
médium, a menos que no tengan carácter noble y puro, son principalmente el
objeto de sus ataques.
Con
frecuencia, faltos de voluntad, debilitados por el abandono pasivo de su cuerpo
a la ocupación temporal de otras entidades desencarnadas, quedan poseídos por
esos seres malos y arrastrados a la intemperancia y a la locura.
Los
asesinos ejecutados, llenos de terror, de odio y de venganza in—saciados,
renuevan sin cesar su crimen por impulso maquinal y reproducen mentalmente los
terribles sucesos, envolviéndose en una atmósfera de pensamientos—formas
(formas creadas) de crimen.
Llevados
hacia cualquiera, alimentan sentimientos de odio o de venganza e incitan a
cometer el crimen que meditan.
Se
verá a veces, en esta región, aun asesino constantemente seguido por su
víctima, a cuya angustiosa presencia no puede sustraerse, forma inerte que
persigue sus pasos con persistencia inquebrantable, a pesar de los esfuerzos
que haga aquél para desembarazarse de ella.
Y
la víctima, a menos que no tenga carácter vil, es inconsciente, y su propia
inconsciencia contribuye a acrecentar el horror en el culpable a quién persigue
maquinalmente.
Aquí
también encontramos el infierno del vivisector, pues la crueldad atrae el
cuerpo astral los materiales más densos y las combinaciones más repugnantes de
la materia astral.
Vive
entre las formas de sus mutiladas víctimas, gimientes, trémulas, aullantes, vivificadas
no por las almas de los mismos animales, sino por la vida elemental estremecida
de odio contra el sacrificador.
Este
mismo, con regularidad automática, repite sus nefastos experimentos, consciente
de su horror, imperiosamente lanzado a infligir de nuevo el tormento por la
costumbre contraída en su vida terrestre.
Antes
de abandonar esta triste región recordaremos que no hay en ella castigos
arbitrariamente infligidos por lo exterior, sino que son inevitable efecto de
las causas que ha puesto en juego cada uno.
Durante
su vida física, esos hombres cedieron a los más viles impulsos, atrajeron y
asimilaron a su cuerpo astral los materiales que únicamente pueden vibrar en
respuesta a esos impulsos.
Ahora,
pues, ese cuerpo que ellos mismos construyeron, se convierte en prisión de su
alma y ha de caer arruinado antes de que logre evadirse de él.
¿El
borracho no tiene forzosamente que vivir aquí abajo, en su repugnante cuerpo
físico, abrazado por el alcohol?
Pues
la misma ley le obligará vivir en Kamaloka, en su cuerpo astral no menos
repugnante.
La
semilla sembrada se recoge según su especie; tal es la ley en todos los mundos
y nadie puede sustraerse a ella.
A
decir verdad, el cuerpo astral no es allí ni más escandaloso ni más horrible
que cuando el hombre vivía sobre la tierra y producía en torno a él una
atmósfera fétida por sus emanaciones astrales; pero las gentes de la tierra no
se daban cuenta de su fealdad, porque astralmente son ciegas.
Cuando
consideramos, además, a esos desgraciados que son nuestros hermanos, podemos
consolarnos pensando que sus sufrimientos son temporales y que dan a la vida
del alma una lección sumamente necesaria.
Bajo
la reacción de las leyes de la naturaleza que violó, aprende la existencia de
estas leyes y la miseria que inevitablemente dimana de no observarla en la vida
y conducta del hombre.
La
naturaleza no nos economiza nada; pero en último término sus lecciones son
elocuentes, porque aseguran nuestra evolución y conducen al alma a la conquista
de la inmortalidad.
Pasemos a una región menos sombría.
La
segunda subdivisión del mundo astral puede considerarse como reproducción
astral del mundo físico.
Con
efecto, la materia de esta región predomina en la composición en la composición
del cuerpo astral de los objetos materiales, así como en la mayoría de los
hombres.
Ninguna
región esta más estrechamente relacionada con el mundo físico.
La
mayoría de los “muertos” residen aquí durante cierto tiempo y gran número de
ellos tienen aquí plena conciencia.
Se
interesaron por la nimiedades y trivialidades de la existencia, se apegaron a
las fruslerías; muchos se dejaron dominar por su naturaleza inferior y murieron
llevados vivos sus apetitos, deseos y goces físicos.
Cómo
tal fué el empleo de sus energías vitales, edificaron su cuerpo astral con
materiales que responden con facilidad a los contactos físicos.
Después
de la muerte, este cuerpo astral sólo puede retenerlos en la proximidad de
objetos terrestres.
Estas
gentes son, en su mayoría, descontentos, ambiciosos, inquietos, con más o menos
sufrimiento según su intensidad de los deseos que no pueden satisfacer.
Algunos
sufren de hecho una angustia real y en ella permanecen largo tiempo hasta que
se limpian de sus concupiscencias terrenas.
Muchos
de ellos prolongan inútilmente su estancia tratando de comunicarse con la
tierra, de llevar a ella los intereses a que están ligados, a favor de los
médium que les prestan el cuerpo físico, supliendo así la carencia del suyo
propio.
De
esta región proviene, en general, la vana charlatanería, tan conocida del que
haya frecuentado las secciones espiritistas públicas—charla de portera y
moralidad de la casa de huéspedes.
El
elemento femenino está en mayoría.
Estas
almas, ligadas a la tierra, tienen por lo general escasa inteligencia, y sus
comunicaciones no revisten otro interés, para el que ya está convencido de la
existencia del alma después de la muerte, que el que tendría su conversación en
la tierra.
Además,
como aquí abajo, esos desgraciados son tanto más afirmativos cuanto más
ignorantes e imponen a sus fieles, como última concepción del mundo invisible,
el conocimiento limitado que ellos mismos tienen.
Después
de la muerte, como antes de ella,
Confunden
las hablillas de su pueblo con los grandes rumores del universo.
Se
encuentran también en esta región las gentes que muertas con alguna
preocupación tratan de comunicarse con sus amigos a fin de arreglar el asunto
terrestre que les preocupa.
Si
no logran manifestarse, o trasmitir su deseo a
algún amigo bajo la forma de sueño, pueden ocasionar muchas molestias por golpes u otros ruidos hechos
para atraer la atención o provocados inconscientemente por sus impacientes
esfuerzos.
En
tal caso, una persona competente hará obra de caridad comunicando con la
entidad angustiada para saber lo que desea.
Esta
intervención bastará en ocasiones para devolver la quietud amenazada.
En
esta región, el alma está fácilmente expuesta a fijar su atención en la tierra,
aunque no lo solicite espontáneamente.
Semejante
flaco servicio lo hacen con demasiado frecuencia los tristemente apasionados y
el ardiente deseo que de su querida presencia sienten los amigos que dejó en la
tierra.
Los
pensamientos—formas engendrados por estos sentimientos, se posan alrededor del
alma y la despiertan de pronto cuando duerme apasiblemente.
Otras
veces, cuando tiene conciencia, su atención queda violentamente atraída hacia
la tierra de que debe alejarse.
En
el primer caso, sobre todo, el egoísmo inconsciente de los amigos que hay en la
tierra, perjudica a los muertos amados, de tal modo, que esos mismos amigos
serían los primeros en lamentarlo si fueran conscientes.
Quizá
la comprensión de los sufrimientos infligidos sin necesidad por esta causa a
los que abandonaron la tierra, ayude a algunos a reconocer la autoridad de los
preceptos religiosos que ordenan la sumisión a la ley divina y la represión del
dolor excesivo y tumultuoso.
La
tercera y la cuarta región del Kamaloka difieren poco de la segunda y pueden
considerarse casi como etéreas.
La
cuarta es más sutil que la tercera, pero las características generales de las
tres regiones son las mismas.
Encontramos
aquí almas de un tipo más evolucionado, y aunque estén retenidas en este lugar
por la envoltura debida a la actividad de los interese terrestres, su atención se
dirige por lo general hacia adelante y no hacia atrás.
Mientras
no se les llama por fuerzas a los negocios de la vida física, pasan sin
preocuparse de ellos.
Permanecen,
sin embargo, accesibles todavía a las impresiones terrestres, y el interés cada
día más débil que tienen por los asuntos mundanos puede despertarse por los
clamores de aquí abajo.
Un
gran número de personas instruidas y reflexivas que , no obstante, se dejaron
absorber por los cuidados del mundo, tienen conciencia en esas regiones.
Se
les puede obligar a comunicarse por los médium, pero es raro que busquen por sí
mismos tal comunicación.
Sus
palabras tienen con toda evidencia mayor valor que las que preceden de los de
la segunda región.
No
ofrecen, sin embargo, más interés que la conversación de esas mismas personas
en su vida.
La
iluminación espiritual no procede, por lo demás, del Kamaloka.
La
quinta subdivisión del Kamaloka ofrece muchas características nuevas.
Su
aspecto es claramente luminoso o radiante y muy atractivo para quien sólo está
acostumbrado a los sombríos colores de la tierra, justificando el epíteto de
astral, estrellado, que se da al conjunto del plano.
Aquí
se encuentran todos los cielos materializados que tan importantes papel
desempeñan en las religiones del mundo.
Las
cacerías celestes del piel roja; en el Walhalla del escandinavo; el paraíso
lleno de Huríes, del musulmán; la Nueva Jerusalén de oro y puertas de piedras
preciosas, del cristiano; el cielo lleno de liceos, del reformador
materialista; todos tienen aquí su sitio.
Los
rígidos devotos que se apegan desesperadamente a la “letra que mata”,
encuentran aquí la satisfacción literal de sus deseos.
Gracias
a su ‘potencia imaginativa, alimentada por la corteza estéril de los libros
santos del mundo, construyen inconscientemente
con materia astral los castillos en el aire en que sueñan.
Las
creencias religiosas más extrañas encuentran aquí su realización informe y
temporal, y los sectarios de las letras de todas las religiones, deseosos de su
exclusiva salvación en el cielo más materialista que pueda imaginarse,
encuentran satisfacción en este lugar que les conviene perfectamente, rodeados
como se hallan de las mismas condiciones a las que ajustaron su fe.
Los
religiosos y filántropos que no tuvieron otro propósito que ejecutar sus
propios caprichos e imponer al prójimo su manera de ver, en vez de trabajar
desinteresadamente por el acrecentamiento de la virtud y de la dicha humanas,
se encuentran aquí a sus anchas y organizan reformatorios, asilos y escuelas
con plena satisfacción personal; y en ocasiones se regocijan al meter mano
astral en cualquier asunto terreno, a favor de un médium dócil al que dirigen
con la mayor condescendencia.
Edifican
astralmente iglesias, casas escuelas, reproduciendo los cielos materiales que
ambicionaron, y aunque a la mirada
clarividente puedan parecer sus construcciones imperfectas, y con algo
dolorosamente grotesco, para ellos nada dejan de desear.
Los
sectarios de una misma religión se reúnen y cooperan de maneras diferentes, formando
comunidades que difieren entre sí tanto como las comunidades análogas de aquí
abajo.
Cuando
se les atrae hacia la tierra, buscan en general, correligionarios y
compatriotas, no por afinidad natural, sino porque las barreras del idioma
persisten en Kamaloka, como denotan los mensajes recibidos en los círculos
espiritistas.
Las
almas de esta región toman a veces vivo interés por las tentativas efectuadas
para establecer comunicaciones entre este mundo y el suyo; y de ahí que de la
religión inmediatamente superior
provengan los espíritus guías de gran número de médium.
Esas
almas saben generalmente que hay ante ellas una posibilidad de existencia más
elevada, y que están destinadas a pasar, tarde o temprano, a mundos donde la
comunicación con esta tierra no les será posible.
La
sexta región del Kamaloka asemejase a la quinta, pero es mucho más sutil.
Se
encuentra poblada principalmente de almas más evolucionadas, que acaban de
gastar la envoltura astral, a través de la cual sus energías mentales se manifestaron
en gran parte durante la vida física.
Su
detención se debe al preponderante papel desempeñado por el egoísmo de su vida
intelectual y artística, y a que prostituyeron sus talentos, de un modo
refinado y delicado, en pro de la naturaleza sensible.
Les
rodea todo cuanto de más bello en Kamaloka, porque su pensamiento creador
modela la sustancia luminosa de su estancia pasajera en paisajes admirables, en
palpitantes océanos de luz, en montañas con picos de nieve, en fértiles
llanuras y en escenas de hechizante belleza, aun comparadas con lo más
exquisito de la tierra.
Se
encuentran igualmente aquí los devotos de las religiones, pero de tipo más
elevado que de la subdivisión precedente, con sentimientos más justo de sus
propias limitaciones.
Todos
confían seguramente en dejar su estancia actual para pasar a más elevada esfera.
La
séptima y superior subdivisión del Kamaloka, está ocupada casi exclusivamente
por los intelectuales, hombres y mujeres, que tuvieron sobre la tierra
vigorosos materialismo o estuvieron de tal modo sujetos a los medios por los
cuales el mental inferior adquiere conocimientos en el cuerpo físico, que
continúan persiguiendo esos conocimientos según el antiguo método, aunque con
facultades más desarrolladas.
Recuerda
uno instintivamente cuan hostil era Carlos Lamb a quién la idea de que en el
cielo había de adquirir el conocimiento por “no sé que raro procedimiento de
intuición” en vez de adquirirlo en “sus queridos libros”.
Más
de un sabio vive durante años, y siglos a veces (según H. P. Blavatsky) en una
verdadera biblioteca astral, recorriendo ávidamente todas las obras que tratan
de su tema favorito, perfectamente satisfecho de su suerte.
Quienes
concentraron toda su energía en una dirección cualquiera de investigación
intelectual y abandonaron el cuerpo físico sin calmar su sed de conocimientos,
continúan persiguiendo su objeto con infalible persistencia, unidos por ese
trabajo al mundo físico.
Con
frecuencia tales hombres son todavía escépticos en cuanto a las posibilidades
superiores que les aguardan, retroceden ante la
perspectiva de lo que les parece realmente una segunda muerte, la
pérdida de la conciencia que precede al nacimiento del alma a la vida superior
del cielo.
Los
políticos, los hombres de estado y los hombres de ciencia permanecen algún
tiempo en esta región, despojándose lentamente de su envoltura astral, sujetos
todavía a la existencia terrestre por el vivo interés que prestan a los
movimientos en que tan gran papel desempeñaron y por el esfuerzo que hacen para
efectuar astralmente aquellos proyectos que la muerte les impidió realizar.
Para
todos, salvo para la ínfima minoría que no experimentó sobre la tierra un sólo
movimiento de amor desinteresado o de aspiración intelectual, que vivió sin
reconocer jamás algo elevado que su yo; para todos llega, tarde o temprano, un
tiempo en que por fin se desatan las ligaduras del cuerpo astral.
El
alma adquiere momentáneamente conciencia de lo que le rodea, conciencia
semejante a la que sigue a la muerte física, pues se despierta por un
sentimiento de felicidad intensa, inmensa, insondable, imposible de imaginar
aquí abajo, de la felicidad del mundo celeste, del mundo a que por naturaleza
pertenece el alma.
Pudo
haber nutrido muchas pasiones viles y bajas, muchas codicias vulgares y
sórdidas; pero ha visto resplandores de naturaleza más elevada, resplandores
interrumpidos, esparcidos, de una región más pura.
Entonces,
estos resplandores maduran por ser ya época de la cosecha, y los pobres y
débiles recogen el fruto que les pertenece.
Por
esto va el hombre muy lejos a recoger esa cosecha celeste, a fin de comerla y
asimilarse sus frutos.
El
cadáver astral, como se le llama a veces, o el cascarón astral de la entidad de
que es parte, se compone de restos de las siete capas concéntricas
anteriormente descritas, restos mantenidos en conjunto por la remanencia
magnética del alma.
Cada
capa o corteza, a su vez, se disgrega hasta reducirse a fragmentos esparcidos,
que quedan sujetos, por la atracción magnética, a las capas que todavía
subsisten.
Cuando
todas quedan reducidas a semejante condición, incluso la séptima, la más
interna, el hombre mismo escapa dejando tras sí esos restos.
El
cascarón flota luego a través del mundo astral, repitiendo de una manera
automática sus vibraciones acostumbradas, y a medida que el magnetismo
remanente va perdiéndose, se descompone el cascarón cada vez más y acaba por
disolverse del todo, restituyendo sus materiales al fondo común de la materia
astral, como el cuerpo físico devuelve al mundo físico los elementos de que se
componía.
El
cascarón astral va de un lado a otro según las corrientes astrales, y si no
esta muy descompuesto puede vitalizarse por el magnetismo de las almas
encarnadas en la tierra, siendo así capaz de alguna actividad.
Absorbe
el magnetismo como una esponja el agua, repitiendo con intensidad marcadísima
las vibraciones a que ha estado acostumbrado en otro tiempo.
Semejantes
vibraciones se ponen de manifiesto generalmente bajo la acción de algún
pensamiento común al alma desaparecida y a sus amigos terrestres, y el
cascarón, así vitalizado, puede desempeñar muy regularmente el papel de
inteligencia comunicante.
Se
distingue, sin embargo, aparte del empleo de la visión astral, por la
repetición automática de los pensamientos familiares, así como por la carencia
de toda idea original y de todo conocimiento adquirido después de la muerte
física.
Así
como las almas pueden hallar en su progreso obstáculos opuestos por los amigos ignorantes
e irreflexivos, es posible, igualmente, que reciban socorro por esfuerzos
sabios y bien dirigidos.
Por
eso, todas las religiones, que conservan algún vestigio de la oculta sabiduría
de sus fundadores, prescriben preces u oraciones fúnebres.
Estas
oraciones, como las ceremonias que las acompañan, son más o menos eficaces
según el conocimiento, el amor y la fuerza de voluntad que las anima.
Tienen
por base el principio universal de la vibración, según la cual está construido,
modificado y conservado el universo.
Los
sonidos engendran vibraciones y modelan la materia astral en formas
determinadas que el pensamiento anima por medio de las palabras.
Estos
pensamientos—formas se dirigen hacia la entidad que está purgando, y obran
sobre su astral precipitando su disolución.
Con
la decadencia del saber oculto, estas ceremonias han venido a ser cada vez
menos eficaces y hasta de utilidad casi nula.
Sin
embargo, cuando se efectúan por un hombre de saber, ejercen la influencia
apetecida.
Por
lo demás, cada uno puede ayudar a sus muertos amados enviándoles pensamientos
de amor y de paz, y haciendo votos por un rápido progreso a través del Kamaloka
y por su liberación de las trabas astrales.
Que
nuestros muertos no sigan solitarios su camino, sin el auxilio de nuestros
pensamientos—formas más cariñosos, abandonados a los ángeles custodios que
deben guiarlos y animarlos en su marcha hacia la dicha.
EL PLANO MENTAL
SABIDURÍA ANTIGUA
Según
su nombre indica, el plano mental es el dominio propio de la conciencia cuando
actúa como pensamiento.
En
el plano de la inteligencia, no en función por medio del cerebro, sino en su
propio mundo, libertada de las ligaduras del espíritu—materia físico. La
palabra inglesa man (hombre) viene de la sánscrita man, raíz del verbo que significa
pensar.
Así
man (hombre significa pensador, designándose al hombre por la inteligencia como
su más característico atributo.
En
inglés encontramos únicamente la palabra mind (mente) para designar a la vez la
propia conciencia intelectual y los efectos producidos sobre el cerebro físico
por las vibraciones de la conciencia.
Pero
debemos considerar ahora la conciencia intelectual como entidad distinta, como
individualidad y ser real.
Las
vibraciones de su vida son pensamientos son imágenes y no palabras.
Esta
individualidad es Manas, el Pensador (I) (De la palabra Manas se deriva el
nombre técnico: plano manásico, traducido por plano mental. Le podemos llamar
el plano de la inteligencia propiamente dicha, para distinguir sus actividades de las de la inteligencia operante en la
carne)
Es
él yo que revestido de la materia de las subdivisiones superiores del plano
mental trabaja bajo las condiciones que esa materia le impone.
Sobre
el plano físico se revela su presencia por las vibraciones que transmite al cerebro
y al sistema nervioso.
Estos
órganos responden a las vibraciones de su vida por las vibraciones simpáticas;
pero a causa de la densidades sus materiales, no pueden reproducir sino una
parte muy débil de las vibraciones recibidas, y aún de manera muy imperfecta.
Del
mismo modo que la ciencia afirma la existencia de una inmensa serie de
vibraciones del éter, serie de la cual sólo percibimos un fragmento, el
espectro solar luminoso, el aparato físico del pensamiento, el cerebro y el
sistema nervioso, no pueden pensar sino un pequeño fragmento de la inmensa
serie de vibraciones mentales emitidas por el Pensador en su propio mundo.
Los
cerebros muy receptivos responden a un grado que convenimos en denominar gran
potencia intelectual; y los excepcionalmente receptivos responden a lo que se
llama genio.
En
fin, los cerebros excepcionalmente inertes responden solamente al grado
denominado idiotez.
Cada
uno de nosotros envía a su cerebro millones de ondas mentales a las que el
órgano puede responder por la densidad de sus materiales; y lo que se llama
poder mental de un hombre está en relación directa con esta sensibilidad.
Antes
de estudiar al Pensador convendrá considerar el mundo que ocupa, es decir, el
plano mental mismo.
El plano mental es el que sigue al astral.
No
está separado de él sino por la diferencia de los materiales, lo mismo que el
plano astral del plano físico.
Podemos
así repetir en la comparación del plano mental y del astral lo ya dicho al
comparar el plano astral y el plano físico.
La
vida sobre el plano mental es más activa que en el astral y la forma en él es
más plástica.
El
espíritu—materia se halla mucho más vitalizado y sutil que la materia del mundo
astral.
El
átomo más sutil de materia astral contiene en su cubierta esferoidal innumerables
agregados de la materia mental más densa, de suerte que la disgregación del
átomo astral pone en libertad una cantidad de materia mental de variedades muy
densas.
En
tales condiciones, se comprenderá que es muy activa la acción de las fuerzas vitales
sobre este plano, puesto que la masa que ha de mover es infinitamente menor.
La
materia está animada de un movimiento continuo e incesante, toma forma al menor
estremecimiento de vida, y se adapta sin vacilación a los menores matices de
esas vibraciones.
La
substancia mental, como se la ha llamado, hace aparecer denso, pesado y
empañado al espíritu—materia astral, tan maravillosamente luminoso cuando se le
compara con la materia física.
Pero
la ley de analogía conserva todo su valor, y será para nosotros un hilo conductor a través de esta
región súper—astral, lugar que es nuestro lugar de nacimiento, nuestra
verdadera patria, aunque lo ignoremos, presos como estamos en un país de
destierro, y a pesar también de la extravagancia que reviste a nuestros ojos la
descripción de esta región gloriosa.
Aquí
también, como en los dos planos inferiores, hay siete subdivisiones del
espíritu—materia; y aquí también, estas variedades forman innumerables
combinaciones de toda clase de complejidad, constituyendo los sólidos, los
líquidos, los gases y los éteres del plano mental.
Esto
no es más que una manera de hablar, porque la palabra sólido parece absurda aun
hablando de las formas más sustanciales de la materia mental, y no tenemos
otros calificativos de los que se basan sobre las condiciones físicas.
Bástenos
comprender, por lo demás, que este plano sigue la ley y orden general de la
naturaleza, que apareja para nuestro globo una base septenaria; y que las siete
subdivisiones de su materia decrecen en densidad con relación unas a otras como
los sólidos, los líquidos, los gases y los éteres; y que la séptima y última
subdivisión se hallan exclusivamente compuesta de los más sutiles átomos
mentales.
Estas
subdivisiones se clasifican en dos grupos, a los que se les ha dado el nombre
no muy apropiados y al primer intento ininteligible, de: “no formal” y “formal”
(I) (En sánscrito Arupa y Rupa. —Rupa
significa forma, envoltura, cuerpo.)
Las
cuatro subdivisiones inferiores constituyen el segundo grupo, y los tres superiores
el primero.
Esta
agrupación es necesaria porque hay una distinción muy real, aunque es muy
difícil de definir.
Estas
regiones corresponden en la conciencia humana a las mismas divisiones de la
inteligencia, como se verá más claramente luego.
Quizás
se podría expresar mejor semejante distinción diciendo que, en las cuatro
subdivisiones inferiores, las vibraciones de la conciencia dan origen a formas,
imágenes o representaciones, apareciendo cada pensamiento como una forma viva;
mientras que en las tres subdivisiones superiores, aunque la conciencia también
produce vibraciones, parece más bien emitirlas como una ola poderosa de energía
viva que no se incorpora en imágenes distintas mientras está en esa región
superior, sino que engendra formas múltiples, ligadas entre sí por una
condición común, desde que penetra en los mundos inferiores.
La
más íntima analogía que se puede encontrar para la concepción que se trata de
exponer es la de los pensamientos abstractos y los concretos.
La
idea abstracta de un triángulo no tiene forma, pero sirve para designar todas
las figuras limitadas por tres líneas rectas, cuyos ángulos suman dos rectos.
Tal
idea, condicionada, pero sin forma, al proyectarse en el mundo inferior, dará
origen a una infinita variedad de triángulos, rectángulos, isósceles,
escálenos, de colores y dimensiones variados, que satisfagan todas las
condiciones; triángulos concretos con propia y definida forma.
Es
impotente la palabra para mostrar claramente la diferencia entre las dos
maneras de actuar la conciencia en ambas regiones; porque las palabras son
símbolos de imágenes, pertenecen a las operaciones del mental inferior en el
cerebro y se basan exclusivamente sobre sus operaciones.
Mientras
que la región “sin forma” pertenece a la razón pura, que jamás trabaja en los
estrechos límites del lenguaje.
El
plano mental es el que refleja la Inteligencia Universal en la Naturaleza, el
plano que, en nuestro pequeño sistema, corresponde al de la Gran Inteligencia
en el Cosmos (I) (Mahat, el tercer Logos
o la Inteligencia Divina creadora; El Brahmâ de los indos, el Mandujusri de los
buddhistas del Norte., el Espíritu Santo de los cristianos)
En
sus regiones superiores existen todas las ideas arquetipos que se hallan
actualmente en vías de evolución concreta; y en sus regiones inferiores esas
ideas se elaboran en formas sucesivas para reproducirse enseguida en el mundo
astral y en el físico.
La
materia del plano es susceptible de combinarse al impulso de vibraciones
mentales, y puede formar cuantas combinaciones sea capaz de imaginar el
pensamiento.
De
la misma manera que el hierro puede convertirse en arado para el labrador o en
espada para el guerrero, la materia mental puede modelarse en formas que
aprovechen o perjudiquen.
La
vida del Pensador, en vibración continua, modela la materia que le rodea, y su
obra se educa a la voluntad que la engendra.
En
esta región el pensamiento y la acción, el propósito y el hecho son la misma
cosa.
El
espíritu—materia es el esclavo dócil de la vida y se adapta espontáneamente a
cada impulso creador.
Por
su velocidad y sutilidad, estas vibraciones que modelan en pensamientos—formas
la materia del plano mental, dan también nacimiento a exquisitas coloraciones
constantemente cambiantes: ondas de tintes varios como las irisadas del nácar,
pero etéreas y luminosas en grado incomparable, que resbalan sobre todas las
superficies y penetran todas las formas, de modo que cada una de ellas ofrece
una armonía de colores tornasolados, vivos, luminosos y delicados, como no se
conocen en la tierra.
Las
palabras son incapaces de expresar la exquisita belleza y brillo de las
combinaciones de esa materia sutil, trémula de vida y de movimiento.
Todos
los videntes que lo atestiguan, indos, buddhistas, y cristianos hablan con éxtasis
de su gloriosa belleza y confiesan que son incapaces de describirla.
Parece
que toda descripción, por hábiles que sean sus términos, no sirven sino para
rebajarla.
Los
pensamientos—formas juegan naturalmente un papel considerable entre las
criaturas vivas que actúan en el plano mental.
Asemejase
a las que hemos hallado en el mundo astral, salvo que son mucho más luminosas,
más brillantemente coloreadas, más vigorosas, más persistentes y más
vitalizadas.
A
medida que las cualidades intelectuales superiores se señalan más claramente en
quién las engendra, presentan un contorno más definido y tienden a una singular
perfección geométrica, al mismo tiempo que ha una pureza de luz y de color no
menos admirable.
No
hay necesidad de decir que, en el estado actual de la humanidad, las formas
nebulosas e irregulares predominan como producto habitual de inteligencias mal
dirigidas.
No
obstante, también se encuentran en el plano astral pensamientos artísticos de
rara belleza, y así no es extraño que los pintores, después de entrever un
instante su ideal en sueños, se impacienten por no poder expresar su radiante
belleza con los colores de este mundo.
Estos
pensamientos—formas están constituidos por la esencia elemental del plano.
Las
vibraciones del pensamiento modelan la esencia elemental en forma adecuada, de
la que el pensamiento es vida animadora.
Encontramos
aquí, pues, los elementos artificiales idénticos, en su modo de formación, a
los del mundo astral, todo lo que se ha dicho en el capítulo II sobre su generación
e importancia, puede repetirse a propósito de los elementales del plano mental;
pero hay que tener en cuenta la responsabilidad adicional adquirida, a
consecuencia de la mayor fuerza y de la permanencia característica de los
elementales de este mundo superior.
La
esencia elemental del plano mental está formada por la Mónada en el estado de
descendencia que precede inmediatamente a su entrada en el mundo astral.
Constituye
entre las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental el segundo reino elemental.
Las
tres subdivisiones superiores, “sin forma”, están ocupadas en el primer reino
elemental.
Aquí
el pensamiento produce en la esencia elemental irisaciones brillantes,
corrientes coloreadas y relámpagos de fuego vivo, en vez de incorporarse en formas
definidas.
La
esencia elemental toma, por decirlo así, su primera lección de actividad
orgánica, de acción combinada; pero no reviste aún las limitaciones definidas
de las formas.
En
las dos grandes divisiones del plano mental viven inteligencias innumeras, cuyo
cuerpo inferior está formado de materia luminosa y de la esencia elemental del
plano:
Seres
Resplandecientes que guían el proceso del orden natural y dirigen las legiones
de entidades inferiores de que ya se ha hablado, pero sometidos a su vez, en
sus múltiples jerarquías, a los Soberanos Señores de los siete elementos
(I) (Estos seres son los Arupa Devas y
los Rupas Devas de los indos y buddhistas, los Señores de los cielos y la
tierra de los zoroástricos, los Arcángeles y Ángeles de los cristianos y
mahometanos.)
Son,
como se imagina comúnmente, seres de gran conocimiento, de inmenso poder y de
esplendente aspecto; criaturas radiantes
y brillantísimas con mil cambiantes parecidos al arco iris de los colores
celestes.
Llenos
de real majestad respiran tranquila energía y tienen expresión de fuerza
irresistible.
Aquí
se presenta al espíritu la descripción del gran vidente cristiano cuando habla
de un arcángel poderoso:
“Había
un arco iris sobre su cabeza; su rostro se parecía al sol y sus pies a dos
columnas de fuego” (I) (Apocalipsis, X-
I.)
Sus
voces son como sonido de profundas aguas, como eco de la armonía de las
esferas.
Son
los guías del orden natural y mandan a legiones inmensas de elementales del
mundo astral.
De
suerte que sus cohortes persiguen incesantemente la obra de la naturaleza con
regularidad y precisión infalibles.
En
el plano mental inferior hay numerosos Chelas que trabajan en su cuerpo mental
(2) (Cuerpo ordinariamente llamado
Mayavi Rupa o forma ilusoria, cuando este dispuesto para funcionar
independientemente en el mundo mental.) Libertados temporalmente de la
envoltura física.
Cuando
el cuerpo carnal está sumergido en profundo sueño, el Pensador, el hombre real,
puede escaparse de él a fin de trabajar libre de trabas en esta región
superior.
De
ahí qué, al obrar directamente sobre la esfera mental de sus semejantes, les
sugiera buenos pensamientos, presentándoles ideas nobles, y los pueda ayudar y
confortar más viva y eficazmente que a través de la prisión del cuerpo físico.
Percibe
más claramente sus necesidades y puede así socorrerlos de manera más perfecta.
Su
mayor privilegio y su más intenso goce consiste en ayudar a sus hermanos que
luchan, sin que tengan conocimiento de sus servicios ni la menor idea del
poderoso brazo que les aligera el yugo, de la dulce voz, que muy por lo quedo
los consuela en sus penas.
Ni
se les ve ni se les reconoce.
En
la tarea ayuda a amigos y enemigos con igual placer y la misma libertad,
repartiendo entre los hombres las diversas corrientes bienhechoras dimanantes
de los grandes Protectores de las superiores esferas.
También
se hallan algunas veces en esta región las formas gloriosas de los Maestros,
aunque generalmente residan en las subdivisiones más elevadas del mundo “sin
forma”.
También
descienden hasta este plano en ciertas épocas otros Grandes Seres, cuando la
compasión requiere de su parte que se manifiesten en planos inferiores.
Sean
humanas o no, estén en su cuerpo o fuera de él, la comunicación es prácticamente
instantánea entre las inteligencias que funciona conscientemente en este plano,
porque se produce con la rapidez del pensamiento.
Las
barreras del espacio han perdido su fuerza de separación, y para ponerse en
contacto un alma con otra basta con
dirigir su atención hacia ella.
La
comunicación no sólo es rápida, como se acaba de decir, sino que es igualmente
completa si las almas se encuentran en el mismo grado de evolución.
Las
palabras no pueden impedir o aminorar la comunicación; el pensamiento pasa de
uno a otro ser, o, mejor dicho, cada ve el pensamiento tal como lo concibe el
otro
Las
verdaderas barreras entre las almas son las diferencias de evolución.
El
alma menos evolucionada no conoce en el alma que lo está más, sino aquello que
puede percibir, y es evidente, y es evidente que sólo la más adelantada tiene
conciencia de esa limitación, puesto que la otra recibe todo lo que puede
contener.
Cuanto
más evolucionada está un alma, más conciencia tiene de lo que la rodea y más
íntimamente se aproxima a la realidad; pero el plano mental tiene también sus
velos de ilusión, aunque menos numerosos y más transparentes que los del mundo
físico.
Cada
alma está rodeada de su propia atmósfera mental, y como todas las impresiones
le llegan a través de esta atmósfera, todas están más o menos expuesta a las
ilusiones cuanto más transparente, pura y menos teñida por la personalidad esté
su atmósfera.
Las
tres subdivisiones superiores del plano mental son la morada del Pensador, que
reside en una u otra según su grado de evolución.
La
inmensa mayoría evolucionada en grados diversos, vive en él ínfimo de esos tres
niveles.
Un
número comparativamente reducido de almas vigorosamente intelectuales habita en
el segundo nivel.
Empleando
una frase más aplicable al plano físico que al plano mental, diremos que el
Pensador asciende a ese segundo nivel cuando en él prepondera la materia más
sutil de esa región, y de este modo opera el cambio necesario.
No
hay naturalmente ascensión, propiamente hablando, ni cambio de lugar; ocurre
sólo que el Pensador comienza a percibir vibraciones de esa materia sutil, que
provoca en él una respuesta, pudiendo él mismo desde entonces emitir fuerzas
que hagan vibrar esas tenues partículas.
Es
indispensable que el estudiante se familiarice con el hecho de que su ascenso
en la escala de la evolución no implica cambio alguno de lugar, sino
sencillamente mayor aptitud para recibir las impresiones.
Todas
las esferas están en torno a nosotros, sean la astral, la mental, la búdica, la
nirvánica, o ya se trate de mundos más elevados aún, hasta la vida del Ser
Supremo.
No
tenemos necesidad de movernos para encontrarlas, pues están aquí mismo; pero
nuestra grosera percepción nos aparta de ellas con mayor lejanía que si
estuvieran a muchos miles de kilómetros.
No
tenemos conciencia de lo que nos afecta, de lo que provoca en nosotros
vibraciones de respuesta.
A
medida que nos hacemos más receptivos, que nos organizamos con materia más
delicada, entramos en contacto con los mundos más sutiles.
Al
hablar, pues de la ascensión de un nivel a otro, significamos que tejemos
nuestros vestidos con materiales más sutiles y que podemos recibir a través de
ellos los—contactos de mundos semejantes.
Más
profundamente significa esto, que en él Yo envuelto por todos esos vestidos,
los poderes divinos pasan del estado latente al activo y emiten al exterior las
vibraciones sutiles de su vida.
El
Pensador que ha alcanzado este segundo nivel, tiene plena conciencia de lo que
le rodea y recuerda su pasado.
Conoce
los cuerpos que le revisten, por medio de los cuales está en contacto con los
planos inferiores y puede influir determinadamente sobre esos cuerpos y
dirigirlos.
Prevé
las dificultades y obstáculos que le aguardan como resultado de una conducta
descuidada en vidas anteriores, y se esfuerza en infundirles la energía
necesaria para el cumplimiento de su tarea.
La
dirección en que ha de emplearla se deja sentir a veces en la conciencia
inferior como una fuerza imperiosa e impulsiva que vence toda resistencia y le
traza al ser una línea de conducta cuyas razones no aparecen claras a la
confusa visión de los vehículos astral y mental.
Los
hombres que realizaron grandes acciones nos dan frecuente testimonio de ello, cuando
afirman haber tenido conciencia de una irresistible fuerza interior que los
movía, poniéndolos en a imposibilidad de obrar de otra manera.
Y
es que entonces obraban como hombre reales.
El
Pensador, el hombre exterior, obra conscientemente a través de sus cuerpos, que
desempeñan en este momento su verdadero papel de vehículo de la individualidad.
A
medida que la evolución se cumpla, todos alcanzarán estos altos poderes.
En
el tercer nivel, el más elevado de la región superior del plano mental, residen
los Egos de los Maestros y sus discípulos o Chelas, los Iniciados.
La
materia de está región predomina desde luego en el cuerpo del Pensador.
En
el seno de esta región, foco de las más sutiles energías mentales, ejercen los
Maestros su benéfica tarea en pro de la humanidad, vertiendo a torrentes sobre
las regiones inferiores el ideal sublime, el pensamiento inspirador, el anhelo
de fe sincera, todas las fuerzas espirituales e intelectuales de que tan
necesitado se halla el hombre.
Cada
fuerza allí engendrada irradia en multitud de direcciones como de un foco
luminoso, y las almas más nobles y puras pueden recibir con mayor facilidad sus
auxiliadoras influencias.
Un
descubrimiento sorprende de los secretos de la naturaleza; una nueva melodía
embelesa el oído de un gran músico; la resolución de un problema largo tiempo
meditado, se ofrece a la mente del filósofo sublime; una energía nueva de
esperanza y de amor caldea el corazón del filántropo infatigable; y sin
embargo, aún entonces se creen abandonados los hombres y sin auxilio, a pesar
de que sus mismas frases; “Se me ha ocurrido este pensamiento, “Me ha venido
esta idea”, “He sido sorprendido por este descubrimiento”, atestiguan
inconscientemente la verdad de que su Yo no ignora, aunque sea invisible a los ojos
del cuerpo.
Pasemos
ahora al estudio del Pensador y de su vehículo, tales como se les encuentra en
el hombre que habita en la tierra.
Se
llama cuerpo mental el de que está revestida la conciencia y por el cual se
encuentra condicionada en las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental.
Este
cuerpo está constituido por combinaciones de la materia de las cuatro
subdivisiones.
Al
acercarse una nueva encarnación, el Pensador, el Individuo, que es la verdadera
alma humana cuya formación se explicará al
fin del capítulo, irradia una porción de su energía en vibraciones que atraen
alrededor de él una envoltura de materia formada por las cuatro subdivisiones
inferiores de su propio plano.
La
materia atraída corresponde a la naturaleza de las vibraciones emitidas; los
elementos más sut6iles responden al llamamiento de las vibraciones más rápidas
y toman forma bajo su influencia; y las combinaciones más groseras responden a
las vibraciones más lentas.
Como
un hilo metálico que vibra espontáneamente, respondiendo a otro hilo del mismo
peso y de la misma tensión, pero que permanece mudo a vibraciones de hilos
diferentes, las materias de diversos órdenes se armoniza en correspondencia con
los diversos órdenes vibratorios.
La
naturaleza, pues, del cuerpo mental del Pensador está exactamente determinada
por las vibraciones que él emite; y ese cuerpo se llama mental inferior, o
Manas inferior, porque está constituido por la materia de las subdivisiones
inferiores del plano mental, y condiciona al Pensador en sus operaciones
ulteriores.
Las
sutilísimas y rapidísimas energías necesarias para mover esa materia y obtener
una respuesta, no se pueden manifestar sino a través de ella.
El
Pensador está forzosamente limitado y condicionado en su expresión.
Esta
es la primera de las cárceles en que se encierra durante su vida encarnada, y
mientras sus energías funcionan en ella, se encuentra excluido en gran parte de
su propio y más elevado mundo, porque su atención se fija en las energías que
tienden al exterior y su vida se proyecta con ellas en el cuerpo mental
inferior, designando con términos de vestidos, estuche, envoltura o vehículo:
expresiones significativas de que el Pensador no es el cuerpo mental, sino que
construye ese cuerpo y se sirve de él para expresar de sí mismo en la región
mental inferior.
No
hay que olvidar que las energías del Pensador, en proceso de exteriorización,
atraen cerca de él la materia más densa del plano astral para formar su cuerpo
astral, y que durante la encarnación de su vida, las energía que se manifiestan
a través de los estados inferiores de la materia mental, se convierten muy
fácilmente por ella en vibraciones lentísimas a las que responde la materia
astral, vibrando continuamente los dos cuerpos de acuerdo hasta llegar a
compenetrarse estrechamente.
Cuanto
más se asimilan las combinaciones de materia densa por el cuerpo mental, más
íntima se hace esa unión, por lo que ambos cuerpos se clasifican juntamente y
aun se consideran como único vehículo (I)
(Así el teósofo habla de Kama—Manas para designar la inteligencia que
trabaja en y con la naturaleza del deseo, afectando la naturaleza animal y
afectada por ella. Los vedantinos clasifican ambos cuerpos juntos y consideran
él yo como funcionante en el Manomayâkosha, envoltura compuesta del mental
inferior de las emociones y de las pasiones. El psicólogo europeo hace del
sentimiento una de las secciones de la triple división del intelecto, e incluye
en los sentimientos las emociones y las sensaciones)
Al
abordar el estudio de la reencarnación veremos la capital importancia de este
hecho.
El
tipo del cuerpo mental del hombre que desciende a una encarnación nueva, se
determina por el grado de evolución del mismo hombre.
Como
en el estudio del cuerpo astral, podemos examinar en el cuerpo mental tres
tipos de hombres diversamente evolucionados: A), un individuo no evolucionado;
B), un individuo medianamente desarrollado; C), un individuo espiritualmente
evolucionado.
A) En el individuo no evolucionado es casi
imperceptible el cuerpo mental, porque sólo consta de una pequeñísima
cantidad de materia mental sin
organización, tomada principalmente de las subdivisiones ínfimas del plano.
Sufre
casi exclusivamente la influencia de los cuerpos inferiores; y las tormentas
astrales desencadenadas por el contacto de los objetos sensibles determinan en
él vibraciones de poca intensidad.
Así,
cuando no está estimulado por esas vibraciones astrales, queda casi inerte y
aun responde con pereza al estímulo.
No
engendra interiormente ninguna actividad definida, y sólo los choques del mundo
exterior pueden provocar una respuesta clara.
Cuanto
más violentas son, tanto más contribuyen al progreso del hombre, pues cada
vibración responsiva acelera el desarrollo embrionario del cuerpo mental.
Los
placeres tumultuosos, la cólera, la ira, los sufrimientos, el terror, todas
estas pasiones producen terribles torbellinos en el cuerpo astral y suscitan
débiles vibraciones en la materia del cuerpo mental.
Estas
vibraciones provocan un comienzo de actividad en la conciencia mental y la
estimulan a añadir gradualmente cierta actividad propia a las impresiones
recibidas de fuera.
Hemos
visto que el cuerpo mental está tan íntimamente unido con el astral, que ambos
obran como un cuerpo único; pero las facultades mentales nacientes añaden a las
pasiones astrales cierta fuerza y cierta cualidad que no se manifiestan cuando
esas pasiones obran como fuerzas puramente animales.
Las
impresiones en el cuerpo mental duran más que las efectuadas en el astral, y aquél
las reproduce de una manera consciente.
Aquí
comienzan la memoria y la imaginación.
Esta
facultad se despierta poco a poco, a medida que las imágenes del mundo externo
obran sobre la sustancia del cuerpo mental y modelan sus materiales a su propia
semejanza.
Tales
imágenes, nacidas del contacto de los sentidos, atraen a ellas la materia mental más densa y pueden
reproducirse a la voluntad por los nacientes poderes de la conciencia.
Esta
reserva de imágenes acumuladas tiende a estimular la actividad interiormente
engendrada, por el deseo de experimentar una vez más, por medio de los órganos
externos, las vibraciones que han dejado un recuerdo agradable y evitar las que
determinaron disgusto.
El
cuerpo mental comienza desde entonces a excitar al astral, y a reanimar en él
los deseos que en el animal duermen mientras no se despiertan por un estímulo
físico.
Por
esto encontramos en el hombre poco evolucionado el continuo anhelo de placer
que no se nota jamás en los animales; la codicia, crueldad y doblez desconocidas
en el reino inferior.
Los
poderes conscientes del pensamiento, puestos al servicio de los sentidos, hacen
del hombre un bruto más peligroso y feroz que ningún otro, y las fuerzas más
profundas y sutiles inherentes al espíritu—materia mental prestan a la
naturaleza pasional una violencia y agudeza que no se encuentran en las razas
inferiores.
Pero
estos excesos llevan en sí mismos, gracias a los sufrimientos de que son causa,
el germen de su propia corrección.
Estas
penosas experiencias obran sobre la conciencia y provocan imágenes nuevas sobre
las que la imaginación actúa, estimulando a la conciencia a resistir a ciertas
vibraciones que le llegan del mundo exterior por mediación de su cuerpo astral,
y entonces comienza a emplear su voluntad para< retener el impulso de las
pasiones en vez de abandonarse a ellas.
Una
vez en juego estas vibraciones de resistencia, atraen al cuerpo mental
combinaciones sutilísimas de materia mental, expulsando las combinaciones
groseras que vibran en respuesta a las notas pasionales del cuerpo astral.
Gracias
a esta lucha entre las vibraciones provocadas por las imágenes pasionales y las
vibraciones contrarias debidas a la reproducción imaginativa de experiencias
penosas de otro tiempo, se desenvuelve el cuerpo mental, empieza a tener
organización definida y a ejercer una iniciativa cada vez mayor frente a las
actividades externas.
Mientras
la vida terrestre se aplica a cosechar experiencias, la vida intermedia se
emplea en asimilar, como veremos detalladamente en otro capítulo, esas mismas
experiencias.
De
suerte que a cada nueva vuelta a la tierra, el Pensador se encuentra en
posesión de mayor conjunto de facultades para construir su cuerpo mental.
Así,
el hombre no evolucionado, esclavo de sus pasiones, se transforma en
medianamente evolucionado, cuya inteligencia es campo de batalla donde las
pasiones y las potencias mentales luchan con fortuna diversa y con fuerzas casi
iguales.
En
este período, el hombre evoluciona gradualmente hacia la dominación de su
naturaleza inferior.
B)
En el hombre medianamente evolucionado es más vigoroso y de mayor tamaño el
cuerpo mental.
Revela
cierta organización y contiene bastante cantidad de materia de la segunda,
tercera y cuarta subdivisiones del plano mental.
La
ley general que rige la construcción y transformación del cuerpo mental podrá
estudiarse aquí con algún provecho, aunque esté basada sobre el mismo principio
que ya vimos operando en los reinos inferiores de los mundos astral y
físico.
El
ejercicio vigoriza y la inacción atrofia y acaba por destruir.
Cada
vibración provocada en el cuerpo mental determina en la región afectada una
modificación de sus elementos constitutivos.
La
materia que no puede vibrar al unísono se elimina y reemplaza por materiales
convenientemente tomadAs de la reservas verdaderamente inagotables que se
encuentran alrededor.
Cuanto
más se repite un conjunto de vibraciones, más se desarrolla la región afectada
del cuerpo mental; de ahí, dicho sea de paso, el perjuicio que irroga al cuerpo
mental la especialización exagerada de sus energías.
Este
error de método en la utilización de fuerzas determina un desarrollo desigual y
desequilibrado del cuerpo mental.
En
la región continuamente ejercitada hay tendencia a la plétora, y tendencia a la
atrofia en otras regiones acaso muy importantes.
El
ideal está en perseguir un desarrollo general armónico y proporcionado; y para
eso basta el análisis tranquilo de sí mismo y la justa adaptación de los medios
a los fines.
El
conocimiento de esta ley permite explicar algunas experiencias muy conocidas y
forja la esperanza en un progreso seguro.
Cuando
se emprende un nuevo estudio o se introduce un cambio en el sentido de una más
elevada moralidad en la evidencia, las primeras etapas están llenas de
dificultades y a veces se abandona el esfuerzo porque parecen insuperables los
obstáculos.
Al
comienzo de una nueva empresa mental, cualesquiera que sea, todo el automatismo
del cuerpo mental rehuye el esfuerzo.
Sus
materiales, acostumbrados a vibrar de cierta manera, no pueden adaptarse a los
nuevos impulsos.
La
primera etapa del trabajo consiste, pues, principalmente, en realizar esfuerzos
preliminares que, aunque no provoquen en el cuerpo mental vibraciones
adecuadas, son cuando menos indispensables para que surjan las vibraciones
armónicas, porque tienden a rechazar del cuerpo los antiguos materiales
refractarios y a atraer combinaciones simpáticas.
En
este tiempo el hombre no tiene conciencia de progreso alguno, sino de lo inútil
de sus esfuerzos y de la resistencia inerte que encuentra; pero al cabo de
cierto tiempo, si persiste, los materiales nuevamente adquiridos empiezan a
funcionar recompensándole los esfuerzos que creyera estériles.
Finalmente,
expulsados todos los materiales viejos y ya en función los nuevos, triunfa sin
el menor esfuerzo y realiza su deseo..
El
período verdaderamente crítico es el primer paso, o la primera etapa.
Pero
si tenemos confianza en la ley, tan infalible en sus operaciones como todas la
s de la naturaleza, y si renovamos con persistencia nuestros esfuerzos, debemos
necesariamente triunfar.
El
conocimiento de este hecho puede servirnos para animarnos en medio de las
tribulaciones que de otro modo nos llevarían a la desesperación.
He
ahí, pues, cómo el hombre medianamente desarrollado puede proseguir sus
esfuerzos, descubriendo con gozo que a medida que resista más y más a las
solicitaciones de la naturaleza inferior, pierden su poder sobre él, porque
expulsa de su cuerpo mental todos los materiales que pueden producir
vibraciones simpáticas.
Cuando
el cuerpo mental sólo contenga las combinaciones más sutiles de las cuatro
subdivisiones inferiores del plano mental, adquirirá la forma radiante y
exquisitamente bella del estadio siguiente.
C)
El hombre espiritualmente desarrollado ha eliminado ya del cuerpo mental las
combinaciones groseras, de suerte que los objetos de los sentidos no encuentran
materiales capaces de responder simpáticamente a sus vibraciones.
Este
cuerpo mental sólo contiene combinaciones de las más sutiles, pertenecientes a
las cuatro subdivisiones del mundo mental inferior; además, la substancia del
tercero y cuarto súplanos entra por mucho en la composición de los dos
primeros.
Es,
pues, sensible a todas las operaciones superiores del intelecto, a las
impresiones delicadas de las artes superiores y a todas las puras vibraciones
de las emociones sublimes.
Un
cuerpo tal permite al Pensador revestido de él, expresarse más completamente en
la región mental inferior y en los mundos astral y físico.
Sus
materiales pueden responder a una escala de vibraciones mucho mayor y los
impulsos procedentes de arriba los moldean en un organismo más noble y más
sutil.
Se
aproxima el momento en que ése cuerpo este pronto pana trasmitir todas las
vibraciones emitidas por el Pensador, susceptibles de expresión en las
subdivisiones inferiores del plano.
El
Ego tendrá entonces el instrumento perfecto para desempeñar plenamente su papel
en la región mental inferior.
A
modificar en gran manera la educación moderna y hacerla más útil al Pensador
que lo es actualmente, contribuirá una clara comprensión de la naturaleza del
cuerpo mental.
Las
características generales de este cuerpo dependen de las vidas anteriores del
Pensador sobre la tierra; echo del que podremos convencernos íntimamente al
estudiar la Reencarnación y el Karma.
El
cuerpo está construido en el plano mental y sus materiales dependen de las
cualidades que el Pensador ha acumulado en él como resultados de experiencias
anteriores.
Todo
lo que puede hacer la educación es dirigir los estímulos exteriores adecuados
para despertar las facultades útiles que ya posee el Pensador; pero al mismo
tiempo debe propender a la atrofia y desarraigo de las malas inclinaciones.
Favorecer
el desenvolvimiento de las facultades innatas y no recargar la memoria con
abrumador cúmulo de palabras: tal es el objeto de la educación verdadera.
La
memoria no necesita cultivo como facultad distinta, porque depende de la
atención, es decir, de la firma concentración del pensamiento sobre el objeto
estudiado y de la afinidad natural que existe entre el objeto y la inteligencia
del niño.
Si
el objeto agrada, es decir, si la inteligencia tiene aptitudes en tal sentido,
no hará falta la memoria para sostener la atención.
Por
esto la educación, orientándose hacia las facultades innatas del niño, debe
arraigar el hábito de la firme y sostenida concentración de la atención.
Pasemos
ahora a la división “sin forma” del plano mental, a esa región que es la
verdadera patria del hombre a través del
ciclo de sus reencarnaciones.
En
ella nace el alma incipiente, el Ego niño, individualidad embrionaria en el
momento en que comienza su evolución humana propiamente dicha.
La
forma del Ego, del Pensador, es ovoide, y por eso H. P. Blavatsky da el nombre
de huevo áureo al cuerpo de Manas que persiste a través de todas las
encarnaciones.
Está
formado de la materia de las tres subdivisiones superiores del plano mental,
es de exquisita finura y parece un velo
desde su primera aparición.
A
medida que se desarrolla se convierte en un objeto radiante de gloria y belleza
suprema: “El Ser luminoso”, como justamente se le ha llamado (2) (Este es el Augoeides de los neoplatónicos, o
el cuerpo espiritual de San Pablo)
¿Qué es, pues, el Pensador?
Ya
lo hemos dicho: él Yo divino, limitado o individualizado en una forma sutil
formada por materiales de la región “sin forma” del plano mental (3) (Es decir, él Yo cuando funciona en el
estuche del Discernimiento; el Vignyânamayakosha, la clasificación vedan tina)
Esta
materia, aglomerada alrededor de un rayo del Yo, de un rayo vivo de la Luz Una,
que es la vida del universo, separa a ese rayo de su fuente en lo que concierne
al mundo externo.
Lo
envuelve como un velo traslúcido y lo transforma así en “un individuo”.
La
vida que le anima es la vida del Logos, pero al principio todas las fuerzas de
esa vida están latentes y veladas.
Todo
está en él potencialmente en estado de germen, como el árbol en el germen
minúsculo de la semilla.
Esta
semilla está plantada en la tierra fecunda de la vida humana, a fin de que
vivificadas las fuerzas latentes por el sol de la alegría y la lluvia de las
lágrimas, pueden nutrirse con los jugos del mantillo vital que llamamos
experiencia, y se desenvuelva en árbol potente a imagen del Señor que lo
engendrara.
La evolución humana es la del Pensador.
Se
reviste de cuerpos en los planos mental inferior, astral y físico.
Luego
de gastados estos cuerpos a través de las vidas terrestres, astral y mental
inferior, los deja sucesivamente en los diversos estados de ese ciclo de vida,
a medida que pasa de un mundo a otro, pero acumulando siempre los frutos
cosechados, para su aprovechamiento en cada plano.
Al
principio, tan escasamente consciente como el cuerpo físico de un recién
nacido, permanece como en soñolencia hasta que las experiencias obran sobre él
desde lo exterior y le ayudan a despertar la actividad de alguna de sus fuerzas
latentes.
Luego,
poco a poco va desempeñando papel cada vez más importante en la dirección de su
existencia; y finalmente, conseguida la madurez, toma su vida entre sus propias
manos t adquiere siempre creciente imperio sobre su destino futuro.
De
extrema lentitud es el crecimiento del cuerpo permanente que con la conciencia
divina constituye lo que llamamos el Pensador.
Su
nombre técnico es el de cuerpo causal, porque reúne en sí los resultados de
todas las experiencias, los cuales obran como causas y modelan las existencias
futuras.
El
cuerpo causal es el único permanente de cuantos el hombre necesita en su
encarnación.
Sabemos,
en efecto, que los cuerpos físico, astral y mental inferior se reconstruyen en
cada encarnación.
Cada
uno de ellos, al desaparecer, trasmite su residuo al cuerpo inmediatamente
superior, y todos los residuos se acopian en el cuerpo permanente.
Cuando
el Pensador vuelve a encarnar, exterioriza sus energías, compuestas de sus
frutos, sobre cada plano sucesivo y atrae sobre sí uno tras otros nuevos
cuerpos en armonía con su propio pasado.
En,
cuanto al acrecentamiento del cuerpo causal, es, como hemos dicho,
extremadamente lento, porque sólo puede vibrar en respuesta a impulsos
susceptibles de expresión en la sutilísima materia que lo compone.
Únicamente
se asimila estos impulsos en la textura de su ser.
Las
pasiones, que tan importante papel juegan en las primeras fases de la evolución
humana, no pueden por lo tanto afectar directamente el crecimiento del cuerpo
causal.
El
Pensador sólo asimila las experiencias que pueden reproducirse por las
vibraciones del cuerpo causal; y esas experiencias deben pertenecer a la región
mental, con carácter sumamente intelectual o moral.
Además,
su materia sutil no puede hallar en el plano físico ninguna vibración
simpática.
Con
un poco de reflexión comprenderá cada cual cuán pobre es su vida cotidiana en
materiales útiles para el desarrollo de ese cuerpo sublime.
Y
de la lentitud de la evolución proviene la tardanza en el progreso.
Cuando
el Pensador sea bastante potente para manifestarse de un modo más completo en
cada vida sucesiva, la evolución se efectuará a gigantescos pasos.
La
persistencia en la iniquidad repercute sin embargo indirectamente sobre el
cuerpo causal y retarda su crecimiento.
Efectivamente,
parece que la prolongada perseverancia en el mal determina cierta incapacidad
para responder a las opuestas vibraciones del bien.
El
crecimiento se retrasa así durante un período considerable, aun después de
haber cesado en la práctica del mal.
Para
dañar directamente al cuerpo causal, hace falta una perversidad muy intelectual
y sutil. El “pecado espiritual”, que mencionan las diversas Escrituras del
mundo.
Felizmente
es un caso tan raro como el bien espiritual.
Ni
uno ni otro se encuentran sino en los seres altamente evolucionados, que siguen
el sendero de la derecha o el de la izquierda. (I) (El sendero de la derecha es el que conduce a
la humanidad divina, al Adeptado puesto al servicio de los mundos. El sendero de
la izquierda lleva al Adeptado que intenta frustrar los progresos de la
evolución en provecho de intereses individuales y egoístas. Se les llama
también sendero blanco y sendero negro.)
La
residencia del Pensador, del Hombre Eterno, es el quinto subplano, el nivel
inferior de la región “sin forma” del plano mental.
Allí
están las grandes masas de la humanidad, apenas despiertas, en la infancia de
su vida.
El
Pensador llega con lentitud al estado consciente, a medida que sus energías
obran sobre los planos inferiores y adquieren en ellos experiencia.
Esta
experiencia es absorbida al mismo tiempo que las energías exteriorizadas del
Pensador, cuando a él vuelven cargadas con la cosecha de una vida.
El
Hombre Eterno, él Yo individualizado, es el verdadero actor en cada uno de los
cuerpos que le envuelven.
Su
presencia da el sentimiento del Yo tanto al cuerpo como al intelecto, y el Yo
es el principio que posee conciencia y por ilusión se identifica con aquél
cuerpo en que despliega más activamente sus energías.
Para
el hombre sensual él Yo es el cuerpo físico y el cuerpo de deseo; saca de ellos
su gozo y los considera como a sí mismo porque su vida está en ellos.
Para
el sabio, él Yo es la inteligencia, porque en el ejercicio de ella encuentra su
alegría y en ella concentra su vida.
Un
reducido número puede elevarse hasta las cumbres abstractas de la filosofía
espiritual, para sentir como su Yo el Hombre Eterno cuyo recuerdo se extiende a
través de las vidas pasadas y cuya esperanza abarca las futuras.
Los
fisiólogos nos dicen que el dolor de un corte en un dedo no se siente realmente
en donde la sangre fluye, sino en el cerebro, y que nuestra imaginación lo
proyecta inmediatamente al exterior sobre la parte lesionada.
Dicen
que es ilusoria la sensación de dolor en el dedo, pues la imaginación lo lleva
al punto de contacto con el objeto que ocasiona la herida.
Así
un hombre experimentará dolor en un miembro amputado, o mejor dicho, en el
espacio que ese miembro ocupaba.
De
un modo análogo él Yo único, el Hombre interior, experimenta sufrimiento o
placer en los puntos de sus envolturas corporales que están en contacto con el
mundo exterior; y considera su envoltura como a sí mismo, ignorando que esa
sensación es ilusoria, y que él mismo es él único ser que obra y recoge la
experiencia en cada vehículo.
Con
arreglo a estos conceptos, consideramos ahora las relaciones entre el mental
superior y el mental inferior, y su acción sobre el cerebro.
Manas,
el Pensador, es decir, la mente verdadera, es única, y no otra que él Yo en el cuerpo causal, fuente
de energía innumeras, de vibraciones infinitamente diversas que irradian en
torno de él.
Las
más elevadas y sutiles de estas vibraciones se manifiestan en la materia del
cuerpo causal, la única bastante delicada para responderlas.
Ellas
constituyen lo que llamamos la Razón Pura, cuyos pensamientos son abstractos y
cuyo método de conocimiento es la intuición.
“Su
verdadera naturaleza es conocimiento”, y reconoce así la verdad a primera vista
por su conformidad con ella.
Las
vibraciones menos sutiles pasan al exterior, atrayendo la materia de la región
mental inferior, y estas vibraciones constituyen el Manas inferior o mental
inferior, que, por lo tanto, está constituido por las energías más groseras del
mental superior, manifestadas en materia más densa.
Esto
es lo que llamamos el intelecto, comprendiendo la razón, el juicio, la
imaginación, la comparación y otras facultades mentales.
Sus
pensamientos son concretos y tiene por método la lógica: discute, razona y
deduce.
Estas
vibraciones obran a través de la materia astral sobre el cerebro etéreo, y
mediante éste sobre el cerebro físico denso, dando origen en él a otras
vibraciones pesadas y lentas en reproducción de aquellas mismas.
Lentas
y pesadas, porque las energías pierden mucho de su actividad, puesto que han de
mover materia más pesada.
Esta
aminoración de energía, cuando se inicia una vibración en un medio sutil para
trasmitirse enseguida a un medio más denso, es cosa familiar para quien ha
estudiado física.
Tocad
un timbre al aire libre y suena claramente.
Tocadlo
en un ambiente de hidrogeno, y las vibraciones del hidrogeno, al conmover a su
vez las ondas atmosféricas aminorarán el sonido.
Las
operaciones del cerebro, en respuesta a choques rápidos y sutiles del
pensamiento, son igualmente débiles; y no obstante, constituyen lo que la
mayoría de los hombres reconoce como estado consciente.
La
importancia inmensa del funcionamiento mental de esa conciencia física proviene
de que es el único intermediario por donde el Pensador puede recoger el fruto
de la experiencia.
Mientras
está dirigido por las pasiones, las sigue, y el Pensador, sin nutrición alguna
no puede desarrollarse.
Y
mientras está totalmente absorbida por las actividades mentales del mundo
exterior, sólo puede despertar las energías más ínfimas del Pensador.
Únicamente
el día en que este puede hacer sentir el verdadero objeto de su vida, comienza
a llenar sus funciones más útiles y a recoger las experiencias que despiertan y
nutren las energías más elevadas del Pensador.
A
medida que éste se desenvuelve, se hace cada vez más consciente de sus propios
poderes, así como de las operaciones de sus energías sobre los planos
inferiores, y sobre los cuerpos cuyas energías actúan cerca de él.
Comienza,
en fin, a esforzarse en influir en esos cuerpos, utilizando la memoria del
pasado para guiar su voluntad; y produce entonces sobre ellos las impresiones
que llamamos “conciencia”, si sé refieren a la moral, y “relámpagos de
intuición”, si iluminan el intelecto.
Cuando
estas últimas impresiones son bastante frecuentes para que se las pueda
considerar como normales, designamos su conjunto con la palabra “genio”.
La
evolución superior del Pensador está señalada por él más completo dominio que
ejerce en lo sucesivo sobre sus vehículos inferiores, por su creciente susceptibilidad
a su influencia, y por su contribución, siempre mayor, a su desarrollo.
Los
que quieren colaborar deliberadamente en esta evolución pueden efectuarlo por
una dirección metódica del mental inferior y de la naturaleza moral en esfuerzo
constante y bien dirigido.
El
hábito de un pensamiento sereno, sostenido y perseverante, sobre los objetos de
meditación y estudio que no sean mundanos y exteriores, desenvuelve el cuerpo
mental y lo mejora como instrumento.
El
esfuerzo que tiende a cultivar el pensamiento abstracto es igualmente útil,
porque eleva al mental inferior hacia el mental superior y atrae sobre sí los
materiales más sutiles de su propia región.
Gracia
a métodos semejantes todo hombre puede cooperar activamente a la evolución de su verdadero ser.
Cada
progreso efectuado acelera los progresos siguientes.
Ningún
esfuerzo se pierde, por mínimo que sea; todos producen efecto, y toda
contribución recogida y trasmitida al interior se acopia en el tesoro del
cuerpo causal para utilizarla ulteriormente.
Así
la evolución, aunque lenta y llena de frecuentes soluciones de continuidad, va
siempre en progreso, y la Vida Divina que sin cesar florece en cada alma,
somete gradualmente todas las cosas a su imperio.
EL DEVACHAN
SABIDURÍA
Devachán es el nombre que se da al Cielo en el
tecnicismo teosófico.
Traducido
literalmente significa: morada luminosa o morada de los Dioses (I) (Devasthan,
el lugar de los Dioses, es el término sánscrito equivalente. Es el Svarga de
los indos, el Sukhâvati de los buddhistas, el cielo de los zoroastrinos y
cristianos, así como el de los musulmanes menos materialistas.)
Es
una región sumamente protegida del plano mental, de la que están excluidas por
completo la tristeza y el mal por las Altas Inteligencias Espirituales que
presiden la evolución humana, y en la que residen, tras el cumplimiento de su
estancia en Kamaloka, los seres humanos despojados de sus cuerpos físicos y
astral.
La
existencia devachánica comprende dos períodos.
El
primero transcurre en las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental,
dónde el Pensador conserva su cuerpo mental y permanece condicionado por él, en
tanto que dura la asimilación de los materiales reunidos con la ayuda de ese
cuerpo durante la vida terrestre que acaba de pasar.
El
segundo se desarrolla en el mundo “sin forma”, donde el pensador, desembarazado
de su cuerpo mental, goza sin trabas de la vida que le es propia, en la plena
conciencia y conocimiento a que ha llegado.
La
duración total de la estancia en el Devachán depende de la calidad de
materiales propios para la existencia devachánica, acopiados por el alma durante su vida terrestre.
La
recolección de los frutos destinados a consumirse y a asimilarse en el Devachán
comprende todos los pensamientos y todas las emociones puras engendradas
durante la vida terrena, todos los esfuerzos intelectuales y morales y todas
las aspiraciones del mismo orden, todos los recuerdos del trabajo útil
efectuado y los proyectos ideados para el servicio de la humanidad; en una
palabra, todo lo que es susceptible de convertirse en facultades mentales y
morales a fin de ayudar a la evolución del alma.
Ni
uno sólo de esos esfuerzos se pierde, por débil y efímero que haya sido.
Pero
las pasiones egoístas y brutales no tienen allí cabida, porque no encuentran
materiales adecuados para su expresión.
Además,
todo el mal de la existencia pasada, aunque hubiese preponderado sobre el bien,
no puede impedir la recolección del bien que se ha sembrado, por poco que haya
sido éste; la escasez de cosecha puede abreviar la vida celeste, pero el hombre
más depravado, si tuvo una leve aspiración al bien, si experimentó el más
mínimo movimiento de ternura, tendrá en el Devachán un período de existencia
donde el germen del bien anhelado y la chispa del bien efectuado se desenvuelva
en una tenue llama.
En
otras épocas, cuando los hombres sentían el deseo del cielo y regulaban su vida
con objeto de saborear sus delicias, la estancia devachánica era muy larga y
duraba veces millares de años.
En
la época presente, el espíritu humano se apega tanto y tan persistentemente a
las cosas terrenas y tiene tan pocos pensamientos elevados, que el período
devachánico ha quedado reducido a muy corto período.
De
un modo análogo, la estancia en las regiones superior e inferior (I) (Estancia
designadas por las palabras: Devachán Rupa, o Arupa, según se trate de las
regiones Rupa o Arupa del plano mental.) del plano mental es respectivamente
proporcional a la suma de pensamientos realizados en los cuerpos causal y
mental.
Todos
los pensamientos pertenecientes al yo personal, a la vida que acaba de
extinguirse, con sus ambiciones, intereses, afectos, esperanzas t temores;
todos estos pensamientos se desarrollan en la esfera devachánica, donde las
formas subsisten todavía; mientras que los pensamientos que pertenecen al
mental superior, a las regiones de la inteligencia abstracta e impersonal, se
desenvuelven y asimilan en la región devachánica “sin forma”
La
mayoría de los hombres no hacen más que entrar en esta región sublime, para
salir de ella inmediatamente.
Algunos
pasan allí gran parte de su existencia celeste, y otros permanecen casi la
totalidad de esta existencia.
Antes
de entrar en pormenores fijaremos algunas de las ideas fundamentales que
regulan la existencia devachánica, aunque ésta difiere hasta tal punto de la
vida física, que toda descripción corre el riesgo de extraviarse por su misma
rareza.
Las
gentes vulgares se fijan tan poco en su vida mental, aún en la vivida en su cuerpo
físico, que ante la descripción de la vida mental fuera de él, pierden toda
noción de realidad y les parece estar en el mundo de los sueños.
En
primer término, conviene fijar la idea de que la vida mental es infinitamente
más intensa, activa y más cercana a la realidad que la vida de los sentidos.
Lo
que tocamos, oímos y gustamos, todo lo que hacemos aquí abajo, es mucho menos
real que las cosas que percibimos en el Devachán; pero aun en este estado no
vemos las cosas tales como son, pues cúbrenlas todavía dos velos.
Nuestro
sentimiento de la realidad en este mundo es totalmente ilusorio; no conocemos
los objetos ni los seres tales como son sin tan sólo las impresiones producidas
por ellas en nuestros sentidos, y las conclusiones erróneas con frecuencia, que
nuestra razón deduce del conjunto de esas impresiones.
Pónganse
frente a frente las ideas que de un mismo hombre tienen su padre, su amigo
íntimo, la mujer amada, su rival en los negocios, su mayor enemigo y un
conocido casual, y se verá cuánto difieren esas imágenes.
Cada
cual puede suministrar únicamente la imagen o impresión producida sobre su
propio espíritu, y ¡cuánto difieren esas impresiones del hombre real, visto en
su integridad por los ojos que penetran en todos los velos!
De
nuestros amigos conocemos la impresión que producen sobre nosotros y esa
impresión está estrictamente limitada por nuestra facultad de percibir.
Un
niño puede tener por padre a un gran hombre de estado, lleno de proyectos
sublimes; pero ese guía de los destinos de una nación, sólo es para él su más
divertido compañero de juego y el más seductor narrador de consejas.
Vivimos
en la ilusión, pero tenemos el sentimiento de la realidad y esto basta para
contentarnos.
En
el Devachán estaremos todavía rodeados de ilusiones, pero próximas, en dos
grados, a la realidad, como acabamos de decir; y allí también tendremos un
sentimiento de realidad que nos satisfará completamente.
Las
ilusiones terrestres no quedan desvanecidas, por lo tanto, en el cielo
inferior, sino disminuidas; y el contacto de los seres en esta región es más
real y más inmediato.
No
hay que olvidar, en efecto, en efecto, que este cielo forma parte de un basto
sistema de evolución, y que en tanto que el hombre no encuentra su Yo real, su
propia irrealidad le sujeta a las ilusiones.
Un
hecho contribuye, sin embargo, a darnos el sentimiento de realidad en la vida
presente y el de irrealidad cuando estudiamos el Devachán, y es: que
consideramos la vida terrestre en sí misma, sometidos como estamos a toda la
fuerza de sus ilusiones, mientras que contemplamos el Devachán desde el
exterior, libres por el momento de maya.
En
el Devachán se invierten las condiciones, y los que se encuentran en él sienten
que únicamente su vida es real y que la vida terrestre es un tejido de
ilusiones y engaños.
En
una palabra, están menos apartados de la verdad que quienes desde la tierra
denigran su morada celeste.
Hemos
de notar que el Pensador, revestido exclusivamente de su cuerpo mental, cuyos
poderes puede utilizar libremente, manifiesta la naturaleza creadora de esos
poderes en una medida imposible de concebir en el plano físico.
El
pintor, el escultor, el músico, tienen en la tierra sueños de exquisita
belleza, y crean sus visiones por la fuerza del pensamiento; pero cuando tratan
de encarnar su sueño en los materiales groseros de la tierra, la obra queda muy
por debajo de la creación mental imaginada.
El
mármol es demasiado rígido para expresar la forma perfecta, y el color muy
pálido para reflejar la perfecta luz.
Pero
en el cielo, todo lo que el artista piensa se plasma directamente en forma,
porque la materia delicada
Y
sutil del mundo celeste es la misma sustancia mental, por el medio en que
trabaja normalmente la inteligencia limpia de toda pasión.
Y
esa materia toma forma a la menor vibración del pensamiento.
Se
sigue dé ahí que, en realidad, cada hombre crea su propio cielo, y que puede
acrecentar indefinidamente la belleza de lo que le rodea, según la fuerza y
riqueza de su inteligencia; y así, a medida que el alma desarrolla sus
facultades, su cielo se hace más delicado y más exquisito.
Ella
misma crea todas sus limitaciones, y a medida que gana en profundidad y
expansión, su cielo se agranda y es más profundo.
Si
el alma es débil y egoísta, pobre y mal desarrollada, la vida celeste participa
de ese carácter mezquino, aunque representa siempre lo que de mejor hay en el
alma, por mediano que sea.
Pero
a medida que el hombre evoluciona, su vida en el Devachán es más completa, más
rica, más real.
Las
almas elevadas entran en relación más íntima y su comunicación es sin cesar más
libre y profunda.
Por
el contrario, una vida terrestre mezquina, vana e inútil, tiene por
consecuencia en el Devachán, una existencia relativamente mezquina e incolora,
subsistiendo sólo en ella los elementos morales y mentales.
No
podemos tener más que lo que somos, y nuestra cosecha es proporcional a nuestra
siembra.
No
os engañéis: nadie se burla de Dios; porque lo que el hombre haya sembrado,
eso, ni, más ni menos cosechará.
Nuestra
indolencia y nuestra avidez quisieran cosechar donde no sembramos; pero en el
universo, en el mundo de la ley, La Buena Ley, misericordiosamente justa, da a
cada uno el exacto salario de su trabajo.
En
el Devachán estaremos dominados por las impresiones o imágenes mentales que nos
formemos de nuestros amigos.
En
torno de cada alma se presentan aquellos a quienes amó sobre la tierra, porque
la imagen de un ser amado, conservada intacta en el fondo del corazón, viene a
ser en el cielo un compañero real y vivo para el alma.
No
cambian allí los que hemos amado; serán para nosotros ni más ni menos lo que
fueron aquí abajo.
Por
la fuerza creadora de nuestro pensamiento en el Devachán modelamos en sustancia
mental, la apariencia externa de nuestros amigos tal como afectó a nuestros
sentidos en la tierra.
Lo
que sólo era para nosotros en el mundo físico una imagen mental subjetiva,
viene a ser en el cielo una forma objetiva en sustancia mental viva, que reside
en nuestra propia atmósfera mental; y lo que era vago aquí abajo, toma intenso
y vivo aspecto.
¿Y
que decir de la verdadera comunión de alma con alma? Es más íntima, más
próxima, más amante que todo lo que conocemos en la tierra; porque, como hemos
visto, en el plano mental no hay barreras entre las almas.
La
realidad de la comunión de las almas es allí proporcional a la realidad de la
vida de las almas.
La
imagen mental de nuestro amigo es nuestra creación propia; su forma es tal como
la que conocimos y amamos, y su obra se manifiesta a la nuestra a través de esa
forma según el grado de simpatía que exista entre sus vibraciones respectivas.
Ahora
bien: ningún contacto es posible con los que hemos conocido en la tierra, si
nuestras relaciones sólo fueron las del cuerpo físico o del cuerpo astral, o si
no hay acuerdo en la vida interior entre ellos y nosotros.
Por
esto, en el Devachán no puede penetrar ningún enemigo, pues únicamente el
acuerdo simpático de los espíritus y de los corazones unen allí a los hombres.
La
separación del corazón y de la inteligencia implica separación en la vida
celeste, pues nada inferior al corazón y a la inteligencia puede encontrar
expresión en ella.
Con
aquellos que nos adelantan en su evolución, nos ponemos en contacto en cuanto
podemos comprenderlos.
Las
inmensas regiones de su ser se extienden fuera de nuestro alcance; pero todo lo
que podemos alcanzar, está en nosotros.
Además,
esos hermanos mayores pueden ayudarnos y nos ayudan efectivamente en nuestra
vida celeste, bajo condiciones que vamos a considerar.
Nos
ayudan a ascender, nos elevan hasta ellos y nos colocan en situación de
recibirlos.
No
hay, pues, en el cielo separación de tiempo ni de espacio; pero hay separación
por falta de acuerdo entre espíritus y corazones.
Vivimos,
pues, en el cielo con todos los que amamos y admiramos; y el grado de nuestra
comunión con ellos lo determinan los límites de nuestra capacidad, o de la suya
si estamos más avanzados los volvemos a encontrar bajo las formas en que los
amamos sobre la tierra y con el recuerdo perfeccionado de nuestras relaciones
terrestres; porque el cielo es eflorescencia de cuanto no pudo florecer en la
tierra, y los amores frustrados y tibios de esta vida se desarrollan allí con
vigoroso poder.
Como
la comunión es directa, no pueden equivocarse ni de palabra ni de pensamiento
que crea su amigo, o por lo menos todo lo que le es asequible de ese
pensamiento.
El
Devachán, el mundo celeste, es una mansión de felicidad y de dicha inefable,
pero es también algo más que un reposo para el peregrino fatigado, pues allí se
produce la elaboración y asimilación de cuanto tiene valor real en las
experiencias adquiridas por el Pensador durante su pasada vida.
Todas
estas experiencias se meditan dilatadamente y se transforman de manera gradual
en facultades morales y mentales, en poderes adquiridos, con los que el hombre
volverá a la tierra en su próxima reencarnación.
No
asimilado a su cuerpo mental el recuerdo, subsistirá sólo para el Pensador que
atravesando ese pasado sobrevivirá inmortal.
Ahora
bien: las experiencias pasadas se trasmutan en aptitudes mentales, de suerte
que si un hombre ha estudiado con profundidad un problema, el efecto de su
trabajo será la creación de una facultad especial que le permita profundizar
sin esfuerzo semejante cuestión cuando se le ofrezca coyuntura en una
encarnación venidera.
Nacerá
así con aptitudes especiales para tal género será estudioso y estará seguro de
triunfar fácilmente.
Todo
lo que ha pensado el hombre sobre la tierra se utiliza así en el Devachán: cada
aspiración se transforma en poder, todos los esfuerzos estériles se convierten
en facultades y en aptitudes.
Las
luchas y las derrotas son materiales para forjar los instrumentos de victoria;
y los sufrimientos y los errores son como brillantes y preciosos metales que se
transformarán en voluntades sabias y justas.
Los
proyectos de beneficencia que en la tierra fracasaron por falta de poder y de
habilidad se elaboran por el pensamiento en el Devachán, ejecutándose, por
decirlo así, detalle por detalle, desarrollándose bajo formas de facultades de
la inteligencia, con poderes y habilidades necesarias.
Semejantes
facultades se utilizarán en una vida futura sobre la tierra, cuando el
estudiante aplicado renazca como genio y el devoto como santo.
La
vida celeste, no es, pues, un simple sueño, ni un paraíso oriental de molicie y
abandono, sino un estado donde la inteligencia y el corazón se desenvuelven
libres de las materias groseras y de los cuidados triviales de la tierra, el
estado en que forjamos las armas para asegurar nuestro progreso futuro tras los
rudos combates terrenales.
Cuando
el Pensador ha consumido, en su cuerpo mental, todos los frutos de su vida
terrestre debidos a la actividad de ese cuerpo, lo abandona para vivir sin
trabas en su propia residencia.
Todas
las facultades mentales que encontraban expresión en los niveles inferiores del
plano mental se retraen al interior del cuerpo causal, de la misma manera que
los gérmenes de la vida pasional se absorbieron en el cuerpo mental cuando este
abandonó él cascaron astral a su disolución en el Kamaloka.
Todas
esas energías mentales y pasionales se eclipsan un instante en el cuerpo
causal, como fuerzas latentes faltas de materias en que manifestarse. (I)
(
El estudiante encontrará aquí una sugestión fecunda sobre el problema de la
continuidad de la conciencia tras el cumplimiento del ciclo del universo. Ponga
a Ishvara (el Logos) en lugar del Pensador, y reemplace las facultades, fruto
de la experiencia, por las almas humanas, frutos de un universo, y entonces
entreverá que es la condición indispensable para la continuidad del estado
consciente durante el intervalo que separa dos universos)
El
cuerpo mental, la última vestidura temporal del verdadero hombre, se disgrega
entonces; y sus materiales reingresan en el Océano común de materia, de donde fueron sacados en
el último descenso del Pensador.
Así
el cuerpo causal sólo subsiste como receptáculo y tesoro de cuanto ha sido
asimilado en la vida pasada.
El
Pensador, cumplido uno de los ciclos de su gran peregrinación, reposa por un
momento en su región natal.
En
este instante, su estado consciente depende por completo del grado de evolución
conseguido.
En
las primeras fases de su vida, el Pensador no puede sino dormir
inconscientemente, al dejar los cuerpos que le servían de vehículos en los
planos inferiores.
Su
vida palpita dulcemente en él, asimilando algunos resultados, casi
insignificantes, de su existencia terrestre, que pueden entrar en sus
substancias, pero no tiene conciencia de lo que le rodea.
Ahora
bien: a medida que progresa, este período de su vida adquiere más importancia y
ocupa una parte más considerable de su existencia celeste.
Adquiere
conciencia de sí, y por consiguiente de lo que le rodea, del no—yo; y la
memoria le presenta todo el panorama de su vida a través de las edades pasadas.
Ve
las causas que en la última existencia terrestre produjeron sus efectos, y
estudia las nuevas causas que ha engendrado en esta última encarnación; absorbe
y asimila en la textura de su cuerpo causal todo cuanto hay de más noble y
sublime en el capítulo de la existencia que acaba de pasar; y por su actividad
interior desarrolla y coordina los materiales que lo componen.
Se
pone también en contacto directo con las grandes almas, estén encarnadas o no
en aquel instante, y de su comunicación con ellas recibe enseñanzas de más
firme sabiduría y más grande experiencia.
Cada
vida celeste es sucesivamente más rica y profunda.
A
medida que la potencia receptiva del Pensador se desarrolla, el saber entra en
él en poderosas oleadas y más y más aprende a comprender las operaciones de la
Ley y las condiciones del progreso evolutivo.
Torna
así cada a la vida terrestre con mayor sabiduría, con poder más efectivo, con
visión más clara del fin de la vida y con discernimiento más claro del sendero
que a él conduce
Por
poco evolucionado que esté el Pensador, llega para él un momento de visión
clara en el instante de su vuelta a la vida de los mundos inferiores.
En
un momento ve su pasado con las causas que contiene, preñadas de lo porvenir, y
ante sus ojos desfila el plan general de su próxima encarnación.
Poco
después las nubes de la materia inferior surgen en torno de él y su visión se
pierde en las tinieblas.
Comienza
el ciclo de una nueva encarnación; se despiertan los poderes del mental
inferior y sus vibraciones reúnen los materiales de la región correspondiente
para la formación del cuerpo mental, primer paso del nuevo ciclo.
Estas
indicaciones deben bastar por ahora, pues se tratarán de un modo más especial
en los capítulos consagrados a la Reencarnación.
Hemos
dejado el alma adormecida, despojada de los últimos o jirones o restos de su
cuerpo astral, presta a pasar del Kamaloka al Devachán, del purgatorio al cielo.
La
conciencia adormecida se despierta a un sentimiento de gozo inefable, de
felicidad indecible, de paz que sobrepuja a toda comprensión..
Las
melodías más dulces resuenan en torno a ella, los matices más delicados
fascinan sus ojos; la atmósfera misma parece un conjunto de música y de color,
y todo el ser se inunda de luz y de armonía.
Luego,
a través de la bruma de oro, aparecen sonriendo con dulzura, las figuras amadas
sobre la tierra, idealizadas por la belleza que expresan sus emociones más nobles,
más sublimes, sin la menor sombra de los cuidados y de las pasiones de los
mundos inferiores.
¿Quién
podrá referir la felicidad de ese sueño, la gloria de esa primera aurora de la
existencia celeste?
Vamos
a estudiar ahora detalladamente las condiciones que distinguen las siete
sub—divisiones del Devachán.
Recordaremos
que, en las cuatro subdivisiones inferiores, estamos en el mundo de formas, o
mejor dicho, en un mundo donde todo pensamiento toma inmediatamente forma.
Este
mundo “formal” pertenece a la personalidad, y cada alma se encuentra allí, por
consiguiente, rodeada de todos los elementos de su vida pasada que han
penetrado en su inteligencia y pueden expresarse en pura sustancia mental.
La
primera región, la inferior, es el cielo de las almas menos evolucionadas, cuya
más alta emoción sobre la tierra fué un amor acendrado, sincero y a veces
desinteresado hacia la familia y los amigos.
Puede
haber ocurrido también que hayan experimentado admiración amante por una
persona más pura y mejor que ellas, o que hayan deseado llevar una vida más
elevada, o hayan tenido algún anhelo de expansión mental y moral.
Sin
embargo, no disponen todavía de los materiales necesarios para modelar las
facultades y su vida va así en progresión muy lenta.
Sus
afectos de familia, alimentados un poco acrecentados, renacerán después de
cierto tiempo con una naturaleza emocional y una tendencia más acentuada a
reconocer un ideal superior y a obrar conforme al mismo.
Entretanto
gozan de toda dicha que pueden contener; su vaso es pequeño, pero está colmado
de felicidad, y su goce celeste se extiende a todo lo que pueden concebir.
La
pureza de esta existencia y su armonía obran sobre sus facultades embrionarias,
que solicitan dulcemente su atención, y comienzan a sentir los primeros
estremecimientos interiores, precursores indispensables de todo nacimiento.
El
segundo grado de la vida devachánica comprende los fieles de todas las
religiones, cuyo corazón durante la vida terrestre se dirigió con amor hacia
Dios, cualquiera que haya sido el nombre o la forma de adoración.
La
forma puede haber sido menguada, pero su corazón se ha elevado por la
aspiración, y allí encuentran el objeto de su culto y de su amor.
El
Ser Divino les espera, tal como lo concibieran en la tierra, pero revestido de
la radiante gloria de las substancias del Devachán, más hermosa y divina de lo
que pueden imaginar los sueños más exaltados.
Es
Ser Divino se limita a sí mismo para ponerse al alcance de su adorador; y
cualquiera que sea la forma bajo que haya sido adorado, en ella se ofrece a las
ávidas miradas del bienaventurado, cuyo corazón esta henchido por la
correspondencia del Amor divino.
Las
almas se abisman allí en éxtasis religioso, adorando al Único bajo las formas
que su piedad prefirió en la tierra, en medio de su devoto entusiasmo en
comunión con el Ser adorado.
En
la morada celeste ningún creyente está desamparado, porque el Ser Divino es
siempre visible bajo la forma familiar a cada uno.
Al
resplandor de esa comunión, las almas crecen en pureza y en devoción, y cuando
vuelven a la tierra estas cualidades se encuentran sumamente desarrolladas.
No
cabe imaginar, sin embargo, que toda su existencia celeste se deslice en
éxtasis devoto, pues tienen también muchas ocasiones de edificar y fortalecer
las demás cualidades de corazón y de la inteligencia.
En
la tercera región encontramos a los eres sinceros y nobles que consagraron sus
servicios a la humanidad sobre la tierra y fundieron de un modo generoso su
amor a Dios en forma de trabajo para el hombre.
Recogen
allí el fruto de sus buenas obras y desarrollan al mismo tiempo su disposición
para servir y la sabiduría que utilizarán después.
Los
proyectos de amplia beneficencia se suceden ante el pensamiento del filántropo.
Como
un arquitecto, traza los planos del futuro edificio que construirá al regresar
a la tierra, y madura los designios que ejecutará en su día.
Como
un Dios creador, concibe de antemano un mundo de bondad, que se manifestará en
la grosera materia física cuando llegue oportunidad de tiempo.
Estos
serán los grandes filántropos de la tierra en los siglos venideros y encarnarán
con dones innatos de amor desinteresado y realizadora fuerza.
El
cuarto cielo es seguramente el que entre todos ofrece más variado carácter,
porque en él se despliegan los poderes de las almas más avanzadas, en cuanto
pueden expresarse en el mundo de las formas.
Se
encuentran allí los primates del arte y de las letras, ejerciendo todos sus
poderes de forma color y armonía, creando facultades mayores, con las que al
renacer volverán a la tierra.
Los
más potentes genios musicales de la tierra, que sobre ellas derramaron
torrentes de armonía superior a toda descripción, así como el genio de
Beethoven ya sin sordera, hacen este cielo más armonioso, arrancando a las
esferas más altas inefables melodías que resuenan vibrantes por todos los
ámbitos celestes.
Encuéntranse
también allí los maestros de la pintura y de la escultura, aprendiendo colores
nuevos y líneas de no soñada armonía.
Hay
también otros, fracasados a pesar suyo en sus grandes aspiraciones, que se
ocupan en transformar sus deseos en poderes y sus sueños en facultades y serán
maestros en otra vida.
Igualmente
se encuentran allí los verdaderos sabios e indagadores de la naturaleza, aprendiendo
los secretos de las cosas.
Ante
sus ojos se deslizan los sistemas del mundo, mostrando su mecanismo oculto con
la trama delicadísima y compleja de las leyes que regulan sus transformaciones.
Y
éstos volverán a la tierra con intuiciones ciertas de las vías misteriosas de
la naturaleza y serán los autores de los grandes “descubrimientos” del
porvenir.
En
este cuarto cielo se encuentran también los estudiantes de una sabiduría más
profunda, los celosos y respetuosos neófitos que han buscado a los Instructores
de la raza, los que han querido ardientemente encontrar un Maestro y han
meditado con paciencia las enseñanzas de cualquiera de los grandes maestros
espirituales de la humanidad.
Allí
realizan sus aspiraciones y reciben la instrucción que creyeron buscar
inutilmente; sus almas beben con avidez la sabiduría celestial, y sentados a
los pies del Maestro crecen y progresan a grandes pasos.
Estos
renacen sobre la tierra para instruir e iluminar y volverán al mundo con el
sello de función sublime de instructores de la humanidad.
Muchos
estudiantes que ignoran estas operaciones sutilísimas, se preparan un lugar en
el cuarto cielo, mientras en el mundo terrestre meditan con verdadera devoción
las páginas de cualquier maestro genial, las enseñanzas de cualquier alma
elevada.
Forman
así, sin saberlo, un lazo entre ellas y el maestro que aman y veneran; y en el
mundo celeste se manifestará este lazo del alma, atrayendo a una mutua comunión
a las almas que une entre sí.
Semejantes
al sol que adentra simultáneamente sus rayos en gran número de habitaciones,
estando iluminada cada una según su total capacidad para recibirlo, esas
grandes almas del mundo celeste bañan con sus rayos centenares de imágenes
mentales de ellas, creadas por sus fieles discípulos.
Estas
imágenes están llenas de vida y animadas de la esencia misma del ser que
representan, de suerte que cada estudiante tiene su maestro por instructor, sin
poder monopolizarlo, sin embargo, en perjuicio de los demás.
El
hombre reside, pues, en los cielos “formales”, durante un período determinado
por la abundancia de materiales recogidos sobre la tierra.
Todo
lo bueno que ha podido cosechar en la última vida personal encuentra allí su
completo desarrollo, su realización total, hasta en los pormenores.
Después,
según hemos visto, cuando todo está extinguido, apurada ya la última gota del
cáliz de la dicha y consumida la última migaja del festín celeste, todo cuanto
se ha transformado en facultad, todo lo de valor permanente, queda absorbido en
el interior del cuerpo causal, y el Pensador se despoja de los últimos restos
del cuerpo mental, por medio del que ha manifestado sus energías en las
regiones inferiores del mundo celeste.
Despojado
del cuerpo mental, continúa en su propio mundo a fin de elaborar cuantos elementos
de la cosecha asimilada puedan encontrar en esta región elevada materiales
propios para su expresión.
El
gran número de almas vulgares, no hacen, por decirlo así, más que tocar un
instante el nivel inferior del mundo “sin forma”.
Allí
se refugian momentáneamente, puesto que todos sus vehículos inferiores se han
dispersado; pero se hallan en tan embrionario estado que todavía no son capaces
de poseer ningún poder activo para funcionar independientemente en esta región.
Esas
almas quedan inconscientes desde que se disgrega el cuerpo mental.
Tan
sólo por un instante puede reaccionar su conciencia; el recuerdo ilumina su
pasado, como un relámpago, y así ven las causas más salientes.
Un
relámpago de previsión igualmente breve, ilumina su porvenir y ven los efectos
que han de realizarse en la próxima existencia.
Tal
es la única experiencia del mundo “sin forma” concedida a la mayoría, porque
allí, como en todas partes, la cosecha es proporcional a la siembra, y si no se
sembró nada, ¿cómo esperar cosecha?
Ahora
bien: muchas almas sembraron durante su vida terrestre, con pensamientos
profundos y noble conducta, mucho grano cuya recolección pertenece a esta
quinta región celeste; así, es grande ahora su recompensa por haberse
emancipado de la servidumbre de la carne y de las pasiones, y comienzan a
sentir la vida real del hombre, la existencia sublime del alma misma, despojada
de las vestiduras que pertenecen a los mundos inferiores.
Aprenden,
además, las verdades por visión directa, y ven las causas fundamentales de la
que son efecto los objetos concretos.
Aprenden,
además, las verdades por visión directa, y ven las causas fundamentales de las
que son efecto los objetos concretos.
Estudian
las unidades subyacentes, cuya presencia está disfrazada en los mundos inferiores
por la engañadora variedad de pormenores aparentes.
Obtienen
así un profundo conocimiento de la Ley y aprenden a conocer sus operaciones
inmutables bajo los fenómenos al parecer más dispares.
He
aquí cómo se graban en el cuerpo indestructible las convicciones firmes e
inquebrantables que en la vida terrestre se revelarán como certezas profundas e
intuitivas del alma por encima y más allá de todo razonamiento.
Aquí
todavía estudia el hombre su pasado, separando cuidadosamente el complejísimo
haz de las causas que ha engendrado.
Nota
sus mutuas reacciones, las fuerzas resultantes que de ellas proceden, y ve en
parte cuáles serán sus efectos en las existencias que le reserva el porvenir.
En
el sexto cielo encontramos las almas más avanzadas, que durante su vida
terrestre sólo experimentaron débil apego a las cosas temporales y cuyas
energías estuvieron consagradas por completo a la vida superior, intelectual y
moral.
Para
ellas el pasado no tiene velos, su recuerdo es perfecto y sin discontinuidad
alguna; se preparan para la próxima vida la actividad de las energías
destinadas a neutralizar un gran número de fuerzas contentivas y a reanimar y
fortalecer a los que trabajan por el bien.
Tan
clara memoria les permite adoptar determinaciones precisas y enérgicas sobre lo
que ha de hacerse y lo que ha de omitirse; y pueden fijar sus decisiones en los
vehículos inferiores, en la existencia que se prepara, imposibilitando algunos
males incompatibles con esa naturaleza íntima que el ser siente en sí,
haciendo, por lo contrario, inevitables algunas costumbres que responden a las
exigencias irresistibles de una voz interior que no tolera contradicción
alguna.
Tales
almas vienen al mundo con las más nobles y elevadas cualidades que hacen
imposible una existencia vulgar y señalan al niño desde la cuna como uno de los
campeones de la raza.
El
hombre que llega a este sexto cielo ve desfilar ante sí los inmensos tesoros de
la Inteligencia Divina en su actividad creadora, y puede estudiar los
arquetipos de todas las formas que están en vías de evolución gradual en los
mundos inferiores.
Puede
bañarse en el insondable océano de la Sabiduría Divina y resolver los problemas
que se refieren a la ejecución progresiva de esos arquetipos, comprendiendo, en
fin, aquel bien parcial que parece ser un mal a los ojos de los envenenados por
la carne.
En
este horizonte agigantado, los fenómenos toman su justo valor relativo, y
hombre ve allí la justificación de los “caminos del Señor”, que dejan de ser
para él “insondables” en cuanto se refieren a la evolución de nuestros mundos
inferiores.
Los
problemas que se propuso inútilmente en la tierra y cuyas soluciones escaparon
siempre de su ávida inteligencia, los resuelve por su intuición que rasga los
velos fenoménicos y descubre los ocultos eslabones de la no interrumpida cadena
de las causas.
Aquí
también el alma goza de la presencia inmediata y de la plena comunión de las
grandes almas que han cumplido su evolución en nuestra humanidad.
Libertada
de las trabas que pone “el pasado” terreno, gusta “el eterno presente” de una
vida inmortal y continua.
Aquellos
a quienes en la tierra llamamos “muertos ilustres” son arriba vivientes
gloriosos, y el alma, embriagada con su presencia, vibra al contacto de su
potente armonía haciéndose cada vez más semejante a ellos.
Más
sublime, más admirable brilla todavía el séptimo cielo, patria intelectual de
los Maestros y de los Iniciados.
Alma
alguna puede residir en él si no ha franqueado en la tierra la estrecha puerta
de la Iniciación, la puerta “que conduce a la vida eterna” (I) (El
iniciado sale del camino ordinario de la evolución y va hacia la perfección
humana por un sendero más corto y escarpado)
Este
mundo es la fuente de los más poderosos impulsos intelectuales y morales que se
extienden sobre la tierra, y de él se derraman, en reparadoras corrientes, y
las más sutiles energías.
La
vida intelectual del mundo tiene su raíz en él, y de él recibe el genio sus más
puras inspiraciones.
Para
las almas que allí tienen su morada, poco importa que estén o no sujetas a los
vehículos inferiores.
Su
conciencia sublime no se interrumpe jamás ni su comunión con los que le rodean.
Cuando
“encarnan” pueden comunicar esta conciencia a sus vehículos inferiores en
proporción mayor o menor, según lo juzguen oportuno.
Sus determinaciones están guiadas cada vez más por la voluntad de
los grandes Seres, identificados con la del Logos, con la Voluntad que converge
sin cesar al mayor bien de los mundos, porque allí, los últimos vestigios de la
separatividad (2) (Ahamkara, el principio
que da nacimiento al Yo, principio necesario a la evolución de la conciencia,
pero que debe eliminarse concluida su obra.), están en vísperas de eliminarse
en todos los que no han alcanzado la liberación final, es decir, que todavía no
son Maestros; y a medida que esos vestigios desaparecen, la voluntad humana se
armoniza cada vez más con la voluntad que rige el universo.
He aquí un bosquejo de
las siete zonas celestes, a una de las cuales pasa el hombre a su hora, tras el
“cambio que llamamos muerte”.
Porque
la muerte es tan solo un cambio que liberta parcialmente al alma librándola de
sus más pesadas cadenas.
Es
el nacimiento a una vida más larga, el regreso del alma a su verdadera patria tras
breve destierro en la tierra; el paso de la prisión de aquí abajo a la
atmósfera libre de arriba.
La
muerte es la más grande ilusión terrestre.
No
existe la muerte: sólo cambian las condiciones de vida, porque la vida es
continua, sin interrupción ni posibilidad de solución de continuidad.
“El
espíritu es nonato, eterno, inmemorial, constante”; no perece al morir los
cuerpos de que se ha revestido.
Creer
en la muerte del espíritu cuando el cuerpo cae en el polvo, sería como creer
que los cielos se hunden cuando se rompe un ánfora. (comparación empleada en el
Bhagavad Purana.)
LOS PLANOS
BÚDDHICO Y NIRVÁNICO
Hemos
visto que el hombre es un ser inteligente y dotado de conciencia, es decir, el
Pensador, revestido de envolturas o de cuerpos pertenecientes a los planos
mental inferior, astral y físico
Quédanos
por estudiar ahora el Espíritu, que es su Yo más íntimo, la fuente de donde
procede.
Este
Espíritu Divino, rayo emanado del Logos y participe de su Esencia, posee la
triple naturaleza del Logos mismo: y la evolución del hombre como hombre
consiste en la manifestación gradual de los tres aspectos que se desenvuelven
desde el estado latente al estado afectivo, repitiendo en miniatura en el
hombre la evolución del mismo universo.
Por
eso se ha llamado microcosmos al hombre al llamar macrocosmos al universo.
Y
por eso también se le ha llamado el espejo del universo, la imagen o el reflejo
de Dios (I) (<<Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza>>) (Génesis, I. 26.)
En,
fin el viejo axioma:
“Como
es arriba, así es abajo” expresa la misma correspondencia.
La
presencia de esa divinidad encubierta garantiza, además, el triunfo final del
hombre.
En
el resorte oculto, la potencia motora por la que la evolución es, a la par,
posible e inevitable; la fuerza ascensional que vence lentamente todos los
obstáculos y todas las dificultades.
Es
la presencia que Matthew Arnold presentía vagamente cuando hablaba de “la
Potencia que fuera de nosotros mismos tiende hacia la perfección”.
Pero se equivocaba al decir: “fuera de
nosotros mismos”; porque en verdad es el más íntimo Yo de todos; no nuestro yo
separado, sino nuestro Yo. (Atma, el reflejo de Paramârmâ.)
Este Yo es él Único, y por eso se le
llama la Mónada (se le llama la Mónada
ya se trate de la Mónada
Y
semejantes potencias tienen que manifestarse por los choques procedentes de los
contactos con los objetos del universo en que la Mónada se proyecta.
El
roce engendrado solicita en respuesta las vibraciones de la vida sometida a esa
excitación; y las energías de esa vida, pasan una a una, del estado latente al
activo.
La
Mónada humana, así llamada para distinguirla, presenta, como hemos visto, los
tres aspectos del Ser Divino, porque es la imagen perfecta de Dios; y en el
ciclo de la evolución humana, los tres aspectos se desarrollan sucesivamente.
Estos
aspectos son los grandes atributos de la Vida Divina, manifestada en el
universo: existencia, felicidad e inteligencia. (Satchitânanda se usa frecuentemente en las escrituras indas como
nombre abstracto de Brahman, de quién las tres personas de Trimurti son
manifestaciones concretas.)
Los
tres Logos manifiestan respectivamente estos atributos con toda la perfección
que requieren los límites de la manifestación.
En
el hombre se desenvuelven estos aspectos en orden inverso: inteligencia,
felicidad y existencia, significando esta última la manifestación de los
poderes divinos.
Hasta
ahora, en nuestro estudio de la evolución humana, hemos observado el desarrollo
del tercer aspecto de la Divinidad oculta, o sea el de la conciencia como
inteligencia.
Manas,
el Pensador, el alma humana, es la imagen de la inteligencia universal, del
tercer Logos, y toda aquella larga peregrinación en los tres planos inferiores
está aplicada a la evolución de este tercer aspecto: el intelectual de la
naturaleza divina en el hombre.
Mientras
dura la evolución, podemos considerar las otras energías divinas como, por
decirlo así, en estado de incubación en el ser humano, sin desarrollar aún
activamente sus fuerzas en él.
Están
replegadas en sí mismas, in—manifestadas.
Sin
embargo, la preparación de estas fuerzas, anterior a su manifestación, prosigue
poco a poco.
Gradualmente
despiertan del sueño de la no—manifestación, que llamamos estado latente, por
la energía siempre creciente de las vibraciones de la inteligencia.
El
aspecto beatífico del Yo comienza desde entonces a emitir sus primeras
vibraciones, y las palpitaciones nacientes de su vida manifestada se sienten de
un modo vago.
Este
aspecto beatífico se llama Buddhi en términos teosóficos.
Es
una palabra derivada de otra sánscrita que significa sabiduría, y el principio
así designado pertenece al cuarto plano del universo, el plano búddhico, donde
todavía subsiste la dualidad, pero sin separación.
Se
trata aquí de valerse inútilmente de palabras para exponer esta idea, porque
las palabras pertenecen a los planos inferiores donde dualidad y separación son
lo mismo.
Se
puede, no obstante, dar concepto aproximado diciendo que es un estado en que
cada uno es él mismo, con una claridad e intensidad a la que no se aproxima
ninguno de los mundos inferiores, y donde cada uno siente al mismo tiempo que
contiene a todos los demás, siendo uno e inseparable con ellos. (Recuerde el lector la Introducción y
vuelva a leer la descripción de este
estado dada por Plotino, que comienza por estas palabras: “Ven igualmente todas
las cosas...>> Y note las frases siguientes: <<Cada una es
igualmente a todas las demás>>, y <<en cada una, sin embargo,
predomina una cualidad diferente>>.)
Lo
más análogo en la tierra a este estado, es la condición de dos personas unidas
por un amor puro e intenso, que hace de ellas como un ser único, de suerte que
piensan, obran y viven al unísono, sin barrera entre ellas, sin distinguir
entre lo mío y lo tuyo y sin separación de ninguna especie (Por esta razón, la
felicidad del amor divino ha sido simbolizada, en muchas escrituras sagradas,
por el amor profundísimo de los esposos, como en el Bhagavad—Gita de los indos
y El Cantar de los Cantares de Salomón. Este es también el amor de que hablan
los místicos sufíes y todos los
místicos.)
El
débil eco de esta región determina a los hombres a buscar la dicha en la unión
con el objeto de su deseo, cualquiera que éste sea.
El
aislamiento completo es la completa miseria.
Encontrarse
desnudo, despojado de todo, suspendido en el vacío del espacio, en soledad
absoluta, sin nada más que la propia individualidad; sentirse aislado de todo
cuanto existe, encerrado siempre en él yo separado... es lo más intensamente
horrible que pueda concebir la imaginación.
La
antítesis de este infierno es la unión, y la perfecta unión es, por lo tanto,
la perfecta felicidad.
Cuando
entra en actividad este aspecto beatífico del Yo, sus vibraciones, análogamente
a lo que sucede en los planos inferiores, atraen hacia ellas la materia del
plano en que actúan.
Así
se forma gradualmente el cuerpo búddhico o cuerpo de la bienaventuranza (1),
perfectamente designado con este nombre. (1) (El Anandamayakosha o estuche de
beatitud de los vedantinos. Es también el cuerpo del sol, el cuerpo solar de
que a veces hacen mención los Upanishads y otros libros) La única manera de contribuir a la
edificación de esta forma gloriosa, consiste en cultivar el amor puro,
desinteresado, universal, benéfico, el amor que “no ansía nada para sí, que no
conoce la parcialidad, que se da sin reservas”.
Esta
efusión espontánea del amor es el más característico de los atributos divinos,
el amor que lo da todo y nada pide.
Este
amor crea el universo, lo conserva y dirige a la perfección y a la felicidad.
Y
cada vez que el hombre extiende sobre todos los que lo necesitan, sin
predilecciones ni diferencias, sin anhelo de recompensa, con el puro y
espontáneo goce de la efusión, desarrolla el aspecto beatífico del Dios que hay
en él y prepara el cuerpo de belleza e inefable dicha en el que se alzará el Pensador,
libre de los límites de la separación, para hallarse consciente de su propia
individualidad y al mismo tiempo uno con todo lo que vive.
Esta
es “la morada no construida con manos, la morada eterna en los cielos” de que
habla San Pablo, el gran iniciado cristiano, que encomia la caridad y el amor
puro sobre toda virtud, porque ella únicamente contribuye en la tierra a
edificar esa gloriosa morada.
Por
análoga razón los budistas llaman a la separatividad “la gran herejía”, y por
eso también la “unión” es el fin que se proponen los indos.
Alcanzar
la liberación, es libertarse de las limitaciones que nos dividen, y del
egoísmo, raíz del mal, que una vez desaparecido, extingue para siempre el
sufrimiento.
El
quinto plano, el plano nirvánico, corresponde al supremo aspecto humano del
Dios que hay en nosotros.
Los
teósofos llaman a este aspecto Atma, o él Yo.
Este
es el plano de la existencia pura, de los poderes divinos manifestados tan
completamente como pueden serlo en nuestro quíntuple universo.
Lo
que existe más allá, sobre el sexto y séptimo planos, está sumido en la in
vislumbrada Luz de Dios.
Esa
conciencia átmica o nirvánica es la que han alcanzado los Grandes Seres,
primicias de nuestra humanidad, que han cumplido ya el ciclo de la evolución
humana y a los que se les llama Maestros.
(Se les llama también Mahatmas o grandes
espíritus, y Jivanmuktas o almas libertadas. Están unidos a los cuerpos físicos
con el fin de ayudar la humanidad. Otros muchos grandes seres viven también en
el plano nirvánico.)
Estos
han resuelto en sí mismos el problema que consiste en aliar la esencia de la
individualidad con la ausencia de toda separación, y viven inmortales como
inteligencias, perfectas en sabiduría, amor y poder.
Cuando
la Mónada humana emerge del seno del Logos, asemejase a un finísimo hilo de
luz, aislado por una cubierta de substancia búddhica, que se desprende del
luminoso océano de Atma, del hilo pende una chispa que se rodea de una
envoltura ovoide perteneciente a la región
arrúpica o “sin forma” del plano mental.
“La
chispa pende de la llama por el sutilísimo hilo de Fohat. (Libro de Dzyan, estancia VII. 5. Doctrina
Secreta, I.)
A
medida que la evolución progresa, es mayor y opalescente este huevo luminoso, y
el hilo tenue se transforma en un canal cada vez más amplio, a través del cual
fluye con más abundancia la vida átmica.
Finalmente
estos tres elementos se funden, el tercero en el segundo y los dos en el
primero, quedando unidos como una llama a otra llama de suerte que no es
posible distinguirlos.
La
evolución humana en el cuarto y quinto planos pertenecen a un período futuro de
nuestra raza; pero aquellos que escogen el difícil sendero de un progreso más
rápido, pueden efectuarlo desde luego, como se explicará más adelante.
En
este sendero el cuerpo de bienaventuranza evoluciona rápidamente, el hombre
comienza a vivir más conscientemente en esta región sublime, y conoce la
felicidad que engendra la carencia de barreras exclusivas, y la sabiduría que
entra a torrentes cuando desaparecen los límites del intelecto.
El
alma se separa entonces de la rueda que gira en los mundos inferiores y adivina
la completa libertad del plano nirvánico.
La
conciencia nirvánica es la antítesis de la aniquilación; es la existencia
elevada a realidad e intensidad inconcebibles para quién sólo conoce la vida de
los sentidos y de la mente.
Comparar
la conciencia nirvánica con la del hombre sujeto a la tierra, fuera poner en
parangón el esplendor del sol con un menguado candil.
Confundir
el Nirvana con la aniquilación, so pretexto de que en el Nirvana han
desaparecido los límites de la conciencia terrestre, es como si un hombre no
conociese más luces que las del candil, negara la posibilidad de luz alguna sin
mecha empapada en aceite.
El
Nirvana existe.
Los
que han entrado en él y viven esta vida gloriosa lo atestiguan en las
Escrituras sagradas.
Además,
también lo atestiguan los hijos de nuestra raza que han subido esta escala
sublime de la humanidad perfecta, y se encuentran en relación con la tierra a
fin de que nuestra raza, en su larga peregrinación, pueda subir sin tropiezo
los peldaños.
En
el Nirvana residen los Seres poderosos que han cumplido su evolución humana en
universos anteriores y que salieron del seno del Logos cuando éste se manifestó
para poner nuestro universo en existencia.
Son
sus ministros en el gobierno de los mundos, los perfectos agentes de su
voluntad.
Los
Señores de todas las Jerarquías de dioses y de seres que viven bajo sus órdenes
en los planos inferiores, tienen allí su residencia, porque el Nirvana es el
corazón del universo de donde irradian todas las corrientes de vida cósmica, el
corazón desde donde el Gran Aliento envía palpitaciones de vida a todas cosas,
y el corazón a donde vuelve ese Aliento el día en que el universo toca a su
término.
El
Nirvana es la Vida Beatífica que anhela el místico en su ardiente celo.
El Nirvana es la Gloria sin velos, la Meta Suprema.
La
fraternidad humana, mejor dicho, la fraternidad de todas la cosas, encuentra
base firme y sólida en los planos espirituales: átmico y búddhico.
Fuera de ellos no hay unidad real, no existe
ninguna simpatía perfecta.
El
intelecto es, en el hombre, el principio separativo que distingue él yo del
no—yo, que tiene conciencia en sí mismo y considera toda cosa como exterior y
extraña.
Es
el principio de combatividad que lucha y se afirma.
Descendiendo
a la base, a partir del plano intelectual, el mundo nos presenta una escena de
lucha tanto más áspera cuanto más parte toma en ella intelecto.
La
naturaleza pasional no es espontáneamente luchadora sino bajo el aguijón del
deseo, cuando encuentra algún obstáculo entre ella y el objeto apetecido; pero
a medida que el intelecto inspira su actividad, se torna cada vez más agresiva,
porque trata entonces de satisfacer sus propios deseos futuros, y tiende a
apropiarse una parte cada vez mayor de las reservas de la naturaleza.
En
cuanto al intelecto, es por sí mismo batallador, y su naturaleza esencial
consiste en afirmarse diferentemente de los demás.
Y
aquí encontramos la raíz de la separatividad y la fuente inagotable de las
disensiones humanas.
Ahora
bien, cuando la conciencia alcanza el plano búddhico, la unidad se percibe
inmediatamente.
Es
como si el rayo separado, divergente respecto a los otros, se llegase hasta el
sol mismo, fuente idéntica de todos los demás.
Supongan
un ser vivo en el sol, inundado de luz, con la única misión de difundirla.
Semejante
ser no establecería diferencia alguna entre los diversos rayos y con la
misma complacencia vertería la luz en
todas las direcciones.
Pues
lo mismo puede decirse del hombre que ha alcanzado conscientemente el plano
búddhico.
Siente
vivamente en sí la fraternidad de que los demás hablan como de algo ideal, y se
extiende hacia cualquiera que de su auxilio necesite, prodigando socorro
mental, moral, astral o físico, según la necesidad sentida.
Considera
a todos los seres como a él mismo, siente que todo lo que posee es tan de ellos
como de él, mejor que de él, puesto que siendo menor su fuerza son mayores sus
necesidades. Sucede lo que en una familia cuyos hermanos mayores soportan todas
las cargas y preservan del dolor y la privación a los menores.
Por
espíritu fraternal, la debilidad da derecho a la asistencia, a la protección
cariñosa, no pudiendo jamás servir de pretexto para la opresión.
Precisamente
por haber llegado a tan excelso nivel, manifestaron siempre los fundadores de
las grandes religiones su dulcísima ternura, su desbordante compasión hacia la
humanidad, proveyendo así a las miserias físicas como las aflicciones morales,
según las necesidades de cada cual.
La
conciencia de esta unidad interna, la percepción del Yo Único que reside
igualmente en todos, tal es la única base cierta de la fraternidad.
Otra
cualquiera es deleznable y caduca.
A
semejante percepción se añade la idea que el gado de evolución de todo ser
humano o no humano, depende esencialmente de lo que podemos llamar su edad.
Algunos
comenzaron su peregrinación a través de los tiempos mucho después que otros, y
aunque las facultades sean las mismas para todos, hay quién las desarrolló de
un modo más completo porque tuvo para ello más tiempo que sus hermanos más
jóvenes.
Denostando
y menospreciando el grano porque no es ya flor, la yema no podrá dar fruto ni
el niño ser hombre; y denostando y menospreciando a las almas infantiles que
nos rodean porque no han evolucionado tanto como nosotros, hacemos mal.
No
nos denostemos por no ser todavía como dioses, porque ignoramos cuánto tiempo
ocuparemos el puesto que ocupan hoy nuestros hermanos mayores.
¿Por
qué increpar entonces a las almas más jóvenes que no se parecen todavía a
nosotros?
La
palabra “fraternidad” implica identidad de raza y desigualdad de desarrollo.
Y
por esto representa exactamente el lazo que existe entre todas las criaturas
del universo: identidad de Vida esencial y diferencias de grado en la
manifestación de esta vida.
Tenemos
nuestro origen, nuestro método de evolución y nuestro objeto; y las diferencias
de edad y de nivel han de contribuir forzosamente a la formación de lazos más
íntimos y amorosos.
LA REENCARNACIÓN
SABIDURÍA DIVINA
Ya
estamos ahora en situación de estudiar con fruto una de las doctrinas
esenciales de la Sabiduría Antigua: la doctrina de la reencarnación.
Nuestro
concepto de la reencarnación puede aclararse más y ponerse más en armonía con
el orden natural, si la consideramos como principio universal, y luego pasamos
a observar el caso especial de la reencarnación del alma humana.
Al
estudiarla, este caso especial se arranca generalmente de su sitio en el orden natural, y se le considera, con
gran detrimento suyo, como fragmento dislocado; pues toda la evolución consiste
en una vida evolucionante que pasa de una forma a otra a medida que se
desenvuelve, almacenando en sí misma la experiencia adquirida en dichas formas.
La reencarnación del alma humana no es la añadidura de un nuevo
principio a la evolución, sino la adaptación del principio universal para
adquirir las condiciones que exige la individualización de la vida en constante
desenvolvimiento.
Mr.
Lafcadio Hearn (Mr. Hearn se ha
equivocado en la expresión, pero no, según se cree, en el concepto íntimo.
Parte de su exposición del concepto budista de esta doctrina y el modo de usar
la palabra <<Ego>>, extraviará al que lea su interesante artículo
sobre el asunto, si no tiene muy presente la diferencia entre el ego real y el
ilusorio.) ha expuesto este punto, al considerar el alcance de la idea de la
preexistencia en el pensamiento científico de Occidente.
Dice:
“Con
la aceptación de la doctrina de la evolución, las ideas antiguas vinieron a
tierra y otras nuevas surgieron en todas partes, reemplazando los antiguos
dogmas; y ahora tenemos el espectáculo de un general movimiento intelectual, en
sorprendente dirección paralela con la filosofía oriental.
La
rapidez sin precedente y lo multiforme del progreso científico durante los
últimos cincuenta años, no podían menos de provocar un aceleramiento
intelectual, igualmente sin precedente, entre los no científicos.
Que
los organismos más elevados y complejos se han desenvuelto de los ínfimos y
sencillos; que una sola base física es la substancia de todo el mundo viviente;
que no puede trazarse línea alguna de separación entre el animal y el vegetal;
que la diferencia entre la vida y la no-vida es sólo diferencia de grado y no
de especie; que la materia no es menos
incomprensible que la mente, al paso que ambas sólo son manifestaciones de la
misma realidad desconocida: todas estas cuestiones se han convertido ahora en vulgaridades
de la nueva filosofía.
Después
que por primera vez fué reconocida la evolución física hasta por la teología,
era fácil predecir que no podría retardarse indefinidamente el reconocimiento
de la evolución psíquica, pues quedaba rota la barrera erigida por los antiguos
dogmas que impedía a los hombres mirar hacia atrás.
Y
hoy, para el estudiante de psicología científica, la idea de la preexistencia
pasa del reino de la teoría al de los hechos, probando de plausible modo la
explicación budista del misterio universal.
Consideremos la Mónada de forma Atma—Buddhi.
En
esta forma, en la vida expirada del Logos, yacen ocultos todos los poderes
divinos; pero, como es sabido, están latentes, no manifestados ni funcionantes.
Han
de ser despertados gradualmente por choques externos, pues en la misma
naturaleza de la vida está en vibrar en contestación a las vibraciones que la
pulsan.
Como
en la Mónada existen todas las posibilidades de vibración, toda vibración que
obre en ella despertará el poder vibratorio correspondiente, y de este modo,
una tras otra, pasaran todas las fuerzas del estado latente al activo.
En
esto consiste el secreto de la evolución; el medio actúa en la forma de la
criatura viva—téngase presente que todas las cosas viven--, y al trasmitirse
esta acción a la vida por medio de la forma envolvente, la Mónada que está
dentro de ella despierta vibraciones que responden y pasan al exterior desde la
Mónada a la forma, poniendo a su vez en vibración sus partículas y volviéndolas
a coordinar en forma correspondiente o adoptada al choque inicial.
Esto
es la acción y la reacción entre el medio y el organismo, reconocida por todos
los biólogos, y que algunos consideran como explicación suficiente de la
evolución.
La
observación paciente y cuidados de esta acción y reacción no da, sin embargo,
explicación alguna de porque el organismo responde así al estímulo; y es
necesario que la Antigua Sabiduría venga a descubrir el secreto de la
evolución, señalando al Yo en el corazón de todas las formas, como la oculta
fuente originaria de todos los movimientos de la Naturaleza.
Una
vez comprendida la idea fundamental de una vida que encierra la posibilidad de
contestar a todas las vibraciones que lleguen a ella desde el universo exterior,
cuyas respuestas son gradualmente determinadas por la acción de fuerzas
externas, conviene comprender la segunda idea fundamental: la continuidad de la
vida y de las formas.
Las
formas transmiten sus peculiaridades a otras formas que preceden de ellas, las
cuales son parte de su propia substancia y se han separado para llevar una
existencia independiente.
Por
división, por brotes, por lanzamiento de gérmenes, por el desarrollo del fruto
dentro de la matriz, se conserva la continuidad física, derivándose cada nueva
forma de la precedente y reproduciendo sus características.
La
ciencia agrupa estos hechos bajo el nombre de ley de herencia, y sus
observaciones sobre la trasmisión de la forma son dignas de atención y delatan
el modo de obrar de la Naturaleza en el mundo fenomenal.
Pero
debe tenerse presente que esto se aplica a la construcción del cuerpo físico,
en el cual entran los materiales suministrados por los padres.
Los
modos de obrar más ocultos, las operaciones de la vida sin las cuales la forma
no existiría, no han sido aún observadas, por no ser susceptibles de
observación física, y este vacío solo pueden llenarlo las enseñanzas de la
Antigua Sabiduría, dadas por Aquellos que emplean poderes de observación
Supra—físicos, y que por sí puede comprobar todo discípulo que pacientemente
estudia en sus escuelas.
Hay
continuidad de vida así como continuidad de forma, y la vida continua—cuyas
energías latentes, cada vez en mayor número, se transforman en activas por el
estímulo que reciben en las formas sucesivas—es la que resume en sí misma las
experiencias obtenidas en las formas sucesivas de que se ha revestido; pues
cuando la forma perece, la vida conserva los anales de esas experiencias en las
mayores energías que han despertado, y se halla pronta a ser un alma de otras
formas derivadas de la antigua, llevando consigo este acopio acumulado.
Mientras
estuvo en la forma anterior, funcionó por su conducto, adoptándola a la
expresión de cada nueva energía despertada; la forma traspasa estas
adaptaciones, grabadas en su substancia, a la parte que separada de ella
constituye su fruto, el cual, siendo de su substancia, ha de tener
necesariamente las peculiaridades que a ésta caracterizan; la vida se vierte
dentro de ese fruto con todos los poderes que ha despertado, y lo moldea aun
más; y así una y otra.
La
ciencia moderna prueba cada día más y más claramente que la herencia toma una
parte siempre decreciente en la evolución de las criaturas superiores, que las
cualidades mentales y morales no se trasmiten de padres a hijos, lo cual es
tanto más patente cuanto más elevadas sean dichas cualidades; el hijo de un
genio es muchas veces un imbécil, y padres vulgares dan nacimiento a un genio.
Debe
existir un substrátum continuo, inherente a las cualidades mentales y morales,
a fin de que puedan acrecentarse, pues de otro modo la Naturaleza, en este
importantísimo ramo de su obra, produciría efectos vagos y sin causa, en lugar
de demostrar en ellos continuidad ordenada.
En
este punto la ciencia está muda; pero la Antigua Sabiduría enseña que dicho
substrátum, continuo es la Mónada, receptáculo de todos los resultados,
depósito en que se almacenan todas las experiencias como poderes activos en
crecimiento.
Una
vez bien comprendidos estos dos principios—de la Mónada con potencialidades que
se convierten en poderes, y de la continuidad de la vida y de la
forma—procedamos al estudio pormenorizado de su modo de obrar, y veremos que
resuelve muchos de los embarazosos problemas de la ciencia moderna, así como
aquellos otros que más atañen al corazón, de los que se ocupan el filántropo y
el filósofo.
Principiemos
por el estudio en la Mónada, cuando se halla sujeta a las influencias de los
niveles arrúpicos de los planos mentales, del principio mismo de la evolución
de la forma.
Sus
primeros estremecimientos para responder a las impresiones de que es objeto,
atraen a su alrededor algo de la materia de este plano, y así tenemos la
evolución gradual del primer reino elemental.
Los
grandes tipos fundamentales de la Mónada son siete, imaginados a veces como
semejantes a los siete colores del espectro solar, derivados de los tres
primeros. (<<Así como es arriba es
abajo. >> Instintivamente recordamos los tres Logos y los siete Hijos del
Fuego primordiales, y en el simbolísmo cristiano a la Trinidad y los
<<Siete Espíritus que están ante el trono>>, y en el Mazdeísmo a
Ahura mazdao y los siete Ameshaspendas.)
Cada
uno de estos tipos tiene peculiar colorido de características, y este colorido
persiste durante el ciclo de eones de su evolución, afectando a todas las
series de cosas vivas a que anima.
Entonces
principia el proceso de subdivisión en cada uno de estos tipos, que continuará
subdividiéndose, hasta llegar a la individualización.
Las
corrientes puestas en acción por las energías incipientes de la Mónada—bastará
seguir una evolución, pues las otras seis son iguales en principio—sólo tienen
una breve vida de forma; sin embargo, cualquiera que sea la experiencia que en
ellas se adquiera, está representada por un aumento de vida que responde en la
Mónada, la cual es fuente y causa; y esta vida que responde consiste en
vibraciones, muchas veces incongruentes entre sí, estableciéndose en la Mónada
una tendencia hacia la separación, agrupándose juntas las fuerzas las fuerzas
que vibran en armonía, determinando lo que pudiéramos llamar acción
concentrada, hasta que se forman varias submónadas, si se nos permite por un
momento esta expresión, parecidas en sus principales características, pero
diferentes en los detalles, como matices de un mismo color.
Estas
se convierten, a su vez, por los impulsos de los niveles inferiores del plano
mental, en las Mónadas del segundo reino elemental, pertenecientes a la región
de la forma de este plano, continuando el proceso con el aumento constante del
poder responsivo de la Mónada, de suerte que cada una es la vida animadora de
formas sin cuento, por cuyo medio recibe las vibraciones; y cuando la forma se
desintegra sigue vivificando constantemente nuevas formas, continuando también
el proceso de subdivisión por las causas ya descriptas.
Cada
Mónada encarna así continuamente en formas y almacena dentro de sí, como
poderes despiertos, todos los resultados obtenidos en las formas que ha
animado.
Podemos
considerar estas Mónadas como las almas de grupo de formas, y a medida que
prosigue la evolución, estas formas muestran cada vez más atributos, siendo
éstos los poderes del alma monádica del grupo, manifestados por medio de las
formas en que se encarna.
Las
innumerables submónadas de este segundo reino elemental llegan pronto a un
estado de evolución en que principian a responder a las vibraciones de la
materia astral y comienzan entonces a obrar en este plano, convirtiéndose en
las Mónadas del tercer reino elemental y repitiendo en este mundo más grosero
todo el proceso verificado en el plano mental.
Hácense
más y más numerosas como almas monádicas de grupos, mostrando más y más
diversidad en los detalles, y a medida que las características especiales se definen
con mayor fijeza, en cada vez menor el número de formas animadas por cada una.
Mientras
tanto, puede decirse que la fuente de vida del Logos sigue supliendo nuevas
Mónadas que forman en los niveles superiores, de manera que la evolución
prosigue continuamente; y así que las Mónadas más evolucionadas encarnan en los
mundos inferiores, son reemplazadas por las Mónadas nuevamente surgidas en los
superiores.
Por
este proceso siempre repetido de la reencarnación de las Mónadas o almas
monádicas de grupos en el mundo astral, prosiguen aquellas su evolución hasta
que se hallan en estado de responder a la acción ejercida en ellas por la
materia física.
Cuando
recordamos que los últimos átomos de cada plano tienen las paredes de sus
esferas compuestas de materia más grosera del plano inmediatamente superior, es
fácil comprender cómo la Mónada se hace apta para responder a la acción de un
plano después de otro.
Cuando
en el primer reino elemental se hubo acostumbrado la Mónada a vibrar en
contestación a los choques de la materia de este plano, pronto empezó a
contestar a las vibraciones recibidas,
por medio de las formas más groseras de esta materia, de la materia del plano
inmediatamente inferior.
Así
en su revestimiento de las formas compuestas de los materiales más groseros del
plano mental, sé hacia susceptible a las vibraciones de la materia atómica
astral; y una vez encarnada en las formas de la materia astral más grosera, se
hace igualmente idónea para responder a la acción del éter atómico físico, cuyas
esferas tienen sus paredes compuestas de la materia astral más grosera.
De
este modo puede considerarse que la Mónada llega al plano físico, y allí
principia, o, mejor dicho, todas estas almas monádicas de grupos principian a
encarnarse en formas físicas como películas que constituyen los dobles etéreos
de los densos minerales futuros del mundo físico.
En
estas formas o películas construyen los espíritus de la naturaleza los
materiales físicos más densos, formándose de este modo los minerales de todas
clases, los vehículos más rígidos, en los que se encierra la vida
evolucionadora, y por los cuales expresa el mínimum de sus poderes.
Cada
alma monádica de grupo tiene su expresión mineral propia, alcanzando entonces
un alto grado de especialización las formas minerales en que está
encarnada. Estas almas monádicas de
grupo son llamadas algunas veces en su totalidad la Mónada mineral o la Mónada
encarnada en el reino mineral.
Desde
este momento en adelante, las despertadas energías de la Mónada toman una parte
menos pasiva en la evolución. Principian a tratar de expresarse activamente
hasta cierto punto, cuando son llamadas a funcionar y ejercer activa influencia
en el moldeado de las formas en que se hallan aprisionadas. Cuando han llegado
a hacerse demasiado activas para su revestimiento mineral, se manifiestan los
principios de las formas más plásticas del reino vegetal, evolución a que
ayudan los espíritus de la naturaleza en los reinos físicos. En el reino mineral, han mostrado ya una
tendencia hacia la organización definida de la forma: el trazado de ciertas
líneas según las cuales, prosigue el desarrollo. Esta tendencia rige en lo sucesivo en la
construcción de todas las formas y es causa de la exquisita simetría de los
objetos naturales, familiar a todos los observadores. Las almas monádicas de grupos se someten en
el reino vegetal a divisiones y subdivisiones con creciente rapidez, a
consecuencia de la mayor variedad de influencias a que están sujetas,
debiéndose a esta subdivisión invisible la evolución de las familias, géneros y
especies. Cuando cualquier género, con
su alma monádica de grupo genérica, se halla sujeta a condiciones muy variadas,
esto es, cuando las formas relacionadas con ella reciben muy diversas
influencias, desarróllase en la Mónada una nueva tendencia a subdividirse,
desenvolviéndose varias especies, cada una de las cuales tiene su especifica
alma monádica de grupo.
Cuando
se deja obrar a la Naturaleza por sí sola, el proceso es lento, aun cuando los
espíritus de la Naturaleza hacen mucho en la diferenciación de las especies;
pero una vez el hombre se ha desarrollado y principia con sus sistemas
artificiales de cultivo a ayudar el funcionamiento de una serie de fuerzas e
impedir el de otras, entonces esta diferenciación puede efectuarse con rapidez
considerable y pronto se desenvuelven las diferencias específicas. Mientras que la división efectiva no tiene
efecto en el alma monádica de grupo la sujeción de la forma a las mismas
influencias puede volver a destruir la tendencia separatista; pero completada
ya la división, las nuevas especies quedan definida y firmemente establecidas y
prontas a echar retoños propios.
En
algunos individuos de larga vida del reino vegetal principia a manifestarse el
elemento de la personalidad, cuyo pronóstico de individualización se debe a la
estabilidad del organismo. En un árbol
que viva varias veintenas de años, la repetida ocurrencia de condiciones
similares ejercen análoga acción: las
estaciones que vuelven año tras otro con los movimientos consecutivos internos
que determinan la elevación de la savia, el brotar de las hojas, el contacto
del viento, de los rayos del sol y de la lluvia, todas estas influencias con su
progreso rítmico, despiertan vibraciones a que responde el alma monádica del
grupo, y como la sucesión de aquéllas se imprime por repetición constante, la
ocurrencia de una conduce a la vaga expectación de su sucesora tantas veces
repetida.
La
naturaleza jamás desarrolla súbitamente una facultad, y esta vaga expectación
de que hablamos es el preludio de lo que más tarde serán la memoria y la
previsión.
En
el reino vegetal aparecen también los preludios de la sensación, que en los
individuos superiores se convierte en los individuos superiores se convierte en
lo que el psicólogo oriental llamaría sensaciones “macizas” de placer y de
disgusto. Hay que tener presente que la
Mónada atrajo a su alrededor materiales de los planos por donde descendiera, y
por tanto puede percibir la acción de estos planos, haciéndose sentir en primer
término los impulsos más vigorosos de las formas más groseras de materia. Por último, las sensaciones de los rayos
solares, así como el frío de su
ausencia, se imprimen en la conciencia monádica; y su envoltura astral,
vibrando débilmente, ocasiona la especie de ligera sensación maciza de que
hemos hablado. La lluvia y las
corrientes de aire, al afectar la constitución mecánica de la forma y su
aptitud para comunicar vibraciones a la Mónada que le sirve de alma, son otros
“pares de opuestos” cuyas funciones despiertan el reconocimiento de la
diferencia, la cual es la raíz de todas las sensaciones, y más delante de todos
los pensamientos. De este modo, por
medio de las repetidas encarnaciones en las plantas, evolucionan las almas
monádicas de grupos en el reino vegetal, hasta que las que sirven de alma a los
individuos más elevados de dicho reino, llegan a estar en situación de dar el
paso siguiente.
Este
paso las lleva al reino animal, en donde desarrollan lentamente, en sus
vehículos físicos y astrales, una personalidad ya determinada. Siendo el animal libre para moverse, hállase
sometido a mayor variedad de condiciones que la planta, fija en un solo punto,
y esta variedad promueve diferencias.
Sin embargo, el alma monádica de grupo que anima cierto número de animales
salvajes de la misma especie o subespecie, si bien recibe gran variedad de
influencias, como quiera que éstas se repiten constantemente en su mayor parte,
y están compartidas por todos los individuos del grupo, sólo se diferencia
lentamente. Estas influencias ayudan al
desarrollo del cuerpo físico y del astral, por cuyo medio adquiere mucha
experiencia el alma monádica del grupo.
Cuando perece la forma de un individuo del grupo, la experiencia
adquirida por esta forma se acumula en el alma monádica de todo el grupo,
dándole color, por decirlo así. El
ligero aumento de vida que aquélla obtiene, al verterse en todas las formas que
componen su grupo, las hace partícipes de la experiencia de la forma que
pereció, y de este modo, las experiencias continuamente repetidas, almacenadas
en el alma monádica del grupo, aparecen en las nuevas formas como instintos,
como “experiencias hereditaria acumuladas”.
Cuando innumerables pájaros han muerto víctimas de las aves de rapiña,
los polluelos acabados de salir del huevo se encogen al aproximarse uno de sus
hereditarios enemigos; pues la vida en ellos encarnada conoce el peligro,
siendo el instinto innato la expresión de este conocimiento. Así se forman los instintos maravillosos que
preservan a los animales de innumerables peligros habituales, al paso que un
peligro nuevo los encuentra desprevenido y los aturde.
Al
ponerse los animales bajo la influencia del hombre, el alma monádica de grupo
se desenvuelve con rapidez creciente, y por causas parecidas a las que afectan
las plantas cultivadas, aceleran la subdivisión de la vida encarnada; la
personalidad se desarrolla y se hace más y más saliente; en las primeras etapas
casi puede decirse que es compuesta, pues tan por completo están dominadas las
formas por el alma común, que toda una mónada de seres salvajes puede actuar
como movida por una sola individualidad.
Los animales domésticos de tipo superior, tales como el elefante,
caballo, gato, perro, etc., muestran una personalidad más individualizada; por
ejemplo, dos perros pueden obrar muy diferentemente bajo la influencia de las
mismas circunstancias. El alma monádica
de grupo encarna en un número cada vez menor de formas, a medida que se
aproxima gradualmente al punto en que se alcanza la individualidad completa. El cuerpo de deseo o vehículo Kámico se
desarrolla considerablemente, y después de la muerte del cuerpo físico persiste
por algún tiempo con vida independiente en el Kamaloka. Finalmente, el número siempre decreciente de
formas animadas por un alma monádica de grupo, llega a la unidad y anima una
serie de formas simples, cuyo estado sólo difiere de la reencarnación humana
por la falta del Manas, con sus cuerpos mental y causal. La materia mental que trajo consigo el alma
monádica de grupo, empieza a hacerse susceptible a las influencias del plano
mental, y entonces el animal se halla en estado de recibir la tercera gran
emanación del Logos; el tabernáculo está dispuesto para albergar la mónada
humana que es triple por naturaleza, siendo sus tres aspectos respectivamente
denominados el Espíritu, el Alma espiritual y el Alma humana; o sea Atma,
Buddhi, Manas. Sin duda alguna, en el
transcurso de los ciclos de la evolución, la mónada evolucionadora de la forma
podría desenvolver el Manas por medio del desarrollo progresivo; pero ni en la
pasada raza humana ni en los animales al presente, no es tal el curso de la
Naturaleza. Cuando la morada estuvo
dispuesta fue enviado el que debía habitarla: de planos superiores del ser
descendió la vida átmica, velándose en Buddhi como en hilo de oro y mostrándose
en su tercer aspecto: Manas. En los
niveles superiores del mundo sin forma del plano mental, se produjo el Manas
germinal dentro de la forma, surgiendo de esta unión el cuerpo causal
embrionario. Esta es la individualización
del espíritu, su clausura dentro de la forma; y este espíritu así encerrado en
el cuerpo causal, es el alma, el individuo, el hombre real. Este es el momento de su nacimiento, porque,
aunque su esencia es eterna, nonata y sin fin, su nacimiento en el tiempo como
individuo es definido.
Además,
esta emanación de vida llega a las formas en evolución, no de un modo directo,
sino por intermediarios. Cuando la raza
ha alcanzado el punto en que es apta para recibir la mente, los grandes seres
llamados Hijos de la Mente lanzan en los hombres la chispa monádica de
Atma-Buddhi-Manas, necesaria para la formación del alma embrionaria. Y algunos de estos grandes seres encarnaron
realmente en formas humanas, para servir de guías e instructores a la humanidad
en su infancia. Estos Hijos de la Mente
habían completado su propia evolución intelectual en otros mundos, y vinieron a
este mundo más joven, nuestra tierra, con objeto de prestar auxilio a la
evolución de la raza humana. Son, en
realidad, los padres espirituales de nuestra raza.
Otras
inteligencias de grado mucho más inferior, hombres que habían evolucionado en
ciclos precedentes en otro mundo, encarnaron también entre los descendientes de
la raza que recibió sus almas infantiles del modo descrito. A medida que esta raza se desenvolvía,
mejorábanse los tabernáculos humanos, y miríadas de almas que estaban esperando
la oportunidad de encarnar, lo verificaron entre sus hijos. Estas almas, parcialmente desenvueltas, se
mencionan también en los anales antiguos como Hijos de la Mente, porque poseían
mentalidad, aunque relativamente poco desarrollada; almas niños, pudieran
llamarse, para distinguirlas de las almas embrionarias de la masa de la
humanidad y de las almas adultas de aquellos grandes Maestros. Estas almas niños, a causa de su más
desenvuelta inteligencia, constituyeron los tipos directores en el mundo
antiguo, las clases superiores en inteligencia, y, por tanto, aptas para
adquirir conocimientos y para dominar a las masas de los hombres menos
desarrollados. De este modo se han
originado en el mundo las enormes diferencias mentales y morales que separan a
las razas más desarrolladas de las menos desenvueltas, distinguiendo, aun
dentro de los límites de una misma raza, al elevado pensador y al filósofo del
tipo casi brutal de los hombres más perversos.
Estas diferencias dependen sólo del grado de evolución, de la edad del
alma, y han existido siempre en toda la historia de la humanidad de este globo. Retrocédase cuanto se pueda en los anales históricos,
y se encontrarán siempre juntas la inteligencia elevada y la baja ignorancia; y
los anales ocultos, que nos llevan aún mucho más lejos, cuentan parecida
historia de los primeros milenios de la humanidad. No debe esto apenarnos, como si unos hubiesen
sido indebidamente favorecidos y otros injustamente cargados para la lucha de
la vida. El alma más elevada tuvo su
juventud y su infancia allá en mundos anteriores, en donde otras almas estaban
tan por encima de ella como están ahora otras por debajo; el alma más ínfima
tienen que subir a donde se hallan las más altas; y almas aún no nacidas
ocuparán su puesto en la escala de la evolución. Las cosas presentes parecen injustas porque
sacamos a nuestro mundo fuera de su lugar en la evolución, y lo colocamos
aparte, aislado, sin antecesores ni sucesores.
Nuestra ignorancia es la que supone injusticia; los métodos de la
Naturaleza son iguales, y a todos sus hijos de infancia, juventud y edad
madura. No es culpa suya que nuestra
necedad exija que todas las almas ocupen el mismo grado de evolución a un
tiempo mismo, y grite “Injusticia” si la exigencia no se realiza.
Se
comprenderá mejor la evolución del alma, considerándola desde el punto en que
la dejamos, cuando el hombre-animal se hallaba en estado de recibir y recibió
el alma embrionaria. Para evitar toda
mala inteligencia posible, conviene explicar que desde este momento no
existieron dos mónadas en el hombre, o sea la que había construido el
tabernáculo humano y la que descendió a este tabernáculo, y cuyo aspecto
inferior era el alma humana. Citando
otro símil de H. P. Blavatsky, diremos que así como dos rayos de sol pueden
pasar a través del agujero de un postigo y mezclarse formando uno solo, aun
cundo eran dos, así sucede con estos rayos de Sol supremo, el divino señor de
nuestro universo. Cuando el segundo rayo
penetró en el tabernáculo humano, se confundió con el primero, añadiendo
meramente al mismo nueva energía, y brilló, y a la mónada humana, ya como
unidad, principió su gran tarea de desenvolver en el hombre los poderes
superiores de aquella Vida divina de donde procedía.
El
alma embrionaria, el Pensador, tenía en un principio por cuerpo mental
embrionario, la envoltura de materia mental que la mónada de forma había traído
consigo, pero que aun no había sido organizada para ningún posible
funcionamiento. Era tan sólo el mero
germen de un cuerpo mental unido al germen de un cuerpo causal, y durante
muchas Vidas dominaron en absoluto al alma los fuertes deseos naturales,
precipitándola en el torbellino de sus propias pasiones y apetitos, donde era
combatida por las furiosas olas de su propia animalidad sin freno.
Por
repulsiva que en el primer momento pueda aparecer esta vida primitiva del alma,
mirándola desde el estado más elevado que consideramos, es sin embargo
necesaria para la germinación de las semillas de la mente. El reconocimiento de la diferencia, la
percepción de que una cosa es distinta de otra, es un preliminar esencial para
pensar; y a fin de despertar esta percepción en el alma no pensante aún, son
necesarios contrastes fuertes y violentos que, chocando con ella, le impongan
sus diferencias: golpe tras golpe del placer desenfrenado, golpe tras golpe del
dolor desesperante, así forma el mundo externo al alma por medio de la naturaleza
de deseos, hasta que las percepciones principian lentamente a formarse y
registrarse después de repeticiones innumerables. Las cortas adquisiciones hechas en cada vida
se acumulan por el Pensador, y de este modo principia a progresar lentamente.
Lentamente
en verdad, pues apenas si algo pensaba; y por tanto, apenas si hacia algo para
la organización del cuerpo mental; y hasta que en éste no estuvieron grabadas
gran número de percepciones como imágenes mentales, no hubo material sobre el
que pudiera basarse al acción mental iniciada internamente; ésta principia
cuando al juntar dos o más de estas imágenes mentales, resulta de ella alguna
deducción, por elemental que sea. Esta
deducción fue el principio del razonamiento, el germen de todos los sistemas de
lógica que la inteligencia humana ha desenvuelto o se ha asimilado desde
entonces. Todas estas inducciones se
hicieron en un principio en beneficio de la naturaleza de deseos, para aumentar
los goces y disminuir el dolor; pero cada una de ellas aumentaba la actividad
del cuerpo mental y le estimulaba a obrar más prontamente.
Vemos,
pues, que en este período de su infancia el hombre no tenía conocimiento del
bien ni del mal: éstos no existían para él.
El bien es lo que está de acuerdo con la voluntad divina, es lo que
ayuda al progreso del alma, lo que tiende a fortalecer la naturaleza superior
del hombre y a educar y subyugar la inferior; el mal es lo que retarda la
evolución, lo que detiene al alma en los estados inferiores después de
aprendidas las lecciones que en ellos se enseñan; lo que tiende al predominio
de la naturaleza inferior sobre la superior, lo que asimila al hombre con el
bruto, en vez de identificarle con el Dios que debiera desenvolver. Antes que el hombre supiera lo que era el
bien, tenía que conocer la existencia de la ley, y esto sólo podía saberlo
propendiendo a cuanto le atraía desde el mundo externo, abalanzándose a todo
objeto de deseo, y luego aprendiendo por la experiencia, dulce o amarga, si su
goce estaba en armonía o en oposición con la ley. Tomemos como ejemplo un hecho vulgar: la
comida de manjares apetitosos; y véase como el hombre niño podía aprender con
esto la existencia de una ley natural.
La primera vez, sació el hambre, satisfizo el gusto, y sólo placer
resultó de la experiencia, porque su acción estaba en armonía con la ley. En otra ocasión, deseando aumentar el placer,
comió demasiado y sufrió las consecuencias, porque entonces violó la ley. Para la inteligencia que alboreaba, debió ser
experiencia confusa que lo causante de placer, se convertía en dolor por el
exceso. Una y otra vez el deseo le
inducía a excederse, y en cada ocasión experimentaba las dolorosas
consecuencias, hasta que, finalmente, aprendió la moderación, esto es, aprendió
a ajustar sus actos corporales, en este punto, a la ley física; pues vio que
había condiciones que le afectaban y que no podía dominar, y que sólo
conformando sus actos a las mismas, podía asegurar la felicidad física. Experiencias semejantes afluyeron a él por
medio de todos los órganos corporales, con constante regularidad; la
satisfacción de sus deseos le ocasionaba placer o dolor, según se hallasen o no
en armonía con las leyes de la Naturaleza, y a medida que fue aumentando la
experiencia, principió a guiar sus pasos, a influir en sus decisiones. Y en cada nueva vida no tenía que principiar
de nuevo tal aprendizaje, porque a cada nacimiento aportaba algún aumento de
facultades mentales, un depósito de experiencias cada vez mayor.
Ya
hemos dicho que el desenvolvimiento en aquellas primeras etapas era muy lento,
porque no existía más que el albor de la acción mental, y cuando el hombre
abandonaba su cuerpo físico al morir, empleaba la mayor parte del tiempo en
Kamaloka, pasando en sueño un corto período devachánico para la asimilación
inconsciente de leves experiencias mentales, no bastante desarrolladas aún para
la vida activa celeste, la cual tenía en perspectiva para mucho más
adelante. Sin embargo, el cuerpo causal
permanente existía allí, como receptáculo de sus cualidades, que conservaba
para mayor desenvolvimiento en la próxima vida terrestre. La función que el alma monádica de grupo
representaba en los primeros grados de la evolución, está representada en el
hombre por el cuerpo causal, y esta entidad permanente es la que en todos los
casos hace posible la evolución. Sin él,
la acumulación de las experiencias mentales y morales, que se muestran como
facultades, sería tan imposible como la acumulación de las experiencias físicas,
que aparecen como cualidades características de raza y de familia, sin la
continuación del plasma físico. Almas
sin pasado venidas a la existencia desde el no ser, con peculiaridades mentales
y morales determinadas, es un concepto tan monstruoso como lo fuera el de niños
que apareciesen repentinamente sin proceder de parte alguna, sin estar
relacionados con nadie ni con nada, pero mostrando, sin embargo, tipos
definidos de raza y de familia. Ni el
hombre ni su vehículo físico carecen de causa; provienen del poder creador
directo del Logos; y en esto, como en otros casos, las cosas invisibles se
perciben claramente por su analogía con las visibles; pues, verdaderamente, lo
visible no es más que la imagen y reflejo de lo invisible. Sin continuidad en el plasma físico, no
existirían medios para la evolución de las peculiaridades físicas; sin la
continuidad de la inteligencia, no existirían medios para la evolución de las
cualidades mentales y morales. En ambos
casos, sin continuidad, la evolución se detendría en su primera etapa, y el
mundo sería un caos de comienzos infinitos y aislados, en lugar de un Cosmos en
progreso constante.
No
debemos pasar por alto la circunstancia de que, en aquellos primeros tiempos,
el medio ambiente producía mucha variedad en el tipo y en la naturaleza del
progreso individual. En último término,
todas las almas tienen que desarrollar sus poderes por sí mismas; pero el orden
en que se desarrollan estos poderes depende de las circunstancias en que se
halla colocada el alma. El clima, la
fertilidad o esterilidad de la naturaleza, la vida de la montaña o de la
llanura, de los bosques interiores o de las costas oceánicas, y otras
innumerables circunstancias despertarán a la actividad una serie u otra de
energías mentales. Una vida de grandes
trabajos, de lucha incesante con la naturaleza, desarrollará poderes muy
diferentes de lo que ese desenvolverían
en medio de la abundancia exuberante de una isla tropical; ambas series
de poderes son necesarias, pues el alma tiene que conquistar todas las regiones
de la naturaleza; pero de este modo pueden desarrollarse diferencias
sorprendentes aun en las almas de la misma edad, pudiendo aparecer una más
adelantada que otra, según que el observador aprecie más los poderes
“prácticos” o los “contemplativos” del alma, las energías activas externas o
las tranquilas facultades internas de meditación. El alma perfeccionada lo posee todos; pero el
alma en progreso tiene que desarrollarlos
sucesivamente, y esto da lugar a otra de las causas de la inmensa
variedad que se encuentra en los seres humanos.
Y
nuevamente debemos hacer presente que la evolución humana es individual. En un grupo animado por una sola alma
monádica, se encontrarán los mismos instintos en todos los individuos que
compongan dicho grupo, porque el receptáculo de las experiencias es su alma
monádica, la cual vierte su vida en todas las formas que de ella dependen. Pero cada hombre tiene su vehículo físico
propio, y sólo uno a la vez, siendo el receptáculo de todas las experiencias el
cuerpo causal que vierte su vida en su vehículo físico único, y no puede
afectar ningún otro, porque con ninguno está relacionado. De aquí que las diferencias individuales sean
entre los hombres mayores que jamás lo hayan sido entre animales estrechamente
relacionados, y de aquí también que la evolución de las cualidades no pueda
estudiarse en al masa de los hombres, sino siempre en el individuo
continuado. La imposibilidad de
semejante estudio prohíbe a la ciencia explicar por qué algunos hombres gigantescamente
intelectuales y morales, se hallan tan por encima de sus semejantes: sin que se
pueda trazar la evolución intelectual de un Shankara o de un Pitágoras ni la
evolución moral de un Gautama o de un Jesús.
Consideremos
ahora los factores en la reencarnación, toda vez que es preciso un conocimiento
claro de los mismos para explicar algunas dificultades, tales como la supuesta
falta de memoria y otras con que tropiezan los que no están familiarizados con
esta idea. El hombre, a su paso, después de la muerte, por
Kamaloka y Devachán, pierde, uno después de otro, sus diversos cuerpos: el
físico, el astral y el mental. Estos se
desintegran todos, y sus partículas vuelven a mezclarse con los materiales de
sus respectivos planos. La relación del
hombre con el vehículo físico queda por completo destruida; pero los cuerpos
astral y mental transmiten al hombre real, al Pensador, los gérmenes de las
facultades y cualidades resultantes de las actividades de la vida terrestre,
los cuales se almacenan en el cuerpo causal, como simiente de sus próximos
cuerpos astral y mental. Así. Pues, sólo
queda entonces el hombre real, el labrador que ha entrojado la cosecha para
vivir de ella hasta su completa asimilación.
Despunta el alba de una nueva vida, y tiene que partir de nuevo a su
trabajo hasta el anochecer.
La
nueva vida principia con la vivificación de los gérmenes mentales, los cuales
atraen materiales de los planos mentales inferiores, hasta formar con ellos un
cuerpo mental que representa exactamente el grado mental del hombre, expresando
todas sus facultades mentales como órganos; las experiencias del pasado no
existen como imágenes en este nuevo cuerpo, pues perecieron al perecer el
antiguo cuerpo mental, y sólo permaneció la esencia, los efectos de aquéllas
como facultades; eran el alimento de la mente, los materiales que ésta
convertía en poderes, y en el nuevo cuerpo reaparecen como tales poderes,
determinan sus materiales y forman sus órganos.
Cuando el hombre, el Pensador, se ha revestido así de un nuevo cuerpo
para su próxima vida en los planos mentales inferiores, vivifica los gérmenes
astrales para proveerse de cuerpo astral que le sirva de vehículo en el plano
astral. Este cuerpo representará
exactamente su naturaleza de deseos, y reproducirá fielmente las cualidades que
desenvolvió en el pasado, de la misma manera que la semilla reproduce el árbol
padre. De este modo se encuentra el
hombre completamente dispuesto para su próxima encarnación, y la única memoria
de los sucesos de su pasado se encuentra en su cuerpo causal, su peculiar forma
permanente, el único cuerpo que pasa de una vida a otra.
Mientras
tanto, una acción independiente de él trabaja para proveerle de un cuerpo
físico adecuado a la expresión de sus cualidades. Los lazos que formó y las deudas que contrajo
con otros seres humanos en pasadas vidas, contribuirán a determinar el lugar de
su nacimiento y su familia. ¿Fue origen
de dicha o de desgracia para otros? ; Esto será un factor que determine las
condiciones de su futura vida. ¿Su
naturaleza de deseos estuvo disciplinada o irregular y sin freno?: esto se
tendrá en cuenta para la herencia física del nuevo cuerpo. ¿Cultivó ciertos poderes mentales, tales como
el artístico?: en este punto también la herencia es un factor importante, pues
requiere delicadeza en al organización nerviosa y en la sensibilidad táctil; y
así sucesivamente en variedad sin fin.
El hombre puede que tenga en sí, y tendrá seguramente, muchas cualidades
características incongruentes, de modo que sólo algunas hallen expresión en un
solo cuerpo, y así se elegirá una parte de sus poderes adecuada a una expresión
simultánea. Todo esto lo hacen ciertas
poderosas Inteligencias espirituales, llamadas generalmente los Señores del
Karma, porque su función es inspeccionar los efectos de las causas que constantemente
ponen en acción los pensamientos, deseos y actos. Tienen en sus manos los hilos del destino que
cada hombre tejió, y guían al que ese reencarna hacia el ambiente determinado
por su pasado, y que inconscientemente escogió en sus vidas anteriores.
Determinadas
de este modo la raza, la nación y la familia, estos grandes Seres proporcionan
lo que puede llamarse el molde del cuerpo físico—a propósito para la expresión
de las cualidades del hombre y para la extinción de las causas que ha puesto en
acción—y el nuevo doble etéreo, copia de aquél, queda formado en el claustro
materno por obra de un elemental cuyo poder estimulante es el pensamiento de
los Señores del Karma. El cuerpo denso
está construido sobre el doble etéreo, molécula por molécula, copiándolo
exactamente; y aquí la herencia física domina por completo dentro de los
materiales provistos. Además, los
pensamientos y pasiones de la gente que le rodea, especialmente de los padres,
influyen en la tarea del elemental constructor, y de este modo los individuos
con quienes el hombre formó lazos en el pasado, afectan las condiciones
físicas, en desarrollo, para su nueva vida en la tierra. Desde los primeros momentos, en nuevo cuerpo
astral se pone en relación con el nuevo doble etéreo, ejerciendo gran
influencia en su formación; y por su medio, el cuerpo mental obra sobre el
sistema nervioso, preparándolo para ser un instrumento útil a su expresión en
lo futuro. Esta influencia, comenzada en
una vida prenatal—de modo que cuando nace el niño, la formación de su cerebro
revela la extensión y equilibrio de sus cualidades mentales y morales—, continúa después del nacimiento, y esta
construcción del cerebro y de los nervios, y su correlación con los cuerpos
astral y mental, prosigue hasta el séptimo año de la infancia, edad en que se
completa la relación entre el hombre y su vehículo físico; y en adelante puede
decirse que trabaja más por medio de él que en él. Hasta esta edad, la conciencia del Pensador
más bien se halla en el plano astral que en el plano físico, y esto lo prueban
muchas veces las facultades psíquicas que suelen observarse en niños
pequeños. Ven camaradas invisibles y
paisajes preciosos; oyen voces imperceptibles para sus padres, y perciben encantadoras
y delicadas fantasías del mundo astral.
Estos fenómenos desaparecen generalmente así que el Pensador principia a
funcionar de un modo efectivo por medio del vehículo físico, y el niño soñador
se convierte en el muchacho o muchacha vulgar, lo cual mucha s veces sucede con
gran satisfacción de sus alarmados padres, ignorantes de las causas de estas
“rarezas” de su hijo. La mayor parte de
los niños tienen por lo menos algunas de estas “rarezas”; pero pronto aprenden
a ocultar sus fantasías y visiones a sus padres, temerosos de que los reprendan
por decir “mentiras”, o por lo que aun temen más; por el ridículo. Si lo padres pudiesen ver el cerebro de sus
hijos vibrando bajo una intrincada mezcla de estímulos físicos y astrales que
los niños son incapaces de diferenciar, y recibiendo a veces alguna vibración
(tan plásticos son) hasta de regiones superiores, que les produce visión de
belleza etérea o de acción heroica, tendrían más paciencia y simpatía por la
charla confusa de los pequeños, al tratar de traducir con palabras que no les
son familiares, los choques ilusorios de que tienen conciencia y que tratan de
recibir y retener. Si fuese general la
creencia en la reencarnación y la comprendiera el común de las gentes,
libertaría la vida infantil de su aspecto más patético, el de la in-auxiliada
lucha del alma para obtener dominio sobre sus nuevos vehículos y para
relacionarse por completo con su cuerpo más denso, sin perder el poder de
impresionar los más sutiles, de modo que les permitiese aportar a aquél sus
propias vibraciones.
Los
grados ascendentes de conciencia, a través de los cuales pasa el Pensador
conforme va reencarnando durante el largo ciclo de sus vidas en los tres mundos
inferiores, están claramente determinados; y la necesidad de muchas existencias
para hacer experiencia de ellos, si ha de desarrollarse por completo,
convencerá a las personas reflexivas de la verdad de la reencarnación.
En
el primer grado, todas las experiencias son sensaciones; el trabajo de la mente
sólo consiste en reconocer que el contacto con ciertos objetos va seguido de
una sensación de placer, mientras que al contacto con otros sigue una sensación
de dolor. Estos objetos forman imágenes
mentales, que bien pronto comienzan a obrar como estímulos que impulsan a la búsqueda
de cosas con el placer asociadas, cuando no se tienen delante, apareciendo así
los gérmenes de la memoria y de las iniciativas mentales. A esta tosca división primera del mundo
externo, síguese la más compleja idea de la significación de la cantidad en
materia de placer y de dolor, conforme se ha expuesto.
En
este punto de la evolución, la memoria es poco duradera, o en otros términos,
las imágenes mentales son muy transitorias.
Aún no ha surgido en la mente del Pensador la idea de deducir del pasado
el porvenir, ni siquiera de un modo rudimentario, y sus acciones van guiadas
por las influencias del mundo externo, o a lo sumo, por el incentivo de sus
apetitos y pasiones que ansían satisfacción, de suerte que por esto lo
rechazará todo, por conveniente que sea para su futuro bienestar; la exigencia
del momento prevalece sobre toda otra consideración. En los libros de viajes se encuentran
ejemplos numerosos de almas humanas en esta situación embrionaria; y en tal
concepto, quienes se detengan a considerar las condiciones mentales de los pueblos
más salvajes, y las comparen con las de la masa media de las naciones
civilizadas, no podrán menos de convencerse de la necesidad de las múltiples
existencias
No
hay para qué decir que las aptitudes morales no están más desarrolladas que las
mentales; aun no se ha concebido la idea de bien y del mal. No es posible introducir ni la más elemental
noción de estos conceptos en un entendimiento falto de todo desarrollo. El bien y el placer son para él términos
sinónimos, según aparece en el notable caso del salvaje australiano, mencionado
por Carlos Darwin. Acosado aquél por el
hombre, dio muerte al ser viviente que más a mano tenía, para servirle de
alimento, recayendo la suerte en su propia mujer. Un europeo le echó en cara lo perverso de su
acción, mas no le produjo impresión alguna; pues de la censura de que era una
mala cosa el comerse a su mujer, sólo dedujo que el extranjero creía que era un
alimento nauseabundo o indigesto; y en su consecuencia, rectificó a su
interpelante, sonriéndose tranquilamente, y diciendo con satisfacción que
“estaba muy buena”. Mídase con el
pensamiento la distancia moral que separa a este hombre de San Francisco de
Asís, y se concluirá que ha de haber una evolución para las almas como la hay
para los cuerpos; y que de no ser así, tendríamos en al esfera del espíritu
milagros absurdos y creaciones dislocadas.
Dos
caminos hay por donde el hombre puede salir gradualmente de esta situación
mental embrionaria. Uno, que le dirijan
y dominen hombres mucho más desarrollados; y otro, el crecer lentamente sin
ayuda. Este último implicaría el
transcurso de milenios sin cuento; pues sin ejemplo y sin disciplina,
abandonado el hombre a los mudables choques de los objetos externos y al
contacto con otros hombres, como él faltos de desarrollo, sólo con gran
lentitud podrían despertarse las energías internas. Ya hemos visto que cuando la masa de la
humanidad, considerada en su tipo medio, recibió la chista que dio el ser al
Pensador, encarnaron como Maestros algunos de los más grandes Hijos de la
Mente, y que también tomaron carne otros muchos Hijos menores de la Mente, que
se hallaban en diversos grados de la evolución, los cuales constituyeron la ola
más elevada de la progresiva corriente humana. Estos gobernaron a los menos
desarrollados, bajo la benéfica autoridad de los grandes maestros; y la
impuesta obediencia a reglas elementales de buen vivir (al principio muy
elementales ciertamente) apresuró en gran manera el desarrollo de las
facultades intelectuales y morales de las almas embrionarias. Prescindiendo de todo otro testimonio, los
restos de civilizaciones gigantescas que hace mucho tiempo desaparecieron y que
muestran habilidades y concepciones intelectuales muy por encima de lo que era
posible a la masa de la humanidad, entonces en la infancia, bastan para aprobar
que existían en al tierra a cabo grandes empresas.
Continuemos
estudiando la primera etapa de la evolución de la conciencia. La sensación era dueña absoluta de la mente;
los primeros esfuerzos mentales estaban estimulados por el deseo. Y así lentamente llevado, hizo el hombre sus
primeros y toscos ensayos de previsión y de planes para lo futuro. Empezó a reconocer la asociación de ciertas imágenes
mentales, y a la aparición de una espera la de otra, que invariablemente le
había seguido en su paso. Comenzó, pues,
a hacer deducciones y aun a determinarse a obrar bajo la fe de estas
deducciones: gran adelanto fue éste.
También comenzó a dudar, en ocasiones, si seguiría las vehementes
sugestiones del deseo, visto que una y otra vez se asociaban en su pensamiento
las satisfacciones por aquél exigidas, con sufrimientos sucesivos. Este efecto fue vivificado por la imposición
verbal de ciertas leyes: fuere prohibido darse determinadas satisfacciones,
advirtiéndosele que el sufrimiento seguiría a la desobediencia. Así, pues, cuando después de alcanzado el
objeto que provocara su deleite, experimentaba el dolor que al placer seguía,
el cumplimiento de la prevención que se le había hecho impresionaba su alma
mucho más que lo hubiera verificado el mismo suceso no predicho e inesperado, y
por lo tanto para él fortuito. De este
modo surgían continuos conflictos entre la memoria y el deseo, que hacían más
activa la mente, impulsándola a funcionar con más viveza. Estos conflictos determinaban, en realidad,
la transición a la segunda gran etapa del progreso. Entonces empezó a manifestarse el germen de
la voluntad. El deseo y la voluntad
guían las acciones de los hombres, y aun se ha definido la voluntad como el
deseo de que triunfen en la lucha de deseos.
Más éste es un concepto superficial e imperfecto, que nada explica. El deseo es la energía del Pensador,
provocada por el incentivo de los objetos externos, mientras que la voluntad es
la mima energía determinada por las deducciones que la razón saca de las
experiencias pasadas, o por la intuición directa del Pensador. En otros términos: el deseo actúa de fuera d
dentro, la voluntad de dentro a fuera.
Al
principio de la evolución humana, el deseo es dueño absoluto del hombre y le
acosa por todas partes; en el punto medio de la evolución, el deseo y la
voluntad chocan de continuo en alternadas victorias; al terminar la evolución,
el deseo ha muerto, y la voluntad domina sin oposición ni rivalidades. Mientras el Pensador no está lo bastante
desarrollado para ver directamente, guía a la voluntad por medio de la razón;
mas como ésta sólo puede deducir sus conclusiones del acopio de imágenes
mentales que constituyen su experiencia,
y como quiera que este acopio sea limitado, la voluntad ordena constantemente
acciones erróneas. Los sufrimientos que
de estos errores proceden, aumentan el caudal de las imágenes mentales,
suministrando así a la razón mayor copia de materiales de donde sacar sus conclusiones. Así se realiza el progreso; así se origina la
sabiduría. Más de tal manera el deseo se
mezcla frecuentemente con la voluntad, que lo que aparece determinado desde
dentro, lo sugieren en realidad anhelos de la naturaleza inferior, excitada por
objetos que le brindan satisfacciones. En
vez de un conflicto declarado entre las dos, la inferior se introduce de modo
sutil en la corriente de la más elevada y desvía su curso. Si los deseos de la personalidad quedan
derrotados en campo abierto, conspiran arteramente contra su vencedor, y a menudo
consiguen por astucia lo que no pueden por fuerza. Durante esta segunda etapa, en que las
facultades de la mente inferior se hallan en proceso de evolución, la lucha es
condición normal: es la batalla que se libra entre el predominio de las sensaciones
y el predominio de la razón.
El
problema consiste en resolver el conflicto conservando la voluntad libre;
determinar la voluntad a lo mejor, siendo lo mejor objeto de elección. Debe escogerse lo mejor, pero por un acto de
volición autonómica, que dimane rectamente de una necesidad ordenada de
antemano. La certeza de una ley
impulsiva ha de obtenerse de voluntades innumerables, cada una de las cuales
sea libre de determinar su propio curso.
La solución de este problema es sencilla una vez conocido, por más que
la contradicción parezca irreductible a primera vista. Que el hombre sea libre de determinar sus
propios actos, pero que cada uno de éstos produzca un resultado inevitable; que
el hombre discurra libremente entre todos los objetos del deseo y escoja el que
quiera, pero que sufra las consecuencias de su elección, agradables o penosas,
y al cabo rechazará espontáneamente los objetos cuya posesión trae aparejado el
dolor, no apeteciéndolos ciertamente desde el punto y hora en que haya
adquirido la completa experiencia de que su posesión acaba en quebranto. Luchando por lograr el placer y evitar la
pena, procurará que no le aplasten las tablas de la ley; y la lección se
repetirá el número de veces que sea necesario, a cuyo fin proporcionarán las
reencarnaciones tantas vidas como requiera el más perezoso discípulo. Poco a poco desaparecerá el deseo de los
objetos que producen al cabo sufrimiento, y aunque la cosa se presente envuelta
en todo su tentador espejismo, la rechazará no por impulsión externa, sino por
libre elección. Ha dejado ya de ser
apetecible; ha perdido su poder.
Así
sucederá con cada cosa después de otra.
La elección de los objetos marcha más y más en armonía con la ley,
conforme el tiempo avanza. “Muchos son
los senderos del error; el de la verdad es uno”; recorridos los primeros y visto que todos
terminan en sufrimiento, no cabe perplejidad en escoger el camino de la verdad,
trazado por el conocimiento. Los reinos
inferiores trabajan armoniosamente a impulsos de la ley; el reino humano es un
caos de voluntades en pugna, en rebelión y en lucha contra la ley; pero llega
el momento en que se desenvuelve dentro de él una unidad más noble, una
elección armoniosa de voluntaria obediencia, que, por estar fundada en el
conocimiento y en el recuerdo de los resultados de la desobediencia, es
estable, sin que haya tentación capaz de quebrantarla. El hombre ignorante y falto de lecciones está
siempre en peligro de caer; más, conocido el bien y el mal por propia
experiencia, al escoger el bien está eternamente por encima de toda posibilidad
de cambio.
En
la esfera de la moral se denomina generalmente conciencia a la voluntad, y está
sujeta a las mismas dificultades que en los demás campos de su actividad. Mientras las acciones recaen sobre asuntos
muchas veces repetidos, y cuyas consecuencias son tan familiares a la razón
como al Pensador mismo, la conciencia se expresa con prontitud y firmeza. Pero cuando se presentan problemas nuevos,
sobre cuya solución guarda silencio la experiencia, no puede la conciencia
expresares con certeza; su respuesta será vacilante, porque solo podrá deducir
consecuencias dudosas, y el Pensador es incapaz de expresarse, porque su
experiencia nunca se aplicó a las circunstancias que por primera vez se le
ofrecen. De aquí que la conciencia
resuelva a menudo erróneamente; esto es, que la voluntad, falta de dirección
segura, ya por parte de la razón, ya de la intuición, guíe las acciones por mal
camino. Y no podemos omitir las influencias
externas que afectan a la mente: formas de pensamientos de los demás, ya sean
amigos, individuos de la familia o conciudadanos. Todos estos rodean y compenetran la mente con
su propia atmósfera, falseando el aspecto de todas las cosas, desfigurando sus
verdaderas proporciones. Así influida la
razón, se ve privada con frecuencia del reposo necesario para juzgar ni aun
conforme a los dados de su experiencia propia, y acaba por deducir conclusiones
falsas, engañada por el instrumento falaz de que se ha servido para el estudio
de asunto.
La
evolución de las facultades morales está estimulada por las afecciones, aun
animales y egoístas, de la infancia del Pensador. Las leyes de la moral están establecidas por
la razón iluminada, que discierne las en cuya conformidad la Naturaleza se mueve,
e induce al hombre a proceder en armonía con la voluntad divina. Pero cuando no interviene fuerza alguna
exterior, el impulso a al obediencia de estas leyes radica en el amor en esa
deidad oculta en el hombre, que procura difundirse y entregarse a los demás. La moralidad comienza para el Pensador niño,
cuando por primera vez se siente movido por el amor hacia la esposa, el hijo o
el amigo, cuando se siente inclinado a hacer algo en provecho del ser querido,
sin idea alguna de provecho personal.
Esta es su primera victoria sobre la Naturaleza inferior, en cuya
completa sumisión consiste la perfección moral.
De aquí la importancia de no destruir las afecciones ni empeñarse jamas
en debilitarlas, según practican muchas bajas especies de ocultismo. Por groseros en impuros que sean los efectos,
ofrecen siempre posibilidades de evolución moral, la cual se impiden a sí
mismos los fríos de corazón y los que se aíslan dentro de sí propios. Es más fácil tarea purificar el amor que
crearlo. Por esto dijeron los grandes
Maestro, que más cerca están del reino de los cielos los pecadores que los
fariseos y los escribas.
La
tercera gran etapa de la conciencia comprende el desarrollo de los más elevados
poderes intelectuales. Ya no sólo se
alimenta el pensamiento de las imágenes mentales suministradas por las
sensaciones, ya no especula únicamente sobre los objetos concretos ni se limita
a los atributos que diferencian unos de otros, sino que habiendo aprendido a
distinguirlos con claridad por la apreciación de sus desemejanzas, comienza a
agruparlos por razón de algún atributo especial que es común a objetos diversos
y constituye su lazo de unión. Así
deduce este común atributo y lo extrae, colocando todos los objetos que lo poseen
aparte de los que carecen de él, y de este modo desarrolla la facultad de
reconocer la identidad en al diversidad: primer paso hacia el reconocimiento
futuro de lo Uno como fundamento de lo múltiple. Así va clasificando el Pensador cuanto le
rodea, desarrollando, en consecuencia, la facultad de sintetizar, aprendiendo a
construir al mismo tiempo que a analizar.
Da entonces un paso más, y concibe la propiedad común como idea separada
de todos los objetos en que aparece; formando así imágenes mentales de especie
superior a las de los objetos concretos: imágenes de ideas que no tienen
existencia fenomenal en el mundo de las formas, sino que existen en los niveles
mas elevados de plano mental y ofrecen materia en que el mismo Pensador ejerce
su actividad. La mente inferior almacena la idea abstracta mediante la razón, y
al hacerlo, tiende raudo el vuelo hasta tocar los límites del mundo sin forma,
desee donde confusamente vislumbra lo que hay más allá. El Pensador considera estas ideas y vive
habitualmente en medio de ellas; y ejercitado y desarrollado ya el poder de
razonar sobre lo abstracto, el Pensador comienza a encontrarse realmente en su
propio mundo, comienza la vida de activo funcionamiento en su propia
esfera. Los hombres que esto alcanzan,
se cuidan poco de los sentidos, de la observación externa, de la aplicación del
pensamiento a las imágenes de los objetos exteriores; sus poderes se dirigen
hacia dentro, sin buscar fuera sus satisfacciones. Reposan tranquilos en sí mismos, creciendo en
el estudio de los problemas filosóficos, en la inspección más profunda del
pensamiento y de la vida, antes procurando desentrañar las causas que desvariar
en al acumulación de efectos, y acercándose día tras día al reconocimiento de
Uno, que se oculta tras las infinitas variedades de la Naturaleza visible.
En
la cuarta etapa de la conciencia se ve el Uno; y al franquear las barreras
levantad por el intelecto, la conciencia abarca el mundo y ve todas las cosas
en sí misma y como partes de sí mima, se ve a sí mima como un rayo del Logos, y
por lo tanto, como una con El. ¿Qué es
el Pensador entonces? Ha llegado a ser Conciencia; y en tanto que el alma
espiritual puede usar a voluntad cualquiera de sus vehículos, no esta aquél
forzado a usarlos ni siquiera los necesita para su plena y consciente
vida. Ya han concluido las
reencarnaciones forzosas; el hombre ha vencido a la muerte: ha alcanzado la
inmortalidad. Desde entonces es “una
columna del templo de Dios, de donde no saldrá jamás”.
Para
completar esta parte de nuestro estudio, se requiere comprender la vivificación
sucesiva de los diferentes vehículos de la conciencia, y su ingreso, uno
después de otro, en la esfera de la vida activa, como instrumentos armoniosos
del alma humana.
Hemos
visto que el Pensador, desde los comienzos de su vida separada, ha tenido
vestiduras de materia mental, astral etérea y física densa. Por estos medios su vida trasciende al
exterior como puente de la conciencia, a lo largo del cual todos los impulsos
del Pensador llegan hasta el cuerpo físico denso, y todas las impresiones del
mundo externo le alcanzan a él. Pero
este uno general de los cuerpos sucesivos, como partes de un todo encadenado es
cosa muy diferente de la vivificación de cada uno de ellos para servir
alternativamente de vehículo a la conciencia, con independencia de los
inferiores. Esta vivificación de los
vehículos es lo que vamos a considerar.
El
que primero debe reducirse a orden armonioso de actividad, es el vehículo
inferior; el cuerpo físico denso. Es
preciso afinar el cerebro y el sistema nervioso, y hacerlos delicadamente
sensibles a todas las impresiones que caen dentro de al escala de su poder
vibratorio. En los albores de la especie
humana, cuando este cuerpo físico se componía de la más grosera clase de materia,
la gama era muy limitada: el órgano físico de la mente sólo podía responder a
las más lentas vibraciones. Como era
natural, respondía con mucha mayor prontitud a las impresiones del mundo
externo causadas por objetos semejantes a él por su materia.
Su
vivificación como vehículo de la conciencia, consiste en que se le haga
sensible a las vibraciones que parten del interior; y la rapidez de esta
vivificación depende de que la naturaleza inferior ayude en su obra a la más
elevada, de que se someta lealmente a servir a su misterioso director. Cuando después de muchas y muchas vidas, la
naturaleza inferior comienza a columbrar que existe sólo por el alma, que todo
ese valor consiste en la ayuda que pueda proporcionarle y que sólo puede
conquistar la inmortalidad fundiéndose en ella, proseguirá su evolución a pasos
de gigante. Antes de esto la evolución
ha sido inconsciente; al principio el único objeto de la vida era la
satisfacción de la naturaleza inferior, y mientras esto fue preliminar
necesario para despertar las energías del Pensador, nada propendió directamente
a convertir el cuerpo en vehículo de conciencia. Su acción directa sobre ésta comienza cuando
la vida del hombre establece su centro en el cuerpo mental, cuando el
pensamiento comienza a dominar la sensación.
Los poderes mentales en ejercicio actúan sobre le cerebro y el sistema
nervioso, por cuya virtud se expele gradualmente la materia más grosera de que
se compone este organismo, para dar sitio a materiales más finos que sean
capaces de vibrar al unísono con las vibraciones del pensamiento que tratan de
influirlo. El cerebro llega a ser así de
constitución más delicada, aumentando, en circunvoluciones más y más
complicadas la superficie total que ha de responder a las vibraciones mentales. El sistema nervioso, a su vez, adquiere más
sutil equilibrio, se hace más vivo y sensible a las influencias de la actividad
mental, y cuando llega la hora del reconocimiento de sus funciones como
instrumento del alma, de que antes se ha hablado, coopera activamente la
desempeño de estas funciones.
Entonces
comienza la personalidad a someterse deliberadamente a disciplina y a posponer
sus pasajeras satisfacciones a los intereses permanentes de la individualidad
inmortal. Emplea en el desarrollo de las
facultades mentales el tiempo que podía malgastar en la consecución de groseros
placeres; todos los días destina algunas horas a estudios serios; el cerebro se
entrega gustoso a las impresiones que proceden del interior, en vez de las que
recibe del exterior; se siente arrastrado a responder a un orden consecutivo de
pensamientos, y aprende a refrenarse en la libre emisión de sus propias
imágenes, inútiles e inconexas, fruto de pasadas impresiones aprende a
permanecer en reposo cuando no es requerido por su maestro, para corresponder a
vibraciones, no para iniciarlas. Con el
tiempo empezará a discernir los alimentos que mejor pueden suministrar al
cerebro la substancia y proscribirá el uno de los más groseros, tales como la
carne, la sangre, y el alcohol, formándose un cuerpo puro con alimentos puros. Y así, poco a poco, las vibraciones de orden
inferior dejarán de encontrar materia dispuesta a responder a su acción, y en
consecuencia, llegará a ser el cuerpo físico un vehículo idóneo de la
conciencia, reflector delicado de las impresiones del pensamiento, sutilmente sensible a las
vibraciones producidas por el Pensador.
El
doble etéreo se conforma tan estrictamente a la constitución del cuerpo denso,
que no precisa estudiar por separado su purificación y vivificación. Normalmente no sirve de vehículo separado de
la conciencia, sino que actúa simultáneamente con su compañero más denso, y
cuando se halla apartado de él por accidente o por muerte, responde muy
débilmente a las vibraciones que parten del interior. Sus funciones no son, en realidad, de
vehículo de Prana, de la fuerza vital individualizada, y su desencajamiento del
cuerpo denso, al cual lleva las corrientes de vida, es, por tanto, perturbador
y dañino.
El
segundo vehículo de conciencia que debe vivificarse es el cuerpo astral. Cuando durante el sueño abandona al cuerpo
físico y flota en el mundo astral, alcanzada ya su completa organización, la
conciencia que hasta entonces ha actuado dentro de él, comienza, no sólo a
recibir por su medio las impresiones de los objetos astrales que constituyen la
llamada conciencia del sueño, sino también a percibir, mediante sus sentidos,
objetos de aquel plano: esto es, comienza a relacionar las impresiones que
recibe con los objetos que las producen.
Estas percepciones son confusas al principio, como en las primeras
percepciones que la mente recibe cuando le sirve de instrumento el cuerpo
físico de un niño, las cuales deben corregirse en uno y otro caso por la
experiencia. El Pensador tiene que
descubrir paso a paso las nuevas facultades de que puede hacer uso mediante
este vehículo más sutil, con el cual será capaz de dominar los elementos
astrales y defenderse de los peligros de aquel plano. Y no queda abandonado a sus propias fuerzas
en este nuevo mundo, sino que seres experimentados en las vicisitudes de la
vida astral le instruyen, ayudan y aun protegen hasta que es capaz de valerse
por sí mismo. Y así de un modo gradual,
llega a adquirir completo predominio sobre el nuevo vehículo de la conciencia,
hasta el punto de serle tan familiar la vida en este plano como en el físico.
El
tercer vehículo de conciencia, el cuerpo mental, es rarísima vez vivificado
para actuar independientemente, sin la instrucción directa de un maestro, y su
funcionamiento pertenece entonces a la vida del discípulo, en el estado actual
de al evolución humana. Según ya hemos
visto, se recombina para funcionar separadamente en el plano mental, y esto
requiere también experiencia y educación a fin de que se halle por completo
bajo el dominio de su dueño. Es un hecho
común a estos tres vehículos de conciencia, pero que en los sutiles induce más
fácilmente a error que en el denso, que estos vehículos están sujetos a
evolución, y que a medida que progresan, aumenta su capacidad para recibir y
responder a las vibraciones. ¿Cuántos
tonos no percibe el oído amaestrado, que le pasan inadvertidos al que no lo
está, el cual oye sólo la nota fundamental?
A medida que se aguzan los sentidos físicos, el mundo aparece más y más
lleno; y en donde el campesino sólo ve el surco y el arado, la mente cultivada
se fija en la flor del arbusto y del álamo temblón, en al arrebatadora melodía
de la alondra y en el zumbido de alas diminutas en el vecino bosque; en los
conejos que corren a través de los entrelazados helechos, y en las ardillas que
juguetean en las ramas de las hayas; en
los graciosos movimientos de las cosas silvestres; en los fragantes aromas del
campo y de la selva; en los espléndidos
cambiantes del cielo matizado de nubes y en las luces y sombras fugaces
de las colinas. Tanto el campesino como
el hombre culto tienen ojos, ambos tienen cerebro; pero ¡cuán diferentes sus
poderes de observación, cuán distintas sus facultades para recibir
impresiones! Lo mismo sucede en otros
mundos. Cuando los cuerpos astral y
mental principian a funcionar como vehículos separados de conciencia, se
encuentran, por decirlo así, en el grado de percepción del campesino, y sólo
llegan a su conciencia fragmentos del mundo astral y mental con extraños y
engañadores fenómenos; pero rápidamente se desarrollan abarcando mayor radio y
aportando a la conciencia un reflejo cada vez más exacto de lo que les
rodea. Aquí, como en otras partes,
debemos tener presente que nuestro conocimiento no es el límite de los poderes de
la Naturaleza, y que en el mundo astral y mental, lo mismo que en el físico,
somos aún niños que nos ocupamos en recoger conchas arrojadas por las olas,
mientras quedan inexplorados los tesoros ocultos del Océano.
El
desarrollo del cuerpo causal como vehículo de conciencia, sigue en tiempo oportuno
el desarrollo del cuerpo mental, y presenta al hombre un estado de conciencia
aun más maravilloso; retrocede hacia el pasado sin límites, y avanza hasta
penetrar las eventualidades del porvenir.
Entonces el Pensador no sólo adquiere la memoria de su pasado, pudiendo
rastrear el propio desarrollo a través de la larga sucesión de vidas encarnadas
y desencarnadas, sino que también es capaz de recorrer su pasado en la tierra,
y aprender las grandes lecciones de la experiencia del mundo, estudiando las leyes
ocultas que rigen la evolución y los profundos secretos de la ida, escondidos
en el seno de la Naturaleza. En este
elevado vehículo de conciencia, puede acercarse a la velada Isis, levantar una
punta del tupido velo y fijarse en sus ojos sin peligro de cegar ante sus
miradas resplandecientes; y puede también ver en la luz que irradia, las causas
del sufrimiento humano y su término, sintiendo piedad en el corazón, más ya no
las torturas del dolor sin consuelo. La
fuerza, la serenidad y la sabiduría descienden sobre aquellos que usan el
cuerpo causal como vehículo de conciencia, y contemplan con ojos abiertos la
gloria de la Buena Ley.
Cuando
se desarrolla el cuerpo búdico como vehículo de conciencia, el hombre entra en
la dicha de la unión y conoce con certidumbre completa, con realidad vívida, su
unidad con todo lo que es. Así como en
el cuerpo causal, el elemento predominante de la conciencia es el conocimiento
y por último la sabiduría, así la felicidad y el amor son los elementos
predominantes de la conciencia en el cuerpo búdico. La serenidad de la sabiduría determina
principalmente al primero, al paso que la compasión más tierna fluye de modo
inextinguible del segundo; cuando a esto se añade la fuerza divina y reposada
que caracteriza el funcionamiento de Atma, entonces la Humanidad se corona con
la divinidad, y el Dios-hombre se manifiesta en plenitud de poder, sabiduría y
amor.
Al
desarrollo apresurado sucesivo de los vehículos superiores, no sigue
inmediatamente la facultad de aportar a los inferiores toda la parte de
conciencia de aquellos que éstos pueden percibir. En este punto difieren grandemente los
individuos, según sus circunstancias y según obren, pues este apresuramiento en
el desarrollo de los vehículos ocurre rara vez hasta que se alcanza el
discipulado probatorio, y entonces los deberes por cumplir dependen de las
exigencias del tiempo. Al discípulo y
aun al aspirante al discipulado se le enseña a poner sus facultades al servicio
del mundo; y la participación de la conciencia inferior en el conocimiento de
la superior se determinan principalmente por las necesidades de la obra en que
el discípulo está ocupado. Es necesario
que el discípulo pueda usar por completo de sus vehículos de conciencia en los
planos superiores, en tanto que su obra haya de efectuarse tan sólo en ellos;
pero el aportar el conocimiento de esta obra al vehículo físico, que no
interviene para nada en ella, es asunto sin importancia, y el que pueda o no
hacerlo, se determina generalmente por el efecto que una y otra circunstancia
deba tener en la eficacia de su trabajo en el plano físico. En el estado presente de la evolución, la
violencia que se hace al cuerpo físico cuando la conciencia superior le obliga
a vibrar en consonancia con ella, a menos que las circunstancias externas sean
muy favorables, puede ocasionar desarreglos nerviosos y sensibilidad histérica
con todas sus nocivas consecuencias. De
aquí que la mayor parte de los que poseen desarrollados los vehículos superiores
de conciencia, y que al mismo tiempo deben efectuar sus trabajos más
importantes fuera del cuerpo, permanezcan apartados de los centros de
población, para traer a la conciencia física el conocimiento que emplean en los
planos superiores, preservando de este modo al vehículo físico sensitivo del
uso grosero y del bullicio de la vida ordinaria.
Las
preparaciones principalmente necesarias para recibir en el vehículo físico las
vibraciones de la conciencia superior son:
su purificación de los materiales groseros por medio de alimento puro y vida
pura; el dominio completo de las pasiones y la formación de carácter y mente
equilibrados, que no se afecten por el tumulto y las vicisitudes de la vida
externa; la costumbre de la meditación tranquila sobre asuntos elevados,
apartando el pensamiento de los objetos de los sentidos y de las imágenes
mentales que provocan, y fijándolo en cosas superiores; el abandono de toda
precipitación, especialmente de aquella, desasosegada y excitable de la mente,
que mantiene al cerebro en constante trabajo, pasando de un asunto a otro; un
amor real de las cosas del mundo superior, por cuya virtud se nos presenten con
más atractivo que los objetos del bajo mundo, haciendo que la mente descanse
satisfecha en su compañía, como en la del amigo predilecto. En resumen, las preparaciones son muy
semejantes a las requeridas para la separación consciente de “alma” y “cuerpo”,
las cuales he expuesto en otra parte y aquí repito para aleccionamiento del
estudiante como sigue:
“Debe
comenzar por extrema sobriedad en todas las cosas, cultivando un estado mental
uniforme y sereno; su vida debe ser pulcra y sus pensamientos puros,
manteniendo su cuerpo estrictamente sujeto al alma, y acostumbrando a su mente
a ocuparse en temas nobles y elevados; debe practicar habitualmente la compasión.
La simpatía, el auxilio, mirando con indiferencia las penas y placeres propios,
y cultivando el valor, la firmeza y la devoción. En una palabra: debe observar la vida
religiosa y ética que la mayor parte de la gente sólo tiene en los labios. Una vez que por asidua práctica haya
aprendido a dominar su mente harta cierto punto, de modo que pueda mantenerla
fija en una dirección determinada de pensamientos, debe empezar una educación
más rígida de la misma por el ejercicio diario de concentración en algún asunto
difícil o abstracto, o en algún objeto elevado de devoción; esta concentración
consiste en fijar la mente con firmeza en un solo punto, sin vagar ni dejarse
distraer por los objetos externos ni por la actividad de los sentidos ni por la
de la mente misma. Hay que sujetar a
ésta de modo que se mantenga invariable y fija, hasta que aprenda por grados a
apartar su atención del mundo externo y del cuerpo, de manera que los sentidos
permanezcan sosegados e inactivos, mientras ella esté en plena actividad, con
todas sus energías replegadas al interior, para convertirlas a un solo punto,
el mas elevado que pueda alcanzar el pensamiento. Cuando se sostenga en esta situación con
facilidad relativa, estará en aptitud de dar un paso más, y por un esfuerzo de
la voluntad, potente, pero reposado, será dueña de trascender el más elevado
pensamiento de que sea capaz con el instrumento del cerebro físico, con lo que
se elevará y unirá con la conciencia superior, viéndose libre del cuerpo. Cuando se llega a esto, no hay sensación
alguna de sueño ni de ensueño ni pérdida alguna de conciencia; el hombre se
encuentra fuera del cuerpo, como si hubiera arrojado de sí un pesado estorbo, y
no como si hubiese perdido una parte de sí mismo; no está realmente “desencarnado”,
sino que se ha elevado por encima de la encarnación y del cuerpo grosero, “en
un cuerpo de luz”, que obedece a sus más ligeros pensamientos y le sirve de
hermosísimo instrumento, perfecto e idóneo para ejecutar su voluntad. En este cuerpo se encuentra libre en los
mundos sutiles; pero necesita ejercitar sus facultades por largo tiempo y con
parsimonia, hasta ser apto para verificar un trabajo útil en las nuevas
condiciones.
“La
libertad fuera del cuerpo puede obtenerse de otras maneras: por un arrobamiento
intenso de devoción, o por sistemas especiales empleados por un gran maestro
con sus discípulos. Cualquiera que sea
el medio, el fin es el mismo: la liberación del alma en completa conciencia,
pudiendo examinar su nuevo medio ambiente en regiones fuera del círculo de
acción de la carne. A voluntad podrá
volver al cuerpo; y en estas circunstancias le será dado imprimir en la mente
cerebral, y retener así en la conciencia física, la memoria de las experiencias
por que ha pasado”.
Los
que hayan comprendido bien las principales ideas bosquejadas en las anteriores
páginas, verán que tales ideas son de por sí la mayor prueba de que la
reencarnación es un hecho en la Naturaleza.
Es necesaria a fin de que la vasta evolución que implica la frase
“evolución del alma”, pueda llevarse a efecto.
La única alternativa oponible –dejando a un lado por un momento la idea
materialista de que el alma es sólo el conjunto de vibraciones de una clase
particular de materia física—es que cada alma sea una creación nueva hecha
cuando nace el niño, e impresa con tendencias virtuosas o viciosas, con
habilidad o con estupidez, impuestas por el capricho del poder creador.
Como
diría un mahometano, su destino pende desde el instante de su nacimiento; pues el
destino del hombre depende de su carácter y del medio en que vive, y cada nueva
alma lanzada al mundo, tiene que ser condenada al sufrimiento o a la dicha con
arreglo a las circunstancias que la rodean y al carácter impreso en ella. La predestinación en su forma más repulsiva,
es la única alternativa de la reencarnación.
En vez de considerar a los hombres evolucionando lentamente, de modo que
el salvaje brutal de hoy haya de lograr con el tiempo las nobles cualidades del
santo y del héroe, apreciando de este modo al mundo como manifestación de un
proceso de desenvolvimiento sabiamente concebido y dirigido, nos veríamos
obligados a ver en todo ello un caos de seres sencientes tratados con la mayor
injusticia, sentenciados a la dicha o a la miseria, al conocimiento o a la
ignorancia, a la virtud o al vicio, a la riqueza o a la pobreza, al genio o a
la idiotez, por una voluntad externa, arbitraria, no inspirada en al justicia
ni en la misericordia: sería todo un
verdadero pandemónium irracional y sin sentido.
Y este caos se supone ser al parte superior del cosmos, en cuyas
regiones inferiores se manifiestan todas las hermosísimas y ordenadas obras de
una ley que siempre desenvuelve formas más complejas y elevadas de las más
ínfimas y sencillas, de una ley quede modo conspicuo “tiende siempre a la
justicia”, a la armonía y a la belleza.
Si
se admite que el Alma del salvaje está destinada a vivir y a desarrollarse, y
no condenada por toda la eternidad a su presente estado infantil, sino que su
evolución se verificara después de la muerte y en otros mundos, entonces se
admite el principio de la evolución del Alma, y sólo queda la cuestión del
sitio donde tiene lugar. Si todas las
Almas estuviesen en la tierra en el mismo grado de progreso, mucho pudiera
decirse sobre la necesidad de otros mundos para la evolución de las Almas en
los grados superiores al estado infantil.
Pero nos vemos rodeados de Almas muy avanzadas y nacidas con nobles
cualidades mentales y morales. Por
paridad de razonamiento, tenemos que suponer que han evolucionado en otros
mundos antes de su único nacimiento en éste, y entonces habría de sorprendernos
el que un mundo que presenta condiciones a propósito, así para las Almas que se
encuentran en la infancia, como para las más avanzadas, sólo esté destinado a
una sola visita pasajera de aquéllas durante el período inmenso de su
desarrollo, y que todo el resto de la evolución haya de verificarse en mundos
semejantes a éste, e igualmente aptos para proporcionarles la diversidad de
condiciones necesarias para su progreso en sus diferentes etapas, tal como las
vemos cuando nacen aquí. La Antigua
Sabiduría enseña, a la verdad, que el Alma progresa a través de muchos mundos;
pero también enseña que nace en cada uno de ellos una y otra y otra vez, hasta
que ha completado toda la evolución posible en aquel mundo. Los mundos mismos, según sus enseñanzas,
forman una cadena evolutiva, y cada uno tiene su papel propio, como campo
adecuado de determinado desarrollo.
Nuestro mismo mundo ofrece campo propio para la evolución de los reinos
mineral, vegetal, animal y humano, y por tanto, tiene lugar en él la
reencarnación colectiva o individual en todos estos reinos. Ciertamente, una evolución más vasta nos
espera en otros mundos; pero conforme al orden divino, no se abrirá ante
nuestra mirada hasta que hayamos aprendido y dominado las lecciones que nuestro
propio mundo ha de enseñarnos.
Al
estudiar el mundo que nos rodea, observamos que podemos encaminar nuestros
pensamientos por diversas vías que nos llevan a la misma meta de la
reencarnación. Ya hemos determinado las
inmensas diferencias que separan al hombre del hombre, las cuales implican un
pasado evolucionario detrás de cada alma; y hemos llamado la atención sobre
tales diferencias en cuanto distinguen entre la reencarnación individual del
hombre (el cual constituye una sola especie), y la reencarnación de las almas
en grupos monádicos, que corresponden a los reinos inferiores. Las diferencias relativamente pequeñas que
separan los cuerpos físicos de los hombres, reconocibles todos externamente
como tales hombres, deben compararse con las diferencias inmensas que al
salvaje inferior separan del tipo humano más noble en capacidad intelectual y
moral. Muchas veces vemos salvajes de un
desarrollo físico espléndido y con grandes masas cerebrales; pero ¡cuanto
difieren en mentalidad de un filósofo o de un santo!
Si
las cualidades mentales y morales se consideran como acumulación de los
resultados de la vida civilizada, entonces nos vemos frente al hecho de que a
los hombres de más talento del presente, sobrepujan los gigantes intelectuales
del pasado, y de que ningún hombre de nuestra época alcanza la altura moral de
algunos santos históricos. Por otra
parte, tenemos que considerar que el genio no tiene padre ni hijos; que aparece
repentinamente y no como la meta de una familia que haya venido desarrollándose
gradualmente, y que por regla general es estéril, o bien que si tiene un hijo,
es un hijo del cuerpo y no de la mente.
Más significativo aún es el hecho de que la mayoría de las veces un
genio músico nace en una familia música, porque esta forma del genio necesita
de una organización nerviosa de clase especial para manifestarse, y el
organismo nervioso cae bajo la ley de la herencia. Pero ¿cuantas veces sucede que la misión de
tales familias acaba tan luego como ha proporcionado un cuerpo para un genio, y
que luego degenera y desaparece, al cabo de una cuantas generaciones, en al
obscuridad y la insignificancia de la masa general humana?. ¿Acaso han sido los descendientes de Bach, de
Beethoven o de Mozart iguales a sus padres? Verdaderamente, el genio no se
transmite de padres a hijos, como sucede en los tipos físicos de familia de los
Estuardos y Borbones.
¿De
qué modo, si no por la reencarnación, pueden explicarse los “niños
prodigio”? Consideremos, por ejemplo, el
caso del doctor Young, el descubridor de la teoría ondulatoria de la luz, un
hombre cuyos méritos no han sido aún reconocidos en toda su magnitud. A los dos años, sabía leer “con mucha soltura”;
y antes de los cuatro había llegado a
leer por dos veces toda la Biblia; a los siete principió la aritmética y dominó
el Tutors Assistant (Ayuda del Maestro) de Walkingham, antes de llegar a la
mitad del mismo bajo la dirección de un preceptor; y unos cuantos años más
tarde, aún en el colegio, posee el latín, el griego, las matemáticas, la
teneduría de libros, el francés, el italiano, el manejo y la fabricación del
telescopio, y muestra gran afición hacia la literatura oriental. Destinado a los catorce años, en compañía de
otro muchacho año y medio mas joven que él, a estudiar bajo la dirección de
determinado maestro, que no llegó a tomarse a su cargo. Young enseñó al otro muchacho.
Sir
William Rowan Hamilton demostró facultades aun más precoces. Principió a aprender el hebreo cuando apenas
tenía tres años, y a los siete, según declaró uno de los catedráticos del
Trinity College de Dublín, había demostrado mayor conocimiento de esta lengua
que muchos aspirantes a cátedra. A los
trece años sabía trece idiomas, entre los cuales, además de las lenguas
clásicas y europeas modernas, se contaba el persa, árabe, sánscrito y
malayo. A los catorce años dirigió una
carta de bienvenida al embajador persa en una visita de éste a Dublín, el cual
declaró “que no había creído que hubiera en Inglaterra un hombre capaz de
escribir en su lengua”. Un pariente suyo
escribe lo siguiente: “Me acuerdo que
cuando tenía seis años contestaba a cualquier pregunta difícil de matemáticas,
y luego corría alegremente a jugar con un carrito. A los doce años luchó con Colburn, el
muchacho calculista americano, que entonces se exhibía como una curiosidad en
Dublín, y no siempre llevaba lo peor de la contienda”. A los dieciocho años el doctor Brinkley
(Astrónomo Real de Irlanda) dijo de él en 1823: “Este joven no diré que será,
sino que es el primer matemático de su siglo.”
En el colegio su carrera no tuvo precedentes, pues, entre muchos
competidores de más que ordinario mérito, fue siempre el primero en todas las
materias y en todos los exámenes.
Compare
el hombre reflexivo estos muchachos con algunos medio idiotas y aun con la
generalidad de los chicos; observe cómo principiando con tales ventajas llegan
a ser directores del pensamiento, y pregúntese luego si tales Almas no tienen
pasado alguno tras sí.
El
parecido de familia se explica generalmente por la “ley de la herencia”, pero
las diferencias en el carácter mental y moral que constantemente se ven en una
misma familia, se dejan sin explicación.
La reencarnación explica el parecido por el hecho que por medio de la
herencia física puede proveerla de un cuerpo a propósito para expresar sus
características; y explica las diferencias atribuyendo el carácter mental y
moral al individuo mismo, al paso que demuestra que los lazos forjados en el
pasado le han conducido a encarnarse en relación con algún otro individuo de la
familia. Un “hecho significativo es el
de los hermanos gemelos, los cuales durante la infancia son muchas veces
indistinguibles el uno de loro, aun para la vista penetrante de la madre o de
la nodriza, al paso que más adelante, en el transcurso de la vida, el Manas
obra en su envoltura física y la modifica
de tal modo, que disminuye la semejanza física, y las diferencias de
carácter se estampan en las mudables facciones”. La semejanza física unida a las diferencias
mental y moral, parece implicar la unión
de dos series distintas de causas.
La
diferencia sorprendente que, para la asimilación de cierta clase especial de
conocimientos, se nota entre personas de facultades intelectuales casi iguales,
es otra “huella” de la reencarnación.
Tal reconoce enseguida una verdad, mientras que otro no llega a verla ni
aun después de mucho estudio y observación; y sin embargo, puede suceder
precisamente lo contrario respecto de otra verdad que se asimile el segundo y
no llegue a comprender el primero. “Dos personas muestran afición a la Teosofía
y principian a estudiarla; al cabo de un año, una se ha familiarizado con sus
conceptos principales y puede aplicarlos, al paso que la otra se encuentra
perpleja. A una le es familiar cada
concepto desde que se le presenta; para la otra es cosa nueva, extraña,
incomprensible. El creyente en la
reencarnación, infiere de esto que la enseñanza es antigua para la una y nueva
para la otra; aquélla aprende pronto porque se acuerda, no hace más que
recobrar un conocimiento del pasado; ésta aprende lentamente, porque su
experiencia no encierra estas verdades de la naturaleza, y las empieza a
adquirir trabajosamente por vez primera”.
Del mismo, la intuición es “meramente el reconocimiento de un hecho
familiar en una vida interior, aunque encontrado por primera vez en el
presente”: otra huella del camino por el cual ha viajado el individuo en el
pasado.
La
principal dificultad que muchos tienen para admitir la doctrina de la
reencarnación, es la falta de memoria respecto del pasado. Sin embargo, cada día confirman el hecho de
haber olvidado mucho de la vida presente, pues los primeros días de la niñez están
borrosos, y los de la infancia en vacío completo. Deben advertir también que los sucesos
pasados y por completo desaparecidos de su conciencia normal, se encuentran,
sin embargo, escondidos en obscuras cavernas de la memoria, y pueden
presentarse vívidamente en ciertas enfermedades o bajo la influencia del
magnetismo. Hay ejemplo de un moribundo
que habló una lengua sólo conocida en su infancia, y que le había sido
desconocida durante su larga vida; en el delirio, sucesos largo tiempo
olvidado, se han presentado de un modo vívido a la consciencia. Nada se olvida realmente; pero mucho se halla
oculto a la vista limitada de nuestra conciencia ordinaria, la cual es la forma
más restringida de nuestra conciencia general, por más que sea la única
conciencia reconocida por la gran mayoría.
Del
mismo modo que el recuerdo de una parte de la vida presente se halla fuera de
los límites de la conciencia ordinaria y sólo se muestra de nuevo cuando
hallándose el cerebro en estado súper-sensitivo, puede responder a vibraciones
que ordinariamente no es capaz de percibir, así también el recuerdo de las
vidas pasadas se halla almacenado fuera del alcance de la conciencia
física. Se halla todo en el Pensador,
que es el único que persiste vida tras vida y tiene el libro de memorias a su
alcance, pues es el único “yo” que ha pasado por todas las experiencias que en
él se registran. Por otra parte, puede
imprimir el recuerdo del pasado en su vehículo físico, así que lo haya
purificado de modo que responda a sus fugaces y sutiles vibraciones, y entonces
el hombre de carne puede compartir el acumulado conocimiento del pasado. La dificultad de la memoria no consiste en el
olvido, pues el vehículo inferior, o sea el cuerpo físico, no ha pasado nunca
por las vidas anteriores de su dueño; consiste en la absorción del cuerpo
actual en su medio ambiente presente, en su grosera insensibilidad para
responder a las delicadas vibraciones, únicas por las cuales puede hablar el
alma. Los que quieran recordar el
pasado, no deben tener concentrado todo su interés en el presente, sino que
deben purificar y refinar el cuerpo hasta que pueda recibir las impresiones de
las esferas más sutiles.
Sin
embargo, la memoria de las vidas pasadas la posee un considerable número de
personas que han llegado a adquirir la sensibilidad necesaria del organismo
físico, no siendo ya para ellas la reencarnación mera teoría, sino asunto de
conocimiento personal. Así saben cuánto
más rica es la vida presente con el recuerdo de las pasadas, viendo que los
amigos de este breve día son los mismos de hace mucho tiempo con lo que los
recuerdos antiguos fortalecen los lazos del pasajero presente. La vida gana en seguridad y en dignidad
cuando se la ve con una extensa perspectiva tras sí, y cuando los amores de
antaño reaparecen en los amores de hoy.
La muerte se reduce a su propia insignificancia, como un simple
incidente de la vida, el cambio de un escenario por otro, como un viaje que
separa los cuerpos, pero que no puede separar al amigo del amigo. Se ve que los lazos del presente no son más
que eslabones de una cadena de oro que se extiende en el pasado, pudiendo
afrontarse el porvenir con la alegre confianza que proporciona la idea de que
estos lazos subsistirán, y que forman parte de aquella cadena no interrumpida.
De
vez en cuando vemos niños que han aportado recuerdos de su inmediato pasado,
las más veces cuando han muerto en la niñez y vuelven a nacer casi
inmediatamente. En Occidente son estos
casos más raros que en Oriente, porque en Occidente las primeras palabras de
tal niño serían escogidas con incredulidad, y pronto perder la confianza en sus
propios recuerdos. En Oriente, donde la
creencia en la reencarnación es casi universal, se escuchan los recuerdos del
niño para comprobarlos a su debida oportunidad.
Hay
otra consideración respecto de la memoria, que merece estudiarse. La de los sucesos pasados, permanece como
hemos dicho, únicamente en el Pensador; pero los resultados de estos sucesos,
convertidos en facultades, se hallan al servicio del hombre encarnado. Si el total de estos sucesos pasados se lanza
dentro del cerebro físico, como una vasta masa de experiencias sin orden ni
arreglo, el hombre no podría guiarse por al manifestación del pasado ni
utilizarlo para su ayuda presente.
Obligado a escoger entre dos tendencias de acción, tendría que elegir
sucesos similares en carácter, entre los desordenados hechos de su pasado, ver
cuáles fueron sus resultados, y después de un estudio largo y penoso, llegar a
alguna conclusión que probablemente sería viciosa por no haber tenido en cuenta
algún factor importante que se recordó tiempo después de haber pasado el
momento de la decisión. Todos los
sucesos, triviales o importantes de algunos cientos de vidas, formarían más
bien una masa caótica de referencia que no fuera posible manejar en el momento
en que se requiriese una pronta decisión.
El plan mucho más eficaz de la Naturaleza, deja al Pensador la memoria
de los sucesos, provee un largo período de existencia desencarnada para el
cuerpo mental, durante el cual todos los sucesos pueden compararse
sinópticamente y clasificar sus resultados.
Luego estos resultados se cambian en facultades, y éstas forman el cuerpo metal siguiente del
Pensador. De esta suerte, las facultades
acrecentadas y mejorada, se hallan dispuestas para le empleo inmediato, y
existiendo en ellas los resultados del pasado, puede llegarse a una decisión
inmediata de acuerdo con tales resultados.
El golpe de vista claro y rápido y el pronto juicio no son más que la
expresión de la experiencia pasada, moldeada en una forma efectiva de empleo;
son, seguramente, instrumentos mucho más útiles que lo fuera una masa de
experiencias no asimiladas, de entre las cuales tendrían que elegirse y
compararse las más salientes, y de la que habrían de hacerse deducciones cada
vez que se necesitase tomar una resolución.
Sin
embargo, desde estos puntos de vista, la mente vuelve a apoyarse en la
necesidad fundamental de la reencarnación, para explicar la vida y no ver en
ella al hombre como mero juguete de la injusticia y la crueldad. Con la reencarnación, el hombre se ve a sí
mismo digno e inmortal, evolucionando hacia un fin divino y glorioso; sin ella
es una arista que flota a merced de la corriente de circunstancias casuales,
irresponsable de su carácter, de sus acciones y de su destino. Con ella puede mirar hacia adelante con
esperanza, libre de temores, por bajo que se encuentre hoy en la escala de la
evolución, porque se halla en la que conduce a la divinidad, y el llegar a su
cúspide es sólo cuestión de tiempo; sin ella no tiene fundamento racional de
seguridad acerca del progreso en el porvenir, ni siquiera respecto a la
realidad de porvenir alguno; porque (que
porvenir habría de aguardar una criatura sin pasado? Puede ser una mera burbuja en el océano del
tiempo. Lanzando al mundo desde el no
ser, con cualidades buenas o malas que posee sin razón ni merecimiento, ¿por qué habría de luchar para
mejorarlas? ¿No será su futuro, si es
que tiene alguno, tan aislado, tan sin causa y tan falto de relación como su
presente? El mundo moderno, al desechar
de sus creencias la reencarnación, ha privado a Dios de Su justicia y al hombre
de su seguridad; puede ser “afortunado” o “desgraciado”; pero carece de la
fuerza y la dignidad que inspira la confianza en una ley inmutable, y se le
abandona a merced del insurcable océano de la vida.
EL KARMA
Una
vez seguida la evolución del alma humana a través de vidas sucesivas, podemos
estudiar la gran ley de causalidad que preside los renacimientos y que se llama
Karma.
Karma
es un término sánscrito que significa literalmente “acción”.
Supuesto
es que toda acción es efecto de causas anteriores, y que cada efecto viene a
ser a su vez la causa de otros, esta noción de causa y efecto es elemento
esencial en la vida de acción.
Por
esto el término acción o Karma se usa en el sentido de “casualidad” y designa
la serie ininterrumpida, el encadenamiento de causas y efectos de que se
compone toda actividad humana.
De
ahí la frase que se emplea a veces al hablar de un acontecimiento: “es mi
Karma”; es decir, “este hecho es efecto de una causa puesta en juego por mí en
el pasado.”
Ninguna
existencia está aislada; cada vida es el fruto de cuantas la han precedido y el
germen de todas las que siguen en el agregado total de vidas de que se compone
la existencia continua de la individualidad humana.
No
hay “suerte” ni hay “accidente”.
Cada
suceso está ligado a las causas antecedentes y a los efectos consiguientes,
pensamientos, acciones y circunstancias producen del pasado e influyen en el
porvenir.
Como
nuestra ignorancia nos vela igualmente lo pasado y lo futuro, nos parece que
los sucesos surgen de repente del hado, que son accidentales; pero esta
apariencia es ilusoria y proviene exclusivamente de nuestro escaso saber.
De
la misma manera que el salvaje, ignorante de las leyes físicas del universo,
considera los sucesos como carecientes de causa y como milagros las operaciones
de las leyes físicas, un gran número de hombres, desconocedores de las leyes
mentales y morales, consideran los acontecimientos mentales y morales como sin
causa y los miran cual resultado de las leyes desconocidas o como buena o mala
“suerte”
Cuando
surge por primera vez en el horizonte del pensamiento humano la idea de una ley
intransgredible e inmutable, en el reino hasta entonces vagamente atribuido al
azar, aparece en tal instante un sentimiento de impotencia, como de parálisis
mental y moral.
El
hombre se siente sujeto por la férrea mano de un destino inflexible y el
“kismet” del resignado musulmán parece ser la única forma filosófica posible.
Lo
mismo puede sentir el salvaje cuando su admirada inteligencia concibe por
primera vez la idea de una ley física, al ver
que cada movimiento de su cuerpo y cada movimiento de la naturaleza
exterior se efectúan por medio de leyes inmutables.
Poco
a poco llega a saber que esas leyes fijan las condiciones indispensables de
toda acción, sin prescribir por ello la acción misma; de suerte que el hombre
permanece siempre libre, aunque limitado en sus actividades externas por las
condiciones del plano en que obra.
Aprende
además que estas condiciones le subyugan y frustran sus más vigorosos esfuerzos
cuando las ignora o cuando conociéndolas se opone a ellas; pero que las hace
sus esclavas y auxiliares cuando las comprende, conoce su dirección y calcula
su fuerza.
En
verdad, la ciencia es únicamente posible en el plano físico, porque las leyes
de éste son inviolables e inmutables.
Sin
leyes naturales no podría haber ciencia alguna.
Un
investigador realiza cierto número de experimentos para conocer cómo opera la
naturaleza; y una vez adquirido este conocimiento, puede adoptar las
disposiciones necesarias para llegar a determinado resultado.
Si
fracasa, sabe que ha olvidado seguramente una condición imprescindible, o que
su conocimiento de las leyes no es completo todavía, o que se equivocado en los
cálculos.
Vuelve
al estudio, rectifica el método y repasa serenamente las operaciones,
convencido de que a todo problema bien planteado debe responder la naturaleza
con exactitud matemática.
El
hidrógeno y el oxígeno no le darán agua hoy y ácido prúsico mañana; el fuego
que le quema no le helara mañana.
Si
el agua puede ser hoy líquida y sólida mañana, es porque han cambiado las
condiciones circunstanciales, y el regreso a las condiciones primitivas
restablecerá el resultado originario.
Cada
nueva información respecto de las leyes de la naturaleza engendra un nuevo poder, porque todas las
energías de la naturaleza se convierten en fuerzas utilizables en manos del
hombre, a medida, que las comprende.
Aquí
tiene aplicación el proverbio: “Saber es poder”; pues el uso que puede hacerse
de las fuerzas depende del conocimiento que de ellas se tenga.
Escogiendo
aquellas de que quiere servirse, equilibrándolas entre sí y neutralizando las
energías que se oponen a sus designios.
El
sabio puede determinar de antemano el resultado y provocar la realización de
los cálculos.
Comprendiendo
y manipulando causas puede producir efectos; y así la rigidez de la naturaleza,
que al principio parece paralizar la acción humana, puede emplearse por el
hombre para producir infinita variedad de resultados.
La
perfecta rigidez de cada fuerza considerándola aisladamente determina la
perfecta flexibilidad de sus combinaciones; pues habiendo fuerzas de toda
especie, que se mueven en todas direcciones y están todas sujetas a cálculo, se
puede operar una selección combinando las fuerzas elegidas de manera que
produzcan el resultado apetecido, es preciso el conocimiento, pues el ignorante
camina de tropiezo en tropiezo contra las leyes inmutables, viendo fracasar
todos sus esfuerzos, mientras que el sabio sigue un orden metódico, y prevé,
provoca o impide cuanto se relaciona con el anhelado objeto, que al fin logra
no por azar, sino porque conoce las leyes.
El
uno es juguete y esclavo de la naturaleza; el otro es el dueño que utiliza las
energías cósmicas, dirigiéndolas en el sentido que su voluntad escoge.
Lo
que es verdad en los dominios físicos de la ley, también lo es en los mundos
moral y mental que igualmente son dominios de la ley.
También
en ellos el ignorante es esclavo y el sabio dueño.
También
la inviolabilidad y la inmutabilidad consideradas primeramente como
paralizadoras de todo esfuerzo, se reconocen luego como condiciones
indispensables de seguro progreso y de previsora dirección del porvenir.
El
hombre puede llegar a ser dueño de su destino tan sólo porque este destino yace
en los dominios de la ley, en donde el conocimiento puede edificar una ciencia
del alma y poner en manos del hombre la facultad de gobernar su porvenir y
escoger igualmente su carácter y circunstancias futuras.
El
conocimiento del Karma que parecía paralizar todo esfuerzo, se convierte en
fuerza inspirante, en sostén y elevadora fuerza.
El Karma es. Por
tanto, la ley de causalidad, la ley de causa y efecto.
Formalmente
la anunció el iniciado cristiano San Pablo: “No os engañéis. Nadie se burla de
Dios; porque lo que quiera que el hombre siembre, aquello también recogerá.”
El
hombre admite constantemente fuerza en los planos donde funciona.
Estas
fuerzas que cualitativamente son efectos de sus actividades pasadas, resultan
al mismo tiempo causas de él emanadas en cada uno de los mundos que habita.
Producen
determinados efectos tanto en él mismo como en los demás; y a medida que esas
Causas, emanadas de él como de un foco, irradian por todo el campo de su
acción, es responsable de los efectos que engendran.
Así
como el imán tiene su campo magnético, el ambiente en que todas sus fuerzas,
mayores o menores, actúan según su potencia, cada hombre posee también un campo
de acción en donde obran las fuerzas que emite.
Estas
fuerzas se trasmiten en líneas curvas que regresan al punto de partida, al foco
del cual emanaron.
Como
el asunto es muy complicado, lo subdividiremos, y estudiaremos las
subdivisiones una por una.
En
su vida ordinaria, el hombre emite tres clases de energías, que pertenecen a
los tres mundos que habita.
En
el plano mental, las energías mentales originan las causas que llamamos
pensamientos; el plano astral, las energías astrales producen lo que llamamos
deseos; y, en fin, en el plano físico, las energías físicas suscitadas por las
dos anteriores se designan con el nombre de acciones.
Convendrá
estudiar sucesivamente en sus operaciones estas tres clases de energía para
comprender las tres clases de efectos que respectivamente producen, si queremos
cargo del papel que cada una de esas categorías de fuerzas desempeña en las
complejas combinaciones que ponemos en juego, y cuyo conjunto podemos llamar
“nuestro Karma”.
Cuando
el hombre, adelantándose a sus semejantes, logra más elevados, llega a ser un
centro de elevadas fuerzas; pero por ahora podemos prescindir de estas fuerzas
de orden espiritual y limitarnos a la humanidad vulgar que efectúa su ciclo de
reencarnación en los tres mundos.
Al
estudiar las tres clases de energía que hemos enumerado, debemos distinguir
entre su efecto en el hombre que las emite y los que se encuentran en su esfera
de acción; porque cualquier error en este punto podría sumir al estudiante en
insuperables dificultades.
Hemos
de recordar, por lo tanto, que cada fuerza obra en su propio plano y reacciona
sobre el plano inferior proporcionalmente a su intensidad.
El
plano en que se engendra le da su especial característica y al relacionar en
los planos inferiores determina vibraciones de la materia sutil o grosera de
dichos planos, de conformidad con su originaria naturaleza.
El
motivo generador de la actividad determina el plano a que pertenece la fuerza.
Es
necesario ahora distinguir entre: 1º Él
Karma, pronto a manifestarse en la vida presente bajo la forma de sucesos
inevitables; 2º. , El Karma de carácter, que se manifiesta por las tendencias
provinentes de la experiencia acumulada
y susceptibles de modificarse en la vida presente (el Ego) que las creó en el
pasado; y 3º. , Él Karma en vías de formación, destinado a influir, y Kriyamâna
(en formación.)
Además
hemos de tener en cuenta que sobre el carácter y los sucesos futuros. (El
estudiante conoce estas divisiones con el nombre de Prarabdha (comenzado),
Sanchita (acumulado), manifestándose en parte en las tendencias del individuo
al formar su Karma individual, el hombre se relaciona con los demás seres, pues
entra en la composición de grupos diversos como la raza, nación y familia,
participando del Karma colectivo de cada uno de estos grupos.
Se
comprende desde luego que el estudio del Karma es sumamente complejo.
A
pesas de ello, los principios fundamentales de su operación, antes expuestos,
bastan para dar una idea coherente de su alcance general, pudiendo estudiarse
los pormenores según se nos ofrezcan ocasiones para ello.
Lo
esencial es no olvidar que el hombre engendra su propio Karma, que crea
paralelamente sus facultades y sus limitaciones, y que, trabajando siempre
mediante las facultades que ha creado y bajo el peso de las limitaciones que se
ha impuesto, permanece siempre el mismo, la viviente alma capaz de acrecentar o
de reducir sus limitaciones.
El
mismo ha forjado las cadenas que le sujetan, y puede limarlas hasta romperlas o
remacharlas más fuertemente.
El
mismo ha construido también la casa que habita, y puede a su antojo
embellecerla, derruirla o reedificarla.
Sin
cesar trabajamos en la plática arcilla que podemos modelar a nuestro gusto;
pero la arcilla se endurece y llega a ser como el hierro, conservando la forma que
le hemos dado.
Un
proverbio del Hitopadesa dice:
“Mirad:
la arcilla se ha endurecido como hierro;
Pero
el alfarero moldea la arcilla. El destino es
Hoy
el dueño. El hombre lo fue ayer.”
Así todos somos
dueños de nuestro porvenir, cualesquiera que sean los obstáculos que tengamos
en el presente como consecuencia del pasado.
Vamos
ahora a seguir, en el orden indicado, las divisiones establecidas anteriormente
para facilitar el estudio del Karma.
Tres
clases de causas ejercen sus efectos sobre su creador y en todo lo que éste
influye.
La
primera de estas causas está constituida por nuestros pensamientos.
El
pensamiento es el factor más poderoso en la creación del Karma humano, porque
manifiesta la operación de las energías del Yo en la materia mental, materias
cuyas modalidades más sutiles forman el vehículo mismo de la individualidad y
cuyas especies más densas responden todavía con prontitud a las menores
vibraciones de la conciencia.
Las
vibraciones que designamos con el nombre de pensamiento, consecuencia directa
de la actividad del Pensador, originan forma
de substancia mental o imágenes mentales que, según hemos visto, modelan
el cuerpo mental del Pensador.
Cada
pensamiento modifica este cuerpo, y las facultades mentales innatas de cada
vida son el resultado del funcionamiento del pensamiento en las vibraciones
anteriores.
No
hay poder razonador ni mental que no haya sido creado por el hombre mismo con
el auxilio de pensamientos pacientemente repetidos.
Además,
ni una sola de las imágenes mentales así creadas se pierde; todas ellas
contribuyen a la formación de las facultades, y la suma de un cuerpo cualquiera
de imágenes mentales sirve para construir una facultad correspondiente, que se
acrecienta por cada pensamiento adicional, es decir, cada vez que se crea una
imagen mental del mismo orden.
Conociendo
esta ley el hombre puede gradualmente construir el carácter mental que desee
poseer, pudiendo efectuar con precisión semejante a la del albañil que levanta
una pared.
La
muerte no interrumpe su obra; al contrario, librándole de las trabas del
cuerpo, facilita el proceso de asimilización de las imágenes mentales en el
órgano definido que denominamos facultad.
El
hombre trae consigo esta facultad cuando vuelve al plano físico, presto a
renacer, y una parte del cerebro de su nuevo cuerpo se adapta para servir de
órgano a esa facultad, del modo que se verá más adelante.
El
conjunto de esas facultades constituye el cuerpo mental con el que comienza su
nueva vida sobre la tierra; y su cerebro y su sistema nervioso se conforman dé
manera que suministran al cuerpo mental los necesarios medios de expresión en
el plano físico.
Así,
las imágenes mentales creadas en una vida aparecen como características y
tendencias mentales en la siguiente.
Por
eso dice uno de los Upanishads:
“El
hombre es un ser de reflexión; lo que refleja en esta vida llega ser en la siguiente”
Tal
es la ley que pone en mano la construcción de nuestro carácter mental.
Si
construimos bien, la ventaja y el honor serán nuestro premio; y si hacemos mal,
nos acarrearemos pérdida y disgusto.
El
carácter mental es, pues, un sorprendente ejemplo del Karma individual en su
acción sobre el individuo que lo crea.
Además,
este mismo individuo que estudiamos, influye sobre los otros con su
pensamiento, pues las imágenes que construyen su propio cuerpo mental, originan
en el espacio vibraciones del mismo orden y se reproducen en formas
secundarias,
Los
pensamientos se encuentran, por lo general, mezclados con algún deseo, y sus
formas contienen además cierta porción de materia astral, por lo se designa
aquí a esas formas de pensamientos secundarios con el nombre de imágenes
astro-mentales.
Semejantes
formas destácanse del ser que las crea para vivir independientemente, en cierto
modo, permaneciendo, sin embargo, en relación con él por un lazo magnético.
Se
ponen así en contacto con los demás individuos a que afectan y establezcan
lazos kármicos entre ellos y él, influyendo además en cierta medida sobre el
ambiente futuro del individuo considerado.
Atase
así los lazos que, en vidas ulteriores, han de agrupar a ciertas personas para
el bien o para el mal, los lazos que nos rodean de parientes, amigos y
enemigos, poniendo en nuestro camino a los que están destinados a ayudarnos o a
combatirnos, a los que han de favorecernos y a los que han de perjudicarnos.
He
aquí por qué unos nos aman sin que hayamos hecho en esta vida nada para ello,
mientras que otros nos odian aunque tampoco hayamos hecho nada para merecer su
odio.
El
estudio de estos resultados nos permite formular un principio fundamental: al
mismo tiempo que nuestros pensamientos obran sobre nosotros, creando nuestro
carácter mental y moral, determinan, por su acción sobre el prójimo, nuestros
futuros asociados humanos.
La
segunda clase de energías se compone de nuestros deseos, de nuestro apetito
respecto a los objetos que nos atraen desde el mundo exterior.
Como
quiera que en los deseos del hombre haya siempre un elemento mental, podemos
extender el término “imágenes mentales” para incluir en él las que se
manifiestan en gran parte en la materia astral.
Los
deseos, al obrar sobre el que los crea, construyen y modelan su cuerpo de deseo
o cuerpo astral, y labran su destino en el Kamaloka tras la muerte,
determinando, en fin, la naturaleza del cuerpo astral de su próxima
encarnación.
Cuando
los deseos son bestiales, intemperantes, crueles o asquerosos, son causa
fecunda de enfermedades congénitas, de cerebros débiles y enfermos que
engendran la epilepsia la catalepsia, y desórdenes nerviosos de toda suerte.
De
ahí proceden también las deformidades y deformaciones físicas, y en los casos
extremos las monstruosidades.
Los
apetitos bestiales de naturaleza anormal pueden establecer en el mundo astral
lazos que retengan por algún tiempo al Ego, en un cuerpo astral formado por
dichos apetitos, en sujeción al cuerpo astral de los animales en quienes sean
peculiares dichos apetitos, retardando así su reencarnación.
Cuando
el individuo no sufre esta pena, su cuerpo astral, en forma de bestia, imprime
a veces la huella de sus características en el cuerpo físico en formación
durante el período prenatal.
Tal
es el origen de los monstruos semi-humanos que aparecen de cuando en cuando.
Siendo
los deseos fuerzas de exteriorización que se apegan a los objetos externos,
impelen siempre al hombre hacia el medio en que pueda satisfacerlos.
El
deseo de las cosas terrestres sujeta al alma al mundo exterior y la arrastra
hacia el lugar donde los objetos deseados pueden obtenerse más fácilmente.
Por
eso se dice que el hombre nace según sus deseos.
Los
deseos son, pues, una de las causas determinantes del lugar de la
reencarnación.
Las
imágenes astro-mentales producidas por los deseos ejercen sobre nuestros
semejantes una acción análoga a la de las imágenes de igual naturaleza
producidas por los pensamientos.
Los
deseos, por consecuencia, nos ligan también a los demás hombres.
Nos
ligan comúnmente por los poderosos lazos del amor y del odio, pues en el grado
actual de evolución, los deseos de un hombre vulgar son, por lo general, más
fuertes y sostenidos que sus pensamientos.
Desempeñan,
pues, un gran papel en la determinación del ambiente social de las vidas
futuras y pueden ponerle en contacto con algunas personas y someterle a ciertas
influencias, sin que pueda sospechar las relaciones, que hay entre ellas y él.
Supongamos
que un hombre que, emitiendo un pensamiento de odio terrible y vengativo, haya
contribuido a provocar en otro el impulso del crimen.
El
creador de semejante pensamiento está unido por su Karma al autor del crimen,
aunque jamás se hayan encontrado ambos en el plano físico; y él bajo la forma
de un perjuicio causado por el criminal.
Con
frecuencia, una desgracia imprevista, inesperada y en apariencia totalmente
inmerecida, es efecto de causa semejante; y mientras la conciencia inferior se
revuelve bajo un sentimiento de injusticia, el alma aprende una lección que no
olvidará jamás.
Nada
inmerecido hiere al hombre, pero su falta de memoria no cohonesta la
trasgresión de la ley.
Vemos,
pues, que nuestros deseos, en su acción sobre nosotros mismos, forman nuestra
naturaleza astral e influyen en gran manera, a través de ella, sobre el cuerpo
físico de nuestra próxima reencarnación; que desempeñan un importante papel en
la determinación de nuestro lugar de nacimiento; y finalmente, que por su
acción sobre los demás, ayudan a atraernos, en cualquier vida futura, a los
seres humanos a que nos asociaremos.
La
tercera clase de energías se manifiesta en el plano físico bajo forma de
acciones y engendra Karma por su efecto sobre los demás, pero no afecta sino
muy poco al hombre interior.
Las
acciones son efectos de los pensamientos y deseos del pasado, y el Karma que
representan está en su mayor parte agotado por el mismo hecho que efectúan.
Pueden,
sin embargo, afectar al hombre indirectamente, en cuanto suscitan en él nuevos
pensamientos, deseos y emociones; pero en los deseos y no en las acciones
mismas reside la fuerza generadora.
Es
igualmente cierto que las acciones frecuentemente repetidas producen en el
cuerpo físico un hábito que tiene por efecto limitar la expresión del Ego en el
mundo exterior; pero este acto no sobrevive al cuerpo, y el Karma de la acción,
en lo que respecta a su efecto sobre el alma, se contrae a una sola
encarnación.
Otra
cosa sucede cuando estudiamos el efecto de nuestras acciones sobre los demás,
la dicha o la desgracia que causan, y la influencia que ejercen como ejemplos.
Nos
ligan así a nuestros semejantes, gracias a esa influencia, y constituyen, por
lo tanto, un tercer factor en la futura
determinación de la que ha de rodearnos.
Son
también el factor esencial en la determinación de lo que podría llamarse
nuestro medio ambiente no humano.
Generalmente
hablando, el ambiente material, favorable o desfavorable, en el que venimos al
mundo, depende del efecto ejercido por nuestras acciones pasadas al derramar la
felicidad o la miseria entre los demás.
Los
efectos físicos producidos sobre el prójimo por nuestros actos físicos, se
neutralizan en la operación del Karma, al rodearnos de condiciones buenas o
malas para una existencia futura.
Si
hemos de procurado a los hombres dicha material a costa de nuestros esfuerzos,
esa acción revierte sobre nosotros en forma de circunstancias felices que
tienden a nuestra vida material; y si hemos sido causantes de la miseria física
para nuestro prójimo, recogeremos entonces el Karma de circunstancias físicas
deplorables que llevan al sufrimiento físico.
En
ambos casos, las consecuencias del acto físico son independientes del motivo
del acto, lo que nos lleva a considerar la segunda gran Ley:
CADA FUERZA OPERA EN SU PROPIO PLANO-
Si un hombre
siembra la dicha para los demás en el plano físico, cosechará condiciones que
propendan a su propia felicidad en el mismo plano; y el motivo que presidió a
la acción no intervendrá para nada en el resultado.
Un
hombre puede sembrar trigo con intento de arruinar a su vecino, pero la
perversión de su propósito no hará que en vez de trigo nazca cizaña.
El
motivo es una fuerza mental o astral, según se proceda de la voluntad o del
deseo, y reacciona, en consecuencia, sobre el carácter mental o moral o sobre
la naturaleza astral.
La
producción de la dicha física por la acción es una fuerza física que actúa en
el plano físico.
“Por
sus acciones afecta el hombre a sus semejantes en el plano físico; extiende en
torno a sí la dicha o la desgracia, acrecentando o disminuyendo el bienestar
humano que puede proceder de motivos muy diversos, buenos, malos o mixtos.
Un
hombre puede ejecutar una acción que difunda el bien, por simple benevolencia o
por ardiente deseo de favorecer a sus semejantes.
Supongamos
que por tal motivo ceda un parque a una ciudad para esparcimiento de los
habitantes.
Otro
hacer parecida acción por vanidad, para obtener, por ejemplo un titulo
nobiliario.
Otro,
en fin, lo hará por un motivo mixto, desinteresado en parte y en parte egoísta.
Los
motivos afectarán respectivamente a los caracteres de estos tres hombres en sus
encarnaciones futuras, en bien, en mal, o de una manera mixta.
Pero
el efecto que la acción produce al proporcionar solaz a gran número de seres,
no depende del motivo del donante.
Cualquiera
que sea la causa del don, el efecto es el mismo y la gente goza por igual del
parque; y el gozo debido a la acción del donante, da a éste un crédito kármico
cuya deuda se le pagará escrupulosamente.
Nacemos
en un medio confortable y hasta lujoso, según la alegría difundida por él, y su
sacrificio de bienes físicos le dará la recompensa debida y el fruto kármico de
su acción.
Esta
en su derecho; pero el uso que haga de su posición, la dicha que encuentre en
sus riquezas, dependerá esencialmente de su carácter; aquí también alcanza la
recompensa debida, porque cada semilla fructifica según su especie.
Verdaderamente
los caminos del Karma son iguales.
No
rehúsa el malvado la justa reversión de una acción benéfica; pero le da también
el carácter que mereció por su intención aviesa, de suerte que en medio de sus
riquezas es pobre y queda descontento y taciturno.
El
hombre bueno no escapará al sufrimiento físico si extiende la miseria física
por acciones erróneas debidas a un buen motivo.
La
miseria que ocasione, le proporcionará miseria en su futuro ambiente físico;
pero la intención pura ennoblecerá su carácter, haciendo manar de él una fuente
de dicha eterna, de suerte que estará tranquilo y satisfecho en el seno de su
turbación.
Muchos
enigmas podrían resolverse por la aplicación de esos principios a los hechos
que observamos en torno a nosotros.
La
diferencia entre el efecto del motivo y el de la acción material se debe a que
cada fuerza posee las condiciones del
plano en que se ha engendrado.
Cuanto
más elevado y poderoso sea éste, más poderosa será la fuerza.
El
motivo es, pues, mucho más importante que la acción, y una mala acción hecha
con buen propósito allega al agente mucho más bien que una acción determinada
por malas intenciones.
Al
reaccionar el motivo sobre el carácter crea a la larga una serie de efectos,
porque las acciones futuras, determinadas por dicho carácter, quedarán
influidas por el mejoramiento o perversidad del mismo carácter.
La
acción, por el contrario, al allegar a su autor la dicha o la desgracia física
según su efecto sobre el prójimo, no entraña ninguna fuerza generadora, y se
agota por su mismo esfuerzo.
Cuando
un conflicto de deberes aparentes dificulta reconocer el sendero de la
justicia, el hombre que reconoce el Karma esfuérzase en escoger el mejor
camino, sacando el mejor partido posible de su razón y su juicio.
Es
absolutamente escrupuloso en cuanto al motivo, prescindiendo de toda
consideración egoísta, purifica su corazón, obra sin temor, y si yerra, acepta
voluntariamente el sufrimiento que resulta de ello, como una lección que dará
su fruto algún día.
Su
elevada intención ennoblece su carácter en lo futuro.
Este
principio general de que la fuerza pertenece al plano en que se engendra, tiene
un alcance inmenzo.
Si
la fuerza emitida está determinada por el anhelo de objetos materiales, obra en
el plano físico y atrae al actor a este plano.
Si
aspira a objetos celestes, actúa en el plano devachánico y lleva al actor a
este plano; y si la fuerza no tiene otro móvil que el divino servicio, se
engendra en el plano espiritual y en nada puede sujetar al individuo puesto que
nada ansía.
Las
tres claves del Karma.—El Karma en sazón es el que está a punto de cosecharse,
siendo, por consiguiente, inevitables.
De
todo el Karma del pasad tan sólo, una porción puede agotarse en el curso de una
misma existencia, pues ciertas clases de Karma son de tal modo incompatibles,
que no pueden cumplirse en un sólo cuerpo, sino que necesitan para su
realización muchos cuerpos de tipo diferente.
Hay
deudas contraídas con las demás almas, y todas esa almas no se encontrarán
simultáneamente encarnada.
Hay
así Karma que debe efectuarse en determinado país o posición social, aunque el
mismo individuo tenga otro Karma que necesite ambiente enteramente distinto.
En
consecuencia, el hombre no podrá pagar, en una encarnación, sino parte de su
Karma total.
Los
grandes Señores del Karma escogen esta parte, según diremos más adelante, y el
alma va a donde ha de encarnar en familia, país, situación y cuerpo apropiados
para agotar la acumulación de causas escogidas, destinadas a producir sus
correspondientes efectos.
Estas
causas determinan el período de la encarnación, dando al cuerpo sus
características, poderes y limitaciones, relacionando con el individuo las
almas encarnadas en la época en que contrajo obligaciones con ellas, rodeándola
de parientes, amigos y enemigos.
Estas
causa determinan, además, las condiciones sociales en que el individuo nace con
las ventajas e inconvenientes que de ello resultan; fijan los límites de las
energías mentales que podrá manifestar, modificando la organización cerebral y
nerviosa que le servirá de instrumento; combinan, en fin, todo lo que es, en su
Karma, puede proporcionar penas y alegrías compatibles entre sí en el curso de
la existencia presente.
Todo
esto es el Karma en sazón y puede formularse en el horóscopo echo por un
astrólogo competente.
En
todo esto el hombre no tiene facultad de elección, porque ya está hecha y
fijada desde el pasado.
No
le queda más remedio que satisfacer sus deudas
hasta el último denario.
Los
cuerpos físicos, astral y mental de que el alma se reviste para el nuevo
período de su existencia terrestre, son, como hemos visto, resultado directo de
su pasado y constituyen una parte muy importante del Karma en sazón.
Limitan
por todas lados el alma del hombre, y su pasado se presenta ante él para juzgarle,
señalando los límites que se ha impuesto a sí mismo.
El
sabio reconoce que no puede sustraerse a estas condiciones y las acepta
gozosamente, tal como son, esforzándose en aminorarlas de un modo gradual.
Hay
otra clase de Karma en sazón que es de gran importancia: el de las acciones
inevitables.
Toda
acción es el término final de una serie de pensamientos; tomando de ejemplo la
química, podemos referirnos al caso de las soluciones saturadas y considerar
que añadiendo pensamiento a pensamiento de la misma especie, resulta al fin que
un sólo pensamiento nuevo, o un simple impulso o una vibración de fuera, basta
para producir la cristalización, es decir, el acto expresivo del pensamiento.
Si
reiteramos con persistencia pensamientos del mismo género, de venganza por
ejemplo, alcanzaremos por fin el punto de saturación, y el menor impulso les
hará cristalizar en crimen.
O
bien podemos almacenar persistentemente pensamientos de auxilio al prójimo
hasta el punto de saturación, y cuando llegue la oportunidad de estímulo
cristalizará en acto de heroísmo.
Un
hombre puede traer al nacer un Karma en sazón de este género, y la primera
vibración que se ponga en contacto con este conjunto de pensamientos dispuestos
a actuar, bastará para precipitarle inconscientemente y sin voluntad
preconcebida en el hecho.
No
tiene tiempo de pensar, se halla en un estado en que la menor vibración del
mental provoca la acción, en una situación de equilibrio inestable en que el
menor choque determina la caída.
En
semejantes circunstancias se sorprenderá comúnmente el hombre de haber podido
cometer un crimen tal o cual, o un acto de sublime abnegación.
“Lo
he hecho sin pensar”, exclama ignorando que la frecuencia de sus pensamientos
hizo el acto inevitable.
Cuando
un hombre ha querido varias veces ejecutar una acción, su voluntad acaba por
fijarse irrevocablemente en esta, y el momento de la realización es tan solo
cuestión de circunstancia.
Mientras
piensa, es libre de elección, puede oponer a un pensamiento otro nuevo y
destruir de un modo gradual la tendencia primitiva por la reiteración de
pensamientos contrarios; pero si el inmediato estremecimiento del alma responde
al estímulo de realizar el hecho,
entonces se extingue la facultad de elección.
Esto
entraña la solución del viejo problema de la fatalidad y el libre albedrío.
Por
el ejercicio de su libre albedrío se crea el hombre gradualmente fatalidades
para sí mismo, y entre estos dos extremos se interponen todas las condiciones
de libertad y de fatalidad de donde resultan las internas luchas de que tenemos
conciencia.
Continuamente
creamos hábitos por la repetición de las acciones deliberadamente efectuadas
por la voluntad, y llegando a ser un hábito una limitación, ejecutamos
automáticamente las acciones.
Tal
vez deduciendo que el hábito en cuestión es malo, nos propongamos
laboriosamente extirparlo mediante pensamientos de naturaleza opuesta; y tras
muchas e inevitables recaídas, la nueva corriente de pensamientos toma su curso
y recobramos por entero nuestra libertad, de la que nos aprovechamos para
forjar enseguida nuevas ligaduras.
Así
es como los pensamientos-formas de otro tiempo persisten y vuelven a limitar
nuestra capacidad mental, mostrándose en forma de prejuicios individuales y
nacionales.
Las
mayorías de las gentes no conocen que están limitadas de este modo, y
permanecen serenamente atadas a sus cadenas, ignorantes de su esclavitud; pero
los que aprendan la verdad acerca de su propia naturaleza, se libertan.
La
constitución de nuestro cerebro y de nuestro sistema nervioso es una de las más
señaladas fatalidades en la vida.
Los
tenemos inevitablemente así por efecto de nuestros pensamientos pasados y se
nos presentan como un obstáculo contra el cual nos sublevamos.
Dichos
órganos pueden mejorarse lenta y gradualmente, aminorándose con ello las
limitaciones; pero es imposible destruirlas de repente.
Otra
forma de Karma en sazón se presenta cuando los malos pensamiento del pasado han
formado alrededor del hombre una corteza de malas acciones que le aprisionan y contraen
a una vida perversa.
Semejantes
acciones son, como hemos dicho, inevitables consecuencias de su pasado, y
algunas veces pueden quedar en suspenso durante muchas vidas en que no han
tenido ocasión de manifestarse, mientras el alma ha progresado y se ha
desarrollado.
Llega
una existencia en que la corteza de maldad pretérita encuentra ocasión de
manifestarse, y a causa de ello el alma es impotente para que prevalezcan de
pronto las cualidades adquiridas después.
Como
un polluelo pronto a nacer, esta oculta en el cascarón que la envuelve y que
solo es visible al ojo exterior.
Al
cabo de tiempo se acaba este Karma y cualquier suceso aparente debido al azar,
la palabra de un gran Maestro, un libro, una conferencia, rompe el cascarón de
donde el alma surge súbitamente libre.
Tale
son las conversiones prodigiosas, al mismo tiempo súbitas y perseverantes, los
milagros de la gracia divina de que oímos hablar en ocasiones, de cosas todas
completamente comprensibles para quien conoce el Karma y lo ajusta al dominio
de la Ley
El
Karma acumulado que se manifiesta por el carácter, esta contrariamente al Karma
en sazón sujeto siempre a modificaciones.
Puede
decirse que consiste en tendencias vigorosas o débiles, según la fuerza mental
que ha contribuido a su formación.
Estas
tendencias pueden reforzarse o debilitarse por nuevas corrientes de fuerza
mental dirigidas en el mismo sentido o en el contrario.
Si
encontramos en nosotros tendencias deplorables, podemos aplicarnos a la obra de
eliminarlas.
Comúnmente,
arrastrados por la ola impetuosa del deseo, somos impotentes para vencer la
tentación; pero cuando más tiempo resistamos, más seguros estaremos de la
victoria.
Cada
acontecimiento de esta naturaleza es un paso hacia el éxito, pues la
resistencia que oponemos destruye parte de la energía y disminuye, en
consecuencia la suma disponible para lo porvenir.
El Karma en vías de formación lo hemos estudiado ya.
El
Karma colectivo.—Consideremos la acción del Karma sobre un grupo de personas.
Las
fuerzas kármicas que obran sobre cada individuo en su calidad de miembro del
grupo, introducen un factor nuevo en su Karma individual.
Sabemos
que cuando cierto número de fuerzas obran sobre un sistema o grupo de puntos
materiales relacionados entre sí, cada punto, además de su movimiento peculiar,
participa del movimiento total del sistema, que se efectúa en la dirección
resultante de la combinación de todas las fuerzas.
Del
mismo modo, el Karma de un grupo humano es la resultante de las fuerzas
kármicas de los individuos que constituyen el grupo, y todas siguen la
dirección de la resultante.
Un
Ego es atraído por su Karma individual hacia determinada familia, a
consecuencia de los lazos contraídos en las vidas anteriores, que le sujetan
estrechamente a algunos Egos que componen esa familia.
La
familia, por ejemplo, es rica por herencia, que se presenta a reclamar un
descendiente del hermano mayor del abuelo, hermano a quien se suponía fallecido
sin hijos, la fortuna se escurre de las manos del padre de familia y le deja
abrumado de deudas.
Es
muy posible que nuestro Ego no hay tenido jamás la menor relación con ese
heredero, con quien el padre de familia ha contraído en el pasado ciertas
obligaciones que han provocado la catástrofe.
A
pesar de eso, está amenazado de sufrirla porque se encuentra comprometido en el
Karma de familia.
Si
hay en su pasado individual alguna falta susceptible de borrarse por el
sufrimiento que ocasiona el Karma de familia queda obligado a él; a menos que
lo solvente alguna “circunstancia imprevista”, quizá por un extraño benévolo
que se siente inclinado a adoptarlo.
Ese
hombre desde luego ha sido su deudor en el pasado.
Este
hecho resalta con más claridad todavía las catástrofes colectivas, como los
accidentes ferroviarios, naufragios, inundaciones, ciclones, terremotos aéreos,
etc.
Un
tren choca con otro a causa, por ejemplo, de que los maquinistas, conductores y
empleados de la línea, creyéndose mal remunerados, enfocan contra la compañía
en bloque sus pensamientos o disgustos o de odio.
Aquellos
que tengan en su Karma acumulado (aunque no necesariamente en su Karma en
sazón) la deuda de una vida bruscamente segada, morirán en la catástrofe a fin
de pagar su deuda; pero quienes no tengan tal deuda en su pasado, llegarán
providencialmente tarde para tomar el tren o resultarán milagrosamente ilesos.
El
Karma colectivo puede englobar a un individuo en las desgracias resultantes de
una guerra encendida por un país.
También
en este caso, puede pagar ciertas deudas de su pasado que no estén
necesariamente comprendidas en Karma en sazón de su vida presente.
En
ningún caso puede sufrir el hombre lo que no ha merecido; pero si surge una
ocasión imprevista para satisfacer una deuda del pasado, bueno es que la
solvente.
“Los
Señores del Karma” son las grandes inteligencias espirituales que llevan las
cuentas del Karma y efectúan las complejas operaciones de la ley kármica.
H.
P. Blavatsky menciónalos en La Doctrina Secreta, distinguiendo de una parte los
Lipikas o registradores del Karma y de otra los Mahârâjas (Los Mâhâdevas o
Chaturdevas (los cuatro grandes dioses) de los INDOS.) que son con sus cohortes
los “agentes del Karma en la tierra”.
Los
Lipikas ajustan las cuentas kármicas de todos los seres humanos; con una
sabiduría a la que nada escapa, escogen y combinan una parte de esa cuenta para
trazar el plan de una existencia terrestre determinada.
Suministran
la idea del cuerpo físico que será la vestidura del alma encarnada, de modo que
sirva a la expresión de sus capacidades y limitaciones.
Esta
idea, recogida por los Mahârâjas, sirve de base a un modelo al pormenor, que
después de elaborado transmiten a uno de sus agentes inferiores.
Esto
último lo reproduce exactamente en el doble etéreo, como matriz del cuerpo
denso; y los materiales de uno y de otro se forman de la madre, sujetos a la
herencia física.
La
raza, el país, los padres se escogen según su aptitud para suministrar al cuerpo físico del Ego
reencarnado los materiales apetecidos y el ambiente que le conviene en su
primera edad.
La
herencia física de las familias produce ciertos tipos de fisonomía y sirve para
proporcionar ciertas combinaciones materiales especiales.
Las
enfermedades hereditarias y la sensibilidad del aparato nervioso implican
combinaciones determinadas de materia física, susceptibles de transmisión.
El
Ego que ha desarrollado en sus cuerpos mental y astral ciertas peculiaridades,
necesita, para su expresión en el plano físico, peculiaridades especiales del
cuerpo físico, y tendrá de sus padres cuya herencia física responda a las
condiciones requeridas.
Así
un Ego dotado de facultades musicales de orden elevado, encarnará en una
familia de músicos, donde los materiales que sirven para la construcción del
doble etéreo y del cuerpo denso habrán sido elaborados de antemano y podrán
prestarse a sus necesidades; además el tipo hereditario del sistema nervioso le
suministrará el aparato delicado necesario para la expresión de sus facultades.
Un
Ego de carácter perverso nacerá en una familia grosera y viciosa, donde los
cuerpos contengan las combinaciones más viles, capaces de responder a los
impulsos de su naturaleza mental y astral.
Y
un Ego que se haya dejado arrastrar hasta el exceso por sus cuerpos astral y
mental inferior, que se haya abandonado, por ejemplo, a la embriaguez,
encarnará en una familia donde el sistema nervioso esté sumamente debilitado, y
los padres ebrios le suministrarán para su desarrollo físico materiales
malsanos.
Así
es como la dirección de los Señores del Karma adecuan los medios a los fines y
asegura el cumplimiento de la justicia.
El
Ego trae consigo sus tesoros kármicos, sus facultades y sus deseos, y recibe el
cuerpo físico más conveniente a la expresión de sus características
individuales.
Una
vez indicado que el alma debe volver a la tierra hasta que haya satisfecho
todas sus deudas y agotado su Karma individual; y que por otra parte, en cada
existencia, sus pensamientos y sus deseos engendran nuevo Karma, y se presenta
el problema siguiente:
“¿Cómo
romper definitivamente estas ligaduras constantemente renovadas?
“¿Cómo
puede conseguir el alma su liberación?”
Esto
nos lleva a la “cesación del Karma y al estudio de las condiciones necesarias
para la liberación.
Ante
todo es preciso comprender con claridad cuál es, en el Karma, el elemento que
nos sujeta.
Dirigiendo
el alma sus energías hacia lo exterior, se sujeta hacia cualquier objeto, y por
este lazo se encuentra un día sujeta al lugar donde su deseo pueda realizarse
por la unión con el objeto cualquiera, tendrá que volver al lugar en donde
pueda gozar de ese objeto.
El
buen Karma sujeta al alma tanto como el malo, porque todo deseo, ya tenga por
objeto las cosas de aquí abajo, ya las alegrías celestes, debe atraer al alma
hacia el lugar de su satisfacción.
La
acción está movida por el deseo; y un acto se efectúa no por él mismo, sino por
algún objeto deseado, con el fin de conseguir los resultados, o en términos
técnicos, a fin de “gozar del fruto de la acción”.
Los
hombres trabajan, no porque quieran arar, construir o tejer, sino porque desean
los frutos del cultivo, de la construcción o del tejido, bajo forma de dinero o
de bienes.
El
abogado defiende, no porque quiera exponer los áridos detalles de un negocio,
sino porque está ávido de riquezas, de renombre y de distinciones.
En
todas partes, alrededor de nosotros, las gentes trabajan por algo, y el agujón
de su actividad está en el fruto que consiguen y no en el trabajo mismo.
El
deseo del fruto les impele a la acción y el goce de este fruto viene
naturalmente a recompensar su esfuerzo.
El
deseo es, por lo tanto, el elemento que nos liga al karma, y cuando el alma no
desea ningún objeto ni en la tierra ni en los cielos, ha roto el lazo que la
sujetaba a los lazos que la sujetaba a la rueda de la reencarnación, ha
cumplido sus revoluciones a través de los tres mundos.
La
acción por sí misma no tiene ningún poder sobre el alma, porque una vez
efectuada se desliza en el pasado; pero el deseo del fruto, renovado sin cesar,
suscita de nuevo la actividad del alma, forjando a cada momento nuevas cadenas.
Haríamos
muy mal, pues, en experimentar disgusto viendo a los hombres constantemente
impelidos a la acción por el látigo del deseo, porque el deseo sirve para
despertar la inteligencia, sobreponerse a la pereza y a la inercia. (El estudiante
recordará que estos vicios indican la preponderancia de la cualidad Tâmasica, y
que mientras este predominio subsiste, el hombre no puede salir del primero de
los tres peldaños de su evolución), y porque incita al hombre a la actividad
que le procura experiencia.
Ved
al salvaje que sueña tendido perezosamente sobre la hierba; estimula su
actividad por el deseo de alimentarse, a fin de satisfacerlo ha de cultivar la
tierra con paciencia, habilidad y constancia.
Así
es cómo desenvuelve sus cualidades mentales.
Saciada
el hambre, cae en el estado bruto satisfecho.
Concíbese,
pues, el papel preponderante que el agujón del deseo ha debido desempeñar en la
evolución de las cualidades mentales, y que servicios han prestado a la
humanidad los deseos de fama y gloria póstumas.
Hasta
para aproximarse a la divinidad, el hombre necesita de las excitaciones del
deseo; y sus deseos se hacen más puros y menos egoístas a medida que se eleva.
Pese
a ello, sujétanle siempre a la rueda del nacimiento y para librarse debe
destruirlos.
Cuando
el hombre comienza a aspirar a la liberación, se le enseña la práctica de la
“renuncia a los frutos de la acción”, aprendiendo con ello a suprimir
gradualmente el deseo de posesión.
Primero
se priva deliberada y voluntariamente de un objeto, adquiriendo así el hábito
de prescindir de él sin violencia alguna.
Tras
cierto tiempo no hecha de menos el objeto y se da cuenta de que el deseo
desaparece de su espíritu.
Al
llegar a este grado no ha de descuidar sus deberes, sino al contrario,
cumplirlos todos con cuidadosa atención, permaneciendo completamente
indiferente al fruto que pudiera allegarle.
Una
vez conseguida la perfección en esto, cuando no tenga ni deseo ni repugnancia
por ningún objeto, no engendrará más Karma
Al
cesar de pedir cualquier cosa de la tierra o del cielo, ya no le llamarán ni
una ni otro
No
desea nada de lo que le puedan dar, y rompe así todo lazo común entre ellos y
él.
Tal
es la cesación del Karma individual, al menos en lo que respecta a la
producción de nuevo Karma.
Pero
el alma no únicamente ha de cesar de forjarse nuevas cadenas, sino que debe
desembarazarse de las viejas, ya permitiendo que se desgasten gradualmente, ya
quebrantándolas de un modo sistemático.
Para
romper las cadenas es necesario un conocimiento capaz de mirar hacia el pasado,
a fin de ver las causas puestas en juego que producen sus efectos en el
presente.
Supongamos
que una persona, mirando a través de sus vidas anteriores, encuentra algunas
causas destinadas a producir todavía un suceso en lo futuro; y supongamos,
también, que semejantes causas sean pensamientos de odio hacia quién le ha
hecho mal, y que, dentro de un año, deben ocasionar, en la tierra, un tormento
al autor del daño.
La
persona en cuestión podrá introducir una nueva causa para combinarla con las
causas del pasado cuya acción quiere modificar; y podrá, por ejemplo,
equilibrarlas por esfuerzos de pensamientos de amor y benevolencia que las
neutralicen, impidiendo así el suceso, sin ello inevitable, que habría
engendrado a su vez nuevos disgustos kármicos.
Así
el hombre que sabe, puede neutralizar las fuerzas procedentes del pasado,
oponiendo fuerzas iguales y contrarias, y puede en este camino “quemar su Karma
por el conocimiento”.
Y
de esta manera análoga poner fin al Karma engendrado en esta vida y destinado a
producir sus efectos en existencias futuras.
El
hombre que trata de libertarse puede todavía estar sujeto por obligaciones
contraídas con las demás almas en el pasado, por los perjuicios que les haya
ocasionado y por los deberes que le liguen a ellas.
Utilizando
su conocimiento puede encontrar a esas almas, ya estén en este mundo o en los
otros dos, y buscar la ocasión de serles útil.
Un
alma con la que tenga alguna deuda kármica, puede estar encarnada al mismo
tiempo que él; puede pues, unirse a ella y pagar su deuda, desatando así un
lazo que, abandonado al curso de los sucesos, hubiera podido necesitar de nueva
reencarnación o embarazarle en una nueva futura.
Esto
permite explicar la extraña y enigmática línea de conducta que a veces adopta
un ocultista.
Si,
por ejemplo, el hombre sabio se une estrechamente a una persona considerada por
los espectadores ignorantes como absolutamente indigna de su compañía, es que
aquél está ocupado por completo de pagar una deuda kármica que sin extinguirla
hubiera impedido o retardado su progreso.
Los
que no tienen conocimientos adecuados para revisar sus vidas anteriores pueden,
sin embargo, agotar numerosa causas que han puesto en juego en su existencia
presente.
Pueden
examinar con cuidado cuanto les ocurre y anotar todas las circunstancias en que
hayan ocasionado o recibido perjuicios; neutralizarán las causa de la primera
categoría prodigando pensamientos de amor y de auxilio, realizando también en
el plano físico actos de socorro hacia la persona perjudicada siempre que sea
posible; y las de las segunda categoría podrán neutralizarse por pensamientos
de perdón y benevolencia.
Así
es como todos pueden aligerar su deuda kármica y acelerar el día de la
liberación.
Las
gentes pías que devuelven bien por mal, según el precepto de todos los grandes
Fundadores religiosos, agotan de un modo inconsciente el Karma engendrado en el
presente y destinado, si no, a producir sus efectos en el porvenir.
Nadie
puede tejer con ellos un lienzo de odio, si rehúsan, suministrar al tejido,
hilos de odio y si persisten en neutralizar cada pensamiento de odio con un
pensamiento de amor.
Si
un alma irradia en todos sentidos la compasión y el amor, los pensamientos de
odio no hallarán sitio en donde atacarla.
“El
Príncipe de este mundo llega y nada
encuentra en mí.”
Todos
los Grandes Instructores conocieron la ley y basaron sus enseñanzas en ella; y
aquellos que por veneración y por devoción hacia ellos obedecen sus preceptos,
se benefician de la aplicación de la Ley aunque no conozcan como opera.
El
ignorante que siga las instrucciones de un sabio obtendrá resultados
sirviéndose de las leyes de la naturaleza, aunque no las conozca.
El
mismo principio rige en los mundos súper-físicos.
Muchos
hombres que no tienen tiempo de estudiar, y que no pueden sino aceptar por
autoridad de los expertos las reglas que deben guiar su conducta diaria,
satisfacen inconscientemente sus deudas kármicas.
En
los países donde el rústico y el labrador admiten la reencarnación y el Karma,
estas creencias extienden una aceptación tranquila de los males inevitables, y
contribuyen a asegurar en la vida cotidiana la tranquilidad y el contento.
El
hombre agobiado por el infortunio no se rebela contra Dios ni contra sus semejantes,
pues considera sus desdichas como
resultado de pasados yerros.
Los
aceptan con resignación sacando de ellas el mejor partido posible, evitando las
inquietudes y cuidados que el ignorante agrava su situación, ya penosa de por
sí.
Comprende
que sus existencias futuras dependen de sus propios esfuerzos, y que la ley que
le proporciona sufrimiento le dará igualmente la dicha si siembra la semilla
del bien.
De
aquí una gran paciencia y una
concepción filosófica de la existencia que tienden directamente a asegurar la
estabilidad social y el general contento.
El
pobre y el ignorante no estudian metafísica sutil y profunda, pero comprenden a
fondo sus sencillísimos principios: que cada hombre renace sobre la tierra
repetidas veces, y que cada vida siguiente se modela sobre las que le han
precedido.
Para
ellos el renacimiento es tan cierto e inevitable como el amanecer y el ocaso
del Sol; forma parte del orden natural de las cosas contra el que es inútil
sublevarse.
Cuando
la Teosofía coloque estas viejas verdades en el lugar en que el pensamiento
occidental les pertenece, harán poco a poco su camino en el cristianismo, se
infiltrarán gradualmente en todas las clases sociales y extenderán por todas
partes la comprensión de la vida y la aceptación de los resultados del pasado.
Entonces
desaparecerá la inquietud que procede de la impaciencia y desesperación del hombre que ve la vida
como incomprensible e injusta, sin poder sacar de ella provecho alguno; este
disgusto dejará lugar a la calma y a la paciencia, fruto de una inteligencia
esclarecida por el conocimiento de la Ley, fuerza que caracteriza a la
actividad razonable y equilibrada de los que sienten que están formados para la
eternidad.
LA
LEY DEL SACRIFICIO
SABIDURÍA
ANTIGUA
El
estudio de la ley del Sacrificio sigue, naturalmente, al estudio de la ley
kármica; y como observaba un Maestro, es igualmente necesario para el mundo
conocer una y otra.
Por
un acto de sacrificio espontáneo se manifestó el Logos para emanar el Universo;
por el sacrificio alcanza el hombre la perfección. (1)
(1)
El indo recordará las primeras palabras del Brihadâranyakopanishad, proclamando
que el Alma universal nace del sacrificio; el discípulo de Zoroastro, recordará
que Ahura—Mazda produce también de un acto de sacrificio; el cristiano, en fin,
recordará el Cordero (símbolo del Logos) inmolado desde el origen del mundo.)
Síguese
de aquí, que toda religión procedente de la Sabiduría Antigua tiene como
enseñanza fundamental el sacrificio, y que en la ley del sacrificio radican
algunas de las más profundas verdades del ocultismo.
Tratando
de comprender, aunque imperfectamente, cual es la naturaleza del sacrificio del
Logos, podeos evitar el general error de considerar el sacrificio como algo
esencialmente penoso, ya que por esencia es una efusión espontánea y gozosa de
la vida a fin de que otros puedan participar de ella.
No
sobreviene el dolor, a menos que en el ser que sacrifica haya desacuerdo entre
la naturaleza superior, cuyo gozo consiste en dar, y la inferior cuya satisfacción es recibir y guardar.
Sólo
este desacuerdo introduce el elemento dolor; y en la perfección suprema, en el
Logos, no puede haber desacuerdo.
El
Único es el acorde perfecto del Ser, síntesis de infinitos acordes melodiosos,
donde la vida, la sabiduría y la belleza se funden en la tónica una de la
existencia.
Al objeto de manifestarse, se impone el Logos un límite a su
vida infinita.
Esto
es lo que se llama un sacrificio.
Simbólicamente
en el océano de la luz infinita cuyo centro está en todas partes y su
circunferencia en ninguna, surge una
esfera inmensa, llena de luz viva, un Logos; y la superficie de esta esfera es
la voluntad que ha de limitarse a sí misma a fin de producir su manifestación;
es el velo en que se envuelve a fin que en el interior pueda tener forma el
universo.
(Esto
es, el poder de auto—limitación por el cual se crean todas las formas. Su vida aparece como Espíritu, su Mâyâ como Materia, siendo
ambos inseparables mientras dura la manifestación.)
Este
universo, por el que se efectúa el sacrificio, no existe aún; su futuro SER
yace en la “MENTE” del Logos.
A
él debe su concepción y deberá su vida múltiple.
LA
DIVERSIDAD NO PUEDE SURGIR EN EL “INDIVISIBLE BRAHMANA”
SINO
POR EL SACRIFICIO VOLUNTARIO DEL SER DIVINO
AL
IMPONERSE FORMA A FIN DE EMANAR MIRÍADAS
DE ELLAS
DOTADAS
CADA UNA DE UNA CHISPA DE SU VIDA Y SUSCEPTIBLE
POR
ELLO DE EVOLUCIONAR HASTA SU IMAGEN PERFECTA”.
Se
ha dicho:
“El
sacrificio primordial de que procede el nacimiento de los seres se llama
(Karma)”.
Y
este paso a la actividad fuera del reposo perfecto, de la existencia en sí, se
ha reconocido siempre como sacrificio del Logos.
Este
sacrificio se perpetúa a través de la duración del Universo, porque la vida del
Logos es el único sostén de cada vida separada.
El
mismo circunscribe su vida en cada una de las formas infinitas que engendra,
soportando todas las restricciones y limitaciones que implica cada una.
De
cualquiera de ellas puede resurgir, no importa en que momento, el señor
infinito, llenando con su gloria el Universo; pero sólo por una sublime
paciencia, por una expansión lenta y gradual, puede desarrollarse cada forma
hasta ser, como Él, un centro independiente de ilimitado poder.
Por
esto se encierra en formas, y soporta toda imperfección hasta que su criatura
alcanza la perfección y es semejante a Él, y una con Él, conservando intacto el
hilo de su memoria individual.
Esta
efusión de la vida del Logos en las formas, constituye parte del sacrificio
original y entraña la dicha del Padre Eterno al enviar sus hijos al mundo en
forma de vidas separadas, a fin de que cada una pueda envolver una identidad
imperecedera y acordar su nota en armonía con las demás para entonar el himno
eterno de felicidad, inteligencia y vida.
Esto
indica la naturaleza esencial del sacrificio, cualesquiera que sean los
elementos que se entremezclen en esta noción fundamental.
El
sacrificio es la efusión espontánea de la vida divina, a fin de hacer de ella
partícipes a los demás seres, de traer otros a la existencia y de mantenerlos
hasta que puedan subsistir por sí mismos, y esto es expresión de la alegría
divina.
Porque
siempre es gozoso el ejercicio de la actividad como expresión de la potencia
del operante.
El
pájaro goza entonando sus gorjeos, y vibra entusiasmado por su canto.
El
pintor se regocija en las creaciones de su obra, en el plasmo de su idea.
La
actividad esencial de la vida divina no puede ejercerse sino en don, puesto
nada hay que pueda recibir. Si necesita ser activa (y toda vida manifestada es
movimiento activo) debe necesariamente efundirse. De aquí que el signo del
espíritu sea el don, porque el espíritu es la vida divina activa en todas las
formas.
Pero
la actividad esencial de la materia consiste, por otra parte, en recibir; y al
recibir las influencias vitales e organiza en formas mantenidas por la
continuidad de dichas influencias que al cesar las disgregan. Toda la actividad
de la materia tiene este carácter receptivo, y sólo por recibir subsiste como forma;
por esto siempre toma, sujeta y retiene. La persistencia de la forma depende de
su poder de abarque y contención. Así atraerá hacia ella todo cuanto pueda,
cediendo de mal grado lo que haya de dejar. Tener y retener es su única
alegría, y el dar es muerte para ella.
Fácilmente
podemos ahora ver cómo surge la idea de que el sacrificio fue sufrimiento.
Mientras la vida divina se deleita en el ejercicio de su actividad con la
donación, aun cuado incorporada en una forma no cuida de si esta forma perece por
el don y preocúpase únicamente de que es una expresión pasajera y un medio de
su individual crecimiento. Por el contrario, la forma que siempre escapársele
las fuerzas vitales clama angustiada y ejerce su actividad en retener la vida,
resistiendo a la corriente de difusión. El sacrificio disminuye las energías
vitales que la forma reclama como suyas, agotándolas totalmente, deja que la
forma perezca. En el mundo inferior, éste es el único aspecto cognoscible del
sacrificio; y la forma, al verse próxima al suplicio, grita temerosa de su
agonía. ¿Qué hay de sorprendente, pues, en que los hombres, cegados por la
forma, hayan identificado el sacrificio con la agonizante forma en vez de con
la vida libre que se entrega exclamando alegremente: “Heme aquí, ¡OH Dios!, a
tu voluntad sometido y por ello gozoso”? ¿Qué hay, además de sorprendente en
que los hombres, conscientes de sus naturalezas superior e inferior e
identificándose sin embargo con ésta más que con aquélla, hayan sentido las
angustias de la naturaleza inferior, de la forma, con angustias propias,
sintiendo que ellos aceptan el sufrimiento al resignarse a una voluntad más
alta, y consideren el sacrificio como la aceptación devota y resignada del
dolor? Mientras el hombre, en vez de identificarse con su vida, se confunda con
la forma, no podrá eliminar del sacrificio el elemento dolor. Pero el dolor no
puede subsistir en un ser perfectamente armonizado, porque la forma es entonces
el vehículo perfecto de la vida que con igual complacencia recibe o abandona.
El dolor cesa al cesar la lucha, porque el sufrimiento procede de traqueteos,
frotaciones y movimientos antagónicos, y cuando la naturaleza opera en perfecta
armonía no existen las condiciones de que el dolor dimana.
Siendo
así la ley del sacrificio la evolución de la vida en el universo, vemos que
cada peldaño de la escala se franquea por el sacrificio. Así la vida se efunde
para renacer en una forma más elevada, mientras muere la forma que la contiene.
Aquellos cuya mirada se detiene en las formas perecederas no ven en la
naturaleza sino un gran osario; pero quienes ven que el alma inmortal escapa
para animar formas nuevas y más elevadas, escuchan en todo instante el gozoso
himno de la renaciente vida. En el reino mineral, la Mónada evoluciona por la ruptura
de sus formas para la producción y mantenimiento de las plantas. Los minerales
se disgregan a fin de que sus materiales puedan reconstruir las formas
vegetales. La planta sacas del suelo sus elementos nutritivos, disociándolos y
asimilándolos a sus propias substancias. Así las formas minerales perecen a fin
de que los vegetales crezcan; y esta ley de sacrificio esculpida en el reino
mineral, es la ley de la evolución de toda vida y toda forma. La vida pasa y la
Mónada evoluciona para producir el reino vegetal, siendo el perecimiento de las
formas inferiores condición indispensable para la aparición y mantenimiento de
las superiores.
El
proceso se repite en el reino vegetal, cuyas formas quedan a su vez
sacrificadas para que puedan producirse y crecer las formas animales. En todas
partes, hierbas, semillas y árboles perecen para que el mantenimiento de los
cuerpos animales; sus tejidos se disgregan a fin de que el animal pueda
asimilarse los materiales que los componen para edificar su cuerpo. De nuevo la
ley del sacrificio rige en el mundo y esta vez en el reino vegetal. La vida
subsiste y las formas perecen. La Mónada evoluciona para producir el reino
animal, y los vegetales se sacrifican a fin de que las formas animales puedan
engendrarse y mantenerse.
Hacia
aquí la idea del sufrimiento apenas se asocia a la del sacrificio, pues como
visto en el curso de nuestro estudio, los cuerpos astrales de las plantas no
están suficientemente organizados para las sensaciones agudas de placer o de
dolor. Pero cuando consideramos la ley del sacrificio en el reino animal, no
podemos por menos de reconocer que el dolor se asocia a la ruptura de las
formas. Puede decirse que la suma de dolor ocasionado cuando, en “el estado de
naturaleza”, un animal hace a otro presa suya, es comparativamente
insignificante en cada caso particular, habiendo, sin embargo, dolor; y en
verdad se puede decir también, que en el papel que desempeña ayudando a la
evolución de los animales, acrecienta el hombre considerablemente ese dolor
vigorizando los instintos depredatorios de los animales carnívoros en vez de
debilitarlos. Sin embargo, no es {el quien ha infundido estos instintos en el
animal, aunque los haya puesto a su propio servicio para sus propósitos; y en
innumerables variedades de animales carniceros en cuya evolución no ha ejercido
el hombre influencia directa, las formas se sacrifican para el mantenimiento de
otras como en el reino mineral y vegetal. La lucha por la existencia siguió su
curso desde mucho antes que el hombre apareciese sobre la escena y acelerase la
evolución de la vida y de las formas, mientras el dolor inherente a la
destrucción de las formas comenzaba su larga tarea; hacer sentir a la Mónada
evolutiva el carácter transitorio de todas las formas que perecen y la vida que
subsiste.
La
naturaleza inferior del hombre ha evolucionado según la misma ley de sacrificio
que rige en los bajos reinos. Pero con la efusión de la vida divina que da la
Mónada humana, sobreviene un cambio en la manera de operar la ley del sacrificio
como ley de vida. En el hombre, es preciso desenvolver la volunta, la energía
automotora, la iniciativa. El impulso que fuerza en los reinos inferiores el
curso de la elevación, no puede emplearse aquí sin paralizar el crecimiento de
ese poder nuevo y esencial. No se pide al mineral, ni a la planta ni al animal
la aceptación de la ley del sacrificio como ley de vida escogida
voluntariamente. Se le impone desde el exterior e impele a su desarrollo por
necesidad ineludible. Pero el hombre debe tener la libertad de escoger,
indispensable para su desarrollo de una inteligencia dotada de conciencia y
discernimiento. Entonces surge el siguiente problema: “¿Cómo esta criatura
libre en escoger, ha de aprender, sin embargo, a escoger la ley de sacrificio, cuando
se halla aún en estado de organismo sensible, temiendo al dolor, que es
inevitable en la ruptura de las formas?
La
experiencia de muchas eternidades, analizada por una criatura de inteligencia
continuamente creciente, habría podido, sin duda, llevar al hombre a descubrir
que el sacrificio es la ley fundamental de la vida. Pero en esto, como en
tantas otras cosas, no quedó sin ayuda y abandonado a sus propios esfuerzos.
Los divinos Instructores estaban allí, al lado del hombre, en su infancia.
Proclamaron con autoridad la ley del sacrificio, y en forma rudimentaria fue
incorporada a las religiones en que se sirvieron educar a la naciente
inteligencia de los hombres. Inútil era exigir de aquellas almas infantiles un
abandono espontáneo de los objetos que les parecían más apetecibles; objetos
cuya posesión garantizaba su existencia formal. Había que conducirlos por un
camino destinado a elevarlos seguramente, pero por grados, hasta las alturas
sublimes del sacrificio voluntario. A tal fin se les enseñó que no eran
unidades aisladas, sino que como parte de un conjunto mayor, su vida estaba
ligada a otras vidas así inferiores como superiores; pero su vida física estaba
mantenida por las vidas inferiores, por la tierra y por las plantas, cuyo
consumo constituía para la naturaleza un
crédito que tenían que saldar. Viviendo del sacrifico de los demás seres,
necesitaban sacrificar en cambio algo que pudiera mantener otras vidas.
Nutridos, debían nutrir. Y puesto que cosechaban los frutos producidos por la
actividad de las entidades astrales presidentes en la naturaleza física, tenían
que compensar con ofrendas adecuadas, las fuerzas gastadas en su provecho. De
aquí todos los sacrificios ofrecidos e esas fuerzas, como les llama la ciencia,
o según la constante enseñanza de las religiones, a esas inteligencias
directoras de la naturaleza física. El fuego disgrega rápidamente la materia física y densa y restituye al éter
las partículas etéras de la ofrenda consumida. Las partículas astrales quedan,
pues, fácilmente libertadas para que se las asimilen las entidades astrales
encargadas de sostener la fertilidad de la tierra y asegfurar el crecimiento de
las plantas. Así se mantiene el movimiento cíclico de la producción y el hombre
aprende que está constantemente incurso en deuda con la naturaleza y que debe
constantemente satisfacerla. El sentimiento de la obligación queda así
implantado y nutrido por el espíritu y el pensamiento humano recibe la estigma
del deber hacia todo, hacia la naturaleza nutridota. Este sentimiento de
obligación alíase estrechamente con la idea de que el cumplimiento del
sacrificio es necesario al bienestar del hombre; y el deseo de prosperidad
continua le lleva pagar su deuda. No es
todavía sino un alma infantil, que aprende las primeras lecciones, y esta
lección de interdependencia de las vidas, de la vida de cada ser dependiente
del sacrificio de los demás, tiene capital importancia para su desarrollo. No
puede todavía experimentar la divina dicha de dar; es preciso que antes venza
la repugnancia de la forma a dejar todo lo que la alimenta. El sacrificio se
identifica, pues, en el hombre primitivo, con el abandono de una cosa estimada;
abandono provocado por el sentimiento de la obligación, por una parte, y por
otra, por el deseo de continua prosperidad.
La
lección siguiente traslada la recompensa del sacrificio a una región más allá
del mundo físico. Primeramente el sacrificio de los bienes materiales debe
asegurar el bienestar material; luego el sacrificio de esos mismos bienes
materiales ha de proporcionar dicha en el cielo más allá de la muerte. La
recompensa ofrecida al sacrifico es naturaleza más elevada, y el hombre aprende
que un bien relativamente permanente puede adquirirse por el sacrificio de un
bien relativamente transitorio: lección importante que conduce al
discernimiento. La sujeción de la forma a los objetos físicos se trueca en
apego a las dichas celestes. En todas las religiones exotéricas vemos empleados
por los sabios este procedimiento de educación. Demasiados sabios para esperar
de las almas jóvenes el heroísmo sin recompensa, se contentan con sublime
paciencia a animar dulcemente en la espinosa vía de la naturaleza inferior a
los niños indisciplinados confiados a su custodia.
Gradualmente
los hombres se ven inducidos a subyugar su cuerpo, a dominar su inercia por el
cumplimiento metódico de cotidianos ritos religiosos, de carácter
frecuentemente áspero; y sus actividades se reglamentan y canalizan en
direcciones útiles. Se ven impelidos a vencer la forma y a mantenerla sumisa a
la vida, y el cuerpo adquiere el hábito de prestarse a obras caritativas y
benévolas, obedeciendo a las exigencias de la voluntad aun cuando esta no se
halle estimulada todavía sino por el deseo de recompensa en el cielo. Podemos
ver entre los indios, persas y chinos, como los hombres aprenden a reconocer
sus múltiples obligaciones, a ofrecer por el cuerpo su sacrificio de obediencia
y de veneración hacia los antepasados, los padres y los ancianos; a ser
caritativos con delicadeza y buenos con todo el mundo. Poco a poco los hombres
se ven obligados a desenvolver en el más alto grado el heroísmo y la
abnegación, como atestiguan los mártires que entregan con gozo sus cuerpos a
las torturas del potro antes que apostatar de sus creencias y traicionar su fe.
Esperan, en verdad, una “corona de gloria” en el cielo en recompensa del
sacrificio de su forma física; pero ¿no es ya bastante haber vencido el apego a
la forma física y haber hecho el mundo invisible de tan modo real que se le
puede tomar por el visible?
La
siguiente etapa se franquea cuando el sentimiento del deber está claramente
establecido; cuando el sacrifico de lo inferior a los superior se considera
como bueno en sí, independientemente de todo estímulo de recompensa en otro
mundo; cuando se reconoce la obligación de la parte hacia el todo; y en fin,
cuando el hombre siente que la forma que existe para el servicio de los demás,
debe en completa justicia a servir a su vez sin derecho alguno de recompensa.
El hombre comienza entonces a comprender la ley de sacrificio como ley de la
vida y a asociarse voluntariamente con ella. Comienza igualmente a distinguirse
él mismo con su pensamiento de la forma que habita, para identificarse con loa
vida evolucionante. Esto le lleva por grados a experimentar cierta indiferencia
por todas las actividades de la forma, menos por las consistentes en deberes
que cumplir, y acaba por considerarlas a todas como simples instrumentos para
la utilización de energías vitales debidas al mundo y no como acciones cuyo
móvil sea el logro de un resultado. El hombre se eleva así hasta el punto antes
ya señalado en este estudio, punto en donde cesa de engendrar el Karma que le
sujeta a los tres mundos, y en donde se unce a la rueda de la existencia porque
es preciso que gire, pero no a causa de los objetos deseables que su revolución
le pueda procurar.
Más
el pleno reconocimiento de la ley del sacrificio eleva al hombre más allá del
plano mental donde el deber se considera como deber, como “lo que debe hacerse
porque es debido”; y le transporta al plano más elevado de Buddhi, donde se
siente la unidad de todos los “yos” y todas las energía se despliegan en
provecho de todos y no de un yo separado. Únicamente en este plano se siente la
ley de sacrifico como delicioso privilegio, en vez de reconocerse sólo por la
inteligencia como verdadera y justa. En el plano búdico el hombre ve claramente
que la vida es una, que el Logos deriva perpetuamente en libre efusión de amor,
y que la existencia aislada no puede ser sino mezquina y pobre, sin hablar de
la ingratitud que apareja. Allí, el corazón se lanza completamente hacia el
Logos en potente impulso de amor y de adoración, y se entrega en gozosa
renuncia a fin de ser una de las vías por donde su vida descienda e irradie
sobre el mundo para ser portador de su Luz, un mensajero de su compasión, un
operario de su reino, como única vida digna de vivirse para acelerar la
evolución humana, servir a la Buena Ley, y aliviar un poco la carga del Seño
mismo.
Únicamente
en este plano puede obrar el hombre como uno de los Salvadores del mundo,
porque allí es uno con los “yos” de todos. Identificado con la humanidad una,
su fuerza, su amor y su vida pueden dirigirse hacia cualquiera de los “yos”
separados o hacia todos. Se ha convertido en fuerza espiritual y acrecienta la
energía espiritual disponible en el sistema del mundo al añadir su propia vida.
Las fuerzas que antes empleara en los mundos físico, astral y mental en busca
de satisfacciones para su yo separado, se reúnen para un acto de sacrificio, y
transformas así en energía espiritual, se difunden por todo el mundo como
oleada de vida espiritual. Esta transformación se efectúa según el motivo que
determina el plano en el cual se descarga la energía. Si el hombre tiene por
motivo el logro de objetos físicos, la energía descargada opera sólo en el
plano físico; si desea objetos astrales, descarga la energía en el plano
astral; y si busca goces mentales, su energía funciona en el plano mental. Pero
si se sacrifica para ser un canal de vida del Logos, descarga la energía en el
plano espiritual, y esta energía opera en todos los lugares con potencia y
sutilidad de fuerza espiritual. Para un hombre semejante, la acción y la
inacción vienen a ser lo mismo. Ocupa con gozo el lugar que se le ofrece,
porque el Logos es idéntico en todo lugar y en toda acción. Puede dirigirse
hacia toda forma y en toda acción. Puede dirigirse hacia toda forma y obrar en
todo sentido porque no conoce ni escoge ni diferencia. Por el sacrificio se ha
hecho su vida una con la del Logos y ve a Dios en todo y todo en Dios. ¿Qué le
importan los lugares o la forma, si el mismo es la vida consciente? “Nada
tiene, y posee todas las cosas”; nada pide y el universo entra en él. Su vida
es dichosa, porque es uno con su Señor bienaventurado; al utilizar la forma
para el servicio sin sujetarse a ella, “pone fin al dolor”
Los
que comienzan a comprender las maravillosas posibilidades ofrecidas al que se
asocia voluntariamente a la ley del sacrificio, experimentarán sin duda el
deseo de comenzar esta asociación voluntaria antes de poder elevarse a las
alturas cuya vaga descripción acabamos de hacer. Como toda verdad espiritual
profunda, el sacrifico es eminentemente práctico en su aplicación a la vida
cotidiana, y quien comprende su belleza puede efectuarlo sin vacilar. Una vez
tomada la resolución de comenzar la práctica del sacrificio, el hombre debe
señalar con un acto de sacrificio el comienzo de cada jornada. Antes de que
comience la labor del día, él mismo será la ofrenda hecha a Aquél a quien consagro
su vida. Así que despierte, su primer pensamiento será la consagración de toda
su fuerza a su Señor. Luego ofrecerá en servicio todos los pensamientos,
palabras y acciones de la vida diaria, efectuándolo no por el fruto que
reporte, ni como un deber, sino por ser en aquel instante la mejor manera de
servir a Dios. Todo lo que ocurra lo aceptará como expresión de su voluntad.
Gozo, pena, inquietud, éxito, derrota, toda cosa debe bien recibirla como
indicadora del camino de su servicio. Recibe con gozo las cosas que le llegan y
las ofrece en sacrificio; las que se van, las pierde con gozo; puesto que se
van, es que el Señor las necesita. Todas las potencias de que el ser dispone se
consagran con gozo al servicio; cuando le faltan, acepta la privación con ecuanimidad
dichosa; puesto que han dejado de ser disponibles; no tendrá ya que emplearlas.
Igualmente el sufrimiento inevitable, fruto de un pasado no redimido aún, puede
transformarse por la aceptación en sacrificio voluntario. El hombre que
voluntariamente acepta este sufrimiento puede ofrecerlo en don, y transformarlo
así en fuerza espiritual. Cada vida humana depara ocasiones innumeras de
realizar la ley del sacrificio y cada vida se convierte en una potencia a
medida que las ocasiones surgen y se utilizan. Sin ninguna expansión de su
conciencia en estado de vigilia, el hombre puede llegar a ser un trabajador en
los planos espirituales, porque descarga en ellos energía que desde allí se
esparcen profusamente en los mundos inferiores. Su renunciamiento aquí abajo,
en su conciencia inferior, aprisionada en el cuerpo, despierta responsivos
estremecimientos de vida en el aspecto búdico de la Mónada, que es su verdadero
Yo y acelera la época en que esta Mónada será el Ego espiritual que, por su
propia iniciativa, gobierne y rija todos los vehículos, empleándolos a voluntad
según la obra que quiera cumplir. Ningún otro método asegura un progreso tan
rápido ni tan pronta manifestación de todas las potencias latentes en la
Mónada, como la comprensión y práctica de la ley del sacrificio. Por esto ha
sido llamada por un Maestro “La Ley de la Evolución del Hombre”. Tiene, en
verdad, aspectos más profundos y más místicos que todos los que se han
estudiado aquí; pero estos se revelarán, sin palabras, al corazón tranquilo y
amante cuya vida es por completo una ofrenda y sacrificio. Pertenece al orden
de cosas que nos sino oídas en la calma interior; una de estas enseñanzas que
sólo la “Voz del Silencio” puede exponer. Entre estas enseñanzas también se
encuentran las profundísimas verdades que tienen raíz en la Ley del Sacrificio.
LA ASCENCION DEL HOMBRE
SABIDURÍA ANTIGUA
Tan
imponente es la cuesta escalada por algunos y que otros tratan de escalar, que
al contemplarla por un esfuerzo de imaginación, se rinde extenuado el pensamiento
ante la sola idea de tan interminable viaje.
Desde el alma embrionaria del ínfimo salvaje hasta el alma
espiritualmente perfecta, libre y triunfante del hombre divino, prosigue el
largo proceso, y apenas puede concebirse que una contenga en germen todo lo que
manifiesta otra, y que la diferencia entre ambas sólo sea de evolución, porque
una está todavía en el comienzo de la “ascensión del hombre” que la otra
concluye. Pero al pensar que por debajo
del salvaje se extienden largas series de razas infrahumanas, animales,
vegetales, minerales y esencias elementales, y que por encima del hombre
perfecto se elevan en gradaciones infinitas las jerarquías superhumanas de
Choans, Manús, Budas, Constructores y Lipikas, las poderosas cohortes que
ningún mortal puede contar ni enumerar, entonces la evolución humana con sus
grados tan diversos, se reduce a proporciones muy modestas, considerada como
simple peldaño de una larguísima escala; y la ascensión humana es uno de los
grados en la evolución de las vidas que, como no interrumpida cadena, se
extienden, desde la esencia elemental hasta el esplendor del Dios manifestado.
Hemos
seguido ya la ascensión del hombre desde el nacimiento del alma embrionaria
hasta la efloración de la espiritualidad; hemos estudiado los peldaños
franqueados por la conciencia a medida que, desenvolviéndose, pasa de la vida
de sensación a la del pensamiento; hemos visto al hombre recorrer
incesantemente el ciclo de nacimientos y muertes en los res mundos, recogiendo
en cada uno cosecha apropiada y hallando también en cada uno muchas ocasiones
de progreso. Vamos a seguirle ahora a
través de los estados que finalizan su evolución y a los que está aún por
llegar la mayoría de la humanidad, pero que sus hijos primogénitos han ya
franqueado y que un reducido número de hombres y de mujeres tratan actualmente
de escalar. Esto estados se han
subdividido en dos categorías: 1ª “El Sendero probatorio”; 2ª “El Sendero”
propiamente dicho, o el “Sendero del
discípulo”. Los estudiaremos por orden.
A
medida que se desenvuelve la naturaleza intelectual, moral y espiritual del
hombre y que llega a tener conciencia del objeto de la vida, experimenta el
anhelo de asegurar en su propia persona la realización de este objeto. La repetida sed de goces materiales, seguida
de su completa posesión y de al inevitable laxitud que la acompaña, le hacen
sentir gradualmente la naturaleza efímera y engañosa de los mejores dones de la tierra.
Tantas veces se ha esforzado en el éxito y en el goce, seguidos del desengaño
y del hastío, que enojado se resuelve contra cuanto la tierra puede ofrecerle,
exclamando con el alma dolorida: “¿Para qué esto? Todo es vanidad y
turbación. Miles y miles de veces lo
poseí para sentir luego desconsuelo en la posesión misma. Estas alegrías son ilusiones semejantes a las
burbujas que vagan en la superficie del agua; burbujas de colores hechiceros y
tonos irisados que se deshacen al menor contacto. Estoy harto de sombras, necesito realidades; anhelante
y angustioso busco lo eterno y lo verdadero; quiero libertarme de las cadenas
que me sujetan y retienen prisionero en este mundo de cambiantes apariencias.”
Concebid
la tierra tan bella como la han soñado los poetas, suprimid todos los males,
aumentado todos los goces, dad a toda belleza un nuevo brillo, elevadlo todo a
la perfección y, sin embargo, el alma se hastiará apartándose, vacía de todo
deseo, de este paraíso terrestre. He
aquí el sentimiento íntimo que despierta en el fondo del alma esta primera
llamada a la liberación. Si la tierra es
una prisión, ¿para qué adornarla? Lo que el alma quiere es el espacio
libre sin límites que se extiende más
allá de los muros de su calabozo. El
cielo mismo no le atrae tanto más que la tierra. Los goces celestes han perdido su atractivo, y
ni las alegrías intelectuales y sentimentales del paraíso pueden
satisfacerle. Son “pasajeros, efímeros,
limitados, fugaces”, y como los contactos sensuales, no proporcionan
satisfacción definitiva. El alma
abandona todo lo que cambia; en su laxitud clama por la libertad.
Muchas
veces este concepto de la vanidad de las cosas terrenas y celestes ilumina un
instante, a modo de relámpago fugaz, la conciencia del hombre. Luego los mundos exteriores afirman
nuevamente su imperio, y la caricia engaladora de sus goces ilusorios mece al
alma contentándola por un momento.
Muchas vidas han de pasarse llenas de nobles trabajos, de desinteresadas
empresas, de puros pensamientos, de acciones sublimes, antes de que el sentimiento
de aniquilación de toda cosa fenomenal llegue a ser la actitud permanente del
alma. Pero, tarde o temprano, renuncia
al cielo y a la tierra, considerándolos incapaces de satisfacer sus
necesidades; y ese instante en que se aparta una vez para siempre de lo
pasajero, en que afirma claramente su voluntad de no atender sino a lo eterno
señala su entrada en el Sendero probatorio.
El alma abandona desde entonces el camino llano y sencillo de la
evolución normal, para afrontar la escabrosa pendiente que conduce a la cumbre
del monte, decidida a sustraerse de la servidumbre de las vidas terrenas y
celestes y alcanzar el libre ambiente de la altura.
La
tarea que se le impone al hombre en el Sendero probatorio es completamente
mental y moral. Debe prepararse
gradualmente para “encontrarse con su Maestro frente a frente”. Pero expliquemos antes lo que significa la
frase “su Maestro”.
Hay
seres elevados pertenecientes a nuestra raza, seres que han concluido su
evolución humana, y a los que hemos aludido ya como miembros de una Fraternidad
cuyo papel consiste en activar y guiar la evolución humana. Estos grandes seres, los Maestros, continúan
encarnando voluntariamente en los cuerpos humanos a fin de constituir el lazo
de unión entre nuestra humanidad y los seres sobrehumanos. Ellos permiten que, mediante ciertas
condiciones, cualquiera sea su discípulo con objeto de apresurar su evolución y
ser apto de entrar a su vez en la gran fraternidad cooperando en el glorioso y
bienhechor trabajo a favor del hombre.
Los
Maestros velan siempre por la raza y se fijan en todos los que por la práctica
de la virtud, el trabajo desinteresado, el esfuerzo intelectual consagrado al
servicio de los hombres, la devoción sincera, la piedad y la pureza, destacan
de la masa de sus semejantes y son capaces de recibir más especial asistencia
que la concedida a la humanidad en masa.
Antes
de recibir socorro especial, el individuo debe dar prueba de receptividad
también especial, pues los Maestros presiden la distribución de las energías
espirituales que deben activar la evolución global de la humanidad, y la
utilización de estas energías para el pronto crecimiento de una sola alma no se
permite sino en tanto que esta alma sea realmente capaz de un progreso rápido y
pueda enseguida ser a su vez uno de los servidores de la raza y dar a sus
semejantes los socorros que haya recibido.
Así, cuando un hombre, utilizando completamente el auxilio obtenido por
medio de la religión y de la filosofía, ha llegado por sus propios esfuerzos a
la cresta de la ola humana y demostrado una naturaleza amante, desinteresada y
auxiliadora, es objeto de atención particularísima por parte de los celosos
Guardianes de la raza. Se les suscitan
además en su camino ocasiones especiales de probar su fuerza y provocar el
despierte de su intuición. Tanto más aprovecha
estas ocasiones, tanto mostrarle de un modo cada vez más claro la naturaleza
engañadora e irreal de la existencia terrestre.
De aquí esa laxitud, ya indicada, que no deja al hombre otro deseo que
el de la liberación y le lleva a la entrada del Sendero probatorio.
La
entrada en este sendero le convierte en un discípulo (chela) en expectación de
prueba. Uno de los Maestros le acoge
bajo su guarda, reconociéndole como hombre que se aparte del camino ordinario
de la evolución para buscar al Instructor destinado a guiar sus pasos a lo
largo del áspero y angosto sendero. El
Instructor le espera en la entrada y, sin embargo, el neófito no conoce a su
Maestro; pero este conoce sus esfuerzos, guía sus pasos, le coloca en las
condiciones más adecuadas para favorecer su progreso y vela por él con la
tierna solicitud de una madre, con la prudencia que nace de la perfecta
intuición. El camino puede parecer
solitario y sombrío, pero “un amigo más íntimo que el mejor de los hermanos”
está siempre allí, y el alma recibe directamente los socorros que los sentidos
no perciben.
Hay
cuatro cualidades morales, perfectamente determinadas, que debe adquirir el
chela en expectación de prueba. Tal es
la condición impuesta por la sabiduría de la Gran Fraternidad a quien quiere
ser un discípulo propiamente dicho. No
es necesario, con todo, que estas cualidades se desenvuelvan en toda su
perfección; pero el discípulo debe esforzarse en adquirirlas y poseerlas en
parte antes de la iniciación.
La
primera de estas cualidades es el discernimiento entre lo real y lo irreal;
cualidad que ya ha despuntado en el alma del discípulo, puesto que es la que le
condujo a la entrada del sendero que seguirá en adelante. La distinción se acentúa entonces cada vez
con más claridad en su espíritu, y llega gradualmente a liberarte en gran parte
de las trabas que le sujetan; pues la segunda cualidad, la indiferencia por las
cosas exteriores, es consecuencia natural del discernimiento que con toda
claridad evidencia su poca valía. El
neófito aprende, que la laxitud que roba a su existencia todo su sabor, se
debía a las decepciones constantemente procedentes de buscar su satisfacción en
lo irreal, cuando únicamente lo real puede satisfacer el alma. Aprende que todas las formas son ilusorias,
que están desprovistas de estabilidad, que se transforman incesantemente bajo
el impulso de la vida, y que nada hay de real en el mundo son la vida Una,
inconscientemente buscada y amada bajo los múltiples velos que la ocultan a
nuestra vista. Al discernimiento
estimulan de un modo enérgico las múltiples vicisitudes, el torrente de
circunstancias bruscamente variables, en medio de las cuales se encuentra
envuelto ordinariamente el discípulo, al objeto de hacerle sentir con más
intensidad la instabilidad de las cosas externas.
Las
existencias sucesivas de un discípulo son ordinariamente tempestuosas y
atormentadas, pues las mismas cualidades que en el hombre ordinario se
desenvolverán tras una larga sucesión de vidas en los tres mundos, deben
desplegarse sin retardo en el discípulo dirigiéndose a la perfección por un
rápido crecimiento. A fuerza de pasar
bruscamente de la alegría a la tristeza, de la calma a la tormenta, del reposo
al trabajo, el discípulo llega a ver en esas vicisitudes formas ilusorias, y a sentir,
a través de todas ellas, una continua e invariable corriente de vida. Llega a serle indiferente el poseer o no las
cosas, y su vista s fija cada vez más en la inconmovible y perpetuamente
presente realidad.
Al
adquirir esta suerte de intuición y de estabilidad, el neófito trabaja en el
desarrollo de la tercera de las cualidades requeridas, cuyo conjunto de ser
atributos mentales se les exige antes de permitirle a seguir el Sendero
propiamente dicho. No está obligado a
poseerlos todos con perfección; pero todos ellos deben haberlos adquirido,
cuando menos parcialmente, antes de que se le permita ir más adelante.
En
primer lugar, el neófito debe adquirir imperio sobre los pensamientos que crea
sin cesar en su inteligencia, agitada y turbulenta, “tan difícil de subyugar
como el viento”. La práctica sostenida y
cotidiana de la meditación y de la concentración, háyase ya establecida, desde
antes de la entrada en el Sendero probatorio, y pone en orden a la mentalidad
rebelde; y así, con concentrada energía trabaja el discípulo para completar su
obra, porque sabe que el inmenso acrecentamiento de potencia central que
acompañe a su rápido crecimiento, constituirá un peligro para sus semejantes y
para él mismo, a menos que no subyugue por completo la fuerza agigantada. Valdría tanto entregar dinamita a un niño
para que jugase, como el confiar los poderes creadores el pensamiento en manos
de un egoísta o de un ambicioso.
En
segundo lugar, el chela novicio debe añadir la posesión exterior a la
dominación interior; Debe regular sus palabras y sus acciones tan rigurosamente
como sus pensamientos. La naturaleza
inferior debe obedecer a la inteligencia, como ésta debe obedecer al alma. Los servicios que el discípulo puede prestar
en el mundo externo dependen del puro y noble ejemplo que su conducta ofrezca a
los hombres, lo mismo que lo que puede hacer en el mundo interno depende de la
estabilidad de sus pensamientos. El
descuido respecto a esas regiones inferiores de la actividad basta muchas veces
para estropear una buena obra. El
aspirante deberá esforzarse en ir hacia un ideal perfecto bajo todos conceptos,
a fin de que más tarde, cuando huelle el sendero, no tropiece y con ello excite
los improperios del enemigo. Ahora bien,
como ha hemos dicho, semejante grado de perfección no se exige todavía en
ningún punto, pero si el aspirante se conduce con prudencia va siempre hacia la
perfección, pues sabe que aun haciéndolo lo mejor quedará siempre por debajo de
su ideal.
En
tercer lugar, el candidato a la iniciación debe edificar en su interior la
sublime y amplia virtud de tolerancia: la aceptación pacífica de todo hombre,
de todo ser, tal como es, sin tratar de hacerle otro, sin querer que se pliegue
a las exigencias de su gusto particular.
El aspirante comienza a comprender que la Vida Una reviste apariencias
innumeras, todas ellas buenas en tiempo y en lugar, y acepta cada manifestación
determinada de esta vida sin querer transformarla en otra distinta. Aprende a venerar la Sabiduría que ha
concebido el plan de este universo cuya ejecución dirige, y considera
serenamente los fragmentos, aún imperfectos, que desarrollan con lentitud la
trama de su existencia parcial. El beodo
en camino de deletrear el alfabeto de los sufrimientos que produce la
supremacía de la naturaleza inferior hace en su etapa una obra tan útil como el
santo que acaba de aprender las más elevadas lecciones que la tierra pueda dar,
y será injusto exigir del uno o del otro más de lo que pueden cumplir. El uno está en la escuela de párvulos asimilándose,
gracias a las lecciones de cosas, una instrucción todavía rudimentaria; el
otro, pronto a salir de la Universidad, está en el doctorado. Ambos obran como conviene a su edad y a su
situación, y nos debemos poner a su nivel para proporcionarles ayuda. He aquí una de las lecciones que enseña lo
que en ocultismo se llama “tolerancia”.
En
cuarto lugar, el aspirante debe fortalecerse, cultivar la paciencia que lo
soporta todo, sin debilitarse jamás y perseguir rectamente el fin de su camino sin
interrumpirla. Nada ocurre sino por la
Ley, y él sabe que la Ley es buena.
Comprende que el pedregoso sendero conduce directamente a la cumbre, y
sube los espinosos atajos que no pueden seguirse con tanta comodidad como el
camino amplio y frecuentado que como interminable meandro rodea los flancos del
monte. Comprende que ha de satisfacer en
brevísimas existencias todas las obligaciones Kármicas acumuladas en su pasado,
y que la cuantía de los pagos acrece en proporción a la premura del
vencimiento.
Las
continuas luchas en cuyo seno el aspirante se halla envuelto, desarrollan
gradualmente en él la quinta cualidad atributiva: la fe. La fe en su Maestro y la fe en sí mismo, una
confianza serena y firme que nada pueden conmover. Aprende a confiar en al sabiduría, en el amor
y en el poder de su Maestro, y comienza a sentir –no ya sólo a afirmar
verbalmente—al Dios que reside en su corazón y que debe extender poco a poco su
imperio sobre todas las cosas.
La
última cualidad mental, el equilibrio, se desenvuelve en cierta medida, sin
necesidad de esfuerzo consciente, mientras el aspirante trabaja en la
adquisición de las cinco anteriores. El
mero hecho de querer seguir el sendero indica que la naturaleza superior comienza
a desplegarse y que el mundo externo definitivamente se relega a segundo
término. Después, los sostenidos
esfuerzos ejecutados para dirigir la vida más conveniente al discípulo, viene a
desatar poco a poco el alma de todos los lazos que la atan todavía a la vida de
los sentidos. A medida que el alma
aparta su atención de los objetos inferiores, disminuye la atracción que éstos
ejercen sobre ella. “Cuando es austero
el morador del cuerpo, los objetos de los sentidos se desvanecen” y pierden
enseguida todo el poder de producir el desequilibrio. Aprende, pues, el discípulo a moverse,
serenamente impasible, entre los objetos de los sentidos, no teniendo ni deseo
ni aversión por ellos. —Los disturbios intelectuales de toda suerte, las
alternativas de alegría y sufrimiento mental por medio de las bruscas
alteraciones introducidas en su vida por los cuidados siempre vigilantes de su
Maestro, todas estas vicisitudes contribuyen a la fortificación de la preciosa
virtud del equilibrio en el aspirante.
Una
vez adquiridos estos seis atributos mentales en suficiente medida, el chela
probacionario sólo necesita la cuarta cualidad: el intenso y profundo deseo de
liberación, la sed ardiente del alma que quiere unirse a Dios, deseo que lleva
consigo la promesa de su propia realización.
He aquí al aspirante pronto a entrar en el estado de verdadero
discípulo, pues, una vez afirmado claramente este deseo, jamás podrá
destruirse. El alma que lo ha
experimentado ya no podrá apagar su sed en las fuentes terrenales cuyas aguas
le parecerán insípidas, y más sediento aún se alejará de ellas hacia la senda
vivificante de la Vida real. Al llegar a
este grado, queda “el hombre apto para recibir la iniciación”, presto para
“entrar en la corriente” que le separará pro siempre de los intereses de la
vida terrenal, salvo en lo que en ella pueda servir a su Maestro y ayudar a la
evolución de la raza. Para él no existe
en adelante la separación; su vida debe ofrecerse en el altar de la humanidad,
y gozoso sacrificio todo lo que es, a fin de utilizarlo a favor del bien común
*.
Durante
los años empleados en adquirir las cuatro cualidades fundamentales, el chela
probacionario habrá realizado considerables progresos en otros sentidos. Habrá recibido de su Maestro muchas
enseñanzas dadas generalmente durante el sueño profundo del cuerpo. El alma revestida de su cuerpo astral bien
organizado, se acostumbrará a utilizarlo como vehículo de su conciencia e irá
frecuentemente hacia su Maestro para recibir de él instrucción e iluminación
espiritual. Estará acostumbrado a
meditar, y esta práctica efectiva fuera del
cuerpo físico vivificará y dirigirá más de un poder superior al estado
de función activa. Durante las horas de
meditación en el plano astral, la conciencia llegará a las cimas más elevadas
del ser, conociendo mejor la vida del plano mental. El neófito aprenderá a emplear en servicio
del hombre sus grandísimos poderes, y gran parte de las horas de libertad que
le proporciones el sueño del cuerpo las empleará en socorrer a las almas llevadas
al mundo astral por la muerte, en auxiliar a las víctimas de los accidentes, en
instruir a los hermanos menos avanzados que él, y en ayudar en gran manera a
cuantos necesiten ayuda. Así el alma
colabora, según sus humildes medios, en el trabajo bienhechor de los Maestros,
y se asocia, en la medida de su esfuerzo, a la obra de la Sublime Fraternidad.
Mientras
prosigue el Sendero de la prueba, o más tarde, se le ofrece al chela el
privilegio de cumplir uno de esos actos de renunciación que señalan el más
rápido ascenso del hombre. Se le permite
“renunciar al Devachán”, es decir, renunciar a la gloriosa existencia que le
aguarda en las regiones celestes, después de cruzar por el mundo físico,
existencia que en su mayor parte hubiera pasado en la región media del mundo
“arupa” en compañía de los Maestros y entre los puros y sublimes goces de la
sabiduría y del amor. Si el chela
renuncia a esta recompensa de una vida noble y devota, las fuerzas espirituales
que hubiese empleado en el Devachán pueden aplicarse al servicio del mundo,
permaneciendo el chela en el plano astral en espera de un casi inmediato
renacimiento en la tierra. En este caso
su Maestro escoge el lugar a donde ha de volver y preside su
reencarnación. El chela es conducido
así al medio adecuado para asegurar su utilidad en el mundo, entre las
condiciones más favorables para su progreso y para el trabajo que en él le
aguarda. Y consigue en este punto que
todos sus intereses individuales se subordinen a la obra divina, y que su
voluntad se fije inmutablemente en el servicio sin inquietarse del lugar donde
lo presta ni del género de trabajo que le incumbe. Abandonase también gozosamente en manos de
quien le inspira confianza, aceptando de buen grado el lugar en que pueda
prestar al mundo los mejores servicios y desempeñar su papel en la obra
gloriosa de Aquellos que ayudan a la evolución humana. Bendita es la familia en que nace un niño con
un alma semejante, pues trae consigo la bendición del Maestro que le vela, le
guía constantemente y le presta todo su concurso, ayudándole para adquirir
inmediato imperio sobre sus vehículos inferiores.
Ocurre
a veces, si bien muy raramente, que un chela reencarna en un cuerpo que ha
atravesado ya la infancia y la primera juventud como tabernáculo de un “Ego”
menos desarrollado. Y cuando un alma
viene a la tierra para un período brevísimo, para quince o veinte años, por
ejemplo, se ve obligada a dejar su cuerpo al llegar a la adolescencia, después
de haber surgido todo el trabajo de primera formación y de hallarse en vías de
llegar a ser muy pronto un vehículo verdaderamente útil para la
inteligencia. Si un cuerpo tal es
bonísimo y puede convertir a cualquier chela presto a reencarnar, será objeto
de especial cuidado durante la vida del primer ocupante, en vista de una
utilización posible cuando aquél no tenga necesidad de él. Al acabar el “Ego” su período vital,
desencarna para pasar al Kamaloka, y entonces el chela en expectativa de
reencarnación entra en la envoltura abandonada, y el cuerpo aparentemente
muerto revive bajo la acción del nuevo ocupante. Semejantes casos, aunque muy raros, no son
desconocidos de los ocultistas, y en las obras ocultas se pueden encontrar
pasajes referentes a ello.
El
progreso del alma del chela continúa, prescindiendo de que su reencarnación sea
normal o anormal; y según ya se ha visto, llega el momento en que el hombre
“está dispuesto a recibir la iniciación”.
Por esta puerta de la iniciación entra en el Sendero propiamente dicho,
como chela ya definitivamente aceptado.
El
Sendero está constituido por cuatro etapas o grados distintos, y la entrada de
cada una está velada por una iniciación.
Cada iniciación va acompañada de una expansión de la conciencia
individual y da así la “clave del saber”, pertenece al grado correspondiente. Al mismo tiempo da también la clave del
poder, porque en todos los reinos de la naturaleza saber y poder marchan a la
par.
Una
vez en el Sendero, el chela viene a ser el hombre sin hogar, porque o considera
la tierra como su morada. No tiene
tampoco residencia especial, y su única patria es el sitio donde pueda servir a
su Maestro. Mientras franquea este
primer grado del Sendero debe evitar tres obstáculos llamados técnicamente “trabas” o “ligaduras”, pues como ahora se
dirige a grandes pasos hacia la perfección, trata de eliminar radicalmente los
defectos de carácter, llevando hasta el extremo las tareas que se ha impuesto.
Las
tres trabas de que debe librarse el discípulo antes de ser admitido a la
segunda iniciación, son: la ilusión del “yo” personal, la duda y la
superstición. El yo personal debe
conscientemente sentirse como una ilusión perdiendo para siempre la facultad de
imponerse al alma como realidad. El
discípulo debe sentirse uno con los demás; todos los seres deben vivir y
alentar en él como él vive y alienta en ellos.
La duda debe desaparecer de su corazón, desvanecida por el conocimiento
y no por ciega repulsión. Debe conocer
la reencarnación, el Karma y la existencia de los Maestros como hechos no sólo
intelectualmente necesarios, sino como realidades de la naturaleza, comprobadas
por él mismo, de suerte que en estos puntos no pueda en adelante turbar su
espíritu duda alguna. La superstición,
por último, se desvanece por sí misma a medida que el hombre progresa en el
conocimiento de las realidades y a medida que comprende el papel desempeñado en
la economía de la naturaleza por los ritos y las ceremonias. También aprenden entonces a utilizar estos
diversos medios sin que ninguno le ligue.
Quebrantadas
estas tres ligaduras –tarea que necesita a veces una labor de muchas
encarnaciones, pero que puede reducirse para algunos a los límites de una sola
vida –ve el chela abrirse ante él la segunda iniciación con nueva “clave del
saber” y más amplios horizontes. Ve
disminuir rápidamente el período de existencia obligatoria que aún le espera
sobre la tierra; porque al llegar a este punto franqueará la tercera y la
cuarta iniciación en su encarnación actual o en la inmediata (El chela en el
segundo grado del Sendero es para el indo el Kutichaka: El hombre que construye
una cabaña y alcanza un lugar de paz. El
budista lo denomina Sakridâgamin: el que sólo renacerá una vez más.)
En
este grado el discípulo debe desarrollar y hacer mas activas las facultades
internas, aquellas que pertenecen a los cuerpos sutiles, porque en adelante
necesitará de ellas para su servicio en las regiones más elevadas del
universo. Si las hubiese desenvuelto
anteriormente, este estado podrá ser entonces brevísimo. No obstante, el alma puede verse obligada a
franquear una vez más las puertas de la muerte antes de pasar al siguiente
grado.
La
tercera iniciación hace del discípulo el “Cisne”, el ser que remonta su vuelo
al Empíreo, la maravillosa Ave de Vida, sobre la que existen tantas leyendas
(En términos indos, el Hamsa, el que concibe el “yo soy aquel”. Para los budistas el Anâgâmin: el que ya no
renacerá más.)
En
este tercer grado del Sendero el hombre debe quebrantar aún dos trabas, la
cuarta y la quinta: el deseo y la aversión.
Ve en todos el Yo único, y no puede cegarle el velo externo, por agradable
que sea. Ve del mismo modo todos los
seres, y el germen precioso de la tolerancia, ya cultivado en el Sendero
probatorio, se desparrama ahora en amor universal, cuya ternura irradia sobre
todo lo existente. Es el “amigo de todas
las criaturas”, y “ama todo cuanto tiene vida” en un mundo donde todo vive.
Encarnación
viva del amor divino, franquea en seguida la puerta de la cuarta iniciación que
le admite al cuarto grado del Sendero.
Entonces es el Santo, el Venerable, el que está “más allá de la
individualidad” (Paramahamsa en indo: el que está más allá del Yo. El budista lo llama Arhat: venerable.) En este grado el discípulo permanece, tanto
tiempo como desee, limando los últimos eslabones que le atan aún a las regiones
inferiores y le interceptan con su red sutilísima el camino de la liberación
final. Rechaza toda sujeción hacia la
existencia “formal”, y toda sujeción hacia la vida “sin forma”. Por sutiles que puedan parecer, estas
sujeciones constituyen graves obstáculos, y el hombre debe ser enteramente
libre. Debe moverse a través de los tres
mundos sin que nada pueda detenerle. Los
esplendores del “mundo sin forma” deben ser tan impotentes para seducirle como las
bellezas concretas de los mundos de la forma.
Después
el Arhat rechaza –la tarea más difícil de todas—el último lazo de la
separatividad, la facultad que crea el “Yo” (Ahamkara, más generalmente Mana,
orgullo, porque el orgullo es al más sutil manifestación del Yo individual como
distinto de los demás), tendencia perteneciente a la naturaleza del alma
individual, y por la que el individuo se considera instintivamente como un ser
aparte y distinto de los demás. Deben
desaparecer las últimas sombras de esta tendencia, porque, en adelante, la
conciencia del hombre reside siempre, aun en el estado de vigilia, en el plano
búdico, donde siente y conoce como Uno el Yo de todos. Esta tendencia (Ahamkara), nacida con el
alma, es la esencia misma de la individualidad, y persiste hasta el día en que es
absorbido por la Mónada todo lo que en el alma individual tiene algún
valor. En el umbral de la liberación
debe abandonarse la separatividad, dejando a la Mónada su resultado
inestimable, aquel sentimiento de identidad individual tan puro y sutil, que ya
no más oculta en el Ser la conciencia de la Unidad. Entonces desaparecen fácilmente todos los
elementos susceptibles de responder a los contactos irritantes del exterior, y
el chela queda revestido del glorioso vestido de inmutable paz que nada puede conturbar. En fin, la completa destrucción de la
separatividad ha barrido del campo de la visión espiritual las últimas sombras
capaces de velar su penetrante intuición, y al contemplar la Unidad, desaparece
por siempre la ignorancia (Avidya, el primer Nidâna, la primera y última de las
ilusiones por que aparecen separados los mundos. Se desvanece al conseguir la liberación) o sea la limitación que da origen a la
separatividad. El hombre es perfecto; ha
conquistado la libertad.
Entonces
llega al fin del Sendero, al dintel del Nirvana. Ya durante la última etapa del Sendero había
logrado el chela pasar a este maravilloso estado de conciencia normal, porque
el Nirvana es la morada del ser liberado (Jivanmukta, “vida libertada” de los
indos; el Asekha: “El que nada tiene que aprender” de los budistas). Ha terminado la ascensión humana y toca el
límite de la humanidad. Sobre él se
extienden las cohortes de poderosos seres sobrehumanos. Ha concluido la crucifixión en la carne, ha
sonado la hora de la liberación, y el triunfante grito: “¡Todo se ha
consumado!” resuena en los labios del vencedor. ¡Ved!. Ha franqueado el umbral, ha desaparecido en
el resplandor de la luz nirvánica. No
sabemos que misterios vela esa luz; vagamente sentimos que allí se halla el Yo
supremo y que el amador es uno con el Amado.
Concluyó el prolongado anhelo, se apagó para siempre la sed del corazón,
y el hombre se sumió en la alegría de su Señor.
Pero
¿ha perdido la tierra su criatura? ¿La
humanidad queda privada de su hijo triunfante?
No. Vedle que surge del seno de
su divino resplandor. Reaparece en el
umbral del Nirvana como encarnación viviente de la suprema luz, vestido de
gloria indecible, Hijo de Dios manifiesto.
Pero Su rostro está vuelto hacia la tierra, Sus ojos irradian compasión
infinita sobre los hijos de los hombres, Sus hermanos en la carne. No puede dejarles sin consuelo, dispersos
como ovejas sin pastor. Revestido de la
majestad de renunciación sublime, glorioso con la fuerza de la perfecta
sabiduría y el “poder de vida eterna”, vuelve a al tierra a bendecir y guiar a
la humanidad como Maestro de Sabiduría, Instructor real y Hombre divino.
Vuelto
a la tierra, el Maestro se consagra al servicio de la humanidad con mayores
fuerzas disponibles que cuando erraba por el Sendero de la iniciación. Se dedica al auxilio de los hombres, y emplea
todas sus potencias en activar la evolución del mundo. Satisface con los que se aproximan al Sendero
la deuda contraída en el discipulado, guiándolos, confortándolos e instruyéndolos
como a El le guiaron, confortaron e instruyeron.
Tales
son las etapas, los peldaños de la ascensión humana. Desde el ínfimo de los salvajes hasta el
Hombre Divino se extiende la escala y llega la meta a que propende la raza
toda, hasta la gloria sin límites que todos alcanzaremos algún día.
*- El
estudiante querrá sin duda conocer los nombres técnicos que designan en
sánscrito y en pali los grados del Sendero de prueba. Esto le permitirá hallarlos en las obras especiales.
–Véase al efecto la obra “Protectores Invisibles”, de C. W. Leadbeater. Biblioteca Orientalista. –Traducción de
Federico Climent Terrer.
(Empleado por los indos) 1- Viveka, discernimiento de lo real y
lo no real 2- Vairâgya, indiferencia hacia lo no
real transitorio. 3- Shama,
dominio del pensamiento Dama, dominio de la conducta. Uparati, tolerancia. Titiksha, paciencia. Shraddhâ, fe. Samâdhna, equilibrio. 4- Mumuksha, deseo de liberación. El hombre
es el Ahikari. (Empleado
por los Budistas) 1-
Manodvaravajjna, apertura de las puertas de
la inteligencia; convicción adquirida de la fragilidad de las cosas
terrenales. 2-
Parikamma, preparación para la
acción, indiferencia hacia los frutos de ella. 3-
Upacharo, conducta; con las mismas
subdivisiones de los indos. 4-Anuloma, orden o sucesión directa,
virtud que procede de las tres procedentes. 4-
El hombre es el Gotrabhu
. SANSCRITO
PALI
LA CONSTRUCCIÓN DE UN COSMOS
SABIDURÍA ANTIGUA
En
nuestro presente estado de evolución, tan sólo podemos indicar sumariamente algunos
puntos en el vasto examen del bosquejo cósmico, en el que nuestro globo
desempeña insignificante papel.
Entendemos por “cosmos”, un sistema que, según nuestro punto de vista,
parece formar un todo completo, procedente de un Logos único y mantenido por Su
Vida. Tal es nuestro sistema solar, y
así el sol físico puede considerarse como la última manifestación del Logos al
actuar en el centro de Su cosmos. En
realidad, cada forma es una de Sus manifestaciones concretas; pero el sol es su
última manifestación como poder central, fuente de vida y de fuerza que
penetra, dirige, regula y coordina todas las cosas en su sistema.
Un
comentario oculto dice: “Surya (el sol)..., en su reflejo visible, exhibe el
último estado del séptimo, el estado superior de la PRESENCIA universal, lo
puro de lo puro, el primer Hálito manifestado del Siempre Inmanifestado SAT
(Seidad). Todos los soles centrales
físicos y objetivos son, en su substancia, el estado último del primer Principio
del Hálito” (La Doctrina Secreta, I, pág. 268, edición primera española).
Más
claro: cada sol es el último aspecto del “cuerpo físico” del Logos
correspondiente.
Todas
las fuerzas y energías físicas son transformaciones de la vida emitida por el
sol, Señor y fuente de toda vida en el sistema.
De aquí que en muchas religiones antiguas el sol fuese símbolo del Dios
Supremo; símbolo que, en verdad, estaba menos expuesto a las falsas
interpretaciones del ignorante.
Mr. Sinnett dice con razón:
“El
sistema solar es indudablemente en la Naturaleza un área cuyo contenido nadie,
excepto los más elevados seres que nuestra humanidad pueda concebir, se halla
en situación de investigar. Teóricamente
podemos creernos seguros –como lo vemos en el cielo durante la noche— de que el
sistema solar no es más que una simple gota de agua en el océano del gran
Kosmos (“Cosmos” con C se refiere a un solo sistema solar, y “Kosmos” con K al
Kosmos universal, o conjunto de todos los sistemas solares existentes en el
incomprensible e infinito Espacio.—N.del E.); pero gota que a su vez es un
océano desde el punto de vista de la conciencia de seres tan poco desarrollados
como nosotros, y, por lo tanto, sólo podemos esperar al presente adquirir
nociones vagas e imperfectas acerca de su origen y constitución. Sin embargo, por imperfectas que sean, nos
permiten señalar el orden de las series planetarias a que nuestra evolución
pertenece, su lugar especial en el sistema del cual forma parte, y, sobre todo,
nos dan amplia idea de la relativa magnitud de todo el sistema, de nuestra
cadena planetaria, del mundo en que al presente evolucionamos y de los
respectivos períodos de evolución en que como seres humanos estamos
interesados.
Porque,
en verdad, no podremos concebir intelectualmente nuestra posición sin tener
alguna idea, por vaga que sea, de nuestra relación con el conjunto. Mientras algunos estudiantes se contentan con
trabajar en la esfera de su deber, y dejan a un lado más amplios horizontes
para el día en que hayan de trabajar en ellos, otros necesitan darse cuenta de
que ocupan un puesto en un sistema más vasto, y experimentan un placer
intelectual en elevarse muy alto para obtener la vista general de todo el campo
de la evolución. Semejante necesidad ha
sido reconocida por los guardianes espirituales de la humanidad en la
magnificente delineación del cosmos trazada desde el punto de vista ocultista
por su discípulo y mensajero H.P.Blavatsky, quien ha dado un magnífico esbozo
del cosmos en La Doctrina Secreta, en cuya obra, los estudiantes de la
sabiduría antigua, descubrirán cada vez más luminosas enseñanzas a medida que
exploren y dominen las regiones inferiores de nuestro mundo en evolución.
Se
nos ha dicho que la aparición del Logos es el anuncio del nacimiento de nuestro
cosmos.
“Cuando
aparece, todo aparece después de El; por su manifestación, todo se manifiesta”
Lleva
consigo los resultados de un cosmos pasado, es decir, las inteligencias más
espirituales que han de ser sus agentes auxiliares en la construcción del nuevo
universo. Las cosas elevadas entre ellas
son “Los Siete”, a que también se da con
frecuencia el nombre de Logos, porque cada una tiene su lugar en el centro de
una región distinta del cosmos, como el
Logos es el centro del conjunto. El
comentario oculto, que ya hemos citado antes, dice:
“Los
Siete Seres en el Sol son los Siete Santos nacidos por sí mismos del poder
inherente a la Matriz de la Substancia Madre.
Ellos envían las siete Fuerzas principales, llamadas Rayos, que al
principio del Pralaya se encontrarán en siete nuevos Soles para el próximo
manvántara. A la energía de la cual
rotarán a la existencia consciente en cada Sol llaman algunos Vishnú, o sea el
Aliento de lo Absoluto. Nosotros la
llamamos la Vida única manifestada. Es
un reflejo de lo Absoluto” (La Doctrina Secreta, I, pág. 269, edición primera
española).
Esta Vida única manifestada es el Logos, el Dios manifiesto.
De
esta división primordial toma nuestro Cosmos un carácter septenario, y de todas
las divisiones siguientes, en su orden descendente, reproducen esta escala de
siete claves. Bajo cada uno de los siete
Logos secundarios se agrupa una séptuple Jerarquía descendente de Inteligencias
que forman el cuerpo gobernante de su reino.
Entre ellas están: los Lipikas, que son los cronistas del Karma del
reino y de todas las entidades que contiene; los Maharajas o Devarajas, que
presiden el cumplimiento de la ley Kármica; y el gran ejército de los
Constructores, que modelan y ejecutan todas las formas según las ideas
contenidas en el tesoro del Logos, en al Inteligencia Universal, y que de El se
transmiten a los Siete, cada uno de los cuales traza el plan de su propio
reino, bajo la dirección suprema de El y con el auxilio de las fuerzas de esa
Vida omninspiradora, dándole al propio tiempo su propia coloración individual.
H.P.Blavatsky
llama a los Siete Reinos constitutivos del sistema solar, los siete centros de
Laya. Y dice así:
“Los
Siete Centros de Laya son los siete puntos cero, empleando la palabra cero en
el mismo sentido que los químicos para indicar el punto en que en esoterismo
comienza la escala de diferenciación.
Desde estos Centros –más allá de los cuales nos permite la filosofía
esotérica percibir los vagos contornos metafísicos de los “Siete Hijos” de Vida
y de Luz, los Siete Logos de los filósofos—comienza la diferenciación de los
elementos que entran en la constitución de nuestro sistema solar” (La Doctrina
Secreta, I, pág. 141, edición primera española.)
Cada
uno de estos siete reinos planetarios forma un prodigioso sistema de evolución,
teatro grandioso en el que se desarrollan los estados de una vida de la cual un
planeta físico, como Venus, sólo es encarnación pasajera. A fin de evitar confusiones, llamaremos Logos
planetario al ser que gobierna y dirige la evolución de cada reino. La meteria del sistema solar, producida por
la actividad del Logos central, suministra al mismo Logos planetario los
materiales brutos que necesita y que elabora por medio de sus propias energías
vitales. Además, cada Logos planetario
especializa para su reino la materia común.
Como el estado atómico en cada uno de los siete planos de Su reino es
idéntico a la materia de un subplano del sistema entero, establece la continuad
a través del conjunto. Así H. P.
Blavatsky observa que los átomos cambian “sus equivalentes de combinación en
cada planeta”, quedando idénticos los átomos, pero formando combinaciones
diferentes. Y enseguida dice:
“Así,
no solamente los elementos de nuestro planeta, son aun los de todos sus
hermanos en el sistema solar, difieren tanto unos de otros en sus combinaciones
como de los elementos cósmicos de más allá de nuestros límites solares.... se nos enseña que cada átomo tiene siete
planos de ser o de existencia”. (La
Doctrina Secreta, I, págs. 144-150, edición primera española.
Estos son los subplanos de cada gran plano, como los hemos
llamado antes.
En
los tres planos inferiores de Su reino de evolución, el Logos planetario
establece siete globos o mundos. Para
mayor comodidad, y según la nomenclatura aceptada los llamaremos A, B, C, D, E, F y G. Son, las “Siete Ruedas giratorias que nacen
una de otra”, según dice la VI estancia del Libro de Dzyan.
“Los
construye a semejanza de viejas Ruedas, colocándolas en los Centros
Imperecederos.”
Imperecederos,
porque cada rueda no sólo da nacimiento a la siguiente, sino que, aunque no lo
veamos, se reencarna en el mismo centro.
Se
pueden representar estos globos dispuestos en tres pares sobre un arco de
elipse con el globo central en el punto extremo.
En
general, los globos A y G, el primero y el séptimo, están en los niveles
arúpicos del plano mental; los globos B y F, segundo y sexto, en los niveles
rúpicos; los globos C y E, tercero y quinto, en el plano astral; y el globo D,
cuarto, en el plano físico. H.P.Blavatsky
dice de estos globos “que constituyen una gradación en los cuatro planos
inferiores del mundo de formación”, es decir, en los planos físico y astral y
en las dos subdivisiones rúpica y arúpica del plano mental.
Esto
puede representarse por el esquema siguiente (Es de notar que aquí el mundo
arquetípico no es el mundo tal como existe en el pensamiento del Logos, sino
sencillamente el primer modelo construido):
Arupa A G Arquetípico
Rupa B F Creador o intelectual
Astral
C E
Formador
Físico D Físico
Tal
es el orden típico, pero se modifica en ciertos períodos de la evolución. Estos siete globos forman una cadena
planetaria (Para más detalles sobre el estudio de cadenas y Rondas planetarias,
Razas, etc., etc., (Véase la notable obra de la misma autora Genealogía del
Hombre. —Biblioteca Orientalista. –
Traducción de D. Federico Climent Terrer.),
que considerada como un todo, como una entidad o una vida individual
planetaria, pasa en su evolución por siente períodos distintos. Los siente globos en conjunto forman un
cuerpo planetario que se disgrega y reúne siete veces en el curso de la vida
planetaria. Esta cadena planetaria
tiene, pues, siete encarnaciones, y los resultados de cada una se transmiten a
la siguiente:
“Cada
una de tales cadenas de mundos es la progenie y la creación de otra anterior y
ya muerta; es su reencarnación por decirlo así” (La Doctrina Secreta, I, pág.
152, edic. primera española.)
Estas
siete encarnaciones (manvántaras) constituyen la evolución planetaria, el campo
de acción de un Logos planetario. Como
hay siete de estas evoluciones planetarias (Mr. Sinnett las llama “siete
esquemas de evolución”) distintas las unas a las otras, constituyen el sistema
solar. Esta emanación de los siete Logos
procedentes del Uno, y de las siete cadenas sucesivas de siete globos cada una,
está indicada como sigue en un comentario oculto:
“De
una luz, siete luces; de cada una de las siete, siete veces siete” (La Doctrina Secreta, I, pág. 140).
Se
enseña que las encarnaciones o manvántaras de una misma cadena se subdividen
también en siete períodos. Una oleada de
vida procedente del Logos planetario recorre la cadena por completo, y siete de
estas grandes oleadas de vida sucesivas –siete rondas, como se las llama
técnicamente –constituyen un manvántara.
Así, durante un manvántara, cada globo tiene siete períodos de
actividad, en los que cada uno de ellos, a su vez, cumple la evolución.
Si
consideramos ahora un globo solo, veremos que durante cada período de
actividad, evolucionan en él siete razas –raíces de una humanidad, al mismo
tiempo que seis reinos no humanos, en mutua dependencia unos de otros. Estos siete reinos comprenden las normas en
todos los grados de la evolución, y ante todos ellos se extiende la perspectiva
de un desenvolvimiento superior. Así,
cuando el período de actividad del primer globo llega a su fin, las formas
evolutivas pasan al globo siguiente para
continuar su desarrollo. Yendo, pues, de
globo en globo hasta que termina la ronda, y siguen su curso de ronda en ronda
hasta el término de los siete manvántaras.
Continúan, empero, ascendiendo de manvántara en manvántara hasta el fin
de las reencarnaciones de la cadena planetaria, cuando ya los resultados de la
evolución planetaria están definitivamente reunidos por el Logos
planetario. Es inútil decir que no
sabemos casi nada de semejante evolución.
Los Maestros nos han indicado tan sólo los puntos más salientes de este
prodigioso conjunto.
Tampoco
conocemos el proceso evolutivo durante los dos primeros manvántaras de los
siete globos de la cadena planetaria de que forma parte nuestro globo. En cuanto al tercer manvántara, sólo sabemos
que nuestra luna fue el globo D de la cadena.
Este hecho puede ayudarnos a comprobar lo que significan las
reencarnaciones sucesivas de las cadenas planetarias. Los siete globos que constituyeron la cadena
lunar terminaron su séptuple evolución cíclica.
La oleada de vida, el Soplo del Logos planetario, dio siete vueltas a la
cadena, despertando, a su vez, cada globo a la vida, como si el Logos, al guiar
su reino, dirigiese su atención primeramente al globo A, haciendo sucesivamente
surgir a la existencia las innúmeras formas cuyo conjunto constituye un
mundo. Cuando la evolución en el globo A
llega a cierto punto, dirige su atención al globo B, y el globo A se sume
lentamente en pacífico sueño. La oleada
de vida va así de globo en globo hasta terminar la ronda. Una vez terminada la evolución en el globo G
sigue un periodo de reposo (Pralaya), durante el que cesa la actividad
evolutiva exterior. Al fin de este
período vuelve a manifestares la actividad, empezando la segunda ronda por el
globo A. Este proceso se repite seis
veces; pero en la séptima o última ronda sufre una modificación, pues habiendo
cumplido el globo A su séptimo período de vida, se disgrega gradualmente, y
sobreviene el estado de centro laya imperecedero. Al despuntar la aurora del manvántara
siguiente, se desenvuelve un nuevo globo A (tal como un cuerpo nuevo), en el
que vuelven a habitar los “principios” del anterior. Pero decimos esto tan sólo para dar idea de
la realización entre el globo A del primer manvántara y el globo A del segundo,
porque la naturaleza de esta relación permanece oculta.
Menos
conocemos aún la que hay ente el globo D del manvantara lunar (nuestra Luna) y
el globo D del manvantara terrestre (nuestra tierra). Mr. Sinnett, en su conferencia acerca de El
sistema al cual pertenecemos (Folleto publicado en español por la Biblioteca
Orientalista), ha dado un buen resumen de los escasos datos que poseemos sobre
el particular. Dice así:
“La
nueva nebulosa terrestre se desarrolló alrededor de un centro que poco más o
menos conservaba la misma relación con el moribundo planeta que los centros de
la Tierra y de la Luna conservan actualmente entre sí. Pero esta agregación de materia ocupaba en su
condición nebulosa un volumen inmensamente mayor que el que ahora ocupa la
materia sólida de la Tierra. Se extendía
en todas direcciones lo suficiente para abarcar dentro de su ígneo perímetro al
viejo planeta. La temperatura de una
nueva nebulosa parece ser mucho más elevada que cualquiera de las que nos son
conocidas, y debido a esta circunstancia el viejo planeta recibió nuevamente de
un modo superficial un grado de calor de naturaleza tal, que toda la atmósfera,
agua y materia volatilizable que contenía, se convirtió en gases, y de esta
suerte fue supeditado a la influencia del nuevo centro de atracción establecido
en el punto central de la nueva nebulosa.
De este modo la atmósfera y mares del viejo planeta pasaron a formar
parte de la constitución del nuevo, por cuya razón la Luna es al presente una
masa árida, estéril y sin nubes, inhabitable para toda clase de seres
físicos. Cuando el presente manvantara
toque a su término en la séptima ronda, la Luna se desintegrará completamente,
y la materia que todavía en ella se conserva unida, se convertirá en polvo
meteórico”. (A. P. Sinnett.
Obra
citada, traducción española de J. Granés, Págs. 28 y 29)
En
el tercer volumen de La Doctrina Secreta, donde se han reunido algunas
enseñanzas orales que H. P. Blavatsky dio a algunos de sus más adelantados
discípulos, se dice:
“En
el comienzo de la evolución de nuestro globo, la Luna estaba más cerca de la
tierra y era mayor que ahora. Se ha
alejado de nosotros y sus dimensiones se han reducido bastante. (La Luna dio todos sus principios a la
Tierra...). Durante la séptima ronda
aparecerá una nueva Luna, y la nuestra se disgregará hasta desaparecer” (La
Doctrina Secreta. III, Pág. 562).
La
evolución durante el manvantara lunar produjo siete clases de seres, llamados
en términos técnicos Pitris (Antepasados), porque engendraron los seres del
manvantara terrestre. Se les menciona en
La Doctrina Secreta con el nombre de Pitris Lunares. Más avanzados que éstos se encuentran además
(con los diversos nombres de Pitris Solares, Hombres y Dhyânis inferiores)
otras dos categorías de seres, demasiado adelantados para entrar en las
primeras etapas del manvantara terrestre, aunque necesitaban para su desarrollo
futuro del auxilio de condiciones físicas ulteriores. La más elevada de estas dos categorías está
formada por seres individualizados, exteriormente parecidos a los animales, y
tienen alma embrionaria, es decir, que han alcanzado el desarrollo del cuerpo
causal. La segunda categoría está
próxima a la formación de este cuerpo.
En cuanto a los Pitris Lunares, su primera clase está en el comienzo del
período preparatorio para la formación del cuerpo causal; pero sin embargo
manifiesta ya la mentalidad, mientras que las clases segunda y tercera sólo han
desenvuelto el principio Kámico. Las
siete clases de Pitris Lunares son producto de la cadena lunar que se enlaza
con el desarrollo ulterior de la terrena o sea la cuarta reencarnación de la
cadena planetaria. Como mónadas –con el
principio Kámico desenvuelto en la segunda y tercera, en germen en la cuarta,
inicial en la quinta e imperceptible finalmente en la sexta y séptima—, estas
entidades entran en la cadena terrestre para dar alma a la esencia elemental y
a las formas modeladas por los Constructores. (H. P. Blavatsky, en La Doctrina
Secreta, no coloca a los Pitris de las dos primeras clases en la “jerarquía de
las mónadas procedentes de la cadena lunar”.
Los considera aparte, como hombres, como Dhyânis Chohans.)
En
este nombre de “Constructores” se incluyen las in-numeras Inteligencias
jerárquicas cuyo poder y estado consciente varían a lo infinito, según su grado
de desenvolvimiento. Estos son los seres
que en cada plano realizan la construcción efectiva de las formas. Los más elevados dirigen y vigilan, mientras
los inferiores labran los materiales, según los modelos que se les dan. Ahora se comprende claramente el papel de los
globos sucesivos de la cadena planetaria.
El globo A es el mundo arquetípico, en el que se construyen los modelos
de las formas que habrán de elaborarse durante la ronda. Los Constructores más elevados toman del
Pensamiento del Logos planetario las ideas arquetipos y dirigen el trabajo de
los Constructores que en los niveles arrúpicos elaboran las formas arquetipos
para la ronda. En el globo B, estas
formas se reproducen de diversas maneras en materia mental por los
Constructores de categoría inferior, y evolucionan lentamente en distintas
modalidades, hasta que están prontas a recibir la infiltración de materia más
densa. Entones los Constructores en
materia astral ejecutan en el globo C las formas astrales, cuyos detalles de
construcción se efectúan con mayor detenimiento. Cuando las formas han evolucionado tanto como
las condiciones del mundo astral lo permiten, los Constructores del globo D
emprenden el trabajo de modelar las formas en el plano físico. Las últimas modalidades de la materia se
ejecutan así en tipos apropiados, y las formas alcanzan su más densa y completa
condición.
A
partir de este punto medio, la naturaleza de la evolución cambia en cierto
modo. Hasta aquí la atención se ha
dirigido, sobre todo, hacia la construcción de las formas; pero al ascender en
el arco se dirige esencialmente hacia la utilidad de la forma como vehículo de
la vida evolutiva. Durante la segunda
mitad de al evolución en el globo D, y luego en los E y F, la conciencia se
manifiesta, primero, en el plano físico, y después en los planos astral y
mental inferior por medio de los equivalentes de las formas elaboradas en el
arco descendente. En el arco descendente
obra la mónada en la medida de su fuerza en las formas evolucionantes, y su
influencia se manifiesta de un modo vago bajo la forma de impresiones,
intuiciones, etc. En el arco ascendente,
la mónada se manifiesta a través de las formas como su principio director
interno. En el globo G se alcanza la perfección de la ronda, y la
mónada reside en las formas arquetipos del globo A y de ellas se vale como de
vehículos.
Durante
estos diversos estados, los Pitris Lunares actúan como almas de las formas,
cobijándolas primero para luego habitarlas.
A estos Pitris de la primera clase incumbe la más ruda tarea durante las
tres primeras rondas. Los Pitris de la
segunda y tercera clase no tienen más que infundirse en las formas elaboradas
por los anteriores. Estos preparan las
formas animándolas durante cierto tiempo;
después pasan ellos a otras y abandonan esas formas para el uso de la
segunda y tercera categoría. A la
conclusión de la primera ronda, todas las formas arquetipos del mundo universal
se han colocado en los planos inferiores y sólo resta elaborarlas a través de
las rondas sucesivas, hasta que alcancen su máximum de densidad en la cuarta
ronda. El “Fuego” es el “elemento” de la
primera ronda.
En
la segunda ronda, los Pitris de la primera clase prosiguen su evolución humana,
apuntando tan sólo los estados inferiores, como el feto los apunta hoy
todavía. Al fin de esta ronda, los de
la segunda clase han alcanzado ya el estado de humanidad rudimentaria.
La
gran tarea de esta ronda consiste en el descenso de los arquetipos de la vida
vegetal, que alcanzarán su perfección en la quinta ronda. El “aire” es el “elemento” de la segunda
ronda.
En
la tercera ronda, la primera clase de Pitris adquiere definida forma
humana. Aunque su cuerpo sea gelatinoso
y gigantesco, se vuelve, sin embargo, en el globo D bastante compacto para
comenzar a mantenerse en posición vertical; su aspecto es simiesco y están
cubiertos de cerdas. Los Pitris de la
tercera categoría alcanzan el comienzo del estado humano. En esta ronda, los Pitris solares de la
segunda categoría aparecen en el globo D y van a la cabeza de la evolución
humana. Las formas arquetipos de los
animales descienden para ser elaboradas y alcanzan su perfección al fin de la
sexta ronda. “El “agua” es el “elemento”
característico de la tercera ronda”.
La
cuarta ronda, ronda central o intermedia de las siete que constituyen el
manvantara terrestre, es muy distintamente humana, como sus precursoras fueron
respectivamente animales, vegetales y
minerales. Está caracterizada por
apartar al globo A las formas arquetipos de la humanidad. Todas las posibilidades de la forma humana se
manifiestan en los arquetipos de la cuarta ronda; pero su realización completa
se efectuará en la séptima. La “Tierra”
es el “elemento” de esta cuarta ronda, la más densa y material. Puede decirse que los Pitris solares de la
primera categoría se ponen, en cierto modo, alrededor del globo D durante sus
periodos primitivos de actividad en esta ronda, pero no encarnan
definitivamente antes de la tercera gran efusión de vida del Logos planetario,
que acaece en medio de la tercera raza.
A partir de ese momento se encarnan poco a poco, pero cada vez más, a medida
que progresa la raza; la generalidad llega al comienzo de la cuarta raza.
La
evolución de la humanidad en el globo D, nuestra Tierra, ofrece de manera muy
señalada esta constante diferencia septenaria de que tan frecuentemente hemos
hablado. Siete razas de hombres se
habían ya mostrado en la tercera ronda, y en la cuarta, estas divisiones
fundamentales llegaron a ser clarísimas en el globo C, donde evolucionaron
siete razas, con sus sub-razas. En el
globo D, la humanidad comienza por una Primera Raza –ordinariamente llamada
Raza-Raíz—, que apareció en siete puntos diferentes: “Eran siete, cada uno en
su lote”. (La Doctrina Secreta, Vol. II.
—Libro de Dzyan, 13). Estos siete tipos,
que aparecen simultáneamente y no sucesivamente, constituyeron la primer raza
raíz, y cada raza raíz tienen a su vez siete subdivisiones o sub-razas. De la primera raza raíz (criaturas
gelatinosas amorfas), evolucionó la
segunda raza madre, cuyas formas tuvieron consistencia más definida; de ésta
procedió la tercera, formada por criaturas simiescas que luego fueron hombres
de formas pesadas y gigantescas. Hacia
el promedio de la evolución de esta tercer raza raíz (llamada lemuriana),
vinieron a la tierra Seres pertenecientes a otra cadena planetaria, la de
Venus, mucho más avanzada en su evolución.
Estos
miembros de una humanidad altamente evolucionada, Seres gloriosos a quienes su
aspecto radiante les valió el título de “Hijos del Fuego”, constituyen una
orden sublime entre los Hijos de la Mente.
(Mânasaputra; esta vasta jerarquía de inteligencias semiconscientes,
comprende gran número de órdenes).
Habitaron en la tierra como Instructores divinos de la joven
humanidad. Algunos de ellos obraron como
vehículos de la tercera efusión de vida y proyectaron en el hombre animal la
chispa de vida monádica que dio nacimiento al cuerpo causal. Así se individualizaron los Pitris Lunares de
las tres primeras clases que forman la gran masa de nuestra humanidad. Las dos clases de Pitris Solares ya
individualizados (la primera antes de dejar la cadena lunar y la segunda más
tarde) forman dos órdenes inferiores de Hijos de la Mente. La segunda se encarna hacia el promedio de la
tercera raza; la primera, más tarde y por la mayor parte, en al cuarta raza o
de los Atlantes.
La
quinta raza, la aria, que actualmente está guiando la evolución humana, fue
seleccionada en la quinta sub-raza atlante, segregando de ella, en el Asia
Central, las familias más escogidas, y el nuevo tipo de raza evolucionó bajo la
dirección inmediata de un gran Ser que, en términos técnicos, se llama un
Manú. Al salir del Asia Central la
primera sub-raza, se estableció en la India al Sur de los Himalayas, y con sus
cuatro castas de instructores, guerreros, comerciantes y obreros (Brahmanes,
Kshattryas, Vaishyas y Shudras) llegó a
ser la raza dominante en la gran península India, después de haber sojuzgado
las naciones de la tercera y de la cuarta raza que la poblaron en época remota.
Al
fin de la séptima raza de la séptima ronda, es decir, al concluir el manvantara,
la cadena terrestre estará en disposición de transmitir a la que ha de
sucederle los frutos de su vida. Estos
frutos serán, por una parte, hombres perfectos y divinos, los Budas, Manús,
Chohans y Maestros, prontos a emprender la tarea de guiar la evolución bajo las
órdenes del Logos planetario; y por otra parte, multitud de entidades menos
evolucionadas en sus respectivos estados de conciencia, que tendrán aun
necesidad de experiencias físicas para actualizar sus posibilidades divinas. Después de nuestro manvantara, que es el
cuarto, vendrán el quinto, sexto y séptimo, que aun se hallan envueltos en el
misterio de lo porvenir. Después, el
Logos planetario reunirá en sí todos los frutos de su evolución y entrará con
sus hijos en un período de reposo y de felicidad. Nada podemos decir de este sublime
estado. ¿Cómo podríamos, en la actual
etapa de evolución, soñar siquiera su gloria inimaginable? Tan sólo sabemos, vagamente, que nuestros
espíritus felices “entrarán en la alegría del Señor”, y al reposar en Él
veremos extenderse ante nosotros infinitos horizontes de vida y de amor
sublime, cumbres y abismos de poder y de goce, ilimitados como la Existencia
Una, inagotables como el Único que Es.
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